Natalia Trujillo

domingo, 18 de diciembre de 2016

CAPITULO 52





Pedro fue el último en despedirse, y gracias al “tacto” de Penelope, pudo hacerlo, sin la antipática contemplación de Elias. Pedro la tomó de las manos, jugando con ellas. Ninguno de los dos decía nada, absorbiendo el momento mágico en que estaban encerrados. Al final, fue Pedro quien rompió el encanto.


― Paula, sobre lo que íbamos a hablar esta noche.


Ella alzó la cabeza, mirándolo con cierta tristeza y cansancio.


― ¿Lo podemos dejar para mañana? Hoy estoy cansada ― en realidad, quería hablar con Elias primero, y dejar de una vez por todas, las cosas claras.


Pedro asintió de mala gana y le dio un cálido beso, sólo uno, casto, simple, pero acompañado de las palabras que hacían estremecer todo su mundo:
― Te amo, Paula Cleopatra.


Pau lo abrazó, y descansó su cabeza sobre su pecho, justo debajo de su barbilla. Era increíble que esas dos palabras calentaran su cuerpo en ese frío invierno con la misma eficacia que el calor de las llamas de chimenea. Y a pesar que lo había sabido por varias semanas, oírlo salir de los labios del hombre más maravilloso del mundo, no tenía comparación. La hacía sentir desarmada, desnuda… así que trató de suavizar el momento con su sarcasmo.


― Es la segunda vez que oigo ese nombre en toda la noche. Por favor, ya no me torturen más.


― Aun así, te amo.


― Lo sé Pedro― contestó dándole una sonrisa de felicidad.


― No era eso lo que esperaba señorita.


Pau fingió estar ofendida y alzó una ceja.


― ¿Que esperabas entonces? ¿Qué me desmayara a tus pies después de la confesión?


― Como mínimo.


― Pues tendrás que esperar mucho más.


― Eres desesperante.


― No, en realidad soy inteligente ― Paula alzó los brazos y los entrelazó detrás del cuello de Pedro ―. Yo siempre te he amado y tú te acabas de dar cuenta. Esa es la verdad.


― Siempre es mucho tiempo, Pau.


― He de reconocer que hubo un tiempo en que pensé que te odiaba ― la cara de Pedro se contrajo de dolor sabiendo a que tiempo se refería ella, aunque no del todo acerca del por qué, y Paula sentía que ya no valía la pena hablarlo ―. Pero ahora sé que nunca lo hice. Estaba enojada contigo, sí, pero jamás al grado de odiarte. Con el destino o lo que sea que fuera eso, estaba enojada por haber arruinado… ― “mi vida, mi trabajo, a mí”, pero se vio diciendo ― todo.


― Sobre lo que pasó hace cuatro años…


Con dedos rápidos, Pau le cubrió sus labios y le sonrió.


― ¿De verdad vale la pena hablar de ello? Yo creo que no. Aquello ha pasado Pedro. Y hoy estamos tu y yo aquí, frente a frente, Eso, es lo que creo que vale la pena ― aquellas palabras, susurradas en la oscuridad no eran sólo para Pedro. Paula se hablaba a sí misma, dándose un bálsamo de lealtad a su autoestima. Tenía que seguir a delante. Así que alzó la mirada y se dejó perder en aquel par de ojos plateados como la luna ―. Te amo, Pedro. Siempre te he amado.


Pedro sonrió. Sonrió como nunca. Sentía que no sólo estaba sonriendo con la cara, sino con el corazón, con el alma y con todo lo que lo conformaba. Empezó a depositar besos por su nariz, mejillas, cuello, barbilla… haciéndole honor a la mujer más maravillosa del mundo.


― Me encantaría poder llevarte a la playa, y darte los mejores recuerdos posibles cariño.


― No te preocupes. Tenemos Año nuevo, San Valentín, el día de la marmota, el 4 de julio ― Paula vio confusión sembrarse en el rostro de Pedro. Esa misma dio paso a la sorpresa y luego al asombro ―, y los demás días de nuestras vidas para regresar a la playa.


― Paula ..


― He tomado una decisión.


La cabeza de Pedro empezó a sacudirse violentamente de una lado a otro.


― Es que de eso es lo que quería que hablásemos. Esto no es algo que puedas decidir tu sola. También tengo que opinar ― y aunque la idea de irse a España… bueno, le provocaba algo, deseaba que ella supiera que él también podía hacer lo que fuera por ella. Pero Paula no pensaba
así.


― Pero lo he hecho. Estaré más cerca de la familia, y bueno, estoy segura que en la UC puedo conseguir algo. No hay muchos astrónomos regados por el mundo si me entiendes. ― siguió hablando, para evitar que él la interrumpiera ―. Tendremos que buscar una casa pronto. Esto de irnos escabulléndonos a los hoteles no me gusta, aunque bueno, no me puedo quejar, el Fairmont no es precisamente feo ― dijo con cierta complicidad. El Fairmont Heritage Place era uno de los mejores y más exclusivos hoteles de la ciudad, y el cual había sido testigo de muchas noches de pasión entre ellos ―. Prefiero una casa cerca del Union Square, así podríamos salir a pasear cada fin de semana y comprar cosas nuevas. También quiero que me enseñes a manejar a Indi. Es una vergüenza que como tu novia no sepa siquiera prenderla.


