Natalia Trujillo
martes, 6 de diciembre de 2016
CAPITULO 12
Pedro estaba oyendo hablar a Cata acerca de su maestra y que le caía mal, dado que algunas veces tenía preguntas y ella no se las quería contestar.
― Pero se supone que las maestras hacen eso, ¿verdad tío Pedro? Tiene que contestar las dudas de los niños.
― Sí cariño, pero también tienen que dar clases. Si tal vez le dijeras que tienes unas preguntas para después de clases, estoy muy seguro que ella se quedaría y te las respondería.
Cata tenía las manos extendidas en la mesa, jugando con ellas, pero al oír la sugerencia de Pedro, se quedó callada y pensativa.
― No había pensado en ello.
La puerta principal se abrió, y el pequeño de la familia entró por ella.
― Pero si es el traidor que le va a los Yankees. Benja, ¿Qué hacen aquí tan temprano?
Patricio se quitó la gorra de su cabeza y se sacudió el cabello. Su madre tenía una regla: nada de sombreros, gorras encima dentro de la casa. Con veintiséis años, él las seguía cumpliendo.
Sonrió a Pedro que estaba sentado de lado, extendiendo sus largas piernas.
― ¡Mets boy! Es exactamente lo mismo que te iba a preguntar. Y disculpa, pero ellos tienen más mundiales que tú.
Pedro alzó la mano, como si aquello no importase.
― Hola tío Patricio.
― Eres un fanfarrón ― susurró Patricio y se acercó a Cata para darle un beso en su cabellera ― Hola mi pequeño piojo. ¿Y tú que haces aquí? ¿Y está Pau?
― Esta arriba con Guille.
― ¿Paloma está aquí?
― No, sólo los niños.
Patricio dejó salir un suspiró profundo y se sentó en la silla al lado de Cata.
― Esa Paloma, sólo buscaba la perfecta excusa para dejar a los chicos. Y que más perfecto que la familia. Así no paga niñera.
Pedro se acarició la barbilla con el dedo pulgar, abriendo su boca.
― ¿Y buscabas a Pau porque?
― Ah sí, le dije que iríamos al centro. Tengo una cena con unos amigos, y pensé que quizás Pau querría ir, nada importante.
― ¿Ella con todo tu harén de mujeres? ― preguntó Pedro con ironía, pero quería saber que tramaba el pequeño Benjamin.
― El comal le dijo a la olla parece que dicen. Y no, nada de harén. Mis amigos del trabajo y otros vamos a salir, y bueno, a Pau le haría bien salir. Emilio me dijo que tenía curiosidad por conocerla, y bueno, qué más da.
Benja se encogió de los hombros, como si aquello fuera normal. Pero Pedro no pensaba lo mismo. Tenía muchas cosas que hablar con Paula, o por lo menos un par. Además, Paula con otro hombre… su estómago se tensó de una sensación nueva para él. Celos. Con Amelia jamás había sido así. Nunca. Pero imaginar a Paula con otro hombre, coqueteando, sonriendo, besándolo…
La había dejado ir una vez, y había pasado un infierno de vida sin ella.
No cometería el error dos veces.
― En realidad estaba pensando en invitarlos a cenar. A todos ― agregó rápidamente ―. Es para festejar la llegada de tu hermana. El regreso del hijo pródigo. O la hija en este caso.
Patricio extendió su sonrisa lobuna, de hambre. Aquel chaval comía más que un regimiento de soldados.
― ¿Todo pagado? Sí es así, cuenta conmigo, los chicos pueden esperar.
― ¿Incluido tu harén?
― Igual. La comida de Jesy es genial ― y para reafirmarlo, se sobó la panza imaginaria.
La puerta principal volvió a sonar, y Penelope Chaves apareció ahora en la entrada de la cocina.
― Patricio, ¿qué haces…? ¡Hola Pedro!, qué alegría verte hijo.
Se acercó a saludarlo, y le dio un beso en la mejilla.
― Hola Penelope.
Pasó a Cata, y le dio un beso en la mejilla, mientras que ella recibía un enorme abrazo de su nieta.
― Si buscabas a Pablo…
― No, en realidad acabo de llegar con Paula y los niños de comprar.
Penelope lo miró incrédula. Una madre sabia cosas, y una de esas era que Pedro y Paula no podían estar en la misma habitación.
― Oh vaya, que bien.
― Mamá ― Patricio se levantó y le dio un enorme beso en la mejilla, para situarse detrás de ella y abrazarla ― Pedro nos quiere invitar a todos a cenar a su restaurante. Con todo pagado.
