Natalia Trujillo
miércoles, 21 de diciembre de 2016
CAPITULO 63
La Palma, Islas Canarias
Era un duelo de miradas. Una era fuego hirviendo a través de ojos castaños que chocaban con la frialdad de unos penetrantes ojos azules. Llevaban así quince minutos y Paula ya se estaba cansando.
—No Stefana, no te cambiaré la hora de observación.
— ¡Paula! Estoy a punto de encontrar algo. Estoy más que segura. ¿Qué son unos días más?
Paula suspiro mientras se levantaba de su asiento, dejando su posición de brazos cruzados.
Tomó sus notas y empezó a buscar algo hasta que dio con ello. Le tendió a Stefana un calendario.
— Significa alterar todo un programa de seis meses — dijo mientras señalaba las hojas. La altura y complexión de Stefana, fruto de sus orígenes nórdicos, eran un poco intimidantes, pero luego de trabajar juntas tanto tiempo, Paula sabía cómo tratarla. Aunque claro, el hecho de que
fuera la jefa de rotaciones le daba un extra —. Hay gente esperando utilizar el telescopio también, yo incluida. Así que mi respuesta es no.
Stefana se dio la vuelta, enojada y murmuro:
— Elias me habría dejado.
A pesar de ser un susurro, Paula logro oírlo y en vez de molestarle, le hizo reír.
— Elias te tiene miedo. Yo no.
Sabiendo que la batalla estaba perdida, Stefana alzó los brazos al cielo y salió de la oficina hecha una furia. Paula se volvió a su silla, cuando oyó pisadas firmes acercándose a su oficina y vio a una Stefana muy sonriente.
— Es un verdadero placer tenerte de regreso, Pau.
Se dio la vuelta y desapareció. Paula no se movió hasta que dejo de oír las pisadas y entonces, se echó sobre su sillón de oficina, exhausta. Era mucho más difícil lidiar con las personas que realizar cálculos con astros que se encontraban a distancias inconcebibles. Oyó el sonido de
pisadas acercándose y alzo la cabeza para ver a Stefana, pero fue Elias quien apareció.
Vestía unos shorts playero, con flores negras y dibujos amarillos y naranjas, una camisa blanca de botones y sandalias playeras. Aquel era el atuendo normal de Elias, incluso en invierno, por eso durante su visita a San Francisco había resultado extraño verlo con una ropa formal. Se quedó en el umbral de la puerta, recostando su hombro izquierdo contra el marco de la puerta y los brazos detrás de su cuerpo.
— Yo la habría dejado.
Paula soltó un soplido.
— No me digas — preguntó con sarcasmo —. Podías haber venido a salvarme.
— Sabia que podrías manejar a Stef mejor que yo. Además, fui por esto al auto.
Mostró una bolsa roja típica de regalo y se la aventó.
Paula la atrapó en el aire y miró el objeto con curiosidad.
— ¿Un regalo? Carla se va a enojar si se entera que me das regalos en vez de a ella.
Las cosas entre Elias y Paula habían vuelto a la normalidad, aunque muy lentamente.
Llevaba una semana en España y desde que había llegado a casa se había encontrado con un Elias demasiado atento. La invitaba a cenar todos los días, la pasaba a buscar ir juntos al trabajo y en los días libre la integraba a todas las actividades con su familia. Si no fuera porque Tamara y Carla la querían como a una más de la familia, Paula estaba segura de que Tamara pensaría que quería quitarle al marido y Carla, que sus papas acababan de adoptar una nueva hermanita con más de treinta años vividos.
Elias se acercó hasta ella y tomó la silla a su lado.
— Carla no lo hará porque su tía Paula no le dirá nada — se dio la vuelta hacia su escritorio, el cual estaba en la misma oficina que Paula y alzó los pies sobre la mesa mientras
cruzaba los brazos detrás de su cuello y adoptaba su pose favorita —. Dios, tengo la hija más obstinada del mundo.
Ella asintió y miro hacia la única foto en el escritorio de Elias.
Tamara sonreía a su hija, una pequeña de ojos azules y cabello rubio como su padre, contrastando con la piel tostada y cabello negro de su madre, de origen brasileño.
Los tres llevaban juntos desde Puerto Rico, y habían
pasado por mucho juntos. Elias y Tamara eran sus mejores amigos, y tenían a una pequeña diablillo que les hacia los días un poco ajetreados.
