Natalia Trujillo

domingo, 4 de diciembre de 2016

CAPITULO 6





El ruido de los cristales chocando, los saludos, las felicitaciones, los gritos, todos festejando la dulce navidad que ese año había reunido a toda una gran familia. Se podía oler el aroma suculento de la comida sirviéndose en la mesa, sentir el calor abrigador de la chimenea calentando la estancia y el vino sirviéndose de copa en copa, mientras se oía la risa de los niños llegando de todos lados. Pedro miró a Paula de reojo, enfundada en un vestido blanco con negro, sin ningún adorno más que su propia su sonrisa. Habían salido a charlar de los viejos tiempos al patio trasero de su casa, y la noche se les había alargado, al paso que había dado la medianoche y no habían estado con la familia.


― Parece que ya es navidad ― dijo Pedro, por decir algo.


― Así es.


― Por la mejor navidad de nuestras vidas ― sugirió Pedro, alzando su copa.


― Y por las que vendrán ― contestó Paula, chocando su copa para después tomar un sorbo.


La puerta se abrió estruendosamente y Pablo se asomó con la puerta en la mano, sosteniéndola para que no se cerrara.


― Oigan ustedes dos, tórtolos, venga acá, mamá quiere hacer una oración ― y desapareció en la negrura de su casa.


Paula sonrió pensando en que el bello momento al lado de su príncipe ya había terminado. Pedro apareció frente a ella, extendiéndole su enorme mano.


― Permíteme


Ella lo tomó, pero no había esperado que él la jalara contra su cuerpo, obligándola a alzar la mirada y contemplar sus ojos grisáceos.


― ¿Por qué nunca me había fijado en que tus ojos tienen pequeñas gotas de color verde?


― ¿Será porque no habías estado lo suficientemente borracho como para alucinarlas?


― No, han estado ahí. Siempre ― le soltó la mano, y le acarició la mejilla ―. Solo hacía falta que alguien las vieras.


Paula sintió su piel erizarse y su corazón acelerar como si fuera a correr en el Gran Prix. Trató de mantener la calma y le dio un golpecito en el pecho.


― Bueno bateador, vamos a enfriarnos un poco, que yo sólo vine a San Francisco por la cena de mi madre.


Trató de zafarse pero Pedro la tomó con más fuerza.


― Paula… la pequeña Paula…


Y entonces los sueños de infancia de la pequeña P se hicieron realidad. Pedro Alfonso la estaba besando con pasión arrolladora. Sus piernas habían empezado a bailar como si de gelatina se tratasen. Había oído a Paloma decir que Pedro daba los mejores besos de todo el instituto. Ella no había besado a muchos hombres, pero esa noche, vaya que Pedro los había superado.


― ¿Por dios, Paula, que estás haciendo conmigo?



****


Paula se despertó de golpe, saltando de su cama. Había dejado de soñar con ese momento tiempo atrás, pero al parecer su maldito inconsciente quería jugar con ella esa noche. Se pasó la mano por su rostro mirando a todos lados. 


Estaba en casa de sus padres, bien. Estaba en su cama,
mejor. Estaba sola, muy bien. Y estaba llorando.


Se levantó de la cama y se fue hacia al baño sin prender la luz. Su padre tenía el sueño demasiado ligero y si la oía, se levantaría y la encontraría en ese estado, y si había una persona a la que no le podía ocultar nada, era a Pascual Chaves.


Con la cabeza fresca, y las lágrimas borradas de su rostro, volvió a su lecho y se deslizó lentamente, acostándose de lado y mirando hacia la ventana. Las nubes purpúreas se habían quitado del cielo, y ahora sólo reinaba ese azul profundo que a Paula le encantaba observar, que la calmaba en momentos como esos.


Miró por la ventana hacía la casa de los Alfonso, preguntándose que estaría haciendo Pedro. Después se colocó una almohada contra la cara y ahogo un grito de frustración mientras pataleaba contra el camastro. Tenía treinta y tres años, y estaba actuando como una adolescente… nuevamente.