“¿Novia?”, pensó con ironía Pedro. La mujer que tenía entre sus brazos merecía un título mejor que novia. Tenía uno mejor en mente, pero para ello necesitaba de un pequeño detalle.


Nuevamente, Pau tenía otras cosas en la cabeza. Se separó tan rápido que Pedro no pudo vaticinar su movimiento.


― Bueno, Pedro, en verdad lamento dejarte, pero tengo que ir a jalarle las orejas a alguien, así que buenas noches.


― Mañana a primera hora, en cuanto te desocupes de ese amigo, hablaremos. Dios, y yo esperando esta noche con locura y mira…


― Vamos, ya después te lo compensaré ― entonces una idea cruzó por su alocada cabeza ―. Aunque en realidad te compensaré doble. Habla con Elias. Dale una oportunidad.


― ¿No pides mucho? ― trató que su voz no denotase sus sentimientos, pero el grave tono irritado acompañó a sus palabras. Aun así, Paula no se amedrentó.


― Es mi mejor amigo, y así todo mula y cabezota como se ve, es una buena persona. Por favor, hazlo por mí. Será… ― buscó una buena analogía, y aunque sabía que sonaría muy raro, era la mejor que se le había ocurrido ―… como si yo me volviera a enamorar de ti. La vieja Paula volverá a caer rendida a tus brazos.


La mirada de Pedro no pudo ser más reveladora. Completo horror.


― Gracias, ahora sí ha logrado bajarme el ánimo completamente. Mi ego no puede estar más herido ahora.


A pesar de querer echarse a reír a carcajadas, Paula sabía que tenía que insistir.


― Hazlo por mi Pedro. Por favor, por favor… ― y recurrió al viejo tono característico de las mujeres Chaves, aquel en que arrastraban la última sílaba acompañada de una mirada de can abandonado. La había utilizado sólo dos veces en su vida, y a pesar de parecer patéticamente femenina, habían resultado ― por favorrrr.


― Dios… está bien ― Pedro sabía muy bien lo que Pau estaba tramando, pero como todo hombre enamorado, las hormonas regían su cuerpo ―. Mañana estaré en el restaurante todo el día. Se lo debo Jesy y Erik, así que date una vuelta con él por allá.


― Gracias, Pedro, ahora sé por qué te quiero.


― Sí, lo sé, yo y mi enorme corazón. Y ahora métete antes que decida raptarte y olvidarnos de tu invitado.


Sonriendo, Paula entró a la casa por la cocina. Sólo estaban encendidas las luces de la cocina y la salita, donde se oían voces. Suspirando por lo que sabía se venía, abrió la puerta de la cocina y entró directamente a la sala.


―… estamos felices por ellos. Se lo merecen en verdad.


― ¿De qué tanto hablan? ― preguntó Pau, acercándose a su madre.


Penelope estaba sentada con los pies recogidos sobre su sillón favorito. Elias estaba a un lado de ella, sentado en otro sillón, con una taza en las manos. No vio a su padre por ningún lado.


― Oh, nada. Platicando con Elias de las buenas nuevas de éste año.


― ¿Dónde está papá?


― Ya sabes que ese pobre ya no aguanta mucho ― Penelope no era tonta y sabía que esos dos tenían mucho que platicar, así que dio un fingido bostezo y alzó las manos ―. Bueno, yo subiré a prepararte tu habitación Elias, en unos minutos pueden ya subir para que te acomodes.


― Gracias Penelope.


Paula bajó su rostro para recibir un beso de su madre.


Ambos la observaron salir de la estancia y guardaron silencio hasta que los pasos en la escalera fueron tenues ecos. Entonces Paula se volteó hacia Elias con la ceja alzada y los brazos cruzados.


Elias alzó la taza y saboreó el delicioso café, agradeciendo la calidez de la taza contra sus dedos. Vaya que hacía frío en San Francisco.


― Tu madre es encantadora. Igual que su hija. Tienes una gran familia.


Paula no se movió de su lugar.


― La palabrería no te salvará de esto, Elias.


Él la observó detenidamente. Sí, había cambiado, pero ¿qué tanto habría sido ese cambio? ¿Y hasta dónde había llegado?


― La verdad es que no me esperaba tu visita ― dijo Pau acercándose hacia donde él ―. No después de que no contestaras mis mensajes ni devolvieras mis llamadas.