— Pero lo bueno es que tienes la mejor madre del mundo para criarla. Tamara no deja que Carla sea así con ella. En cambio tú — dijo mientras golpeaba la silla provocando que Elias se tambalease y abriera los ojos —… solo pone esos ojitos llorosos y le das todo.
Elias se acomodó en la silla y se alejó una buena distancia de Paula.
— Es mi pequeña. No me gusta que llore, me parte el corazón.
— Eres un blandengue, eso es lo que pasa.
Y aquella cualidad era la que hacía imposible enojarse con Elias.
Elias era uno de eso hombres que no podía ver a una mujer llorar, mucho menos a sus mujeres. Él la había visto sufrir, y había hecho lo que él había pensado era correcto para evitar un nuevo sufrimiento. A su muy particular manera de ver, Elias era como un padre para ella.
Y Tamara no se quedaba atrás. No le gustaba meterse entre las cosas de pareja, pero sabía que Tamara aún no le perdonaba a Elias el haberse inmiscuido en sus cosas. Entre ratos le tiraba insinuaciones mal intencionadas a Elias y el solo contestaba con gestos. Mientras que con ella, Tamara se comportaba, bueno, como una madre. El primer día de su llegada la había obligado prácticamente a quedarse a dormir a su casa y hablar de Pedro. Curiosamente, Paula solo había derramado una lágrima al relatar su trágica historia de amor a su vieja amiga, a pesar de la influencia de dos copas de vino. Tamara la había escuchado en silencio dejándola deshaogarse y hablar por casi tres horas. Como mujer, había cosas que si podía compartir con Tamara y que sabía, entendería de una manera en que Elias jamás lo haría.
Después de esa platica, Tamara la invitaba a desayunar todos los días, le mandaba recipientes con comida casera, la incluía en sus actividades de tiempo libre, que resultaban ser las mismas que Elias, por lo tanto, estaba con ellos casi todo el tiempo. En resumen, cuidaban de ella.
— Dios, en verdad tiene una hermanita — murmuró Pau, en voz alta, sin darse cuenta.
— ¿Qué dijiste? — pregunto Elias poniéndose recto.
Pau sacudió la cabeza lentamente con una leve sonrisa en su rostro. Enfocó la mirada en la bolsa de regalo.
— Ábrelo.
La voz de Elias le llego desde un lejano rincón de la habitación. La miraba con demasiada atención. Paula comenzó a sentirse incómoda por tanto misterio. Abrió la bolsa y empujó las hojas de papel rojo y blanco que rodeaban el regalo. Chocó contra una superficie lisa y dura.
Sacó el regalo y lo observó anonada.
— ¿Un cuaderno? — En realidad era una libreta tipo francesa, con lomo de piel marrón y en repujado en la portada en tonos verdes y marrones. Tenía además un listón verde botella que cruzaba las hojas del cuaderno. Parecía más bien... Lo miro de nuevo, comprendiendo ahora el misterio del regalo — ¿Por qué?
— Es mi manera de recompensarte la que perdiste — tomó la silla y se deslizó con ayuda de las ruedas hacia Paula. Llego en medio segundo y tomó el diario en su mano —. Piénsalo. Esta vez puedes reescribir la historia, desde otra perspectiva. Tú me dijiste que la mujer que escribió en aquel viejo cuaderno no es la misma que la que tengo aquí presente. Demuéstralo — acarició sus manos con fraternidad y le dio una breve sonrisa — Prometo no leerlo ni robártelo.
Una risilla salió de los labios de Pau. Volvió a tomar el diario en sus manos y acarició la superficie. Otra perspectiva.
Quizás lo que necesitaba, en vez de hablar con los demás, era hablar con ella misma. Miró de nueva cuenta a Elias y sonrió.
— Más te vale que no lo hagas. No creo que te guste lo que voy a decir de ti — Se levantó de la silla haciendo que Elias se alejara unos centímetros, perfectos para que Paula pudiera salir —. Y ahora me retiro. Quiero comprobar que Stefana no va intimidar a ninguno de los chicos para que
cambien su hora de observación.
— Ve con todo, Pau.
Pau le guiño el ojo saliendo de la habitación, y llevándose el cuaderno con ella.
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NO te la puedo creer que se hayan dejado. Cómo van a sufrir.
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