Natalia Trujillo
martes, 6 de diciembre de 2016
CAPITULO 11
La negra noche cubría el cielo de España. Un pedacito de tierra en el que mucha gente no habría puesto nada en que apostar y ahora era uno de los centros de investigación más grandes del mundo en materia de astronomía.
La arena fría se filtraba entre los dedos de sus pies, pero Elias siguió caminando, hundiéndose un poco más dentro de ella. Aquella noche, las playas de La Palma estaban más
concurridas que otras veces. Alzó la mirada hacia el Observatorio del Roque de los Muchachos, donde las luces de los diferentes centros indicaban que las grandes mentes habían comenzado su trabajo. Los telescopios nocturnos habían prendido sus motores empezado a trabajar en cuanto la primera estrella había salido y ya con Venus brillando con intensidad en el cielo, estaban observando, tomando datos, analizando espectros.
Vio a algunos becarios en la playa, parte del grupo de Telescopios Isaac Newton que tenían la noche libre, preparándose para la primera oleada de meteoros “Leónidas”. También había turistas, aficionados y nativos de la isla, esperando ser partícipes del momento, a pesar de las altas horas de la madrugada que eran.
Debía de estar en casa, reponiendo las horas de sueño que le había costado su último reporte de investigación, y no caminando descalzo por la playa. Vio a una chica sola, con su telescopio, apuntando hacia el cielo. Todos estaban rodeados de gente pero ella estaba sola, y parecía tan feliz.
Con la calma de aquella gente que disfruta esos momentos para uno mismo.
Paula había sido así. Hace mucho tiempo.
Había sido el destino de las estrellas, había dicho Pau, el que se conocieran, y él estaba más que de acuerdo.
Trece años atrás, Elias había conseguido una beca para un simposio organizado por parte de la UCLA, llevándolo desde Noruega hasta América. Y aquella había sido la primera vez que había visto a la encantada Paula Chaves. En mundo tan pequeño como el suyo, donde las fórmulas de densidades, las Teorías de Relatividad y de SUSY eran tan súper y de conocimiento común como las noticias de cada día, era indudable que se tuvieran que conocer. Las mismas estrellas los volvieron a reunir, dos años después en otro Congreso Internacional de Astrofísica, ahora como expositores.
Cuando se reencontraron un año más tarde, haciendo su master en las playas olvidadas de Puerto Rico, supieron que las estrellas tenían un destino marcado para ellos. Durante
la maestría habían salido, y él se había enamorado perdidamente de Paula, pero ella parecía estar algunas veces en otro mundo. Al cabo de un año de su relación amorosa, la dieron por terminada. Paula jamás lo amaría completamente. No del mismo modo en que él quería.
Aun así, siguieron siendo los mejores amigos del mundo. La vio crecer, la vio reír, la vio disfrutar su trabajo como pocas personas lo hacían, platicando hasta altas horas en la mañana.
Pero desde el día en que había regresado de Estados Unidos, aquella Paula había desaparecido
Y los momentos de soledad se habían tornado un infierno para ella.
A él le había tocado recoger las piezas de Paula, desecha después de la visita a América.
Había sido él, el que había estado a su lado, en las largas sesiones de hospital, en las terapias y que durante la noche, había velado por sus sueños, ahuyentando sus pesadillas.
Había sido él el que había luchado por que regresara a la vida, porque volviera a vivir. Elias había visto en Paula la
prueba de lo que decían acerca de las heridas emocionales: que dolían mil veces más que las heridas físicas.
Miró hacia el enorme océano, y en el horizonte, fusionado con el cielo oscuro. Toneladas de agua que la separaban de Paula. Quería estirar la mano y llegar a ella, traerla de regreso.
Pero aquella no era su lucha. Sabía que Paula tenía razón y no debería de interferir, pero recordar la pena y el dolor en aquellos ojos… sintió de nueva cuenta esa sensación de
desgarramiento en sus intestinos cómo la vez en que se había peleado con ella porque siguiera luchando.
Alzó la mirada al cielo, y lo observó durante unos segundos.
Entonces, el primer meteorito de la noche pasó, y siguiendo la antigua creencia, pidió un deseo, para su Paula.
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