Natalia Trujillo
jueves, 22 de diciembre de 2016
CAPITULO 65
— ¡Papi!
Una estala pasó volando hacia Elias, chocando contra sus piernas. Sonrió y alzó a su hija, colocándola entre sus brazos.
— Carla, ¿qué haces aquí?
Su hija sólo sonrió y señaló hacia donde su madre, quien venía entrando en la habitación.
Tamara amaba a Elias con toda su alma. Además, le había dado una hija maravillosa. Pero por mucho que lo amase, estaba muy cabreada por lo que le había hecho a Paula.
— Te toca cuidarla, ¿recuerdas?― dijo con cierta actitud borde ―. Te dije que los viernes serian día de “Papi cuida a nena hasta que mamá lo perdone por ser un reverendo i-d-i-o-t-a” ― deletreó cada letra con énfasis.
— Cierto. Pero siempre esperas a que llegue a la casa ― se iba a cercar a darle un beso a su mujer pero cuando vio que Tamara alzaba una ceja y se cruzaba de brazos, se detuvo. La guerra no había terminado, pensó con acritud. Suspirando cargó a su hija y la miró ―. Así que repito, ¿qué te trae por aquí?
Tamara agitó su cabellera negra y estiró la mano hacia la hoja de observación, fingiendo prestar atención al registro.
Sabía de memoria las fechas programadas para los próximos seis meses. Después de todo, ella se encargaba de mantenimiento de uno de los telescopios más grandes del mundo. Así había conocido a Elias en Puerto Rico. Ella estaba haciendo una estancia para un posgrado en instrumentación astronómica mientras que Elias y Pau lo estaban haciendo en astrofísica. Había sido amor a primera vista. Por eso odiaba estar enojada con él. Pero no podía dejar las cosas pasar tan fácilmente. Sobre todo cuando Elias le contó todo, a insistencia suya, y le reveló que había dejado creer al tal Pedro, que él cuidaría de Pau, pero no de una forma fraternal.
Tamara le había dado un buen golpe en el pecho a Elias por aquello.
— Tratar de enmendar tu e-s-t-ú-p-i-d-a metedura de pata ―. Deletrear palabras se había convertido en un reto. Al menos sabía que si llegara a participar en un concurso de deletreo saldría ganadora. Porque decir palabrotas frente a su hija estaba fuera de toda regla. Se giró y miró hacia el
escritorio de Paula ―. Vengo por Pau. Había quedado con ella para salir.
Carla decidió que era tiempo de que su padre le dedicara atención.
— Papi, papi, mila ― extendió una hoja de papel frente a él ―. Es mi libujo.
Elias admiró un manchón de colores verdes, naranjas y amarillos con tintes rojos. Buscó ayuda en su mujer para que le diera una idea de que era lo que su hija de cuatro años había dibujado pero Tamara lo ignoró.
— Yo... es hermoso cariño. Eres toda una artista.
Ella admiró el cuadro unos segundos. Padre e hija bañados por la luz del atardecer, ambos con una sonrisa contagiosa. Quería unirse a ellos, pero antes... Elias tenía que penar un poco más.
— ¿Dónde está Pau?
— La verdad es que... no sé. Yo...
— ¡¿Perdiste a Paula de vista?! – gritó. Y muy fuerte. Tanto que su hija se encogió de hombros al oírla. Corrió hacia ella y la tranquilizó acariciando su cabellera rubia ―. Perdón cariño. Mami está un poco alterada ― luego miró al padre, y si las miradas matasen, pensó Elias, él ya estaría tres metros bajo tierra ―. Elias, te pedí una cosa. Sólo una. No perder a Paula de vista.
Sabía que estaba exagerando, pero así como Pau había estado presente en el nacimiento de su hija, ella había compartido uno de los peores momentos de Pau. Ella había sido también testigo de lo mucho que había sufrido a costa de aquel hombre y precisamente por eso, deseaba mantener a Paula vigilada.
— Calma Tamy, seguro está dando una ronda. No puedo estar encima de ella todo el día – y aunque pudiera, la forma de volver a ganar la confianza entera de su amiga, era dejarla vivir.
Aunque eso cabreara a su mujer.