Se quitó la almohada del rostro y miró hacia el techo de su habitación. Las viejas calcomanías que brillaban en la noche seguían ahí mismo, a pesar de todos esos años. Una luna y varias estrellas fluorescentes pegadas en la oscuridad resplandecían brindando una atmósfera de calma y
tranquilidad. Se concentró en ellas, tratando de despejar su mente, pero las lágrimas volvieron a invadir su mirada. 


Apretó la almohada nuevamente contra su rostro.


Sin su trabajo, tenía demasiado tiempo para pensar, y lo peor era que todos sus pensamientos convergían en el hombre que le había dañado más que ninguna otra persona, causando estragos en su autoestima.


¿Habría hecho bien en regresar a casa?


¿Cuatro años no eran suficientes para sanar un corazón herido?


―Paula, ¿qué vamos a hacer contigo?





CAPITULO 5







Pedro observó a Paula perderse en la protección de su hogar. La última vez que se habían visto, había sido precisamente para la temporada navideña, cuando él había visitado a sus padres, luego que la gran ciudad le hartase y que todos sus compañeros de los Metz tuvieran planes que no le incluían a él ni a su pequeña India.


Regresar a casa no había sido precisamente algo glorioso, aunque su madre lo adoraba y consentía y su padre, un atareado contador público, lo mantenía ocupado con cosas como arreglar la cañería, un fusible, el ventilador, etc. Lo que sí había sido una sorpresa había sido ver a los P’s juntos, con los cuales pasaba mucho tiempo siempre que visitaba San Francisco y enterarse de las novedades de la familia.


Su mejor amigo, Pablo, y compañero de casi todo había resultado ser padre de una hermosa niña de pelo amarillo de la que ahora sabía, se llamaba Alejandra, como su madre.


Su ex-novia del instituto, Paloma, también le había dado la sorpresa de la maternidad presentándole a su primogénita, la ahora pequeña revoltosa Cata, a la cual le tenía un enorme cariño porque de alguna manera le recordaba a alguien de pequeña. Y ese alguien había estado también presente esas fechas.


Paula “Pauly” Chaves había resultado ser la tercera sorpresa, y quizás, la que había logrado dejarlo anonado. 


Había regresado de su estancia post doctoral en algún perdido de Sudamérica (luego se enteraría que era Puerto Rico) convertida en toda una mujer. La había visto pasar de la niñez a la pubertad, de la pubertad a la adolescencia y de la adolescencia a la juventud, pero después de su traslado a Nueva York con los Mets y la beca de estudio de Paula, había perdido su transición de niña a mujer, por lo que en esa temporada se había topado había con toda una mujer. En toda la extensión de la palabra. Antes de aquella noche, no había visto a Paula en cinco años, los que se había tomado para hacer su doctorado en astro-algo que no entendía y su post doctorado o lo que fuera que significase eso. En un abrir y cerrar de ojos, Paula había crecido en
una maravillosa, voluptuosa y hermosa mujer. Aunque por dentro había seguido siendo la dulce, tímida y calurosa chica que conocía desde que tenía memoria.


Paula había regresado con un aire de exotismo rodeándola. 


Quizás había sido el aire latino que la rodeaba o, quizás había sido que él había abierto los ojos por primera vez. 


Contrario a Paloma, que había sabido utilizar y explotar su sensualidad, Paula siempre había preferido estar en su
espacio, admirando el cielo, y todo a su alrededor, oculta en las sombras con sus números y fórmulas.


Aquella noche había aceptado la invitación de Penelope de quedarse a comer sólo para poder contemplarla un poco más. No se había perdido las risas que había compartido con todos sus familiares, o los regalos que había repartido a cada uno de los presentes, incluso le había traído un regalo a él (una pelota de semillas que hacía mucho ruido, según para el estrés, la cual estaba guardada en su cajón al lado de su oficina en el restaurante) y a sus padres. Aquella era la Paula que se acordaba de todo el mundo, aun cuando todos se olvidaban de alguna manera de ella.


