Natalia Trujillo
lunes, 5 de diciembre de 2016
CAPITULO 9
Pedro llevaba a Guille en un brazo, jugando con él, y con la otra mano, tenía agarrada a Cata, al igual que ella, que se iba balanceando. Guille al parecer se daba con cualquiera porque estaba pegado como una lapa a él, cosa que la hizo sentir incómoda. Pedro parecía más de la familia que ella
misma. Y esa sensación no le gustaba.
¿Cuatro años y pasaba a ser una extraña?
Al parecer la respuesta era sí.
Cata hablaba y hablaba sobre su fiesta de cumpleaños, la cual sería dentro de siete meses, pero parecía no importarle, porque hablaba de muñecos de acción, y algo sobre que el tema de su fiesta serían brujas, ya que Ale había pedido princesas, y ella no quería princesas. A partir de ahí, perdió el hilo de la conversación, ya que las tres cuartas partes de su cerebro estaban ocupadas observando a Pedro.
Su cambio de ropa sólo había sido una camisa polo azul oscuro, una gorra de los Mets, y unos pantalones.
¿Cómo rayos un hombre se puede ver tan deseable con una ropa como esa?
Se mordió el labio inferior. Tal vez debería de hacerle caso a Elias y regresar a España. Una parte de ella quería largarse, pero la otra, más fuerte que la primera, exigía quedarse. Una
demanda de guerra, una prueba de sobrevivencia. Pedro casi le había costado lo único que ella
había amado en el mundo más que a su familia, más que a su vida, más que él mismo: su trabajo.
Sintió el jaloneo de su brazo y miró a Cata, sin entender.
― ¡Tía Pauly!
― ¿Y tú Pau? ― preguntó Pedro, obligándola a mirarlo cuando habló.
Paula había estado perdida. No tenía ni idea de lo que hablaban.
― ¿Qué?
― ¿Qué piensas de la fiesta de Cata?
― Ah ―. Claro, la fiesta. Miro a Cata sonriendo ―. Cariño, creo que es una grandiosa idea.
― ¿Ves tío Pedro? La tía Pauly no me iba a defraudar.
Pedro se soltó a las risas, haciendo que Paula alzara una ceja y lo mirara exigiéndole saber por qué rayos se ría tanto.
― ¿Incluso que tú seas la tía que va hacer de mascota y vestirte de un caldero mágico que le concederá a los niños sus deseos?
Pau frunció los labios.
― Debí omitir ese pequeño detalle ― se volvió hacia Cata y agregó ―. Lo siento cariño, pero tú tía no quiere volver a ser una pelota por un día.
La expresión de alegría de Pedro se nubló, pero Cata en cambio empezó a reírse.
― ¡Jajaja! ¡Una pelota!
Paula sonrió lentamente, olvidándose de Pedro, el cual la observaba muy serio.
― Nunca fuiste una pelota, o algo de ese estilo, Paula.
Adoptando una expresión de incredulidad, ella agregó:
― Disculpa, ¿pero me está defendido el mismo tipo que me quería cocinar para Acción de Gracias?
― Tenía quince años.
― Claro, eso lo justifica todo.
― Aun así, me agradabas más cuando estabas frondosa. Tu sentido del humor se fue con esos kilos que perdiste.
Paula se quedó lívida.
¿Sentido del humor?
Había sido muy feliz, había sido completamente feliz, hasta que Pedro le había arruinado.
Siempre le había gustado, pero siempre se lo había guardado, hasta que había besado a Pedro, y las cosas se habían salido de control.
Pedro se odió por ver la expresión en su rostro. Era dolor.
Sufrimiento en su más puro estado.
Desvió la cabeza avergonzado. Se suponía que trataría de hacer las paces con Paula, y así jamás lo lograría.
― Lo siento Pau, eso estuvo fuera de lugar.
― Está bien ― contestó ella sin mirarlo siquiera, con la mirada fija en frente de ella.
Soltó a Cata y se puso en frente, deteniéndola. Sabía que estaba usando su estatura para refrenarla pero acomodando nuevamente a Guille, le levantó el rostro, tomándola de su barbilla.
― No está bien. No quise herirte. Lo siento.
― Ya no soy una niña, Pedro― contestó calmada. Una calma que no sentía del todo ―. Creo que puedo aguantar un buen comentario sarcástico. Y ahora, vamos, que no he desayunado y tengo hambre.
Pasó a su lado, con Cata, y Pedro dejó salir un suspiro. No le había contestado si le había perdonado. Llegaron a la esquina y doblaron, pero Pau se quedó quieta. Había un enorme centro comercial, con estacionamiento y, bueno, enorme.
