Natalia Trujillo
miércoles, 14 de diciembre de 2016
CAPITULO 40
Estuvieron en el pequeño restaurante más de dos hora, de las cuales, la mayoría la pasaron platicando acerca de películas, de música, de política, incluso de ciencia. Paula quedó boquiabierta al escuchar a Pedro hablar del Big Bang y las teorías del origen del universo. Pronto se vieron discutiendo acerca del libro “Breve historia del Tiempo” que ambos habían leído. Para Paula fue un placer poder abrirse por completo con Pedro y no restringir esa parte de ella que algunas veces escondía ya fuera porque la gente no entendía, o sencillamente porque no le interesaba.
Pero con Pedro fue diferente. Le hacía preguntas y Paula buscaba la manera más llana de responderlas, con ejemplos cotidianos y en términos, como sus hermanos suelen decir, cristianos y entendibles.
Sonreía aún más cuando Pedro volvía a preguntar, señal que estaba poniendo atención, y no lo hacía por cortesía.
Eran casi las once de la noche cuando por fin se levantaron de la mesa, pagaron la cuenta y dejaron una generosa propina a Rose, más por alegrarle la noche que por el servicio.
Cuando Paula montó a horcajadas la moto, ya con más experiencia, abrazó de la cintura a Pedro, mientras que éste encendía el motor, y viajaron sin rumbo fijo, vagando por la ciudad y disfrutando de las luces, el frío y la noche. Se detuvieron a cargar gasolina y como dos jóvenes llenos de hormonas, reían y se besaban cada dos segundos. Pau advirtió las miradas celosas que recibieron de los demás conductores que también estaban estacionados, pero después de mucho tiempo, no le importaba ni dar explicaciones ni lo que ellos pensaban. Ella era feliz. Así de simple.
Volvieron a la carretera y para ella, el silencio, solo estar abrazando a Pedro, recoger su calor, era casi el paraíso. Casi. Sólo hacía falta una cosa para poder tocarlo completamente. Y con la determinación de toda una mujer feminista, ella daría el primer paso. Mejor dicho, ella lanzaría la bola, y todo dependía de si Pedro la bateaba o no. Recordó las palabras de Rose en la cafetería y sintió el calor recorrer sus mejillas.
Regresaron a casa pasada de la media noche con el ruido de la moto alterando la tranquilidad del vecindario que parecía dormir en un sueño profundo, como en el cuento de la Bella Durmiente, que le había leído incontables veces a la pequeña Ale noches atrás. Ni siquiera se oían los chirridos de los grillos o uno que otro perro aullando. Todo estaba apacible. Quizás, por esa razón, Paula podía oír tan alto y claro sus propios latidos, su respiración y sus pensamientos.
Se estacionaron en la entrada de la cochera de Pedro, y Paula pudo por lo menos esa vez, quitarse el casco con un poco de decencia. Pedro bajó el caballete, dobló el manillar y le ayudó a desmontar, haciendo luego lo mismo él, aunque con soltura y elegancia.
¿Cómo puede ser el simple movimiento tan malditamente sexy en ese hombre?, se preguntó Pau.
― ¿Qué pasa? ―. Pedro la miró con curiosidad, al sentir su mirada fija sobre él.
Paula tomó aire varias veces. A lo largo de la noche se había planteado ese momento, y había ensayado mentalmente la forma de abordar a Pedro, pero ya en la realidad no era tan fácil a cómo se lo había imaginado. Lo miró fijamente y su lujuria desvió la mirada hacia sus labios fuertes, gruesos… tragó con dificultad.
Sentía que su cuerpo era una antena de radio sintonizando cada dos segundos una nueva estación, sólo que en vez de música oía una y otra vez, voces, sus voces interiores.
Camino a casa había meditado en el tema. Era como la primera vez que se habían visto luego de varios años, ella
había sido la que había dado el primer paso. Y había entendido por qué había tenido que ser ella:
Pedro necesitaba que ella estuviera segura. Se mojó nuevamente los labios y alzó una mano para acariciar en silencio el rostro de Pedro, observando su desconcierto.
Quizás la película había mandado más señales de las que había entendido. Quizás también le estaba dando a entender que la vida era corta, frágil, y que de un día para otro podía perder o ganar todo. La diferencia estaba en las decisiones que se tomaban. Y ella estaba viva, se dijo a sí misma. Viva, y con el hombre que hacía su mundo temblar justo en frente de ella.
Se alzó de puntillas, y rozó suavemente sus labios contra los de él, pasando las manos detrás de su cuello y dejando a un lado el frío de la noche. Sintió las manos masculinas abrazar su cintura y luego, intensificar el beso, degustando su sabor y encendiendo su hoguera interior. Paula interrumpió el contacto, yaciendo su frente contra su quijada.