Dejó salir un suspiro y se dio la vuelta para dirigirse a su propia casa. El lugar estaba oscuro y al subir los escalones del porche, notó que la madera chillaba demasiado para sus oídos, así que hizo una nota mental de levantarse a arreglar el porche. Entró por la puerta trasera y admiró la casa de los P’s unos segundos.


¿Tendría la oportunidad de reivindicarse con Paula?


Por las miradas que le había dado esa noche, y la forma en que había platicado y despedido, ella parecía haberse olvidado de todo; mientras que él, recordaba constantemente la oportunidad que había perdido.


Cerró la puerta detrás del miriñaque y caminó hacia el contestador, y vio que tenía dos mensajes. Oyó el primero pero lo eliminó sin escuchar más. Sólo había oído algo de “Somos de la revista…” y había apretado el botón de borrar. 


El segundo en cambio, lo escuchó con atención.


― Pedro, estamos en un lugar muy hermoso que se llama… espera, tu padre me lo está deletreando… Cozuuumell…


Pedro se dejó salir una risilla y un soplido por la pésima pronunciación de su madre. Se acomodó, cruzando los brazos para oír el entusiasmo de su progenitora


― Dios, es tan hermoso, Pepe. La arena es tan blanca, y el agua parece de diferentes tonos de azul.
Tu padre incluso hizo snorkel y me trajo una estrella de mar. Y Dios, tienen incluso barcos piratas de verdad.
Tenía mucho miedo de subir, pero bueno, lo hice, y fue una maravillosa velada. Nos llevaron a dar una vuelta al mar, e hicieron una obra de piratas, fue hermoso. Como en las novelas históricas que me gustan. Esperamos que estés bien, saluda a Penelope y Pascual por nosotros. Nos vemos en unas semanas. Espera… tu padre te manda saludos… Y espera… Riega a mis plantas, por favor, no se te vaya a olvidar. Mis rosas son famosas por toda la zona y quiero que lo sigan siendo.


Alzó la mano y se dio un gran golpe en la frente. ¿Por qué rayos se le olvidaba regar las plantas, si cada vez que salía las veía? Hizo otra nota mental y se dijo que al día siguiente lo haría.


Sin demora. Podría hacerlo ahora…


No, estaba cansado.


Mañana lo haría.


Abrió el frigorífico y sacó el cartón de leche y tomó directamente. Una de las ventajas de vivir solo (aun cuando fuera en la casa de tus padres, siempre y cuando ellos no estuvieran) era que podía hacer cosas como esa. Se terminó el bote y lo dejó en la encimera; caminó en la oscuridad hacia las escaleras y se agarró del barandal para poder subir.


Joder, esa noche en la cocina, sí que se había cansado, aunque recordar la cara de perplejidad con la que los reporteros habían quedado luego que comieran sus platillos bien había valido la pena. Quería que se fueran con la impresión que a pesar de la humilde posada que no se podía comparar con la arquitectura de un sitio el Lupa Trattoria o el Alamo Square Seafood Grill, su comida era tan exquisita como aquella e incluso más.


Se desnudó y se fue hacia la ducha, sin molestarse en doblar la ropa tirada en el piso o cubrir su desnudez hasta el baño. Abrió el grifo de la regadera y dejó que los potentes chorros de agua golpearan su cara y cuerpo.


Se preguntó si Paula iría a visitarlo mañana.


Quería causar buena impresión en ella.


Algunas veces, cuando había estado con ella, se había sentido intimidado. Una mujer de su calibre, con un coeficiente intelectual fuera de órbita, una sonrisa de ángel y una memoria de computadora simplemente intimidaba. Y ahora, tiempo después, las cosas no habían cambiado.