— Elias, te juro que si algo le pasa a Paula yo misma te dejare sin p-e-l-o-t-a-s, a pesar de lo mucho que me hacen feliz
— Tamara, por favor, no hables así – rogó Elias, arrepentido por enésima vez ―. Sé que la cag ― la mirada asesina de Tamara le hizo alzar los ojos al cielo y volver a cambiar sus palabras. ―... c-a-gu- e. Y estoy remediándolo. Te lo juro.
Tamar abrió la boca pero se calló al ver entrar a Stefana en la habitación.
— ¿Elias, sabes que rayos hace...? ― Vio a Tamara y sonrió ― Oh, hola Tamara. Pensé que te tocaba guardia hasta la proxima semana ― se acercó a Elias, para darle una caricia en la mejilla a Carla ―. Hola pequeña muñeca, ¿qué estás haciendo acá? ¿Vienes a destruir otro de los cuadernos de papá? ― preguntó echándose a reír y Carla la siguió.
Elias puso los ojos en blanco. Aquello no había sido para nada divertido. Dos meses de investigación se habían perdido gracias al arte de su hija.
— No me toca guardia, Stef. Vine por Paula ― contestó Tamara mientras Stefana le daba un beso en la mejilla como saludo.
— Ah cierto. Venía a preguntar si alguien sabe que rayos hace Paula en la playa.
El corazón de Tamara comenzó a acelerar como si estuviera corriendo un maratón. Miró a Elias y vio la misma expresión en su rostro.
Miedo.
— ¿Está en la playa? ― preguntó Elias lentamente.
— Sí, estaba sentada cerca de la orilla. La vi mientras venía subiendo ― Stefana era ajena a los rostros de la pareja, ya que la pequeña la tenía monopolizada ―. Le grité pero no me oyó. Lo que fuera que estaba haciendo, la tenía muy entretenida.
Elias salió pitando de la oficina con Carla en brazos Tamara pisándole los talones. Stefana los miró confundida y los siguió por simple curiosidad. Desde el observatorio se tenía una buena vista panorámica de la playa, gracias a su altitud.
Pero tenían que salir del lugar. En el camino Elias chocó contra Rav y se acordó de que su amigo tenía unos binoculares que utilizaba para espiar a las turistas.
— Rav, préstame tus binoculares.
Por la mirada que Elias tenía, Rav actúo sin rechistar. No le dio tiempo ni de saludar a los demás. Fue a por los binoculares y regresó con ellos, tendiéndoselos a Elias.
― Cariño, quédate con Rav ― le pidió a su hija y salió del lugar, aclimatado artificialmente para recibir de golpe el cabio de temperatura y el viento golpeando su rostro. Tamara lo seguía fielmente y se quedó a su lado cuando él empezó a buscar a Paula con los lentes. El sol estaba ocultándose, dejando una hermosa acuarela de Monet en tonos violetas y nacarados en el cielo. El mar se empezaba tornar más oscuro. Y la arena a adquirir un tono brillante. Y en medio de todos estos elementos, se hallaba Paula. Su pelo estaba suelto y el aire lo llevaba de un lado a otro. Pero a ella no parecía importarle. Sonrió. Stefana tenía razón. Estaba muy entretenida.
La calma del momento se alteró cuando Tamara le arrebató los lentes y los enfocó al mismo lugar donde él la había observado. Una mano se lazó instintivamente buscando la de Elias hasta encontrarla y entrelazarla. Él le devolvió el gesto y Tamara se sintió más calmada. Paula estaba sentada de espaldas a ellos y parecía ajena al tiempo y a todo lo demás. ¿Y si estaba llorando?
— ¿Voy por ella? — “Se podría tirar al mar si no la vemos”.
No lo dijo, pero sabía que Elias había leído entre líneas. Odiaba pensar lo peor de su amiga, pero era mejor estar preparada. Bajó los binoculares y miró a Elias. Y para su sorpresa lo encontró sonriendo. Él sacudió su cabeza y se
acercó hacia ella, pasándole un brazo sobre los hombros.
— No, creo que está bien — volvió la mirada hacia un punto en la lejanía, donde sabía estaba Paula. Sentada, escribiendo —. Sí, ahora está bien.
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