Natalia Trujillo

domingo, 18 de diciembre de 2016

CAPITULO 51






Pedro se consideraba a sí mismo un hombre paciente y aunque territorial, nada celoso. Pero ver a Paula abrazando con tal pasión a su “mejor amigo” le estaba provocando una úlcera del tamaño del puño en su estómago. Paula por otro lado, parecía absorta en su invitado sorpresa.


― ¡Hola preciosa! ¿Qué tal un “feliz navidad” para este viejo amigo?


Paula se alejó, lo miró, sonrió y lo volvió a enfundar entre sus brazos.


― Por dios, ven acá.


Ambos tenían sus rostros escondidos en los hombros del otro, con los ojos cerrados. Parecía que habían pasado años y no simples semanas desde la última vez que se habían visto o hablado.


― Te he extrañado mucho, Pau.


― Y yo a ti ― contestó en un susurró, aferrándose con fuerza a su cuerpo, tratando de deshacer el nudo en su garganta. Entonces lo sintió. Una ola de algo venía desde atrás y chocaba contra su espalda como martillo contra clavos. Recordó entonces donde estaba, con quién y por qué. Pero el quién cambió a quienes, pues cuando soltó de nueva cuenta a Elias, vio a sus padres, hermanos, sobrinos, casi suegros, y… Pedro observándolos con diferentes expresiones en el rostro.
Para tratar de restar importancia en la muestra de afecto y tranquilizar la atmósfera, se alejó y sonrió pícaramente ―. Por dios, Elias, deberías de haber llamado que venías, así mínimo me habría escondido.


― Graciosa. Y no me llames así, sabes que lo odio. Siento que mi madre saldrá en algún momento a jalarme las orejas.


Paula le dio un golpecito en la espalda y sonrió. El idioma original de Elias era el noruego, y a pesar de llevar muchos años hablando el inglés, Aun tenía ese acento escandinavo que lo delataba.


― Si, bueno, la culpa la tienen tus padres, no yo.


― Touché, Cleopatra.


Penelope no entendía mucho la situación pero sí que Pedro estaba al borde del asesinato y Paula ni en cuenta. Decidida a escuchar un poco más, y darle tiempo a su futuro yerno de tranquilizarse, se acercó hacia su hija y su amigo, abrazándola de la cintura al mismo tiempo que le extendía la mano a Elias.


― Bienvenido joven, soy Penelope Chaves, la madre de esta maleducada jovencita.


― Lo siento ― aliviada de la intervención, Pau hizo las presentaciones ―. Mamá, te presento a Elias Hansen, colega y sobre todo, un buen amigo. Actualmente laboramos en España.


Elias ya tenía la mano de Penelope entre las suyas, apretándolas con cariño y devoción.


― Ahora entiendo perfectamente de donde viene el encanto de Paula.


― Vaya bribón.


Penelope soltó una risilla. ¡Una risilla! ¡Y se sonrojó! Paula no podía creerlo. Un soplido proveniente de alguien parado atrás las sacó de su nube, y se volvió hacia los demás.


― Éste es Elias, un amigo de España y colega de trabajo de muchos años.


Todos saludaron casi en unísono, dándole la bienvenida. Ella pasó a presentarles a los miembros de su alocada familia, ahí, parados en el pasillo de su casa. Cuando pasó con los niños, Paula estaba segura que escuchó decir a Alejandra algo acerca de un actor de televisión. Tenía que reconocer que Elias se veía, pues en general bien. Alto, rubio, de ojos azules, cuerpo delgado, no musculoso pero tampoco flácido, sonrisa cálida, y ojos amables. Era perfecto, pera otras, pero no para ella. Y eso lo tendría que aclarar con Pedro, ya que por las miradas que Pedro le tiraba, él no parecía pensar lo mismo. Y Elias no ayudaba mucho. Pedro resaltaba entre los demás, por lo que muy discretamente lo miraba. Podía sentir ese escalofrío subir por su nuca, viajando a través de los vellos de su cuello, anunciando algo.


― Mi padre, Pascual.


― Bienvenido, Elias ― Pascual le dio un fuerte saludo al joven, y se alegró de recibir uno con igual fuerza ―. Es un placer conocer a los amigos de Pau.