― ¿Qué paso con la tienda de la Señora Blanchet? ― preguntó a Pedro. Ella recordaba la tienda pequeña, no más de diez por quince metros, y ahora, en su lugar, estaba una tienda comercial enorme.
La habían desalojado. No sería la primera tienda en ser consumida por una tienda grande.
Pero la señora Olivia Blanchet era una leyenda por el barrio.
Si no había nada en su pequeña tienda, era porque no lo necesitabas. Aquel era su lema.
Pedro acomodó a Guille, que jugaba con su gorra, tranquilizándolo.
― Esta es la tienda de la Señora Blanchet, Pau. La expandió a una cadena, hará cosa de dos años. Muchas cosas cambian con el tiempo, Pau.
La última frase no se refería solo a la tienda. Paula apretó las manos. Lo miró a través del vidrio transparente, con su característica ceja alzada.
― ¿En serio? ¿Sabías que los números son el único lenguaje universal y que no importa si no hablas el mismo idioma, dos más dos seguirá siendo cuatro aquí en China?
― ¿Qué? ― Pedro no había entendido nada.
― Mi punto es Pedro, que algunas cosas, simplemente no cambian. Jamás.
Entraron al supermercado sin decirse nada. Pedro tomó un coche de compras que tenían un porta bebé integrado y colocó a Guille en él. Cata gritaba porque los arreglos de Navidad ya estaban empezando a adornar la tienda. Pau sonrió y la llevó a ver los juguetes, a pasear por la sección de regalos y ver tantas cosas. Cata se enamoró de un estuche de “Hazlo tú mismo”, unos patines y otros juguetes.
Ella fue tomando una nota mental para los regalos de Navidad de sus sobrinos.
Pedro se mantenía unos pasos atrás, recostado sobre el carrito de compras, avanzando lentamente a su lado. Lo vio meter unas cosas, pero no dijo nada. Llegaron a la sección de panes y compró unas piezas que olían deliciosamente bien. Estaban en la sección de lácteos cuando un grupo de chicas aparecieron al final del pasillo.
― Mira, ahí… es él.
― ¡Por Dios! ¡Pero si es Pedro Alfonso!
Cata estaba hablando con Pedro, y parecía absorto en la pequeña, que no veía a las mujeres casi desnudas con unos pantaloncillos tan cortos que parecían bóxeres y botas de piel hasta casi debajo de la rodilla, acercársele a él.
― Somos tus fans.
― Es un verdadero honor conocerte.
Paula resopló. Sabía la clase de equipo en la que estaban interesadas. Eran tres mujeres, dos rubias y una morena con una grasa corporal de menos cien por ciento, porque estaban a los huesos. Bueno, había que ser honestos. No era así. En realidad lo que las tipas tenían era un cuerpo de envidia. Se ajustó los lentes y fingió leer una caja de productos mientras oía la conversación.
Una de las rubias habló primero.
― Lo hemos visto en su restaurante, el cual debemos decir, es sensacional. Es un verdadero honor poder verlo en persona.
― Sí, sí, sí. Eres un orgullo para la ciudad. Tú y todo tú ― agregó coquetamente la rubia dos.
Paula alzó los ojos al cielo y sonrió.
― ¿Es su hijo? ― preguntó la castaña.
Paula dejó caer la caja de leche que según estaba leyendo y la recogió inmediatamente.
― No, es sobrino de mi amiga Paula ― al oír su nombre, Paula lo miró automáticamente, cometiendo un error, ya que la mirada de las otras mujeres se giraron hacia ella ― Y se puede decir que mis sobrinos también.
― El tío Pedro es mi tío favorito ― intervino Cata―. Me regala siempre cosas dulce, mamá no.
― Vaya, y yo que pensé que era la niñera ― agregó mordazmente la rubia uno, haciendo reír a las otras mujeres.
― ¿Nos podría dar su autógrafo? ― preguntó rápidamente la castaña, revoloteando en su bolso, y sacando una pluma pero ningún papel ―. Mierda, no tengo papel. En la piel entonces. ¿Qué te parece aquí?
El “aquí”, era la parte superior de su seno. Paula no aguantó más, le entregó con fuerza un cartón de leche golpeándolo en el vientre.
― Creo que podrías firmar aquí. Está más firme. Vamos Cata.
Se interpuso entre él y comenzó a avanzar con el carrito sin mirar atrás.
Pedro la observó atónito. Entonces reaccionó y les firmó la caja de leche rápidamente.
― Aquí tienen, y lamento dejarlas, pero estamos un poco apurados. Pasen por el bar un día de estos. Una ronda gratis sólo para ustedes.
Oyó suspiros y habladurías a su espalda, pero salió corriendo para alcanzar a Paula que ya estaba formada en la fila para pagar.
