Natalia Trujillo

sábado, 10 de diciembre de 2016

CAPITULO 26





Con la mirada fija en Paula, deseó que sus brazos no estuvieran inmovilizados por las pequeñas y extenderlos hacia ella, envolverla en ellos y borrar la tristeza que sabía estaba presente en sus ojos. Devolverle la chispa que había visto toda la noche, cuando había contado sus leyendas, o cuando había reído con sus sobrinos, o simplemente, esa mirada perdida, pero tan de ella, cuando observaba atentamente el cielo y se abstraía por horas.


Se quedaron, así, en silencio, con Pedro observando solo el pelo y el cuello de Paula.


Tenían que hablar. Quizás, no habría otro momento en que pudieran hacerlo.


― Lo siento mucho, por todo.


Paula cerró los ojos con fuerza, sin moverse. Su corazón latía aceleradamente mientras que su cuerpo traicionero temblaba y no era por el frío. Su garganta se resecó y sus labios se quedaron pálidos. ¿Qué podían significar esas palabras, cuatro años después? Para otra persona quizás no
mucho, pero para Paula, en ese momento, recostada en el piso, y con la nariz congelada, fue como si un gran peso fuera quitado de encima.


Cerró los ojos y dejó que el viento acariciara su rostro, llevándose las traviesas lágrimas con él. Casi podía oír las risas en la playa, la música de esa única noche de baile, podía sentir los roces de sus besos, las caricias del tierno amante. Era como si el viento trajera consigo las palabras
dichas, las promesas rotas, los sollozos…


Había que darle la vuelta. Había perdido demasiado tiempo aferrada al pasado. Pero no más.


Con su mirada fija en el cielo, observó las estrellas, sentía sus ojos escocer por las lágrimas que querían salir, pero por primera vez en mucho tiempo, se quedaron dentro de su cueva, encerradas


― Yo también lo siento, Pedro. Demasiado ― susurró.


Por el rabillo de su ojo derecho vio que Pedro Aun la seguía observando. Cuando volvió a abrir los labios, las palabras que salieron de sus labios fueron las últimas que Paula esperaba.


― Te seguí al aeropuerto.


Giró con tanta fuerza su cabeza, que los huesos de su cuello sonaron y por instinto, soltó a Charlie y se lo talló suavemente.


― ¿Qué?


Pedro sonrió por la escena, pero tan pronto como apareció, así se fue la curvatura de sus labios, entonces se colocó en la misma posición que Paula.


― Fui al aeropuerto. Pablo me dijo que te habías ido y cuando miré mi reloj, faltaba media hora para que tu vuelo despegara. No podía dejarte ir sin explicarte lo que había pasado, sin que nuestra última conversación hubiese sido tú deseándome lo mejor del mundo y yo callado ― Pedro se había quedado mudo, totalmente sin palabras, cuando Paula le había dado el enhorabuena y sus mejores deseos para con su esposa. Aun podía recordar sus últimas palabras antes de partir ―. “Olvidemos lo que pasó Pedro, y sigamos adelante”, eso fue lo último que me dijiste, pero yo te debía algo más que eso. Así que corrí como alma que acechaba el diablo, y recé, como hacía años no lo había hecho, pidiendo que tu vuelo se retrasara y que te pudiera ver antes de marcharte.


Los papeles se invirtieron, y ahora fue Paula quien miraba inmutablemente a Pedro. No podía creer las palabras que salían de su boca.


― El vuelo se retrasó ― su voz era un hilo de sonido, pero no le importó demostrar su debilidad.


Podía recordarlo tan claro como si lo estuviera viendo. Había llegado al Aeropuerto Internacional de San Francisco tres horas antes de su vuelo, todo con tal de poder salir de su casa y estar sola. Y alejarse de Pedro. Se habían encontrado en la cocina sin querer, pues uno había rehuido
del otro. Estuvieron en silencio unos segundos, hasta que Paula habló, deseándole lo mejor, diciéndole que ella no guardaría rencores pues Amelia era una buena mujer. ¿Qué otra cosa podía decir Paula cuando lo que en verdad había pasado? Una hora después que él dejara su casa con su esposa, Paula había reservado el vuelo más próximo a San Juan, que resultó ser al día siguiente. Aquella noche no durmió ni comió, fue sólo una zombie.