― Hazme el amor, Pedro ― susurró Pau. No tenía idea de donde había reunido el valor necesario para hacer esa petición, pero ya no se podía echar para atrás ―. No sé si habrá un terremoto mañana, o si estaré viva o… ― “que haré cuando las vacaciones terminen”, pensó Paula pero prefirió no compartir ese pensamiento ―. Así que antes que llegue a pasar algo, Pedro Alfonso, te estoy diciendo que me hagas el amor.
Las manos ásperas de Pedro la tomaron de la barbilla, obligándola a mirarlo directamente a sus ojos. Paula se dejó envolver en aquella mirada que le recordó a una tormenta de junio, lista y preparada para arrasar, la misma que destilaba pasión y la promesa de una noche como ninguna
― Pau, no tienes por qué pedir nada.
Contrario a los besos compartidos con anterioridad, este no tenía nada de contención, vaya, parecía una versión de cuatro de julio lista para explotar fuegos artificiales. Y Paula lo sintió. Sus respiraciones eran entrecortadas y las caricias cada vez más exigentes. Sin embargo Paula volvió a romper el contacto, para mirarlo ahora confundida.
― ¿Entonces por qué has tardado tanto?
Él devolvió una mirada cargada de incredulidad, al advertir inseguridad en sus palabras.
― ¿Crees que no quiero? ― Pedro suspiró y comprendió que Paula sólo entendería sus razones si era sincero con ella ―. Pau, desde que regresaste no he dejado de soñar en meterte en mi cama. Incluso cuando sabía que no tenía derecho, recordando lo que pasó… ― cerró los ojos y se pasó la mano por su cabello, masajeándolo y debatiendo por encontrar las palabras necesarias ―, pero soy un hombre después de todo Pau, y a veces me rige otra parte de mi anatomía que no es mi cerebro. Cada vez que hemos estado paseando por toda la bendita ciudad, contigo sentada detrás de mí, con tu dulce cuerpo apretándose al mío, en lo único que mi mente podía pensar era:
“Ahí hay un hotel. ¡Detente!”. Soy un cavernícola Pau, y no me siento orgulloso de mis pensamientos, pero no sabía si tú estabas preparada para ello. Después de lo que te he hecho pasar, merecería más una patada que esto, pero mujer, por Dios…
Paula lo calló colocando dos dedos sobre sus labios, aunque Pedro no perdió la oportunidad y comenzó a besarlos lentamente, para después tomar su mano y depositar un suave beso en su palma.
― Pedro…
― ¿Sí?
Paula se apretó más a él, si aquello era posible. Sabía que era físicamente imposible, pero en sus sueños, deseaba pisar el mismo suelo que él, al mismo momento y en el mismo lugar.
― No quiero dormir sola esta noche. Hace mucho frío.
“Vámonos de aquí Pedro, hace frío, y yo quiero que me calientes.”
Las palabras llegaron acarreadas por el viento, y ambos las oyeron. A pesar de ello, Pedro volvió a preguntar.
― ¿Estás segura?
Con la mirada fija en aquellos ojos grises, le dio una sonrisa lasciva mientras lo tomaba de la mano y comenzó a caminar hacia la casa. La casa de Pedro. Él podría no tener un doctorado en física pero entendió rápidamente la indirecta.
Llegó hasta ella y sacó las llaves de sus pantalones y abrió la puerta en un santiamén. Al momento de poner un pie dentro de casa, Pedro arrinconó a Paula contra la pared de la casa, besándola, no sólo sus labios sino recorriendo un camino imaginario por su cuello, haciendo a un lado la bufanda que llevaba puesta, y con la ayuda de ella, se la quitó y la tiró al piso. De la garganta de Pau salían risas ahogadas, al imaginar la escena que estaban dando. En verdad que estaban preparados.
Pedro golpeó la puerta con un pie y sin perder el tiempo, con movimientos frenéticos y entre risas por parte de ambos, ayudó a Pau a quitarse su chamarra mientras que ella lo ayudaba a él con la suya propia. Era un rompecabezas de manos y prendas. Al final su abrigo negro y la blusa blanca con la que había salido estaban tiradas por el piso, y ella, la célebre astrofísica Paula Chaves estaba sólo con un sujetador blanco en pleno pasillo de la casa de los A, pegada contra la pared aguantando la risa y los gemidos que de su garganta querían salir mientras que la boca de Pedro, Aun vestido, devoraba sus labios y sus manos hacían lo mismo con su cuerpo.