Pasó por el resto de hermanos, los padres de Pedro y finalmente…


― Y él es Pedro ― se produjo un silencio. Paula percibía la curiosidad de los presentes, así que se acercó más a Elias y le susurró en noruego ―Elias, se bueno. Me lo debes ― y se volvió a Pedro, quien tampoco tenía cara de muchos amigos ―. Pedro, ya te había hablado de Elias, y bueno, aquí está él.


Le dio una estúpida sonrisa, una que trataba de disimular la incomodidad del momento.


Pedro se apiadó y le tendió la mano a Elias.


― Un placer.


Elias se la estrechó, mirándolo fijamente.


― No puedo decir lo mismo, sinvergüenza ― soltó en un fluido noruego


Los ojos de Paula se abrieron desorbitadamente. Corrió hacia el lado de Elias tomándolo de su chaqueta y enterrándole las uñas “discretamente”.


― Dice que también. A veces Elias se le cruzan los cables del idioma.


Los demás sonrieron y aceptaron sus palabras. Pedro en cambio no parecía conforme con la explicación. Penelope salió al rescate de su hija.


― Por favor Elias, únete a la mesa. Estamos en medio de la cena y estoy segura que después de un viaje tan largo como el que acabas de hacer, tendrás hambre, Lo que dan en el avión no es comida, así de simple.


― Le apoyo totalmente señora.


― Llámame Penelope ― lo tomó del brazo y lo encaminó hacia la mesa. Paula ya iba hacia ellos pero su madre se detuvo y se volvió ― Pau, mientras tú y Pedro vayan a la cocina a prepararle un plato a tu invitado.


Pau asintió rápidamente, aliviada de tener un momento. Su madre prácticamente se llevó a Elias al comedor y los demás la siguieron revoloteando a su alrededor. Paula entró a la cocina, y se acercó hacia la alacena para sacar platos. Pedro llegó un segundo después.


― ¿Qué hace el aquí?


― No lo sé ― murmuró mientras buscaba un plato hondo que se reusaba a aparecer.


― Paula ― era ese tono el que le ponía los nervios de punta. De advertencia y posibles problemas. ¿Cómo se podía alegrar que Elias estuviera en su casa y al mismo tiempo, desear que desapareciera? Se dio la vuelta y se recargó contra la alacena, cruzándose de brazos.


― No lo sé Pedro ― alzó la mirada y se arriesgó a mirarlo ―. Quiero decir, estoy feliz que Elias esté aquí, pero yo no le pedí que viniese.


― ¿Qué fue lo que dijo, cuando me dio la mano? No necesito hablar mil idiomas para saber que no fue nada amigable.


Tenía razón, pensó Pau, no fue nada amigable.


― No hay mil idiomas… ― soltó para relajar la atmosfera pero la oración se perdió en un murmullo ―. Vamos, es sólo que Elias está un poco… cansado. Por el viaje.


― Paula.


Se dio la vuelta y buscó entre la alacena el maldito plato hondo.


Pedro, te juro que después hablaremos. Pero ahora no, ya se han de estar extrañando el por qué estamos tardando demasiado. ¡Ah, te encontré!


Pedro caminó lentamente hacia ella hasta que su pecho chocó contra su espalda. La tomó de un hombro y le dio la vuelta con delicadeza.


―Paula, mírame a los ojos y dime que todo está bien.


― Pedro, oh Pedro ― le acarició una mejilla y buscó una forma de explicarle lo que ella tampoco podía entender ― , es sólo que Elias es mejor amigo y, para bien o para mal, estuvo en… bueno, mis malos momentos. Elias sabe lo que este día significa… significaba ― se rascó la frente con el plato ―. Imagina que en vez de haber llegado hace semanas, hubiese llegado hoy. Precisamente hoy. Que no hubiésemos tenido la oportunidad de hablar y aclarar las cosas. Sé que es complicado, pero Elias es ese yo, ¿lo entiendes?


Lo entendía, pero era difícil, pensó Pedro. Acarició un mechón del cabello de Paula y suspiró, sabiendo que tendría que ser paciente.


― Está bien, Pau. Sólo promete tendremos la conversación que teníamos planeada para esta noche. Por lo menos la conversación, porque lo demás… bueno, no creo que tenga tanta suerte.


