Natalia Trujillo
jueves, 22 de diciembre de 2016
CAPITULO 66
― Adelante.
Pedro estaba frente a su ventana, observando un punto distante. Esperó a que alguien hablara, pero no oyó a nadie, así que se dio la vuelta y fue una sorpresa encontrarse con Paloma apoyada sobre el marco, con una mano en la espalda.
— ¿Y ahora qué quieres tú?— preguntó Pedro.
— Yo también me alegro de verte, Pedrito — contestó con una sonrisa actuada, para luego enseñar lo que escondía detrás de su cuerpo. Un Sam Bats apareció frente a sus ojos, con un moño rojo en la base. Pedro no estaba seguro de si reír o temblar —. Te traje un regalo.
— ¿Es en serio?
Paloma cerró la puerta detrás de sí. Luego, caminó lentamente hacia Pedro, jugando con el bate, como si estuviera tazando su peso en sus manos como una pandillera.
— Aunque me gustaría acabártelo en la cabeza, no creo que a Pau le haga mucha gracia. Prometimos no tocarte ― y para reafirmar su declaración, dejó el bate sobre el escritorio —. Es un regalo, idiota. Mamá me contó lo de tu trabajo en Nueva York. Así que, ¿cuándo te marchas?
Pedro tardó unos segundos en responder. Al principio no había tenido ni la más mínima idea de lo que estaba hablando Paloma. Entonces recordó la “pequeña” mentira.
— Oh, sobre eso. No resultó. No me voy a Nueva York.
Pedro no vio en que momento Paloma se acercó a su mesa y chocó sus manos contra la madera.
— ¿Me puedes explicar entonces que rayos estás haciendo todavía aquí cuando deberías de estar en España con mi hermana?
Decirle que él también se preguntaba lo mismo era darle más vuelo a Paloma.
— Paloma, sólo vas a gastar saliva.
— O me dejas hablar o te juro que te acabo ese bate en la cabeza. Y me vale un pepino lo que le prometió Pablo a Paula.
— Según Pablo prometieron no matarme, así que un par de magullones no rompe la promesa.
— No me tientes, Pedro — dijo Paloma. Entonces recapacitó en sus últimas palabras de Pedro ―. Espera… ¿entonces Pablito ya estuvo por acá? ¿Ya te hizo recapacitar?
Pedro no contestó.
— Eres un maldito… No, es que no hay palabras para describirte, Pedro Alfonso. Tú entre todos los malditos hombres que conozco, eres unos de los pocos que considero rescatable. Eres un hombre decente, amable, te gustan los niños, amas a tu familia, y bueno, pensé que tenías cerebro aparte de pelotas... pero me has demostrado ser el idiota más grande del mundo — —. No, del universo. — Por dios Pedro. La quieres, ella te quiere, ¿qué está mal contigo? ¿Por qué tu cerebro no funciona como los demás?
― ¿Puedo contestar?
Paloma alzó el dedo índice.
― No, aun no acabo. ¡Tú! ― Lo señaló con la misma convicción con la un abogado acusaría en el estrado a un testigo ―, tú Pedro. Yo te tenía en otro concepto, en el mejor del mundo. Pero ahora eso ha cambiado. Y me gustaría decirte que puedo separar el hecho de que sea de mi hermana, de mi pequeña hermana de quien estamos hablando. Poder decirte que estas desperdiciando tu vida, pero no soy así de buena. Es por Pau, Pedro, que estoy aquí. Quiero que ella sea feliz, que tenga la misma felicidad que yo he encontrado, que Pablo, mis padres… tus padres
y varias personas han encontrado. Y para bien o para mal, esa felicidad está contigo. Sabes, ahora que Paula estuvo acá, le hable acerca de mi matrimonio. No puedes encontrar a dos personas tan disparejas como Guillermo y yo. ― a pesar de su enfado, se tragó la carcajada debido a la mirada de Pedro ―. ¿Qué? ¿Crees que porque es mi marido no que si lo mando a competir para Míster World se queda en la última posición? Pero hay algo que lo hace especial para mí ― se acercó al escritorio, colocó las manos sobre él y se inclinó hacia Pedro ―. Lo amo. Lo amo… incluso cuando se queda dormido con el televisor prendido. Lo amo aun cuando se come el último pedazo de pastel o se pasa viendo partidos los domingos o manda a hacer las cosas que le he pedido que haga él mismo. A pesar de todo esto, lo amo. ¿Y sabes por qué? — Pedro volvió la mirada y vio en Paloma una mirada de completa felicidad —. Porque la vida así es. Porque yo no soy perfecta. Porque nada es perfecto, pero aun entre estas imperfecciones, los dos juntos somos imperfectamente perfectos el uno para el otro.