Aunque no era precisamente un bruto y analfabeta, los estudios no le llamaban la atención; había ido a la universidad por una beca de deporte y la había acabado por sus padres, pero solo eso. Su pasión siempre había sido el béisbol.


Pero ahora…


Cerró el grifo con fuerza y dejó las manos apretando el pomo de la regadera. Desvió su mirada hacia la cicatriz que cubría su pierna derecha, extendiéndose desde el muslo hasta detrás de la pantorrilla. Aquel maldito accidente había echado a perder todos sus sueños e ilusiones.


Aunque había perdido demasiado en el accidente, su madre le había dicho que podría agradecer que Amelia y él hubieran sobrevivido.


Bueno, pues para él era como si una parte de él hubiera sido enterrada en los escombros del automóvil en aquél barranco olvidado en su memoria. Los mejores cirujanos del mundo lo habían atendido, logrando salvarle la pierna, pero en lo que respectaba a regresar al campo de juego, el gran Pedro Alfonso jamás lo volvería a pisar, al menos, no de manera profesional.


Salió del baño y sin tomarse la molestia de secarse, fue hacia la cómoda y sacó unos calzoncillos limpios y se los colocó. Se sacudió entonces la cabellera húmeda y se dejó caer en la cama. Con los ojos cerrados, y la mejilla izquierda aplastada sobre la cama, su mente empezó a divagar en las rosas de su madre, las comidas que serviría al día siguiente, en los recados que le daría a Erik, en las nuevas recetas que probaría con Jesy y en un pato suculento a la Paula….








CAPITULO 4





Cuando esa noche había abierto su pequeño restaurante, Pedro no se había esperado que dos horas después los medios arribaran con la intención de indagar acerca de la vieja estrella de béisbol. Erik, un viejo compañero de la universidad al que había contratado, se había sentido ensoñado al ser entrevistado, aunque Pedro dudaba que fuera a salir en la televisión. 


Había tenido que ayudar a Jesica, la esposa de Erik en la cocina, y entre los dos, habían logrado un menú decente, original e innovador. La prensa se había ido feliz y contenta, y Pedro se había sentido renacido en esos momentos, recordando los momentos de gloria, de una vida que ahora le parecía muy lejana.


Pero la buena suerte se le había acabado al dejar el restaurante. Su moto no había querido encender, la niña de sus ojos le había fallado. Erik y Jesy se habían ofrecido a llevarlo a casa, pero había declinado el ofrecimiento. Ahora, se arrepentía de aquello. El taxi que había llamado se había descompuesto en una de las típicas calles de San Francisco, en el típico momento, a mitad de aquellas subidas que le quitaban el aliento a cualquier mortal. Así que al final, había decidido caminar hasta su casa, dejándole al taxista una buena propina.


Lo último que había esperado era ver a alguien en los columpios de los Chaves. Paloma rara vez pasaba tiempo ahí, si no era para gritarle a su hija y sobrinos que regresara dentro de la casa, o ver a Pascual Chaves jugando con sus nietos.


Por la silueta, había pensado que era Paloma quien se estaba columpiando, pero cuando vio erguirse a la mujer, e incluso antes de verle el rostro, su sexto sentido le dijo que la pequeña Chaves había regresado a casa.


― Hola Pedro.


Paula admiró en silencio a Pedro. El chico Alfonso siguió caminando hacia ella, dejando que la luz de las lámparas de la casa alumbrara su rostro. Había esperado tontamente que esos cuatro años lo hubieran envejecido prematuramente, que le hubiera quedado una cicatriz que dañara la belleza de su rostro o que se hubiera puesto gordo, con una papada que llegase hasta las rodillas.


Menudos sueños.


Pedro seguía exactamente igual que como lo recordaba, a pesar de la negrura de la noche, podía vislumbrar su cabello negro ondulado, un poco más largo que la última vez que se habían visto. Su andar era el mismo, como si el mundo le perteneciera y todas tuvieran que caer rendidos a sus pies. 