Penelope le dio un manotazo a Patricio.
― Por Dios Patricio, ten un poco de humildad.
― Má, cuando se trata de comida, no tengo nada más que hambre.
― El tío Benja es un tragón ― agregó Cata jugando con sus rizos.
― Y tú Pedro, no te debes de molestar.
Pedro se levantó de la silla.
― No, sí no es ninguna molestia Penelope, sería un placer que todos fueran. Para celebrar que la pequeña P está en casa.
― Que gran detalle el tuyo, muchacho ― miró alrededor y frunció el ceño ― Por cierto, ¿Dónde está Paula?
― Subió a cambiar a Guille, pero creo por lo que se ha tardado que debe de estar bañándolo.
― Bueno, en ese caso, iré a verla e informarle de tu invitación, Pedro ― la sonrisa se evaporó al mirar a su hijo más pequeño ―. Patricio, si te quedas, por favor, no te acabas la comida de la nevera.
― Adiós má ― le despidió Benja.
CAPITULO 11
La negra noche cubría el cielo de España. Un pedacito de tierra en el que mucha gente no habría puesto nada en que apostar y ahora era uno de los centros de investigación más grandes del mundo en materia de astronomía.
La arena fría se filtraba entre los dedos de sus pies, pero Elias siguió caminando, hundiéndose un poco más dentro de ella. Aquella noche, las playas de La Palma estaban más
concurridas que otras veces. Alzó la mirada hacia el Observatorio del Roque de los Muchachos, donde las luces de los diferentes centros indicaban que las grandes mentes habían comenzado su trabajo. Los telescopios nocturnos habían prendido sus motores empezado a trabajar en cuanto la primera estrella había salido y ya con Venus brillando con intensidad en el cielo, estaban observando, tomando datos, analizando espectros.
Vio a algunos becarios en la playa, parte del grupo de Telescopios Isaac Newton que tenían la noche libre, preparándose para la primera oleada de meteoros “Leónidas”. También había turistas, aficionados y nativos de la isla, esperando ser partícipes del momento, a pesar de las altas horas de la madrugada que eran.
Debía de estar en casa, reponiendo las horas de sueño que le había costado su último reporte de investigación, y no caminando descalzo por la playa. Vio a una chica sola, con su telescopio, apuntando hacia el cielo. Todos estaban rodeados de gente pero ella estaba sola, y parecía tan feliz.
Con la calma de aquella gente que disfruta esos momentos para uno mismo.
Paula había sido así. Hace mucho tiempo.
Había sido el destino de las estrellas, había dicho Pau, el que se conocieran, y él estaba más que de acuerdo.
Trece años atrás, Elias había conseguido una beca para un simposio organizado por parte de la UCLA, llevándolo desde Noruega hasta América. Y aquella había sido la primera vez que había visto a la encantada Paula Chaves. En mundo tan pequeño como el suyo, donde las fórmulas de densidades, las Teorías de Relatividad y de SUSY eran tan súper y de conocimiento común como las noticias de cada día, era indudable que se tuvieran que conocer. Las mismas estrellas los volvieron a reunir, dos años después en otro Congreso Internacional de Astrofísica, ahora como expositores.
Cuando se reencontraron un año más tarde, haciendo su master en las playas olvidadas de Puerto Rico, supieron que las estrellas tenían un destino marcado para ellos. Durante
la maestría habían salido, y él se había enamorado perdidamente de Paula, pero ella parecía estar algunas veces en otro mundo. Al cabo de un año de su relación amorosa, la dieron por terminada. Paula jamás lo amaría completamente. No del mismo modo en que él quería.
Aun así, siguieron siendo los mejores amigos del mundo. La vio crecer, la vio reír, la vio disfrutar su trabajo como pocas personas lo hacían, platicando hasta altas horas en la mañana.
Pero desde el día en que había regresado de Estados Unidos, aquella Paula había desaparecido
Y los momentos de soledad se habían tornado un infierno para ella.
A él le había tocado recoger las piezas de Paula, desecha después de la visita a América.
Había sido él, el que había estado a su lado, en las largas sesiones de hospital, en las terapias y que durante la noche, había velado por sus sueños, ahuyentando sus pesadillas.
Había sido él el que había luchado por que regresara a la vida, porque volviera a vivir. Elias había visto en Paula la
prueba de lo que decían acerca de las heridas emocionales: que dolían mil veces más que las heridas físicas.