Cuando había llegado la hora de anunciar su vuelo, se enojó como nunca al oír a la voz mecánica avisar que su vuelo tenía retraso de una hora debido al mal tiempo. Había desquitado su ira interna con su pobre mochila y la gente alrededor de la sala se había quedado sorprendida de ver su reacción.


― Lo sé ― susurró Pedro ―. Llegué y te vi desquitarte con tu mochila. Entonces supe que si me acercaba, lo que le había pasado a la mochila sería poco comparado con lo que me golpearías y que ciertamente me merecía. Así que estuve así, durante la hora que tu vuelo se retrasó, observándote, despidiéndome en silencio.


Ambos quedaron boca arriba, mirando el cielo. Era como si supieran que si sus miradas se llegasen a cruzar, el momento se perdería. Así como perderían en valor de seguir hablando.


― Te veías tan triste y yo tenía la culpa. Cuando estuve en Los Ángeles, todo mundo me tomaba el pelo ― se formaron arrugas en las orillas de sus ojos al recordar ―. “Martillo” Thornton sólo me canturreaba marchas nupciales, y Juan “El Diablo” Martínez se reía como loco de mis pésimos lanzamientos y qué decir de mis bateos. Gracias al cielo, fue un partido amistoso o mi orgullo habría quedado herido. Pero lo único que podía pensar era en la Bahía, y en ti, y en que
regresaría a San Francisco solo por ti. Pero entonces, Amelia me habló y me soltó la bomba. No me siento orgulloso de lo que voy a confesar, pero tuve mi etapa de Don Juan. Yo me casé con ella, porque…


― Lo sé Pedro, Amelia me lo dijo. Estaba embarazada.


Al fin sus miradas se cruzaron. Fue como un temblor, de aquellos que te avisan cuando vas a enfermar y estás a punto de desfallecer, en el que tus huesos vibran y escalofríos recorren todo tus músculos, mientras que tu estómago se queda vacío. Incluso tragar saliva para quitar la
resequedad fue un verdadero tormento.


Cata se removió entre los brazos de Pedro, susurrando algo y enterrándose en el hueco, como castor en su cueva.


― ¿Lo sabías?


Paula asintió. Oh, pero claro que lo sabía.


― Fue una de mis primeras sospechas, y ella me lo confirmó cuando me acorraló y me lo confesó ― sonrió por la ironía del destino ―. Dijo que yo le parecía una mujer sensata y que quizás podríamos ser amigas, quería conocerte y me soltó la noticia. Después de todo, pensó que la familia era importante para ti, ya que habías insistido en regresar a San Francisco. Y bueno, según su criterio, parecí una buena candidata a amiga y confidente.


Pedro cerró los ojos. Si Amelia había hecho eso… Ponerse en los zapatos de la otra persona era algo que Pedro solía hacer con mucha frecuencia en el campo. Si fuera “La Roca” McKennon, ¿qué tipo de bola mandaría?, o si fuera Rock Thaner, ¿a qué jardín quiero enviar la bola? Pero ahora, ese don era un infierno. Si él estuvieran en los zapatos de Paula…


Su cuerpo se tensó, y deseó poder tener sus manos libres para pasarse la mano por su melena, o moverse, o hacer algo. No estar ahí acostado, a punto de recibir su pena de muerte.


― ¡Dios!


Paula alzó la mirada, asombrada de estar teniendo esa conversación con Pedro. Sentía su barbilla temblar por las ganas de llorar pero se mantuvo constante. Había tanto que decir.


― Cuando apareciste con Amelia. Cuando dijiste que era tu esposa, me dolió mucho. Estuve preocupada por días, no sabía de ti, no sabía si estabas bajo un autobús, o en algún lugar yaciendo con los gusanos…


― Lo sé, lo sé… ― interrumpió Pedro, alzando un poco el tono de voz, pero después lo bajó rápidamente al ver y sentir a ambas niñas moverse ― Pau, lo siento.


Paula oyó en Pedro el mismo tono que la gente usaba cundo no quería oír más en una conversación, cuando la quiere dar por muerta, pero ella tenía algunas cosas que decir.