Una gran mano se posó sobre uno de sus pechos y empezó a hacer círculos sobre él, rozando lentamente su pezón encima de la fina tela y provocando espasmos que viajaban desde ese punto hasta el centro de su cuerpo. Pedro repitió el mismo gesto con su otro pezón, celoso de su gemelo.
Eran simples roces, caricias que la hacían anhelar, era una tortura que la hacía sudar y gemir. Para cuando sintió su cálido aliento sobre a través de la película delgada ya no podía hacer nada más que sentir. Sentir sus labios, sentir sus caricias, sentir su aliento contra su piel, sentir que en ese momento, ella era todo para él.
Pedro empezó a bajar, dejando sus pechos, que lloraron su abandono y sintió sus labios recorrer su estómago mientras que sus manos se aferraban a su cintura. Su vientre se tensó al sentir que era víctima de tal atención Desabotonó el vaquero y bajó el cierre, dejando al descubierto sus bragas negras. Por unos segundos, su cerebro pudo trabajar y repasó su conjunto de ropa interior, que desentonaba, pero sólo fueron unos segundos. La lengua maquiavélica de Pedro volvió al acecho, tuvo que morderse la lengua para no gemir más alto pero sus esfuerzos se vieron truncados cuando los labios encontraron ese punto inferior, en su vientre bajo que le provocaba cosquilleos.
― Pedro, detente ― gimió entre risas. Le jaló el cabello suavemente para llamar su atención, lográndolo y deteniendo su tortura… por ahora.
― Vaya, y yo pensando que íbamos a ir por más. ― comento Pedro lascivamente, alzando una ceja, y depositando un beso el vientre femenino.
― Me haces cosquillas tonto.
― Señorita, te haré más cosas. Esto es sólo es comienzo.
― Sí, pero si quieres anotar un home run conmigo, primero llévame a tu habitación ― Paula no podía creer que estaban teniendo esta conversación ―. El corredor de tu casa no es precisamente muy cómodo para mi espalda.
― Pero por supuesto ― observó a Pedro erguirse y por una extraña razón, se sentía más pequeña que otras veces. Él extendió sus brazos, y ella se acercó a él, pero en el último momento vio en su mirada las malas intenciones ―. Y ahora ven acá…
En vez de tomarla en brazos, como Paula había esperado, la alzó para colocársela en el hombro derecho y darle un ligero golpe en su trasero.
― ¡Pedro! ― medio enfadada y medio feliz, Paula no podía evitar reír. El hombre que la llevaba en manos la hacía sentir como nadie jamás la había hecho sentir. Le daba golpes en la espalda, y lo oía a él reír.
¿Cuántas veces había soñado con ese momento, pensó Pau? ¿Cuántas?
Pasaron las escaleras y subieron hacia el dormitorio de Pedro, a la derecha del pasillo. El pasillo estaba oscuro, pero Pedro se sabía el camino de memoria. Cuando abrió la puerta de su habitación, se vieron bañados por una tenue luz dorada proveniente de una de las lámparas de la cómoda. A pesar de su fuerza, Pedro la bajó delicadamente al piso y la dejó al pie de la cama.
Paula se aferró a su cuello y ambos comenzaron una batalla de pasión entre sus bocas, lenguas y dientes. No podía tener suficiente. Luego bajó a besar la quijada partida, su lugar favorito en el rostro y quizás en todo el cuerpo de Pedro.
Paula tomó la orilla de la camisa de Pedro y comenzó a alzarla, para sacársela por arriba.
Pedro le ayudó en la tarea y Paula tocó la caliente piel de Pedro, depositando pequeños besitos en su pecho y bajó la mano para soltar el cinturón que sacó lentamente de los anillos del pantalón.
― Dios, agradezco que mis padres no estén en casa ― Paula soltó una carcajada y se quedó pegada a él, con sus brazos colgando detrás de su cuello, riendo sin más. No sólo por la escena, o sus palabras, sino por el leve tono rosado que sus mejillas tenían. Y él pareció darse cuenta ―. Calla, me siento como en el instituto. Espera, creo que ni en el instituto hice algo así, creo que incluso…
Paula colocó un dedo sobre sus labios y lo dejó ahí por varios segundos. Le dio una sonrisa que derritió el corazón de Pedro y susurró mirándolo fijamente.
― Bésame, Pedro.
Y así lo hizo.
La obligó a recostarse en la cama, acomodando su cuerpo encima del de ella, sin hacerle cargar su peso entero. No era precisamente un niño desnutrido.
A pesar de la intensidad de sus besos, su lengua deseaba saborearla por completo y sus manos vagar por todo su cuerpo libre de prendas. Le fue deslizando el pantalón por sus piernas y su depositando besos por cada porción de piel que la prenda dejaba al descubierto. Ella al parecer tenía la misma idea y fue por él, pero Pedro se alejó.