Pau sonrió y se alzó de puntillas para besarlo. Y la magia vibró. Siempre que estaba con él, había algo que los rodeaba, que la hacía olvidarse de todo y sentirse la única persona viva en el mundo. La lengua de Pedro se deleitaba con la de ella, ésta vez más que otras, con más pasión, pero
sin reclamar todo de ella, era más bien, como si él estuviera entregando todo de sí. Contra su voluntad, Pedro fue bajando la velocidad del beso, hasta que sólo le dio pequeños y castos besos en los labios, y finalmente, reposar frente contra frente.


Esto era, pensó Paula, lo que equivalía a un observatorio de primer mundo en el otro lado del planeta.


― Te amo Paula Cleopatra Chaves ― fue un susurro apenas audible. Cada palabra fue dicha con tal precisión, como si estuviera en un recital de poesía. Paula tuvo que alzar la mirada. Y en esos ojos grises, tan densos como la neblina, vio la verdad ―, creo… no, estoy seguro que siempre te he amado, sólo que he sido un tonto en no haberme dado cuenta antes.


― Pedro


― No, déjame decírtelo primero. Quiero saborear este momento. Tú lo dijiste primero la otra vez, y siempre he recordado aquella frase. La he atesorado todo este tiempo. Así que ahora quiero que tú atesores este momento. Te amo, mi hermosa Pauly.


El mágico momento se rompió cuando la puerta de la cocinase abrió y entró Darien.


― De haber sabido que la cocina era el único lugar donde uno puede disponer de un poco de privacidad habría venido hace tiempo. Ni siquiera en el baño se puede estar a gusto ― resopló Patricio mientras avanzaba hacia el espacio vacío donde había estado la mesa ―. Mamá te está llamando. Dice que es de mala educación…


― Dejar a la visita sola ― terminó Paula sabiendo de memoria la frase --. Lo sé. Ya íbamos.


― Sí, de eso no me cabía la menor duda. Ambos “iban” encaminados.


― ¿Lo mato? ― preguntó Pedro alzando ya su puño contra Patricio.


― Después de la plática que tuve con Paloma esta tarde, ha tenido el honor de subir al puesto de hermana favorita, así que haz lo que quieras con él.


Ambos se echaron a reír. Paula llegó ante Pedro en dos pasos y lo rodeó de la cintura con la mano libre.


― Vamos, antes que mamá ahuyente a Elias con tantas preguntas.


― Eso no estaría mal ― murmuró Pedro.


― Pedro


― Vale, vale, me comportaré. Pero todo tiene un límite… Cleopatra.


Los ojos de Paula se achicaron pero no le contestó. Patricio lo hizo por ambos.


― Podrían largarse ya. Me hacen querer devolver el delicioso pavo que acabo de comer ― se encaminó hacia el banco y encontró una botella de vino y se le hizo la luz. Paula y Pedro ya se marchaban pero los detuvo ―. De paso, podrían decirle a Cris que necesito ayuda con el vino.


― ¿El vino? ― La ceja de Paula se arqueó y sus labios se curvearon ―. ¿Quieres que Cris te ayude con el vino?


― Claro, claro. Es toda una experta en vinos.


Paula asintió y se llevó a Pedro fuera de la cocina. En el caminó no pudo aguantar más, y soltó una carcajada. Pedro la miraba con el ceño fruncido esperando una explicación, pero Paula seguía riéndose. Al final tuvo que preguntar.


― ¿De qué te ríes?


― Sólo recordé un dato de los vinos y Cris ― suspiró, controló su risa histérica y le dio un golpecito a Pedro en el brazo ―. Es chiste local, amor.


Estaban a dos pasos de la entrada al salón donde estaban los demás, cuando Pedro la jaló improvisadamente del brazo libre y Paula tuvo que agarrar con fuerza el plato para que no se le resbalase.


― ¿Qué…? ― Lo que fuera a decir quedó acallado en un beso exigente, duro e irremediablemente lleno de pasión.


― Te amo, Paula. ¿Me oyes? Te amo.


Paula asintió. Le dio un beso en la mejilla, y luego lo tomó de la mano para entrar en el salón. Todos estaban platicando como si nada, enfrascados en la plática de Elias. Penelope era quien prácticamente lo tenía monopolizado. Sonrió cuando vio a ambos entrar tomados de la mano y miró a Paula.