― ¿Por qué estás tan molesta?
― No estoy molesta ― contestó Paula tranquila, sin retirar su mirada de un ejemplar de National Geographic en sus manos.
― Desde niños cuando actuabas pasible y tranquila era porque algo te molestaba, o sea, estás molesta. ¿Qué te picó?
― Nada, Pedro, déjalo.
Llegó su turno y empezaron a sacar las cosas del carrito.
Sólo habían ido por leche y ahora regresaban con una mini despensa de dulces, chocolates, panes y bebidas. La cajera miraba embobada a Pedro y Pau volvió a alzar los ojos. ¿Es que nadie podía resistírsele? Al menos ella ya había controlado esa necesidad de “Amo a Pedro más que a nada”. La cajera les dio el precio y Paula fue por su cartera, pero Pedro, más rápido, sacó su tarjeta platino y se la extendió.
― Yo pago ― dijo con firmeza Pau, evitando que la mujer tomara la tarjeta.
― Insisto. Déjame a mí.
― Si tanto insistes, lo vamos a separar. Tú pagas lo tuyo y yo lo mío.
Oyó un suspiro por parte de la cobradora y la miró cansada.
― Señora, acepte por favor. Hay una gran cola, y tendría que cancelar el ticket. Ya después se arreglan.
Pau dejó caer la mano, y Pedro dio la tarjeta triunfal.
Les dieron sus bolsas de compra, y ahora ella cargaba a Guille, mientras que Pedro llevaba todas las bolsas y a Cata de la mano. Estaban en la puerta cuando alguien gritó detrás de ellos.
― ¡Pedro Alfonso! Detente en ese segundo.
Todos se detuvieron y giraron hacia la propietaria de la voz.
― Hola Livy.
Pau admiró a la mujer, ya algo mayor, de estatura mediana, con su pelo rubio platinado, producto de sus años: sus gafas estaban insertadas en su cabellera, como una peineta. Llevaba un traje de falda, y un saco rojo largo que bien los niños la podrían comparar con la señora de Santa Claus, hasta que desgraciadamente abría su boca. La señora Livy Blanchet era una leyenda en el barrio, oh sí. Aunque su nombre era demasiado dulce para una mujer como aquella.
― ¡Pedro Alfonso, diablo del demonio, que sorpresa! No es tu día de compras ― abrió los ojos y sonrió ―. ¿No me digas que la maldita de Victoria y tu pícaro padre han regresado ya de su viaje? Apenas han pasado unas semanas ―Pedro abrió la boca para contestar pero Livy se giró hacia los niños ―. Pero mira que tenemos aquí, hola Catalina, y Guillermo ― Entonces llegó a ella y la miró una vez. Dos veces ―. Esa mirada… ― alzó la mano y se colocó los lentes para verla más de cerca ― ¡Pero si es la pequeña P!
Paula sonrió.
― Un placer volver a verla, señora Blanchet.
― Niña, ahora ya tienes edad para tutearme. Llámame Livy ― después chaqueó la lengua y sonrió ―. Que me aspen, niña, pero es un placer tenerte aquí.
― Claro, yo también me alegro de estar de regreso en casa.
― Y mejor ahora. Tu madre no se ha estado sintiendo muy bien, la he visto muy decaída.
Aquello sí que llamó la atención de Pau. Maldita Paloma que no le decía nada.
― ¿En serio?
― Sí, aunque creo que es más la edad ― agregó burlonamente.
― Si, podría ser.
Miró a Cata, de la mano de Pedro y sonrió.
― La pequeña Catalina se parece tanto a ti. Siempre se lo he dicho a Paloma. Tiene esa misma mirada de querer aprender todo.
― Sí, eso he notado. Supongo que a Paloma no la de gustar que su única hija sea una nerd.
El comentario solo hizo reír a Cata y a ella. Ni Pedro ni la señora B… Livy, dijeron nada.
― Pues me alegro malditamente demasiado que estés en casa, niña. Y ahora a menos de dos semanas de Acción de Gracias, sé que todos estarán felices. Me daré una vuelta un día de estos. Salúdame a Penelope y a Pascual.
Paula se quedó helada.
― ¿Qué día es hoy? ― preguntó a Pedro al ver que Livy se iba.
― Domingo.
― No me refiero al día de la semana, sino a la fecha.
Pedro se la dio y Paula se congeló Aun más.
― ¿Te digo el año también? ― contestó Pedro, alegre de poder tomarle el pelo, pero la risa se esfumó al ver su rostro ― ¿Pau?
― ¡Oh, mier… ― la mirada interesante de Cata le hizo cambiar la palabra ―, cielos! Tenemos que llegar a la casa, rápido.