― Esperaba que entraras en razón. ¿Todavía sigues con la tonta idea de quedarte? ― esperó una respuesta. Una intervención de parte de ella. Pero lo único que vio fue la determinación en su mirada ―. ¿Volverás a echar a la borda tu carrera? Todo lo que has luchado se irá al caño por…
¿por él?


El encolerizado tono de Elias hizo que Paula se pensara bien en la respuesta que debía darle a Elias. Se acercó hasta él y se sentó a su lado, quedando frente a frente. Podían gritar –
aunque esperaba que no llegaran a eso, ya que estaban en casa de sus padres–, enojarse o no dirigirse la palabra pero Paula quería hacerle entrar en razón a él de una vez y por todas.


― Lo amo, Elias.


Elias dejó la taza en la mesita de la lámpara y se echó hacia atrás en el asiento, llevándose las manos a los ojos, presionándolos con las yemas de sus dedos.


― Sí, a veces creo que ese es tu mayor error ― se giró y le tomó las manos ―. Paula, es sólo que recordar lo que ese hombre te hizo…


Ella rompió el contacto, parándose de un sentón y caminado de un lado a otro.


― Estoy harta de que todo mundo use ese tono conmigo ― lo miró buscando hacerle entender ―. No soy una chiquilla de quince años viviendo su amor de verano.


― Eres algo peor ― opinó Elias con pesimismo ―. Una mujer de treinta y tres años enamorada de su primer amor viviendo una aventura de invierno, creyendo que está haciendo una elección madura.


― Esto no es una aventura Elias, lo amo. ¿Qué parte de lo amo no entiendes? ― chilló casi al borde de un grito desesperado, pero se contuvo. Tenía que recordar quienes estaban en los cuartos de arriba.


Elias se levantó del asiento y caminó hacia donde ella, tomándola de ambos brazos con firmeza, pero sin provocarle dolor.


― No dudo que tú puedas amarlo. Le has perdonado demasiado Paula. Pero ¿y él qué? ¿Cómo puede volver a tocarte sabiendo todo lo que por su culpa pasó?


Paula desvió la mirada rápidamente, y a pesar de la poca luz del lugar, Elias notó que se puso un poco pálida.


― No quiero hablar de ello ― sentenció Paula.


Los ojos de Elias se abrieron desmesuradamente, y sin querer, ― ¿No se lo has dicho? Es que… Paula, no hagas esto.


― Antes de seguir con esto, quiero que me escuches. Por favor ― Paula tomó sus manos entre las suyas y las entrelazó fuertemente ―. Eres mi mejor amigo Elias, el mejor que puedo tener en este mundo, y sé qué harías lo que fuera por mí. Lo sé. Así que por favor, dale una oportunidad Pedro. Verás que si las cosas hubieran sido distintas, habrían sido grandes amigos.


La cabeza de Elias se sacudió de un lado a otro, mientras que sus manos se separaban de las de Pau.


― Lo dudo en verdad, cariño.


La paciencia de Paula se estaba evaporando como agua en punto de ebullición. Elias, al parecer no iba a entender de buenas maneras.


― He tomado una decisión ― su voz fue ahora firme y tenaz ―. No voy a cambiar de parecer.


― ¿Y porque rayos no acepta irse él a España? ¿Por qué tienes que ser tú la que se tiene que quedar?


Había una razón muy oscura por la que Paula no le había pedido eso a Pedro. No sólo era la familia, el amor. Era Elias. Elias y todas las personas que sabían ya fuera porque habían estado presentes o por rumores, acerca de su frágil condición. Las miradas, a veces disimuladas, otras muy directas, provocarían en Pedro la reacción que ella más temía. Que él le preguntase porque la miraban con tanta compasión.


La mano derecha de Pau se alzó para colocar un mechón detrás de su oreja bajando luego por sus labios resecos. 


Rara, muy rara vez, Paula le mentía a Elias. Pero no estaba dispuesta a admitir esta verdad. En vez de eso, decidió hacer una huida cobarde, e inventar otra.


― Pedro está haciendo una expansión a su negocio. Si se fuera, no tendría nada.


― Así que él prefiere que tú te mudes de regreso a América, para que él pueda seguir adelante con su vida. ¿Qué clase de hombre le pediría eso a la mujer que dice amar?


― Ninguno, porque él no me lo pidió. Yo lo decidí ― suspirando, Paula se dejó caer sobre el sofá colando los codos sobre sus piernas y estrujándose el rostro, cansada ―. Pedro tuvo un accidente hace algún tiempo. Ya no puede volver a jugar nunca más. Su negocio es todo lo que tiene.


― ¿Y eso qué? Él ya vivió su vida, tuvo sus años de gloria. Tú apenas estás comenzando.


Recordó una plática en el restaurante con Pedro, el mismo día en que se habían resulto las cosas. Y sí, la vida de Pedro había terminado, quizás aún le habrían quedado un par de años, cinco cuando mucho, pero el final era inevitable. Mientras que para ella, éste era su momento.


