Natalia Trujillo
domingo, 11 de diciembre de 2016
CAPITULO 29
Era noche de gracias. Y su padre había dado la mejor parte del discurso. Perdonar. Seguir adelante. Hacer las paces.
Por primera vez en la noche le sonrió con toda sinceridad a Pedro, asombrada de lo bien que se sentía desprenderse de esa tensión que había cargado ya por mucho tiempo, como si hubiera dejado caer una pesada capa de terciopelo y pudiera caminar más ligera.
― Sólo si pagas por ella.
Pedro tardó unos segundos en reaccionar. ¿Le había sonreído? Vaya, en verdad le había sonreído, a él. Animado por la reacción de Pau, se acercó sólo un milímetro, pero era un milímetro más cerca de ella y susurró, como si de un negocio turbio se tratase.
― Claro, no esperaba más. ¿Tu nombre en la carta será suficiente?
― Creo que una cena en el restaurante sería mejor, hijo ― Penelope tomó un sorbo de su copa y sonrió, feliz de ver a los jóvenes platicar. Parecería que no estaba en nada, oh, pero ella estaba en todo —. Paula se perdió la velada la otra noche — comentó como si aquello justificase su sugerencia.
Cuando la cabeza de Paula no estuvo flanqueándola, le guiñó a Pedro, y el muchacho, como buen hijo de Victoria, captó al segundo.
― Claro que sí, Penelope, tienes toda la razón ― se dirigió entonces a Paula —. Podrías incluso ayudar a Jesy con la preparación y darle consejos. Ahora está pasando por su faceta de chef oriental.
Al ver que era una batalla perdida, Paula suspiró hondamente y miró a Pedro.
― Será un placer.
Su padre entonces entró en la conversación, y hablaron muy animadamente de las vacaciones de sus padres, de las playas del Caribe, de los lugares en lo que Pau había estado, y de su trabajo.
Paula se sorprendió al ver que Pedro parecía atento a su plática, y más Aun que le hiciera preguntas interesantes. Para alguien que no tenía idea cómo localizar Venus a mediodía, Pedro resultaba ser un alumno interesante. Vio a alguien levantarse de la mesa, pero no fue hasta que su
padre le tocó el hombro que comprendió que había sido él y que había sido por que el teléfono había sonado.
― Pau, tienes una llamada.
Se disculpó y se levantó del asiento y fue a tomar la llamada en la cocina, lejos del bullicio de la mesa principal.
― ¿Diga?
― Hola preciosa.
― ¡Elias! ― La voz de su mejor amigo se oía viva, fresca, lo que hizo a Paula realizar un breve cálculo y saber que eran las seis y algo de la madrugada del día siguiente en La Palma. La hora a la que Elias se iba siempre a correr por la playa.
― El mismo que conoces. ¿Cómo va todo por ahí?
Paula asomó la cabeza hacia la mesa y suspiró, saciada de emociones. Los niños comían con las manos a pesar de las quejas de los padres, y los padres insistían en acabarse las ensaladas si querían postres a pesar que sabían que los niños jamás la comerían.
― Ahora mismo estamos en medio de la cena. Espera… ― Extendió el teléfono hacia la mesa, y lo dejó al aire unos segundos, para que oyera lo mismo que ella: la vida familiar. Contó hasta ocho y se lo volvió a colocar en su oído ― ¿Escuchaste eso?
― Si y Dios, agradezco que sea ateo. Las comidas así sólo provocan que suba de peso, y que gaste dinero que no tengo.
Paula colocó una mano sobre su cintura formando un ángulo de noventa grados en su codo.
― Serás tacaño. Tienes un salario igual al mío, y la verdad, no nos va tan mal.
― ¿Estás segura que nos pagan lo mismo? A mí no me da para nada.
Paula sonrió.
― Eso es porque tú tienes una… ― Se calló al ver entrar a Pedro a la cocina con algo en la mano. Tapó el auricular y lo miró ― ¿Buscabas algo?
― ¿Quieren saber si hay más salsa? La primera ronda se ha acabado.
Paula asintió y le señaló con el instrumento hacia la olla de aluminio que estaba sobre la estufa.
― Sí, en aquella cazuela de allá. Hice más porque sabía que Benja estaría aquí.
― Lo conoces bien, .eh?
― Mejor que él mismo ― se quedó meditando esa afirmación y agregó ―. Lo cual no sé si es bueno. Conocerlo tanto ― hizo un gesto que hizo sonreír a ambos ―. Pobre de la mujer que cargue con él.