— ¿Terminaste?
— Sí. Ya me siento mejor ― soltó una gran bocanada de aire y dejó que la adrenalina fluyera por su cuerpo. Se retiró del escritorio y caminó hacia la puerta ―. Bueno, te dejo.
— ¿No vas a escuchar lo que tengo que decir?
Paloma ya estaba del otro lado del umbral, con la mano en el cerrojo.
— A menos que digas que vas a ir a España a buscar a mí hermanita, no me interesa.
Y se marchó dejando a Pedro sumido en sus propios pensamientos.
CAPITULO 65
— ¡Papi!
Una estala pasó volando hacia Elias, chocando contra sus piernas. Sonrió y alzó a su hija, colocándola entre sus brazos.
— Carla, ¿qué haces aquí?
Su hija sólo sonrió y señaló hacia donde su madre, quien venía entrando en la habitación.
Tamara amaba a Elias con toda su alma. Además, le había dado una hija maravillosa. Pero por mucho que lo amase, estaba muy cabreada por lo que le había hecho a Paula.
— Te toca cuidarla, ¿recuerdas?― dijo con cierta actitud borde ―. Te dije que los viernes serian día de “Papi cuida a nena hasta que mamá lo perdone por ser un reverendo i-d-i-o-t-a” ― deletreó cada letra con énfasis.
— Cierto. Pero siempre esperas a que llegue a la casa ― se iba a cercar a darle un beso a su mujer pero cuando vio que Tamara alzaba una ceja y se cruzaba de brazos, se detuvo. La guerra no había terminado, pensó con acritud. Suspirando cargó a su hija y la miró ―. Así que repito, ¿qué te trae por aquí?
Tamara agitó su cabellera negra y estiró la mano hacia la hoja de observación, fingiendo prestar atención al registro.
Sabía de memoria las fechas programadas para los próximos seis meses. Después de todo, ella se encargaba de mantenimiento de uno de los telescopios más grandes del mundo. Así había conocido a Elias en Puerto Rico. Ella estaba haciendo una estancia para un posgrado en instrumentación astronómica mientras que Elias y Pau lo estaban haciendo en astrofísica. Había sido amor a primera vista. Por eso odiaba estar enojada con él. Pero no podía dejar las cosas pasar tan fácilmente. Sobre todo cuando Elias le contó todo, a insistencia suya, y le reveló que había dejado creer al tal Pedro, que él cuidaría de Pau, pero no de una forma fraternal.
Tamara le había dado un buen golpe en el pecho a Elias por aquello.
— Tratar de enmendar tu e-s-t-ú-p-i-d-a metedura de pata ―. Deletrear palabras se había convertido en un reto. Al menos sabía que si llegara a participar en un concurso de deletreo saldría ganadora. Porque decir palabrotas frente a su hija estaba fuera de toda regla. Se giró y miró hacia el
escritorio de Paula ―. Vengo por Pau. Había quedado con ella para salir.
Carla decidió que era tiempo de que su padre le dedicara atención.
— Papi, papi, mila ― extendió una hoja de papel frente a él ―. Es mi libujo.
Elias admiró un manchón de colores verdes, naranjas y amarillos con tintes rojos. Buscó ayuda en su mujer para que le diera una idea de que era lo que su hija de cuatro años había dibujado pero Tamara lo ignoró.
— Yo... es hermoso cariño. Eres toda una artista.
Ella admiró el cuadro unos segundos. Padre e hija bañados por la luz del atardecer, ambos con una sonrisa contagiosa. Quería unirse a ellos, pero antes... Elias tenía que penar un poco más.
— ¿Dónde está Pau?
— La verdad es que... no sé. Yo...
— ¡¿Perdiste a Paula de vista?! – gritó. Y muy fuerte. Tanto que su hija se encogió de hombros al oírla. Corrió hacia ella y la tranquilizó acariciando su cabellera rubia ―. Perdón cariño. Mami está un poco alterada ― luego miró al padre, y si las miradas matasen, pensó Elias, él ya estaría tres metros bajo tierra ―. Elias, te pedí una cosa. Sólo una. No perder a Paula de vista.
Sabía que estaba exagerando, pero así como Pau había estado presente en el nacimiento de su hija, ella había compartido uno de los peores momentos de Pau. Ella había sido también testigo de lo mucho que había sufrido a costa de aquel hombre y precisamente por eso, deseaba mantener a Paula vigilada.