CAPITULO 8
Catalina le dio un beso en la mejilla a su “tío Pedro”, y él le dio otro más fuerte y sonoro. Esa mañana se había ido temprano para abrir junto con Erik, pero el mensaje de su madre en la oficina recordándole de sus rosas lo hizo regresar a la casa y arreglar las cosas de las que había hecho nota mentalmente. Las lógicas, porque después había soñado unas cosas confusas y mezcladas. Lo único que recordaba perfectamente era de haber soñado con la cena de Navidad en que había besado a Paula por primera vez.
Vaya sueño.
Después de las plantas se había puesto a componer los escalones que tronaban cada vez que ponían un pie sobre él. Se había cambiado y ahora vestía unos vaqueros de mezclilla viejos y raídos, y una sudadera
― Mi mamá tiene una comida importante con papá, así que la tía Pauly me está cuidando.
― Ya veo. Buenos días Pau.
Paula había llegado a ellos, después de pensarse si lo mejor era gritarle a Cata, pero al final, había decido ir.
― Buen día, Pedro.
― Se te ve bien con lentes.
Pau arqueó una ceja.
― No los uso por moda, sino porque sin ellos soy más ciega que un topo.
Y gracias a los lentes podía ver que se veía malditamente bien enfundado en esa ropa deportiva que llevaba. Advirtió que le sonreía a Cata de un modo que no había conocido. Su barbilla partida se contraía con sus gestos. Aquel era un rasgo de Pedro que siempre le había gustado, incluso, una noche, había podido tocar. Mucho tiempo atrás.
― No es cierto tía ― dijo Cata trayéndola de regreso ―, cuando te estabas bañando esta mañana no estabas ciega ― agregó Cata, con toda la honestidad del mundo.
¿Por qué lo niños tenían que ser tan honestos? , pensó Paula. Y más Aun, impertinentes.
― ¿Así que tu tía se estaba bañando? ― preguntó Pedro, siguiéndole la corriente a Cata, pero la sonrisa desapareció detrás de un carraspeo al ver la mirada de Paula.
― Sí, canta chistoso ― Pedro volvió a dejar a su chica en el suelo poniéndole atención ― Mamá igual canta, pero le entiendo. En cambio la tía Pauly cantaba en otro idioma. Además la tía Pauly y mamá tienen caídos los…
Paula llegó hasta su sobrina con la bocota más grande del estado y le colocó la mano sobre ella.
― Basta cariño, no creo que al tío Pedro le interese saber eso ―. Mientras el maldito de Pedro estaba riéndose de ellas. Claro, él no era el que había sido visto desnudo por una niña que al parecer quería compartir todo con el mundo. Cuando Cata entendió que no tenía que decir nada más, la soltó y miró hacia él ― ¿Tío Pedro?
― Son lo más parecido a sobrinos que podría tener. Siento que casi la conozco desde que estaba en el vientre. ¿Sucede algo?
Ella negó y sonrió. Ella no conocía a Cata desde que estaba en el vientre. La había visto ya nacida, como con Ariana, pero se había perdidos esos momentos familiares, que en cambio Pedro sí había disfrutado. Sí, merecía ser llamado tío.
Sacudió la cabeza y lo miró.
― ¿No tienes que ir a abrir tu restaurante?
― No, para eso están Erik y su esposa Jesy. ¿Te acuerdas de ellos?
― No lo creo.
― Claro que sí, son de la generación de Pablo y mía.
Así fueran de su propia generación. Hasta el instituto Paula no recordaba a muchos de sus compañeros, y estaba segura que ellos desde luego la habían olvidado. Por lo tanto, dudaba conocer a los amigos de Pablo, Paloma o Patricio.
― No, Pedro, si los conociera, me acordaría.
― Ok, bueno, si te pasas por el restaurante…
Paula dio un paso hacia atrás, y tomó a Cata de la mano.
― Lo siento, tenemos que ir a comprar.
― Vamos al Supermercado ― agregó Cata, nuevamente en su horario de noticias de la tarde ― Tía Pauly se acaba de levantar y quiere desayunar cereal.
Paula sintió que sus mejillas se enrojecían, y le dio unas palmaditas en el cabello de su sobrina.
― Eso tampoco creo que le interese al tío Pedro, cariño ― y después lo miró a él, ya sin sonrisa ―. Y nunca me levanto tan tarde, sólo estaba cansada por el viaje.
― Tranquila Pau. Permítame acompañarlas. Solo me cambio…
― No es necesario. Iremos rápido y…
― Insisto ― agregó a tono de no discusión.
Cata tomó la decisión y se soltó de Paula y fue hacia Pedro.
― Vamos tío, así te contaré lo que tengo planeado hacer para mi cumpleaños.
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