― Y con su estómago ― Pedro agregó.
Se soltaron a reír. El estómago de Patricio era por todos conocidos. Él decía que para llegar a su corazón, primero había que llegar a su estómago.
La mirada de Pedro barrió sutilmente el cuerpo de Paula. La blusa había resultado ser un vestido que le llegaba a las rodillas y tenía una caída libre que marcaba toda su atención en sus piernas. Se veía hermosa esa noche. Pero se veía más que hermosa, radiante de felicidad. Algo había pasado y quería saber qué. Reparó entonces en el teléfono en su mano y lo apuntó.
― ¿Ya terminaste? ― refiriéndose a la llamada.
― ¡Oh cielos, no! ― se colocó el auricular en su lugar y habló ―, ¿Elias? Oh sí, espera… ― Le dio una sonrisita a Pedro ―. Por favor, llévalo a la mesa, yo voy enseguida.
Sin tener una excusa más para estar a su lado, Pedro asintió y salió de la cocina, mientras que la mirada de Paula lo seguía hasta que discretamente lo vio sentarse en la mesa.
Entonces regresó toda su atención a la llamada.
― ¿Elias? ¿Elias? ¿Sigues ahí?
― Hacía tanto tiempo que no te oía reír así.
Fue un temblor superficial, pero su cuerpo lo experimentó. Trató de sonar alegre, pero falló.
― No soy una seca. Siempre me río.
― No de esa forma. No desde hace muchos años. Extrañaba esas sonrisas. ¿Con quién hablabas?
― Papá, estoy bien, no te preocupes.
― No me hace gracia Pau.
― Ni a mí que me estés tratando de controlar ― suspiró cansada y le soltó la bomba ―. Era Pedro.
Oyó el ruido de algo, no supo que, y entendió que Elias se había detenido por completo.
― ¿Está en tu casa?
No había que ser adivina para saber a quién se estaba refiriendo.
― Lo invitaron para Acción de Gracias. ¿Qué querías que hiciera?
― No lo sé, ¿qué tal tomar el próximo avión de regreso a casa? ― Su tono de obviedad provocó un escozor en el temperamento de Paula.
― Estoy en casa.
― Pau, no quiero que salgas herida, corazón.
Y eso era lo malo de todo aquello. Que Elias la conocía demasiado bien. Sabía toda su historia, la había ayudado a salir a adelante y por eso, comprendía su insistencia en sacarla de ahí.
Pero entonces recordó la plática con Pedro y decidió que no lo dejaría tomar más decisiones por ella.
― Hablamos.
― ¿En serio? ― el sarcasmo en su voz molestó a ambas partes.
― Bueno, él hablo. Creo que entendí muchas cosas, aunque ya las sabía, pero me alegra que él las tocara. No puedo vivir con ese viejo dolor por siempre, Elias, tengo que seguir a adelante. Fue duro, no te mentiré. Pero al fin he comenzado a ver con otros ojos lo que pasó.
― ¿Y tú forma de seguir a delante es viendo todos los días al hombre que te hizo daño, al mismo que todo el mundo conoce como el peor playboy de la década?
― Ha cambiado. Ambos hemos cambiado ― alegó Paula.
― Pau, sé que no puedo vivir la vida por ti, ni mantenerte encerrada, aunque ganas no me hacen falta. Pero quiero que sepas en lo que estás metiendo.
― Tú mejor que nadie debe saber que los malentendidos podrían arruinar una vida de felicidad, y que sólo hablar es como se componen las cosas. No es como si me estuviera casando con él, Elias. Simplemente hablamos.
Se había aprovechado de aquello, lo sabía, pero no podía dejar que Elias siguiera interfiriendo. Lo quería, pero a partir de ahora ella tomaría sus decisiones, para bien o para mal.
Y eso no le causó mucha gracia a su amigo.
― Veo que no razonaré contigo esta noche. Y tienes razón, los malentendidos suceden, pero cuando ambas ― enfatizó ― partes hablan es cuando en verdad se solucionan las cosas. Así que si quieres ver que en verdad va a funcionar, cuéntale toda la versión a tu querido Pedro y veremos de
que madera está hecho. Pero cuando regreses a casa con el rabo entre las piernas, no me digas que no te lo advertí.
― Elias….
Pero él había colgado.
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Excelentes los 3 caps. Qué manera de reír a carcajadas con la parde del olor a rosas de los abuelos jajajaja.
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