Era así de simple. Y lo más lamentable era que tenía razón. 


Su cabello era solo el primer adorno de aquél majestuoso hombre, que quizás no fuera una hermosa cara bonita de portada de revista (aunque el hombre había posado para diez portadas, pero ese no era el asunto), sino más bien de facciones duras y ensoñadoras, con aquella sonrisa pícara lo que lo hacían misterioso y con algo que atraía a las mujeres. 


Sus ojos grises, de un color casi pálido como un cielo de agosto que anunciaba tormentas, estaba enmarcado por tupidas pestañas negras y cejas pobladas. Sus labios eran gruesos y firmes y tenía aquella barbilla partida que causaba sensación.


Llegó hasta ella y se observaron por unos segundo, ambos creyendo que eran presas de alucinaciones.


― Vaya, vaya, pero si tenemos aquí a la escurridiza Pauly.


Paula reaccionó y salió de su trance hipnótico, cambiando de postura.


― Por dios, otro más, ¿algún día maduraran y me llamaran por mi nombre?


― No lo creo.


Se quedó parado sin hacer un solo movimiento. Aun no podía creer que la pequeña P estuviera en casa, quería acercarse y abrazarla, o simplemente saludarla, pero la relación entre ellos había termino de un modo terrible hacía cuatro años. Ella se había marchado en son de paz, y según sus palabras, en plan amistoso, pero él no se atrevía a moverse.


Paula entendió que dependía de ella dar el primer paso, así que como si fuera un saludo normal, se acercó y le dio un beso en la mejilla y le dio un abrazo rígido.


― Hola Pedro.


Pedro la tomó entre sus brazos, aspirando su aroma, y sonriendo. Cuando ella trató de hacerse para atrás, él la tomó del codo, prolongando el contacto.


― Ha pasado mucho tiempo, Pau.


Paula apretó la mandíbula, pero se mantuvo quieta, sin hacer un sólo movimiento.


― ¿Quién lleva la cuenta? ― preguntó con indiferencia.


― De seguro tú no.


El tono fue de acusación, y a Paula no le pasó desapercibido. ¿Quién era Pedro para reprocharle algo, después de todos esos años? Se echó para atrás, poniendo tierra entre ambos, y un muro invisible que las resguardara. 


Cuatro largos y solitarios años… Se respiraba tensión pura
en el ambiente. A pesar de mostrarse social el uno con el otro, cada uno sabía en realidad lo que el otro tenía en mente. El mismo pensamiento, el mismo dolor. Pero ninguno se atrevía tocar el tema.


Uno por cobardía, y el otro porque sencillamente, dolía demasiado. Así que Pedro decidió bordearlo.


― ¿Sigues dedicada a ver que influencia tiene Júpiter y Urano sobre la décima casa del zodiaco? ― comentó Pedro mientras se acercaba a los fierros del columpio y se apoyaba en ellos.


A pesar de no querer ceder terreno, Paula se vio riendo de la pésima broma.


― No has cambiado en nada Pedro ― pero el tono de su voz, transmitía cierta tristeza.


― Y tu parece que sí.


Sintió su mirada recorrerla por su cuerpo ahora delgado, y la incomodidad la embargó por unos segundos. La incomodidad dio paso al viejo resentimiento encerrado y esa animosidad dio paso a la ira vengativa.


― ¿Qué pasa Pedro? ¿Ya no soy el pequeño pato Pauly que iban a cocinar en Navidad, verdad?


Eran poco los momentos de su vida que Pedro podía recordar pasando vergüenza, y más, ante una mujer que no fuera su madre, pero la pequeña P lo había dejado sin respuesta. Y ciertamente, tenía demasiados momentos vergonzosos compartidos con la pequeña Chaves.


Que ella recordara sus palabras dichas hace años, lo hacía sentir la peor escoria del mundo.


― Pa…


― Tranquilo, Pedro, ha quedado en el pasado ― como muchas cosas más, pensó Paula.