― ¿Por qué me estás haciendo esto, Elias? ― susurró Pau, sin mirarlo.


Oyó los pasos acercándose a ella, sus manos sobre las suyas, y vio a Elias hincado frente a ella, tomándola de la barbilla.


― Porque me preocupo por ti, ese es el por qué.


― Entonces, si tanto te preocupas por mí, habla con Pedro. Trata… ― apretó las manos con fuerza al sentir que él intentaba alejarse ―, solo trata, por mí Elias. Hazlo por mí.


La mano masculina rozó las mejillas de Paula, para luego jugar con un mechón de su cabello.


― Está bien, hablaré con él mañana.


A pesar de haber ganado la batalla, Pau no sintió ganas de sonreír. En cambio le dio una mueca y asintió.


― Gracias.


Elias le dio un palmada en la pierna y se levantó.


― Y ahora, muéstrame mi habitación. Llevo casi dos días sin dormir decentemente, y después de esta cena, estoy muerto.


Paula lo acompañó por su pequeña maleta que estaba en la entrada de la casa, y subieron hasta la habitación en silencio. Dirigió un agradecimiento mental a su madre una vez que prendió la luz del lugar, ya que estaba pulcramente arreglado. Le enseñó el espacio, sencillo pero práctico, así como la ubicación de las toallas y accesorios de limpieza. 


Cuando vio que Elias trataba de reprimir un bostezo, se apresuró a despedirse. Justo en la puerta de la habitación se dio la vuelta y sonrió a su mejor amigo.


― Por cierto, feliz navidad, Elias ― y cerró la puerta.


Elias sonrió con alegría, pero su sonrisa fue decayendo hasta que no fue sino una sombra de expresión. Colocó el seguro a la puerta y regresó por su maleta, colocándola sobre la cama. De ella, sacó algunas ropas un poco arrugadas, y entre la multitud de prendas, una vieja caja emergió del fondo. Se dejó caer con cierta pesadez sobre la cama, casi seguro de que era provocado por el peso de su propia alma. Observó la vieja caja de zapatos y la abrió. Por alguna extraña razón le había parecido mal sacar la libreta de su caja, donde sabía Paula la había mantenido oculta tanto tiempo. La caja ocupaba mucho espacio, pero sintió que viajar con la libreta sin esa caja era como transportar a un muerto fuera de su féretro. Sacó una libreta de pasta marrón y cuando la abrió en la primera hoja observó que ahora eran de un color amarillento, provocado por el paso de los años.


Estaba casi seguro de que Paula no había vuelto a leer esas hojas desde que las había escrito.


Quizás y había olvidado el cuaderno, pero él no. Él había tenido la oportunidad de leer el contenido de aquella libreta, con su permiso y animada por el psicólogo que la había visto en Puerto Rico. Leyó las primeras palabras y algo en su interior aulló de dolor e ira. ¿Cómo había podido perdonar Paula al hombre que le había causado tanto dolor?


Dejó el cuaderno fuera de la caja, pero envuelto entre sus ropas y metió la caja dentro de la maleta. Estaba a punto de traicionar la amistad de su amiga, pero se preocupaba por ella como por pocas personas. Y estaba dispuesto a lograr de una vez por todas que Paula despertara de su mundo de hadas y volviera al mundo real en una sola pieza. Y si para ello tenía que contarle la amarga verdad que ella se trataba de mantener oculta, que así fuese.





CAPITULO 51






Pedro se consideraba a sí mismo un hombre paciente y aunque territorial, nada celoso. Pero ver a Paula abrazando con tal pasión a su “mejor amigo” le estaba provocando una úlcera del tamaño del puño en su estómago. Paula por otro lado, parecía absorta en su invitado sorpresa.


― ¡Hola preciosa! ¿Qué tal un “feliz navidad” para este viejo amigo?


Paula se alejó, lo miró, sonrió y lo volvió a enfundar entre sus brazos.


― Por dios, ven acá.


Ambos tenían sus rostros escondidos en los hombros del otro, con los ojos cerrados. Parecía que habían pasado años y no simples semanas desde la última vez que se habían visto o hablado.


― Te he extrañado mucho, Pau.


― Y yo a ti ― contestó en un susurró, aferrándose con fuerza a su cuerpo, tratando de deshacer el nudo en su garganta. Entonces lo sintió. Una ola de algo venía desde atrás y chocaba contra su espalda como martillo contra clavos. Recordó entonces donde estaba, con quién y por qué. Pero el quién cambió a quienes, pues cuando soltó de nueva cuenta a Elias, vio a sus padres, hermanos, sobrinos, casi suegros, y… Pedro observándolos con diferentes expresiones en el rostro.
Para tratar de restar importancia en la muestra de afecto y tranquilizar la atmósfera, se alejó y sonrió pícaramente ―. Por dios, Elias, deberías de haber llamado que venías, así mínimo me habría escondido.