― Lo último que me esperaba era que te hubieras casado. Cuando apareciste con Amelia diciendo que era tu esposa en la puerta de mi casa, fue un verdadero golpe ― podía describirlo como otras cosas, como miles de agujas penetrando su cuerpo, o como si un gran estremecimiento
la hubiese azotado, pero aún conservaba algo de orgullo ―. ¿Y quieres saber la peor parte de todo esto?


― No ― fue un susurro, pero ella lo alcanzó a oír.


Lamentablemente no había modo de parar las confesiones de esa noche. Y ambos lo sabían.


― Que no podía odiarla. Recé por que fuera una mujer frívola, desquiciada, con un alma negra y oscura ― empezó a hipar, pero no se detuvo ―, que tuviera un defecto en algún lado pero Amelia no sólo era hermosa, sino también amable y cariñosa, tan humana… Entonces me odié a mí misma, porque yo, que jamás había deseado un mal a nadie en este mundo, le deseaba todo lo peor sobre esta tierra a una muchacha que no me había hecho nada a mí. Y cuando me confesó que estaba embarazada, por sólo un segundo consideré que te había atrapado, que el bebé no era tuyo.


Pedro cabeceó, lleno de vergüenza.


― Era mío Pau. Yo…


― Pero al segundo siguiente acepté la verdad. Te conozco lo suficiente para saber que jamás te habrías casado con ella si hubieras creído lo contrario. Sé cuáles son tus ideales y principios, y sé que jamás habrías dejado que un hijo tuyo se criara fuera del matrimonio o lejos de ti.


Pedro observó el semblante triste de Paula y se odió. Había imaginado el dolor que le había infringido pero verlo era mil veces peor.


― No fue fácil. Su padre me traía de un lado, ella del otro, mi representante me jalaba también. Yo era sólo un títere.


― Bueno, creo que no es fácil cuando dejas embarazada a la hija del dueño de los Mets.


― Los medios hablan demasiado.


Paula asintió, pero se abstuvo de contestar. Sólo recordó.


Claro que la prensa había hablado.


Al poco tiempo después que Pedro saliera de su casa, las televisoras y cadenas más importantes estaban paradas fuera de la casa de los Alfonso, tratando de obtener una entrevista de la más famosa estrella del equipo, casado nada más y nada menos que Amelia Rowland, la hija del acaudalado Sebastian Rowland, dueño de los Mets, así como de varias compañías petrolíferas del estado. Dado que Amelia era hija única, y que su madre había muerto al darle a luz, Sebastian le había dado todo, absolutamente todo a su única hija y descendiente, y cuando su nuevo yerno resultó ser su estrella del momento y de su equipo, el viejo se había puesto contentísimo ya que había matado dos pájaros de un tiro.


― Amelia era parte del equipo. Viajaba con Sebastian casi siempre, y la saludamos. Era una adolescente, y sabía que estaba enamoriscada de mí y pero jamás la vi con ojos de hombre, sino como un hermano mayor, protector. Entonces le ganamos a Filadelfia y pasamos para la final de la Liga, estábamos en éxtasis. Esa noche tomamos demasiado, todos… ― se detuvo y se tranquilizó.


Paula lo miró, con sus ojos cansados, pero ya no sabía si era por el desvelo, el cansancio físico o emocional. Lo miró y observó su cabellera oscura ondularse con el viento, mientras que su mirada parecía casi tan perdida como la de ella. Se oían los ladridos de perros de vecinos calles abajo y el ruido de los insectos alrededor: grillos y más grillos creando su propia melodía a la naturaleza.


― Paula ― su voz demandaba que lo mirase y ella lo hizo ―, lo que voy a decir no es precisamente de lo que más me enorgullezca en este momento. La gente no quiere ver que todos tenemos imperfecciones. Yo las tengo todavía, y en aquel tiempo estaba en lo más alto de mi carrera, era un rebelde, y pensaba que tenía el mundo a mis pies. No quería ser nada de nadie, solo estar libre, como el viento. Pero ese día acabé borracho y Amelia me acompañó a mi habitación del hotel ― Paula cerró los ojos instintivamente, y Pedro detuvo la plática. No le daría más detalles.Joder, ni el mismo tenía tantos detalles, sólo recuerdos bizarros ―. Bueno, lo demás, como dicen es historia.


Se había casado con Amelia por el bebé. Se lo había dejado claro a ella desde el principio, y ella lo había aceptado. Pero dos meses después, lo había perdido en un aborto natural.