Pedro trató de salir del atolladero agregando:
― Sabes que lamento aquel día. Estaba jugando con Pablo — aunque aquello no servía de excusa —. Pero no me refería a eso. Has no sé… madurado.


― Entonces eso te hace un anciano ― inquirió con sarcasmo.


― Oye, cinco años de diferencia no es mucho.


― Cuando tenía trece años, dijiste que era un puente infinito.


― Cuando yo tenía dieciocho pensaba con otra cosa, Pau.


Hacer alusión a algún contexto sexual ponía a Pau nerviosa, así que sacó su mejor sonrisa de póker que utilizaba cuando jugaba con sus compañeros de trabajo


Pedro admiró en silencio a Paula, recordando a la hermana de su mejor amigo que lo seguía a todas partes y con la que se podía reír y platicar, sin temor a nada… claro, cuando no metía la pata tres metros bajo tierra. La última vez había cavado su propia tumba. Aunque no podía asegurar si ella lo había perdonado por completo, por su parte, no. Lo tenía grabado con fuego en la memoria. Desde aquél día, Paula había desaparecido de su vida.


― ¿Cuánto tiempo te vas a quedar en San Francisco? ― preguntó como si nada.


Paula arrugó la frente, ya que ni ella misma sabía, pero dijo lo primero que le pasó por la mente.


― Pasado de Año Nuevo, si todo sale bien. Tengo un trabajo al que regresar.


― ¿Dónde estás ahora? La última vez dijiste que estabas en Puerto Rico.


El que Pedro recordara aquél detalle después de tanto tiempo, provocó en Paula una sensación indescriptible, pero escondió cualquier reacción detrás de su máscara insondable.


― En Arecibo, para ser más exactos. Pero me cambiaron a las Islas Canarias, en España.


― Wuau, quiero un trabajo como el tuyo.


― No hay mucho que contar. Los primero días es una pasada, pero luego pierde el encanto.


― La cuidad espero.


― Oh sí, el cielo, jamás ― y por reflejo, alzó la vista al cielo, ahora acaecido de nubes ― Odio que esté nublado.


Pedro siguió la mirada al manto violeta grisáceo, pero bajó la mirada para admirar a su estrella terrenal de la noche. Paula sintió que era observada, pero lo ignoró por unos segundos.


Al final, sabiendo que odiaba esos juegos de evasión, suspiró y lo miró también.


― Oí que tuviste un accidente —. En realidad quería decirle algo como “oí que te divorciaste”, pero incluso ella tenía su orgullo propio.


La chispa de Pedro desapareció. No había nada en su mirada, era como un pozo infinito, sin fondo.


― Yo... eh… sí.


― Lo siento.


― Fue hace más de dos años. Mi… mi ex-esposa y yo íbamos en el auto, y nos volcamos en una rampa. Salimos vivos, eso es lo que importa.


Oír la palabra “esposa” de los labios de Pedro fue un duro golpe, sin embargo, aquello era el pasado. Él había arrojado la información de forma casual, pero el énfasis y titubeo que se produjo cuando pronunció la palabra no pasó por alto para ninguno de los dos. Sin embargo, a Paula eso ya no le incumbía. Sonrió con tristeza ajena por la estrella de fútbol, a la que se le había acabado su vida media y ahora era solo una sombra de lo que fue alguna vez.


― Pedro, lo siento en verdad. Si no quieres hablar de ello… ― se calló de súbito. Ella odiaba a Pedro Alfonso. Punto. Pero no estaba en su naturaleza odiar a nadie, así fuera al hombre que había destrozado su corazón ―. Si quieres hablar, puedes contar conmigo.


― Contigo es fácil hablar, Pau ― le interrumpió ―, no eres del tipo que va a correr a contárselo al equipo de fútbol, o a las porritas de la escuela.


― O sea que no soy como Pablo y como Paloma.


― No he dicho nombres.