― Oh Pau, le estaba preguntado a tu amigo que donde se hospeda y me ha comentado que como el viaje fue tan pronto no ha reservado hotel, así que le ofrecí la habitación de Patricio que está libre.


Las miradas se fueron sobre Paula. Ella quería hablar con Elias, pero en su casa no tendrían un momento a solas. Sin embargo, correr al mejor amigo que acaba de llegar del otro lado del mundo no se vería nada hospitalario. Suspirando mentalmente, Paula asintió.


― Muchas gracias se… Penelope, será un placer. La verdad es que el viaje sí fue cansado ― contestó Elias, endulzando el oído de Penelope.


Pedro alzó los ojos y miró entonces donde estaba sentado el “amigo”. Elias se dio cuenta y fingió la inocencia de un lobo.


― Perdón, ¿estabas sentado aquí?


― Oh no te preocupes ― intervino Victoria sonriendo embelesada y señaló una silla que estaba del otro lado de la mesa ― Pedro se puede sentar en la otra silla, ¿verdad cielo?


“No” quiso gritar Pedro, pero un apretón de parte de Paula le recordó que se iba a comportar, así que en vez de responder lo que su corazón gritaba, se vio respondiendo:
― Claro mamá.


Se soltaron de las manos y Pedro deseó no hacerlo. Se sentía extraño sin el contacto de Paula; ella en cambio, caminó hacia donde la crema y le sirvió a Elias. Cris le ayudó a levantar los platos sucios, y Paula aprovechó para darle el mensaje de Patricio. Paula se alejó lanzándole un guiño a Cris, quien estaba roja como la grana.


Elias vio la crema y sonrió a los ángeles. Tenía un hambre voraz. Penelope tenía razón, la comida de avión no era comida. Así de simple. Sin embargo, a la tercera cucharada Paula empezó con el interrogatorio.


― ¿Por qué no me avisaste que vendrías?


“¿Que rayos haces aquí?”. Casi pudo oír sus palabras, las verdaderas que deseaban salir de su pecho. Elias tomó un pedazo de pan, mientras se daba cuenta que todos incluido el tal Pedroestaban atentos a la conversación, así que trato de parecer lo más relajado posible.


― Era una sorpresa. Además, vine por cuestiones laborales.
“Vine a detenerte de cometer una locura”.


― ¿Sabe Tamara y los demás que andas por acá?


“¿Por qué no te detuvieron? ¿Por qué no me avisaron?”


― Claro, no me iría sin avisarles.


“No lo sabe nadie.”


― ¿Y cuándo te tienes que regresar?


“Hablaremos y luego te largaras.”


― Tengo una conferencia de varios días en la Universidad de California. Luego que la dé, me iré.


“Hasta que me oigas decir lo que tengo que decir. Te daré una conferencia, si es necesario.”


Paula sorbió un poco de su ponche, dándole una sonrisa digna de un Oscar. Los más pequeños sintieron que era momento de intervenir en la conversación de adultos.


― ¿También trabajas viendo las estrellas como la tía Pauly? ― preguntó Ale.


― ¿Pauly? ― Elias miraba con curiosidad a Paula, pero esta sólo volvió a tomar un sorbo de su vaso.


― Calla Elias. Te hicieron una pregunta.


Se volvió hacia la pequeña beldad rubia y asintió.


― Algo así.


― ¿Te sabes historias de las estrellas? ― preguntó Cata.


― Claro, me encantan las historias.


― Si te sabes alguna de dragones o guerras, me encantaría oírlas.


― Si es de princesas mejor Aun.


Charlie rezongó.


― Ale, ¿por qué todo tiene que ser de princesas?


Su hermana menor le devolvió el gesto.


― ¿Y por qué todo tiene que ser de guerra Charles?


― Buuuu….


― Tonto.


― Que inmaduros ― cuchicheó Cata hacia nadie en especial, pero procurando que todos la escucharan.


― Es su nueva palabra ― aclaró Paloma limpiando a Guille la boca ―. La oyó en la escuela y siente que es un gran insulto dado que las palabrotas no están permitidas, ¿verdad cariño?