― Perdió al bebé en febrero. El doctor dijo que fue un aborto natural y que no hubo manera de salvarlo. El único lazo que nos había atado se había roto. Entonces, pensé… ― “En ir por ti, en recuperarte”. La observó, pero se tragó sus palabras no dichas ―. A instancias de mi madre, que no cree en el divorcio, tratamos de seguir casados, pero no pudimos llevarlo. No había bebé, no había amor en ese matrimonio, no había nada por que luchar. Amelia y no nos distanciamos y entonces, empecé a tomar. Nunca fue hasta el momento de caer borracho, pero no tenía nada que hacer.
Incluso había perdido el amor por el béisbol, la única cosa que me había mantenido a flote había dejado de tener importancia. Hice cosas de las que viviré arrepentido toda mi vida. Y una de ellas es conducir ebrio con Amelia al lado.


― El accidente.


Pedro asintió. Luego pasó a relatar la noche en que habían asistido a una cena con su padre y amigos muy influyentes. La noche había sido aburrida, y no se les ocurrió que horas más tarde, un hombre en una camioneta se estamparía con ellos, perdiendo la vida y provocando estragos en los otros pasajeros.


― El auto gracias al cielo golpeó en mi lado. Amelia solo recibió unos arañazos y unos golpes en la cabeza.


― ¿Y qué hay de ti? ― indagó Pau, necesitada de saber.


La mente de Pedro viajó a la velocidad de la luz creando un retrato de su pierna derecha destruida. De la línea sonrosada irregular que estropeaba su pierna y sus sueños. 


Y no es que la cicatriz le importara algo, sino que odiaba lo que ella implicaba. Implicaba que jamás podría regresar a jugar, y que aunque se lo pidieran, no lo haría, porque para él, el béisbol estaba muerto


― Mi pierna derecha quedó inservible, al menos en lo que a mi profesión se refiere. Quedé atrapado entre el asiento y el volante, y perdí mucha sangre. Me tomó mucho tiempo recuperarme,gracias a grandes cirujanos y terapeutas. Recibí apoyo de todo el mundo: fans, amigos, patrocinadores, pero jamás esperé que Amelia fuera la líder, cuidando de mí. Me habría sentido mejor si me hubiera gritado, odiado, pero estaba ahí, conmigo. Sebastian sacó a su hija de las manos de su loco marido, y me liquidó ya por el camino. Así que regresé a casa, al único lugar donde en verdad he sido feliz ― soltó una pequeña carcajada, moviendo su pecho pero se tranquilizó al ver a las niñas moverse ―. Y creo que eso resume lo pasado en cuatro años.


Se guardó para sí mismo


Paula se quedó sin voz. Aquella noche estaba llena de confesiones y vaya confesiones. Lo cierto es que había notado que en la cena del día anterior, Pedro había sido el único que no había tomado vino ni nada que tuviera alcohol. 


Las meseras le habían servido siempre jugo o agua sola.


Pero había pensado que debido a que era el dueño, quería mantenerse sobrio para estar con todos sus clientes.


Su padre siempre le había dicho que habían tres versiones en una historia: la de uno, la de la otra persona, y la que se crea cuando ambos hablan, dialogan y escuchan. Eso significaba entonces que ella tenía que hablar. ¿Pero a qué precio? Dijera lo que dijera, nada cambiaría, ¿o sí?


― Lo siento mucho, Pedro. No tenía…


Pedro agitó su cabeza con fuerza, interrumpiéndola.


― No Pau, no me estoy excusando detrás de esta historia, ni estoy pidiendo caridad, ni que sientas compasión por mí. Pau, no sé si el momento adecuado para decirte esto, y quizás llegan muy tarde mis palabras, sólo necesitaba contarte todo esto, y decirte que yo ― remarcó ―, lo siento mucho. Siento todo el daño que te causé, todo el mal que te hice no sólo aquí, sino estoy seguro que por mi culpa te perdiste de grandes momentos en tu familia. Por mi culpa. Yo lo siento Pau.


El silencio se hizo tan largo.


Paula lo miró, con sus grandes ojos marrones absorbiendo los suyos. Sus labios se curvaron, como esa sonrisa tan famosa de la Gioconda, enigmática, triste, que esconde algo.