― Graciosa. Y no me llames así, sabes que lo odio. Siento que mi madre saldrá en algún momento a jalarme las orejas.


Paula le dio un golpecito en la espalda y sonrió. El idioma original de Elias era el noruego, y a pesar de llevar muchos años hablando el inglés, Aun tenía ese acento escandinavo que lo delataba.


― Si, bueno, la culpa la tienen tus padres, no yo.


― Touché, Cleopatra.


Penelope no entendía mucho la situación pero sí que Pedro estaba al borde del asesinato y Paula ni en cuenta. Decidida a escuchar un poco más, y darle tiempo a su futuro yerno de tranquilizarse, se acercó hacia su hija y su amigo, abrazándola de la cintura al mismo tiempo que le extendía la mano a Elias.


― Bienvenido joven, soy Penelope Chaves, la madre de esta maleducada jovencita.


― Lo siento ― aliviada de la intervención, Pau hizo las presentaciones ―. Mamá, te presento a Elias Hansen, colega y sobre todo, un buen amigo. Actualmente laboramos en España.


Elias ya tenía la mano de Penelope entre las suyas, apretándolas con cariño y devoción.


― Ahora entiendo perfectamente de donde viene el encanto de Paula.


― Vaya bribón.


Penelope soltó una risilla. ¡Una risilla! ¡Y se sonrojó! Paula no podía creerlo. Un soplido proveniente de alguien parado atrás las sacó de su nube, y se volvió hacia los demás.


― Éste es Elias, un amigo de España y colega de trabajo de muchos años.


Todos saludaron casi en unísono, dándole la bienvenida. Ella pasó a presentarles a los miembros de su alocada familia, ahí, parados en el pasillo de su casa. Cuando pasó con los niños, Paula estaba segura que escuchó decir a Alejandra algo acerca de un actor de televisión. Tenía que reconocer que Elias se veía, pues en general bien. Alto, rubio, de ojos azules, cuerpo delgado, no musculoso pero tampoco flácido, sonrisa cálida, y ojos amables. Era perfecto, pera otras, pero no para ella. Y eso lo tendría que aclarar con Pedro, ya que por las miradas que Pedro le tiraba, él no parecía pensar lo mismo. Y Elias no ayudaba mucho. Pedro resaltaba entre los demás, por lo que muy discretamente lo miraba. Podía sentir ese escalofrío subir por su nuca, viajando a través de los vellos de su cuello, anunciando algo.


― Mi padre, Pascual.


― Bienvenido, Elias ― Pascual le dio un fuerte saludo al joven, y se alegró de recibir uno con igual fuerza ―. Es un placer conocer a los amigos de Pau.


Pasó por el resto de hermanos, los padres de Pedro y finalmente…


― Y él es Pedro ― se produjo un silencio. Paula percibía la curiosidad de los presentes, así que se acercó más a Elias y le susurró en noruego ―Elias, se bueno. Me lo debes ― y se volvió a Pedro, quien tampoco tenía cara de muchos amigos ―. Pedro, ya te había hablado de Elias, y bueno, aquí está él.


Le dio una estúpida sonrisa, una que trataba de disimular la incomodidad del momento.


Pedro se apiadó y le tendió la mano a Elias.


― Un placer.


Elias se la estrechó, mirándolo fijamente.


― No puedo decir lo mismo, sinvergüenza ― soltó en un fluido noruego


Los ojos de Paula se abrieron desorbitadamente. Corrió hacia el lado de Elias tomándolo de su chaqueta y enterrándole las uñas “discretamente”.


― Dice que también. A veces Elias se le cruzan los cables del idioma.


Los demás sonrieron y aceptaron sus palabras. Pedro en cambio no parecía conforme con la explicación. Penelope salió al rescate de su hija.


― Por favor Elias, únete a la mesa. Estamos en medio de la cena y estoy segura que después de un viaje tan largo como el que acabas de hacer, tendrás hambre, Lo que dan en el avión no es comida, así de simple.


― Le apoyo totalmente señora.


― Llámame Penelope ― lo tomó del brazo y lo encaminó hacia la mesa. Paula ya iba hacia ellos pero su madre se detuvo y se volvió ― Pau, mientras tú y Pedro vayan a la cocina a prepararle un plato a tu invitado.


Pau asintió rápidamente, aliviada de tener un momento. Su madre prácticamente se llevó a Elias al comedor y los demás la siguieron revoloteando a su alrededor. Paula entró a la cocina, y se acercó hacia la alacena para sacar platos. Pedro llegó un segundo después.


― ¿Qué hace el aquí?


― No lo sé ― murmuró mientras buscaba un plato hondo que se reusaba a aparecer.


― Paula ― era ese tono el que le ponía los nervios de punta. De advertencia y posibles problemas. ¿Cómo se podía alegrar que Elias estuviera en su casa y al mismo tiempo, desear que desapareciera? Se dio la vuelta y se recargó contra la alacena, cruzándose de brazos.


