Natalia Trujillo
miércoles, 21 de diciembre de 2016
CAPITULO 60
Una Pau más calmada se encontraba sentada en el columpio del patio. En realidad, se había sorprendido a si misma llorando solo unos minutos después de que su madre le diera la noticia de la huida de Pedro. Porque eso era lo que Pedro había hecho. Huir. Oyó los ruidos a su espalda y se dio un empujón suave. Sabía que sus padres estaban en la cocina, observándola. Al menos su madre, de eso estaba segura. Suspiro con nostalgia. Pedro en verdad se había ido.
Si regresaba o no, no era tan importante como el hecho de que se había marchado. La había dejado sin antes... ¿qué?
El viento sopló con fuerza, y Paula dejó que acariciara su rostro. Ella no pensó que en verdad la despedida en la playa iba a ser la despida final. Había decidido darle tiempo a Pedro, porque ella también necesitaba tiempo. Tiempo para arreglar su cabeza, y para darle de una vez por todas, las razones por las que ella no se iba a ir de California. Pero él se había marchado.
Observó con tristeza la casa de los Alfonso. Recordó la vez que había saltado de la ventana de Pedro, sin bragas, descalza y con un frío de los mil diablos calando sus hueso.
Recordó las noches de pasión que habían vivido en su habitación, las risas que habían compartido, todo. Y se
preguntó como Pedro podía haber dejado ir algo tan maravilloso como aquello.
Una oferta de trabajo.
Apretó con fuerza las cadenas de los columpios mientras sentía su corazón estremecerse.
Tuvo que sobarse el pecho encima de la ropa para calmarse.
Odiaba como la inseguridad se adueñaba de ella y como las palabras de Pedro ahora cobraban otro sentido.
“Si tuviera que escoger entre tú y regresar al campo... lo siento Paula, pero no eres tan importante.”
Era un hecho de que se había ido. Que había huido de lo que estaba pasando entre ellos. Pero eso no evitaba dejar pensando a Pau si lo que había pasado en la playa había sido una excusa para marcharse a Nueva York. Ella, que había estado dispuesta a dejarlo todo por él, mientras que
Pedro tenía probablemente otras cosas en la cabeza.
― Dios ― susurró Pau cansada de tanto pensar, dejando caer la cabeza sobre sus hombros.
En esa misma posición la encontró Elias y no pudo evitar sentirse culpable. Había pasado la última hora hablado por teléfono con Tamara, y habían discutido como pocas veces en todo el tiempo que llevaban juntos. Pero viendo la expresión de Paula pensó, que quizás ella tenía razón.
Luego de dejar a Pedro, había buscado un hotel y se había encerrado con sus pensamientos. Se había repetido una y otra vez que lo había hecho por el bien de ella. Dios, sólo de recordar lo sucedido en Puerto Rico le ponía violento. Pero cuando el calor del momento fue desapareciendo y la cabeza se fue despejando, la duda se sembró en él, dejándolo pensativo. Luego de dos horas sin poder más con sus pensamientos, había decido hablar con Tamara. En realidad, le había marcado porque necesitaba hablar con alguien, y aunque las palabras de ella no fueron las que el esperaba, se había alegrado enormemente de oír su voz.
Se arropó con prontitud, al sentir el aire frío rondar el lugar.
No se podía acostumbrar a ese clima, y ya tenía listo su viaje de regreso a casa, pero antes de marcharse deseaba... necesitaba ver a Paula y comprobar si estaba bien. Si no, cancelaría todo y se quedaría con ella.
Claro, contando con que ella Aun quisiera hablarle.
Bajó las escaleras y se encaminó hacia ella. La vio tensar su espalda, pero no se giró hacia él, ni siquiera por curiosidad, para ver de quien se trataba.
― Tu padre me dijo que estabas aquí afuera ― comentó. Ella alzo la cabeza, pero no lo miró.
Siguió la dirección de su mirada y observó con detenimiento la casa de se alzaba frente a ellos ―. ¿Está en casa?
― No, se marchó a Nueva York.
Había un vacío en esas palabras y en la forma en la que ella lo había dicho, que Elias se preguntó si aquella era la misma Paula que había vivido un tormento cuatro años atrás. En
realidad había esperado encontrar a Paula llorando y aunque se alegraba de que aquella no fuera la escena, de alguna manera creía que Paula llorando era mejor que la Paula seria y reflexiva que tenía frente a él. La expresión insondable en su rostro le provocaba una sensación de incomodidad. Suspirando, rodeó el juego para sentarse en el columpio libre, al lado de ella.
― Me odias Pau ― fue directo al grano ―; sé que hice algo que no debí hacer, pero me tenías preocupado y...
Ella obligó al balancín darse vuelta hacia él y le tomó las manos. En sus cálidos ojos marrones había una expresión que le retorcía las tripas, pero curiosamente, no era dolor devastador. Era algo más, algo...
― Tranquilo Elias, todo está bien ― contestó Paula. Luego sonrió con ironía y miró de nuevo hacia la casa de Pedro ―. En realidad estoy decepcionada.
Elias sentía un nudo en la garganta.
— ¿De mí?
El que ella se riera, Aun cuando fuera una risa triste y burlona, lo tomó desprevenido.
— No todo gira a tu alrededor, Elias ― volvió al estado original y se meció tranquilamente.