― Está bien, Pedro. Ya es hora de pasar la hoja.


― ¿Tanto como para darme una segunda oportunidad?


Los labios femeninos hicieron un hermoso círculo de sorpresa. Incluso Pedro no supo de donde le salió el valor para hacer tal osadía. Paula abrió la boca, pero la cerró. Luego la volvió a abrir, para volver a cerrarla. No tenía palabras. Habría gritado no, pero muy dentro de ella, una
vocecita gritaba sí, mil veces sí.


“Oh, cállate tú voz de la locura. Tú fuiste la que me metió en esto”, pensó con amargura Paula para sí misma.


No pudo contestar.


Las niñas empezaron a moverse más y más, hasta que Ale se levantó, tallando su ojito y abrazando fuertemente con la otra mano a su osito.


― ¿Tío Pedro? Hace frío. Quiero irme a mi camita.


Cata se levantó también y bostezó como un león, sacando incluso la lengua y saboreando algo.


Se estiró en sus brazos


― Sí, yo igual.


Paula vio ahí su vía de escapatoria, y a pesar de la intensa mirada de Pedro, sonrió a sus sobrinas y asintió


― Claro que sí niñas, está empezando a hacer frío. Despertaré a Charlie ― y se alzó sobre sus codos para sentarse y empezar a mover a Charlie, que buen dios, tenía el sueño tan pesado como su padre.


Con rapidez, Pedro tomó a Ale en brazos.


― ¿Te llevo Cata?


― No soy una bebita.


Ambos adultos sonrieron ante la muestra de independencia, rebeldía y cabezonería de la pequeña.


― Claro que no, revoltosa. ¿Crees que te llevaría si pensara que lo fueras? ― hizo una mueca de horror, haciendo reír a la somnolienta Cata, que soltó un bostezo, luego un suspiro y alzó los brazos.


― Bueno, ya que insistes.


Se agachó para alzarla, pero le era difícil, con Ale del otro lado. Paula caminó hacia ellos, y la alzó para dársela a Pedro. Si alguien viera la escena, parecerían una gran familia: padres, hijos… Paula acarició la cabeza castaña de Cata y miró a Pedro.


― No deberías llevarlas, pesan mucho.


― No es nada. Vamos.


Pedro caminó hacia la casa, mientras que ella y su sobrino se quedaron atrás. Paula miró a Charlie, que la veía con sus ojos dulces brillando... Pau sonrió y le revolvió el pelo.


― Lo siento compadre, pero yo no soy tan fuerte como tu tío Pedro, así que a caminar.


El niño alzó su nariz respingada y se cruzó de brazos, caminando hacia la casa. Paula lo oyó gemir por lo bajo.


― Al cabo que ni quería.


Miró hacia el cielo y apreció las estrellas. Se mojó los labios y se abrazó a sí misma. De una noche de observaciones, pasó a una noche de confesiones y luego acabó en… ¿qué? Paula no sabría decirlo.


“¿Tanto como para darme una segunda oportunidad?”


¿Una segunda oportunidad de qué? Ella se iría. Regresaría a España. Y él se quedaría en San Francisco. Además, eran dos mundos distintos. Pedro amaba los deportes y ella no practicaba ninguno, ya que era pésima. Ella amaba los números y las ciencias y Pedro, bueno, no es que fuera un bruto, pero…


Detuvo abruptamente la corriente de sus pensamientos.


¿En serio lo estaba considerando? La simple idea de estar haciendo un listado de sus diferencias era porque en serio lo estaba considerando.


― ¡Tía Pau, hace frío, vamos a dormir!


Charlie la estaba esperando en el umbral de la puerta, abrazándose y tiritando de frío. Alzó la mirada una última vez al cielo y dos estrellas fugaces pasaron. Cerró los ojos y pidió una señal.


Entró a la casa con Charlie, lo acompañó a su habitación, la que alguna vez había sido de Pablo, y lo arropó. El pobre cayó muerto al momento de tocar la almohada. Después fue hacia la habitación de Paloma, y encontró a Pedro despidiéndose con un beso en la frente de Cata.


Bajaron en silencio las escaleras y Paula acompañó a Pedro hasta la puerta trasera que daba a su casa, la misma por donde habían entrado. Fueron unos segundos incómodos para ambos, no sabían que hacer, que decir, que pensar.