Con un codo sobre la mesa y su pequeña cabecita recargada sobre su brazo, Cata puso los ojos en blanco unos segundos antes de meterse un pedazo de comida a la boca. Su gesto tan recto, provocó risas en los presentes, y Elias concluyó que así era como se debió de ver Paula a su edad. Sin embargo…


A pesar de la cháchara de la madre de Paula, Elias entre ratos lanzaba miradas hacia el otro lado de la mesa, donde se encontraba el tal Pedro. Tenía que reconocer que era un tío de los que a las mujeres llamaban la atención. Sintió una punzada herir su orgullo masculino. Desde que empezó a seducir a Paula, supo que nunca sería el dueño total de su corazón, y a pesar de ello, cuando estuvieron juntos, luchó para lograrlo, pero los dos se dieron cuenta de jamás serían el uno para el otro. Y aquí, luego de muchos años, tenía al hombre que había hecho sufrir a su Paula frente a frente.


“Sufrir, que trivialidad”, pensó Elias. Sufrir no se acercaba a lo que había hecho a Paula hacía años. La pobre había estado mal, física y psicológicamente hablando. Miró a Paula unos segundos, hablando con su padre, sonriendo. Oh sí, se veía bien, pero ¿y si se estaba engañando?


¿Y si él la volvía a herir? No estaba seguro de poder quedarse de brazos cruzados sin nada que hacer. Él estaba ahí para velar por ella, y si eso significaba revelar todos sus secretos, que así fuera.


Aun no podía creer que Paula le hubiera perdonado a ese canalla lo que había pasado. ¿Regresar casado? ¿Con una esposa embarazada? ¡Por dios! Paula estaba más chalada que una cabra.


Apretó con fuerza la copa de vino que tenía en sus manos, deseando que fuera el cuello de aquel canalla. Volvió a mirarlo. Sonreía a la pequeña copia de Paula, y todos parecían en armonía. ¿Lo seguirían apreciando si se enterasen de lo que le había hecho a Paula? Elias lo dudada.


Dejó a un lado sus tortuosos pensamientos, y se sumergió en la de la plática, contestando preguntas de todos los presentes, y tenía que reconocer que Paula era dichosa: su familia era única. Había miradas de amor, de cariño, de padres amorosos, de hijos queridos, sonrisas de felicidad y otras como producto de las bromas que se gastaban en la mesa. Patricio por ejemplo, le susurraba chistes a la pequeña Ale al oído y ella los contaba. Era más gracioso cuando la pequeña o se moría de la risa y no podía terminar de contar el chiste, o se volteaba con el ceño fruncido
hacia su tío y le preguntaba “¿y que sigue luego?”.


Pronto la velada fue amenguando, y como todas las cenas previas, los pequeños empezaron a caer desmayados de sueño por toda la casa. Charlie fue encontrado acostado sobre una silla, con los pies arrastrados en el piso. Ale estaba acurrucada en el sillón, frente al pino de navidad y Cata, había quedado en los brazos de Elias, luego de estar hablando acerca de las estrellas y agujeros negros. Los más pequeños fueron los más afortunados, al estar en los brazos de sus padres o dentro de su moisés. Vino la despedida, y para Elias, que consideraba que una despedida debía
durar dos minutos, los Chaves se tardaron media hora. 


¡Media hora! Elias tuvo que reírse, porque era en verdad chistoso ver que se despedían, volvían a las pláticas, un beso más y luego otra plática y parecía el cuento de nunca acabar. De verdad que eran una familia como ninguna.


Los últimos en irse fueron los Alfonso. Tenía que reconocer que los padres de canalla- Pedro eran simpáticos y muy amigables. Pero para desgracia del mundo, no podía decir lo mismo del hijo. Y Paula se dio cuenta de ello. Ambos hombres no se podían ver, y Paula entendía la posición de ambos, de verdad que lo hacía, y precisamente por eso, no podía ponerse de parte de ninguno. Tanto Pedro como Elias no habían hecho sino lanzarse miradas toda la noche. Al menos habían sido discretos, pero Aun así, ella sí que lo había notado. Dado que no estaban para formalidades, Victoria y Miguel se despidieron por la puerta de la cocina, que daba directamente a la casa, y les era más fácil evitar caminar entre la nieve y huir de la resbaladiza agua nieve que había cobrado muchas víctimas en la temporada.






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