— Calma Tamy, seguro está dando una ronda. No puedo estar encima de ella todo el día – y aunque pudiera, la forma de volver a ganar la confianza entera de su amiga, era dejarla vivir.
Aunque eso cabreara a su mujer.
— Elias, te juro que si algo le pasa a Paula yo misma te dejare sin p-e-l-o-t-a-s, a pesar de lo mucho que me hacen feliz
— Tamara, por favor, no hables así – rogó Elias, arrepentido por enésima vez ―. Sé que la cag ― la mirada asesina de Tamara le hizo alzar los ojos al cielo y volver a cambiar sus palabras. ―... c-a-gu- e. Y estoy remediándolo. Te lo juro.
Tamar abrió la boca pero se calló al ver entrar a Stefana en la habitación.
— ¿Elias, sabes que rayos hace...? ― Vio a Tamara y sonrió ― Oh, hola Tamara. Pensé que te tocaba guardia hasta la proxima semana ― se acercó a Elias, para darle una caricia en la mejilla a Carla ―. Hola pequeña muñeca, ¿qué estás haciendo acá? ¿Vienes a destruir otro de los cuadernos de papá? ― preguntó echándose a reír y Carla la siguió.
Elias puso los ojos en blanco. Aquello no había sido para nada divertido. Dos meses de investigación se habían perdido gracias al arte de su hija.
— No me toca guardia, Stef. Vine por Paula ― contestó Tamara mientras Stefana le daba un beso en la mejilla como saludo.
— Ah cierto. Venía a preguntar si alguien sabe que rayos hace Paula en la playa.
El corazón de Tamara comenzó a acelerar como si estuviera corriendo un maratón. Miró a Elias y vio la misma expresión en su rostro.
Miedo.
— ¿Está en la playa? ― preguntó Elias lentamente.
— Sí, estaba sentada cerca de la orilla. La vi mientras venía subiendo ― Stefana era ajena a los rostros de la pareja, ya que la pequeña la tenía monopolizada ―. Le grité pero no me oyó. Lo que fuera que estaba haciendo, la tenía muy entretenida.
Elias salió pitando de la oficina con Carla en brazos Tamara pisándole los talones. Stefana los miró confundida y los siguió por simple curiosidad. Desde el observatorio se tenía una buena vista panorámica de la playa, gracias a su altitud.
Pero tenían que salir del lugar. En el camino Elias chocó contra Rav y se acordó de que su amigo tenía unos binoculares que utilizaba para espiar a las turistas.
— Rav, préstame tus binoculares.
Por la mirada que Elias tenía, Rav actúo sin rechistar. No le dio tiempo ni de saludar a los demás. Fue a por los binoculares y regresó con ellos, tendiéndoselos a Elias.
― Cariño, quédate con Rav ― le pidió a su hija y salió del lugar, aclimatado artificialmente para recibir de golpe el cabio de temperatura y el viento golpeando su rostro. Tamara lo seguía fielmente y se quedó a su lado cuando él empezó a buscar a Paula con los lentes. El sol estaba ocultándose, dejando una hermosa acuarela de Monet en tonos violetas y nacarados en el cielo. El mar se empezaba tornar más oscuro. Y la arena a adquirir un tono brillante. Y en medio de todos estos elementos, se hallaba Paula. Su pelo estaba suelto y el aire lo llevaba de un lado a otro. Pero a ella no parecía importarle. Sonrió. Stefana tenía razón. Estaba muy entretenida.
La calma del momento se alteró cuando Tamara le arrebató los lentes y los enfocó al mismo lugar donde él la había observado. Una mano se lazó instintivamente buscando la de Elias hasta encontrarla y entrelazarla. Él le devolvió el gesto y Tamara se sintió más calmada. Paula estaba sentada de espaldas a ellos y parecía ajena al tiempo y a todo lo demás. ¿Y si estaba llorando?
— ¿Voy por ella? — “Se podría tirar al mar si no la vemos”.
No lo dijo, pero sabía que Elias había leído entre líneas. Odiaba pensar lo peor de su amiga, pero era mejor estar preparada. Bajó los binoculares y miró a Elias. Y para su sorpresa lo encontró sonriendo. Él sacudió su cabeza y se
acercó hacia ella, pasándole un brazo sobre los hombros.
— No, creo que está bien — volvió la mirada hacia un punto en la lejanía, donde sabía estaba Paula. Sentada, escribiendo —. Sí, ahora está bien.
CAPITULO 64
Y al otro lado del mundo...
―Pedro, te busca Pablo.