― Buenas noches, Pedro ― susurró Paula, caminando hasta él y dándole un abrazo.


Los brazos de Pedro la apresaron con fuerza y estuvo así sólo unos segundos, rompiendo Paula el contacto.


― Buenas noches Pau.


Pedro alzó el cuello de su chamarra y se fue a su casa, sin mirar atrás.


Paula lo observó perderse en la noche, sin detenerlo. 


Necesitaba tiempo para pensar.


Después entró en la casa, y se quedó en la cocina. Prendió la cafetera y esperó como zombie su café.


Cinco minutos después, sentada en la mesa de la cocina, seguía sin saber que pensar, con la con la mirada fija en sus manos entrelazadas. La luz de las escaleras se prendió y oyó a alguien bajar. Se giró para ver quién era y sonrió al ver a su padre entrar por el marco de la cocina Fijó su mirada en
la taza humeante de Paula y sonrió.


― Vi la luz prendida, y decidí bajar. ¿Qué tal una taza para tu viejo padre?


Paula alzó una ceja.


― No vas a poder dormir después.


― Señorita, una taza, por favor.


De un salto se paró en estilo militar y alzó su mano, haciendo el saludo de un soldado.


― A la orden, señor.


Oyó la risa de su padre a sus espaldas y se fue hacia la cafetera. Le sirvió una taza a su padre y se sentó a su lado.


― ¿Y qué tal estuvo la noche?


Paula pensó en todo lo que había platicado con Pedro.


― Muy movida… ― Salió de su ensimismamiento y miró a su padre. Inmediatamente se puso nerviosa por la intensidad de la mirada y sonrió ― Digo, los niños hablando de todo, ya
sabes como son.


― Que bueno que Pedro vino a ayudarte. ― Paula asintió y su padre esperó, luego agregó ―. Los vi platicando, antes de acostarme a dormir.


Su boca se tensó en una dura línea pero suavizó su gesto un segundo después.


― Sólo poniéndonos al día, pá.


Pascual asintió y estuvieron un rato así, en silencio, cada uno con su café y con sus propios pensamientos.


El pie izquierdo de Paula empezó a bailar. Como lo hacía cuando estaba nerviosa, preocupada, o demasiado estresada, justo como ahora. Detuvo el movimiento rítmico de su pie y se dejó caer sobre la silla, mirando a su padre.


― Pá, ¿crees en las segundas oportunidades?


― ¿Por qué lo preguntas?


Paula reaccionó y se dio cuenta que había hablado en voz alta. Vaya con su suerte. Sonrió nerviosamente, mientras se tomaba la última gota de café y se levantaba para dejarlo en el lavabo.


Se aferró a la fría tabla y se dio la vuelta sonriendo.


― Bueno, sólo, fue un tema por preguntar. No me hagas caso, solo estoy cansada. ― le dio un beso en la frente y empezó a caminar hacia la escalera subiendo varios peldaños.


― Creo que el mundo vive de segundas oportunidades ― contesto Pascual, deteniendo la caminata de Paula. Se giró y miró a su padre ― La naturaleza misma nos da segundas
oportunidades. Cada vez que te enfermas, te dan la oportunidad de recupérate. Cuando haces un mal, te dan la oportunidad de redimirte. El hombre vive de segundas oportunidades, cariño.


Con la mano en el pasamano de madera de la escalera, Paula bajó un peldaño pero no soltó la madera, más bien se ancló a ella. Lo miró entonces con toda la incertidumbre del mundo.


― ¿Pero que si es tarde, pá? ¿Qué pasa entonces?


Pascual tomó un sorbo de su taza, luego se levantó y caminó hasta ella.


― Bueno, eso depende de quién es el que va a perdonar y qué es lo que tiene que olvidar.


Los labios sonrosados se fruncieron y Paula suspiró, ya cansada de tanto pensar, después miró a su padre y asintió.


― Eso pensé.


Pacual la tomó de su mano suavemente y le sonrió.


― Pero antes de hacerlo, pregúntate, ¿qué pasaría si estuvieras en los zapatos de la otra persona?


Los ojos de Paula se abrieron desmesuradamente. No había pensado en eso. Miró a su padre con los ojos brillando, y lo abrazó.


― Me alegro tanto de estar en casa, pá.