― Cobarde ― susurró Paula.


― Entonces, ¿tendremos a todos los P´s juntos en Navidad?


Paula ahogó un grito y luego se empezó a reír con fuerza.


― ¿Los P’s? Dios, tenía siglos que no oía eso ― como también su mote de Pauly, pero aquello no entraba en conversación.


― Te conservas bien para tener siglos.


Ignoró el cumplido de Pedro y agregó.
― Mis padres no tuvieron sentido del humor al ponerle a todos sus hijos nombres con P, cuando los de ellos empezaban con P también ― y aquella era la broma de todo el mundo.


Cuando los cuatro estuvieron en el mismo instituto, antes que Pablo se fuera a la Universidad, todo el mundo se dio cuenta de su mayor secreto y empezaron a conocerlos como los P’s. El Gran P, perteneciente al equipo de Futbol Americano, deportista e inteligente, así era Pablo. Seguía la sexy P, capitana de las porrista y una rompe corazones, aquella había sido Paloma.
Incluso Patricio había tenido su apodo, como el Benjamín P, algunas veces lo llamaban por Benny y lo más curioso es que él contestaba al nombre. Sólo quedaba la pequeña P, el patito feo, la empollona-aplicada-estudioso-sacrificada-regordeta P.


Bueno, pensó Pau, ninguna familia era perfecta, ¿verdad?


― ¿Y qué cuentas de tu vida?


La voz de Pedro la sacó de su repaso de árbol familiar. 


Pensar en su vida, bueno, no era mucho.


― Tranquila ― contestó, ahogando lo que en su lenguaje era sinónimo de “aburrida”.


― Wuau ― la boca de Pedro se estiró para poder emitir esas frases ochentenas ―. Eres una de las pocas personas que puede describir en una sola palabra su vida.


― ¿Qué puedo decir? Soy práctica ― agregó, encogiéndose de brazos.


― Así que… ¿Te casaste y te divorciaste? ¿Tienes un marido escondido en la maleta al que todavía los P’s no han visto?


Como un relámpago, frases olvidadas cruzaron por su mente. Había pasado mucho tiempo, pero las frases siempre habían estado ahí.


“Te amo, Pedro, siempre lo he hecho, y siempre lo haré… quiero ser la madre de tus hijos, quiero pasar el resto de mis días junto a ti.”


¿Cómo podía hacer bromas cuando años atrás las cosas habían acabado tan mal para ello?


― ¿… una casa llena de niños?


Apretó los dientes, pero se abstuvo de soltar lo primero que salió de su cabeza. Ya no era la misma P de hace años. Todos habían cambiado. Así que fingió un ataque de risa. 


Explotando directamente en su cara.


― ¡Oh Pedro! ¡Qué buena broma! ¡Lo siento! ― se limpió una lágrima imaginaria, observándolo consternado ― No, nada de eso. Tenté al destino una vez, pero me quemé demasiado ― se hizo un silencio tenso entre ellos. A pesar de no querer mostrar sus sentimientos, los comentarios que salían de su boca iban destinados a herir a Pedro, y por la tensión en su mandíbula, se había dado cuenta. Harta de fingir, dio un gran bostezo que no trató de disimular y alzó los brazos al cielo ―. Creo que son demasiadas cosas personales para platicar en una sola noche.


― Como sé que tus hermanos ya te pusieron al día, me imagino que ya sabes que el viejo bar de Willy es mío. Date una vuelta algún día de estos.


Por educación Paula agregó:
― Sí, Paloma me contó que compraste el bar. Enhorabuena.


― Gracias. Así podremos platicar y ponernos al corriente.


Eso jamás ocurriría. Para no dar una respuesta definitiva, sonrió y comenzó a alejarse. No podría soportar otro beso más.


― Buenas noches Pedro.


Caminó con rapidez hacia la casa, pero antes de cerrar, oyó la ronca voz de Pedro.


― Buenas noches, pequeña P.