Carrie abrió la puerta y dejo entrar al gran P a la oficina antes de esperar una respuesta de su jefe. Sentado en su lugar, Pedro observo como Palo Chaves parecía ocupar toda la estancia de su oficina. Pablo no dijo nada, esperando a que Carrie desapareciera, cerrando la puerta.
Pedro cerró el libro de cuentas que tenía extendido frente a él.
― ¿Vienes a darme una paliza? ― Pablo no contestó ―. No te preocupes, no me apondré.
Pablo camino hasta la silla frente a Pedro y se sentó, colocando un brazo sobre el respaldo de la silla.
― Bueno, contando que sólo le prometí a Paula que te dejaría vivo, puede que sí. Sin matarte claro.
Pedro suspiró.
― ¿Entonces que será, el bate o los puños?
― Le dejaré el bate a Paloma, lo sabe usar mejor que yo.
“Y vaya que lo sabe utilizar”, pensó Pedro.
Llevaba una semana en San Francisco, viviendo en su bar.
Regresar a casa había significado algunos cambios, como mudarse de casa de sus padres. Algo que ciertamente tendría que haber hecho mucho tiempo atrás. La mudanza fue rápida y en el lapso de los días de traslado, había evitado ver a cualquier miembro de la familia Chaves.
Aun así la visita de Pablo no era inesperada. Sin embargo, por mucho tiempo que tuviera para preparar el enfrentamiento, jamás estaría preparado. Así que, si Pablo quería retozarle el cuello, ¿quién era él para evitarlo?
― Vamos Pedro, ¿qué rayos pasó? — alzó la mano y lo señaló —. Hay que verte para saber que la estás pasando mal. Y aunque odio meterme en la vida sentimental de mi hermana, y me pregunto cómo rayos puede ser posible, Pau te quiere. Así que, ¿por qué no recoges tu horrible trasero y vas por ella?
― No puedo.
― ¡¿No puedes?! – gritó Pablo muy enfadado – ¿Cómo que no puedes?... ¿O será que no quieres?
Claro que quería. No había otra cosa que quisiera en el mundo que dejar todo y largarse por ella. Desde que se había marchado, desde aquel día en la playa, no quería otra cosa que estar con Paula, seguir con ella. Pero no podía.
Ya le había hecho demasiado mal a Pau.
― No puedo, Pablo― volvió a repetir Pedro.
Pablo empuñó las manos. Luego las abrió para hacer circular la sangre para volver a cerrarlas.
― Sólo porque te conozco de toda la vida, no te reviento la cara Pedro. Porque sé que tu jamás tomarías a Paula por una aventura de vacaciones, o te juro que...
― Me gustaría decirte que si, y que así me pegues, y tener algo en que ocuparme. Pero no puedo mentirte en ello. Amo a Paula pero… ― bajó la cabeza y apretó su puño derecho ―... pero ya le hecho mucho daño Pablito. No pudo decirte más. Sólo que Pau se merece algo mejor.
― ¿Algo mejor? ¿Algo como qué? ―Pedro desvió la mirada y el instinto masculino le dio la respuesta a Pablo ―. ¿Te refieres al rubio que vino a verla?
La mandíbula de Pedro se tensó. Elias.
Sí, se refiera a Elias. Al perfecto Elias. Al hombre que no le haría daño a Pau de la manera en la que Pedro le había hecho. Un hombre que compartía muchas cosas con su Pau, y sobre todo, un hombre que no le haría sacrificar su carrera por algo tan insignificante como él.
― Puede ser ― contestó al final Pedro.
― Eres un verdadero idiota, Pedro. Si te hubieras fijado como es la relación entre ellos no estarías pensando esto. Son casi como... ― alzó las manos buscando la palabra adecuada ―, no sé, como ella con nosotros. Como hermanos. Sabes a qué me refiero.
Pedro no estaba con ánimos de oír acerca de la relación de su Pau con otro hombre, mucho menos si ese hombre era Elias. La había dejado ir. Quería que fuera feliz, pero por ahora no tenía el valor de seguir oyendo algo más.
― Pablito, te lo agradezco. Pero he tomado una decisión.
― Por dios, es como hablar con la pared ― masculló Pablo con voz tensa. Se acercó la puerta y miró a Pedro antes de marcharse ―. Sabes, siempre te vi como un hermano ― su voz tenía una nota de tristeza mezclada con... decepción―, y siempre te he admirado porque a pesar de todos los
obstáculos a los que te has enfrentado, has salido a delante. Y es por eso que me cuesta creer que hoy solo veo a un hombre cobarde frente a mí.
Salió sin esperar una respuesta.
Pedro lo agradeció. No tenía ninguna.
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