Estuvieron así, en silencio, uno al lado del otro, y Pau se sintió transportada a los tiempos donde Elias, a su lado, la había ayudado a salir adelante. Cuando las lágrimas se habían acabado y había logrado tener un poco de serenidad, no sólo había pensado en Pedro. Había meditado también en la intervención de Elias, entendiendo más no excusando, su acción. Lo observó cuidadosamente, advirtiendo su semblante cabizbajo. Oh, cuanto deseaba poder enojarse con él, echarle la culpa de lo que había pasado, odiarlo... Sí, estaba molesta por la forma en que había intervenido, pero ¿cómo podía enojarse con la persona que le había salvado la vida? Su mejor amigo había hecho lo que había considerado correcto con tan de cuidarla.
― No te odio Elias ― él alzó su rostro y ella continuó haciendo una mueca ―, aunque no estoy particularmente feliz con lo que hiciste ―detuvo el balance del columpio y lo miró nuevamente ―. En realidad me hiciste un favor.
La expresión de sorpresa en el rostro varonil fue justo como Paula se había esperado que fuera. Soltó un suspiro exhalando quedamente.
― Me engañé a mí misma diciéndome que él no merecía oír... aquello. Que no merecía saber lo que había pasado, pero en realidad estaba avergonzada ―bajo la cabeza evitando la mirada de Elias ―. Avergonzada de lo que había hecho de mí en ese entonces, de lo tonta que fui en cuanto a
las cosas. Y tenía miedo de... bueno, sentía que valdría menos si se lo contaba. Pero a pesar de que no quería decírselo sabía que en algún momento tendría que hacerlo.
― No le debes nada ― intervino Elias, pero Pau sacudió la cabeza, pidiéndole con ese gesto que la dejara continuar. El así lo hizo.
― Sí, Elias, se lo debía. Verás, el confió en mí, me habló de Amelia, de su vida, de sus problemas, de sus heridas, de todo lo que pasó en estos años, mientras que yo me cerré.
― Pau…
― Y ahora sé que jamás se lo habría contado ― sus maravillosos ojos marrones comenzaron a brillar y luego a perderse entre la delgada película de lágrimas sin derramar ―. No lo habría hecho y en verdad habría pensado que estaba haciendo lo correcto. Pero no lo era, porque aquella sería una sombra en nuestras vidas para siempre. Sin embargo, es aquí donde me siento decepcionada ― los ojos que antes estaban a punto de derramar lágrimas se volvieron fríos y distantes ―. Porque cuando él se enteró de la verdad, huyó en vez de quedarse y luchar por esto que tenemos. Se fue. Sé que hice mal, pero si yo perdone y olvidé lo que pasó hace tanto tiempo ¿por qué él no pudo hacer lo mismo? En verdad pensé que esta vez por fin las cosas saldrían como debieron de salir hace años.
Se levantó de un solo movimiento y comenzó a caminar de un lado a otro moviendo las manos frenéticamente.
― Hice mi carta de renuncia. ¿Te lo puedes creer? ― No, en realidad él no podía creerlo, pero decidió mantenerse callado ―. Yo hice mi carta de renuncia. ¿Y sabes qué es lo que más me duele? Que cuando tomé la decisión supe que había sido la correcta. Sentí que me quitaban un gran peso de encima. Y antes de que me preguntes te digo que claro que lo pensé. No pude dormir en días por estar pensando en eso. Los días iban pasando y veía mi partida tan cercana, y aquello no hacía sino aumentar mis nervios. Pero entonces te mandé ese correo y supe la respuesta ― se detuvo frente a Elias ―: Jamás dejaré de ser la científica que soy sin importar donde esté, siempre seré Paula Chaves, astrofísica graduada del UCLA, pero no seré una mujer completa si no
estoy con Pedro. Quiero a Pedro, Elias, lo amo desde... desde que tengo memoria. Incluso cuando salía con Paloma, lo odiaba y lo amaba a la vez. Y pensé que él en verdad me quería a mí. Y ahí es donde me siento traicionada. Porque mientras yo estaba dispuesta a cambiar mi vida por completo, él se larga a Nueva York por una oferta de trabajo.
“Así que era eso”, pensó Elias. Tenía dos post doctorados en astrofísica, pero no tenía que ser Einstein para saber un poco de las relaciones en pareja. Él tenía problemas de esos todo el tiempo.
Pedro se había marchado para que así ella se marchara, esa era la cuestión. Y en vez de alegrarse, Elias sentía todo lo contrario.
Paula sentía sus ojos arder, así que para evitar hacer una escena se tapó los ojos con las palmas de sus manos y abrió la boca para inhalar profundamente. No sabía si aquello era cierto, pero el punto era que él se había marchado. La había dejado. Y aquello era peor que regresar con una esposa embarazada, porque entonces ella en verdad empezaba a creer sus palabras: que ella no era tan importante para él.
― Pensé que él lucharía por mí ― dijo Pau sin quitar sus manos de sus ojos o moverse siquiera ―. Que no me dejaría ir. Que buscaría la forma de hacer que esto funcionara ― bajo entonces las manos y Elias vio caer la primera lagrima ―. El creía que mi carrera era más importante que el, aun cuando yo estaba dispuesta a dejarlo. Y resulto que en realidad era él el egoísta. Y aunque puedo salir ahora mismo y buscarlo por toda el mundo, no es el punto, porque él se marchó... él me abandonó.
Elias se levantó del columpio y caminó hacia ella. La tomó entre sus brazos y la metió entre ellos. Como en los viejos tiempos, ella colocó su cabeza sobre su pecho, mientras que él la abrazaba con delicadeza.
― Puedes llorar, si quieres.
Pau sacudió la cabeza y abrazó con fuerza a su mejor amigo.
― No, creo... ― su garganta hizo un ruido grave ―. Estoy cansada de llorar por Pedro Alfonso.
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