Miró hacia el enorme océano, y en el horizonte, fusionado con el cielo oscuro. Toneladas de agua que la separaban de Paula. Quería estirar la mano y llegar a ella, traerla de regreso.
Pero aquella no era su lucha. Sabía que Paula tenía razón y no debería de interferir, pero recordar la pena y el dolor en aquellos ojos… sintió de nueva cuenta esa sensación de
desgarramiento en sus intestinos cómo la vez en que se había peleado con ella porque siguiera luchando.
Alzó la mirada al cielo, y lo observó durante unos segundos.
Entonces, el primer meteorito de la noche pasó, y siguiendo la antigua creencia, pidió un deseo, para su Paula.
CAPITULO 10
El camino que había durado quince minutos de ida, duró solamente ocho minutos de regreso. Fueron directamente a la cocina, donde Pedro dejó las compras, mientras miraba a Paula dejar a Guille en su silla y tomar el teléfono de la pared.
Paula marcó los números que se sabía de memoria, junto con sus miles de ladas que tenía que poner para llamar de larga distancia. Una llamada de su celular le saldría mil veces más cara.
Contestaron al tercer pitido.
― Oficinas del Gran Telescopio Canarias ― el acento marcado del astrónomo hindú hizo a Pau sonreír. Quince años trabajando en diferentes países del mundo, y Ravish
Aun no podía perder ese maldito acento nativo.
― Ravish, pásame a Elias.
― ¡Paula! ― el grito de Ravish hizo que Paula se alejara del auricular un segundo ―…esto es un infierno, Pau. Elias está dando lata a todos lados, no hay orden, además, nos hace
comer comida de mierda, y Stefana se saltó su turno de observación y…
― Rav, Rav, Rav. Detente. No puedo hacer nada, ¿Te olvidas dónde estoy?
― ¡Regresa! Esto es…
Se oyó un golpe, alguien cayendo y el traqueteo del teléfono cambiando de dueño.
― Hola cariño, cualquier cosa que te diga ese memo es mentira. ¿Para qué hablas?
Elias. Paula sonrió. Aquel cabezota sería su perdición.
― Se me olvidó por completo que tenía a mi cargo la expedición de la lluvia de meteoritos de mañana, Elias. Dejé todo organizado, pero se me pasó esto. ¿Podrías…?
― Tranquila Pau, ya está todo listo.
Paula colocó una mano en su corazón, aliviada. Como directora del centro no podía quedar mal, menos después de lo que decía su expediente.
― Dios, Elias, ¿qué haría sin ti?
― Nunca lo averiguaremos, ¿verdad?
― No, esperemos que no.
― Paula, sobre lo otro…
Oyó a Guille chillar, y vio a Pedro tomándolo en brazos y calmándolo.
― Gracias por todo Elias, después hablamos, no quiero gastarme el salario de un mes en la llamada.
― Estas ocupada. Está bien, pero hablaremos después. Te quiero pequeña.
Paula se dio la vuelta y atesoró sus palabras.
― Lo sé Elias, yo igual te quiero.
Colgó más calmada. La lluvia de meteoritos Leónidas ocurría cada año, después de la segunda quincena de noviembre, y casi siempre, el día de mayor intensidad, era el 17 del mes,
variando en los husos horarios de cada país. Tal vez podría desempolvar su viejo telescopio y observar estando en casa.
Decirles a sus sobrinos…
― ¿Es tu novio?
Pedro. Se había olvidado de él. Se dio la vuelta y lo miró sin entender.
― ¿Qué?
― El tipo de la llamada, ¿es tu novio?
Paula apretó ambas manos, con fuerza.
― Pedro, mi vida personal jamás ha sido de tu incumbencia.
― Hubo un día en que lo fue.
No bajó la mirada. No huyó. Se quedó aguantando por primera vez. Que Pedro recordara eso, bueno, no sabía que pensar. Bueno, sí sabía que pensar. No quería hablar de eso, punto.
― “Hubo” es pasado, Pedro.
― Pau, yo… ― Guille empezó a llorar mirándolos a ambos, y haciendo gestos ―…me gustaría que platicáramos de…
Guille no dejó que lo olvidaran y siguió llorando con más fuerza. Paula se acercó y se lo quitó de las manos, sin poder evitar rozarlo.
― Lo siento, Guille necesita que le cambiemos el pañal.
Empezó a caminar hacia las escaleras.
― Pau.
― Déjalo Pedro. Todo está enterrado ― contestó sin detenerse y sin mirar atrás.
― ¿Lo está? ― preguntó en un susurro Pedro, al verla desaparecer.
Por ahora.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)