― No lo sé Pedro ― alzó la mirada y se arriesgó a mirarlo ―. Quiero decir, estoy feliz que Elias esté aquí, pero yo no le pedí que viniese.


― ¿Qué fue lo que dijo, cuando me dio la mano? No necesito hablar mil idiomas para saber que no fue nada amigable.


Tenía razón, pensó Pau, no fue nada amigable.


― No hay mil idiomas… ― soltó para relajar la atmosfera pero la oración se perdió en un murmullo ―. Vamos, es sólo que Elias está un poco… cansado. Por el viaje.


― Paula.


Se dio la vuelta y buscó entre la alacena el maldito plato hondo.


Pedro, te juro que después hablaremos. Pero ahora no, ya se han de estar extrañando el por qué estamos tardando demasiado. ¡Ah, te encontré!


Pedro caminó lentamente hacia ella hasta que su pecho chocó contra su espalda. La tomó de un hombro y le dio la vuelta con delicadeza.


―Paula, mírame a los ojos y dime que todo está bien.


― Pedro, oh Pedro ― le acarició una mejilla y buscó una forma de explicarle lo que ella tampoco podía entender ― , es sólo que Elias es mejor amigo y, para bien o para mal, estuvo en… bueno, mis malos momentos. Elias sabe lo que este día significa… significaba ― se rascó la frente con el plato ―. Imagina que en vez de haber llegado hace semanas, hubiese llegado hoy. Precisamente hoy. Que no hubiésemos tenido la oportunidad de hablar y aclarar las cosas. Sé que es complicado, pero Elias es ese yo, ¿lo entiendes?


Lo entendía, pero era difícil, pensó Pedro. Acarició un mechón del cabello de Paula y suspiró, sabiendo que tendría que ser paciente.


― Está bien, Pau. Sólo promete tendremos la conversación que teníamos planeada para esta noche. Por lo menos la conversación, porque lo demás… bueno, no creo que tenga tanta suerte.


Pau sonrió y se alzó de puntillas para besarlo. Y la magia vibró. Siempre que estaba con él, había algo que los rodeaba, que la hacía olvidarse de todo y sentirse la única persona viva en el mundo. La lengua de Pedro se deleitaba con la de ella, ésta vez más que otras, con más pasión, pero
sin reclamar todo de ella, era más bien, como si él estuviera entregando todo de sí. Contra su voluntad, Pedro fue bajando la velocidad del beso, hasta que sólo le dio pequeños y castos besos en los labios, y finalmente, reposar frente contra frente.


Esto era, pensó Paula, lo que equivalía a un observatorio de primer mundo en el otro lado del planeta.


― Te amo Paula Cleopatra Chaves ― fue un susurro apenas audible. Cada palabra fue dicha con tal precisión, como si estuviera en un recital de poesía. Paula tuvo que alzar la mirada. Y en esos ojos grises, tan densos como la neblina, vio la verdad ―, creo… no, estoy seguro que siempre te he amado, sólo que he sido un tonto en no haberme dado cuenta antes.


― Pedro


― No, déjame decírtelo primero. Quiero saborear este momento. Tú lo dijiste primero la otra vez, y siempre he recordado aquella frase. La he atesorado todo este tiempo. Así que ahora quiero que tú atesores este momento. Te amo, mi hermosa Pauly.


El mágico momento se rompió cuando la puerta de la cocinase abrió y entró Darien.


― De haber sabido que la cocina era el único lugar donde uno puede disponer de un poco de privacidad habría venido hace tiempo. Ni siquiera en el baño se puede estar a gusto ― resopló Patricio mientras avanzaba hacia el espacio vacío donde había estado la mesa ―. Mamá te está llamando. Dice que es de mala educación…


― Dejar a la visita sola ― terminó Paula sabiendo de memoria la frase --. Lo sé. Ya íbamos.


― Sí, de eso no me cabía la menor duda. Ambos “iban” encaminados.


― ¿Lo mato? ― preguntó Pedro alzando ya su puño contra Patricio.


― Después de la plática que tuve con Paloma esta tarde, ha tenido el honor de subir al puesto de hermana favorita, así que haz lo que quieras con él.


Ambos se echaron a reír. Paula llegó ante Pedro en dos pasos y lo rodeó de la cintura con la mano libre.


― Vamos, antes que mamá ahuyente a Elias con tantas preguntas.


― Eso no estaría mal ― murmuró Pedro.


― Pedro


― Vale, vale, me comportaré. Pero todo tiene un límite… Cleopatra.


Los ojos de Paula se achicaron pero no le contestó. Patricio lo hizo por ambos.


― Podrían largarse ya. Me hacen querer devolver el delicioso pavo que acabo de comer ― se encaminó hacia el banco y encontró una botella de vino y se le hizo la luz. Paula y Pedro ya se marchaban pero los detuvo ―. De paso, podrían decirle a Cris que necesito ayuda con el vino.


― ¿El vino? ― La ceja de Paula se arqueó y sus labios se curvearon ―. ¿Quieres que Cris te ayude con el vino?


― Claro, claro. Es toda una experta en vinos.


Paula asintió y se llevó a Pedro fuera de la cocina. En el caminó no pudo aguantar más, y soltó una carcajada. Pedro la miraba con el ceño fruncido esperando una explicación, pero Paula seguía riéndose. Al final tuvo que preguntar.


― ¿De qué te ríes?


― Sólo recordé un dato de los vinos y Cris ― suspiró, controló su risa histérica y le dio un golpecito a Pedro en el brazo ―. Es chiste local, amor.


Estaban a dos pasos de la entrada al salón donde estaban los demás, cuando Pedro la jaló improvisadamente del brazo libre y Paula tuvo que agarrar con fuerza el plato para que no se le resbalase.


― ¿Qué…? ― Lo que fuera a decir quedó acallado en un beso exigente, duro e irremediablemente lleno de pasión.


― Te amo, Paula. ¿Me oyes? Te amo.


Paula asintió. Le dio un beso en la mejilla, y luego lo tomó de la mano para entrar en el salón. Todos estaban platicando como si nada, enfrascados en la plática de Elias. Penelope era quien prácticamente lo tenía monopolizado. Sonrió cuando vio a ambos entrar tomados de la mano y miró a Paula.


― Oh Pau, le estaba preguntado a tu amigo que donde se hospeda y me ha comentado que como el viaje fue tan pronto no ha reservado hotel, así que le ofrecí la habitación de Patricio que está libre.


Las miradas se fueron sobre Paula. Ella quería hablar con Elias, pero en su casa no tendrían un momento a solas. Sin embargo, correr al mejor amigo que acaba de llegar del otro lado del mundo no se vería nada hospitalario. Suspirando mentalmente, Paula asintió.


― Muchas gracias se… Penelope, será un placer. La verdad es que el viaje sí fue cansado ― contestó Elias, endulzando el oído de Penelope.


Pedro alzó los ojos y miró entonces donde estaba sentado el “amigo”. Elias se dio cuenta y fingió la inocencia de un lobo.


― Perdón, ¿estabas sentado aquí?


― Oh no te preocupes ― intervino Victoria sonriendo embelesada y señaló una silla que estaba del otro lado de la mesa ― Pedro se puede sentar en la otra silla, ¿verdad cielo?


“No” quiso gritar Pedro, pero un apretón de parte de Paula le recordó que se iba a comportar, así que en vez de responder lo que su corazón gritaba, se vio respondiendo:
― Claro mamá.


Se soltaron de las manos y Pedro deseó no hacerlo. Se sentía extraño sin el contacto de Paula; ella en cambio, caminó hacia donde la crema y le sirvió a Elias. Cris le ayudó a levantar los platos sucios, y Paula aprovechó para darle el mensaje de Patricio. Paula se alejó lanzándole un guiño a Cris, quien estaba roja como la grana.


Elias vio la crema y sonrió a los ángeles. Tenía un hambre voraz. Penelope tenía razón, la comida de avión no era comida. Así de simple. Sin embargo, a la tercera cucharada Paula empezó con el interrogatorio.


― ¿Por qué no me avisaste que vendrías?


“¿Que rayos haces aquí?”. Casi pudo oír sus palabras, las verdaderas que deseaban salir de su pecho. Elias tomó un pedazo de pan, mientras se daba cuenta que todos incluido el tal Pedroestaban atentos a la conversación, así que trato de parecer lo más relajado posible.


― Era una sorpresa. Además, vine por cuestiones laborales.
“Vine a detenerte de cometer una locura”.


― ¿Sabe Tamara y los demás que andas por acá?


“¿Por qué no te detuvieron? ¿Por qué no me avisaron?”


― Claro, no me iría sin avisarles.


“No lo sabe nadie.”


― ¿Y cuándo te tienes que regresar?


“Hablaremos y luego te largaras.”


― Tengo una conferencia de varios días en la Universidad de California. Luego que la dé, me iré.


“Hasta que me oigas decir lo que tengo que decir. Te daré una conferencia, si es necesario.”


Paula sorbió un poco de su ponche, dándole una sonrisa digna de un Oscar. Los más pequeños sintieron que era momento de intervenir en la conversación de adultos.


― ¿También trabajas viendo las estrellas como la tía Pauly? ― preguntó Ale.


― ¿Pauly? ― Elias miraba con curiosidad a Paula, pero esta sólo volvió a tomar un sorbo de su vaso.


― Calla Elias. Te hicieron una pregunta.


Se volvió hacia la pequeña beldad rubia y asintió.


― Algo así.


― ¿Te sabes historias de las estrellas? ― preguntó Cata.


― Claro, me encantan las historias.


― Si te sabes alguna de dragones o guerras, me encantaría oírlas.


― Si es de princesas mejor Aun.


Charlie rezongó.


― Ale, ¿por qué todo tiene que ser de princesas?


Su hermana menor le devolvió el gesto.


― ¿Y por qué todo tiene que ser de guerra Charles?


― Buuuu….


― Tonto.


― Que inmaduros ― cuchicheó Cata hacia nadie en especial, pero procurando que todos la escucharan.


― Es su nueva palabra ― aclaró Paloma limpiando a Guille la boca ―. La oyó en la escuela y siente que es un gran insulto dado que las palabrotas no están permitidas, ¿verdad cariño?


Con un codo sobre la mesa y su pequeña cabecita recargada sobre su brazo, Cata puso los ojos en blanco unos segundos antes de meterse un pedazo de comida a la boca. Su gesto tan recto, provocó risas en los presentes, y Elias concluyó que así era como se debió de ver Paula a su edad. Sin embargo…


A pesar de la cháchara de la madre de Paula, Elias entre ratos lanzaba miradas hacia el otro lado de la mesa, donde se encontraba el tal Pedro. Tenía que reconocer que era un tío de los que a las mujeres llamaban la atención. Sintió una punzada herir su orgullo masculino. Desde que empezó a seducir a Paula, supo que nunca sería el dueño total de su corazón, y a pesar de ello, cuando estuvieron juntos, luchó para lograrlo, pero los dos se dieron cuenta de jamás serían el uno para el otro. Y aquí, luego de muchos años, tenía al hombre que había hecho sufrir a su Paula frente a frente.


“Sufrir, que trivialidad”, pensó Elias. Sufrir no se acercaba a lo que había hecho a Paula hacía años. La pobre había estado mal, física y psicológicamente hablando. Miró a Paula unos segundos, hablando con su padre, sonriendo. Oh sí, se veía bien, pero ¿y si se estaba engañando?


¿Y si él la volvía a herir? No estaba seguro de poder quedarse de brazos cruzados sin nada que hacer. Él estaba ahí para velar por ella, y si eso significaba revelar todos sus secretos, que así fuera.


Aun no podía creer que Paula le hubiera perdonado a ese canalla lo que había pasado. ¿Regresar casado? ¿Con una esposa embarazada? ¡Por dios! Paula estaba más chalada que una cabra.


Apretó con fuerza la copa de vino que tenía en sus manos, deseando que fuera el cuello de aquel canalla. Volvió a mirarlo. Sonreía a la pequeña copia de Paula, y todos parecían en armonía. ¿Lo seguirían apreciando si se enterasen de lo que le había hecho a Paula? Elias lo dudada.


Dejó a un lado sus tortuosos pensamientos, y se sumergió en la de la plática, contestando preguntas de todos los presentes, y tenía que reconocer que Paula era dichosa: su familia era única. Había miradas de amor, de cariño, de padres amorosos, de hijos queridos, sonrisas de felicidad y otras como producto de las bromas que se gastaban en la mesa. Patricio por ejemplo, le susurraba chistes a la pequeña Ale al oído y ella los contaba. Era más gracioso cuando la pequeña o se moría de la risa y no podía terminar de contar el chiste, o se volteaba con el ceño fruncido
hacia su tío y le preguntaba “¿y que sigue luego?”.


Pronto la velada fue amenguando, y como todas las cenas previas, los pequeños empezaron a caer desmayados de sueño por toda la casa. Charlie fue encontrado acostado sobre una silla, con los pies arrastrados en el piso. Ale estaba acurrucada en el sillón, frente al pino de navidad y Cata, había quedado en los brazos de Elias, luego de estar hablando acerca de las estrellas y agujeros negros. Los más pequeños fueron los más afortunados, al estar en los brazos de sus padres o dentro de su moisés. Vino la despedida, y para Elias, que consideraba que una despedida debía
durar dos minutos, los Chaves se tardaron media hora. 


¡Media hora! Elias tuvo que reírse, porque era en verdad chistoso ver que se despedían, volvían a las pláticas, un beso más y luego otra plática y parecía el cuento de nunca acabar. De verdad que eran una familia como ninguna.


Los últimos en irse fueron los Alfonso. Tenía que reconocer que los padres de canalla- Pedro eran simpáticos y muy amigables. Pero para desgracia del mundo, no podía decir lo mismo del hijo. Y Paula se dio cuenta de ello. Ambos hombres no se podían ver, y Paula entendía la posición de ambos, de verdad que lo hacía, y precisamente por eso, no podía ponerse de parte de ninguno. Tanto Pedro como Elias no habían hecho sino lanzarse miradas toda la noche. Al menos habían sido discretos, pero Aun así, ella sí que lo había notado. Dado que no estaban para formalidades, Victoria y Miguel se despidieron por la puerta de la cocina, que daba directamente a la casa, y les era más fácil evitar caminar entre la nieve y huir de la resbaladiza agua nieve que había cobrado muchas víctimas en la temporada.