Ella sintió la tensión, no sólo en su cuerpo, sino en el aire.
― ¿Qué pasa Pedro?
― Pau, yo… después del accidente… las cicatrices.
De manera instintiva la mirada de Paula bajó hacia sus piernas, Aun forradas por la tela de los vaqueros.
― ¿Puedo verla?
― No es algo digna de admirar.
― Yo decidiré eso. Déjame hacerlo.
Lo acostó en la cama y ahora fue ella quien le sacó la prenda y todo lo demás, para dejarlo sólo con un bóxer negro que no ocultaba la fuerza de su deseo. Pero a pesar de ello, la mirada estaba absorta en la cicatriz que cubría la pierna derecha de Pedro. Era de un tono rosado, y parecía incluso reciente, pero no se veía fresca. Tendió su mano para tocarla y trazar el camino que ella describía, pero se detuvo al primer roce, al oír un gemido de Pedro.
― ¿Te duele todavía?
― No, es sólo que no me gusta. Desearía ser como el viejo Pedro que recuerdas.
Ella sonrió con cierta nostalgia. Tenía razón, él no era el viejo Pedro. Y tal vez eso era lo mejor.
Se acercó a él, y le enseñó su codo izquierdo donde tenía una línea blanca brillante.
― ¿Acaso esta te parece fea?
Él le acarició dónde ella señalaba, recordando el cómo, cuándo y por qué se había hecho esa herida.
― Claro que no.
― ¿Y esta? ― Le enseñó la rodilla, de cuando había aprendido a usar los patines y se había creído Katarina Witt en la pista.
― Pau…
― Esta soy yo ― le tocó suave y tiernamente la vieja herida sin perder su mirada un solo momento ―. Y este eres tú, Pedro. ¿Qué es un par de cicatrices, cuando tu cuerpo envejecerá y se arrugará? ¿De qué sirve llegar a la vejez bien conservados? Es mejor bajarse del auto y decir: “Que buen paseo”.
Pedro estaba admirado. No sólo por sus palabras, sino por ver como su Paula había madurado en estos años. Estiró su mano y la tomó del brazo
― Ven acá, Pau, necesito tenerte aquí.
Con urgencia, la despojó de las últimas prendas que le separaban de su tierna fantasía. Él también se desnudó y quedaron piel con piel, hombre contra mujer, amante contra amada. Cada quién volvía loco al otro, con sus besos, con sus manos, con sus roces, con suspiros que hacían el cuerpo estremecer.
Paula sentía su centro bullir. Quería más, quería reír y llorar a la vez, quería todo y más de cuánto Pedro le pudiera dar. Sus dedos se abrieron camino entre sus pliegues para comprobar que estaba más que lista para recibirlo. Ella lo deseaba. Ella lo necesitaba.
Después de colocarse protección, sintió su cuerpo alinearse y tantear por unos instante su tierna cueva. Ella tomó la decisión por él, al colocar sus piernas contra su trasero y obligarlo a penetrarla. Ambos gimieron al unísono.
Ella, siendo poseída.
Él, amándola.
Se levantó sobre sus codos y fue creando un ritmo lento y tortuoso, que hacía añicos sus pensamientos racionales.
Paula se arqueaba y sudaba, mordiéndose el labio, dejando salir sólo gemidos de su garganta, no sólo del placer de ser invadida, sino de sentirse completa. Buen Dios, hacía años que no se sentía así.
― Más Pedro, más…
― Pau, mi dulce Pau.
Le dio un beso en el hombro, mientras que sus caderas siguieron embistiéndola con vigor, y sus cuerpos chocando uno contra el otro en busca de ese instante que te hacía tocar el cielo. Pau enterró sus uñas en los brazos de Pedro y soltó un grito cuando él se acomodó en otro ángulo para
besar sus senos y jugar con ellos. De la garganta de Pedro salían gemidos roncos, y su voz había perdido toda la firmeza que minutos atrás había mantenido. En ese momento eran sólo hombre y mujer, cómo lo fueron desde el inicio de la creación.
Paula tuvo un momento lúcido, y pensó que su física estaba equivocada en algo. Dos cuerpos si podían ocupar el mismo espacio. El cuerpo de ella estaba hecho para albergar a Pedro, para fusionarse por unos minutos y sentir todo ese tiempo, que fueran un solo ente: cuerpo y alma
Llegaron a la cima al mismo tiempo. Paula no pudo evitarlo y gritó. Gritó como si el alma le hubiera sido arrancada. Y tenía la seguridad de que nada volvería a ser como antes.
Pedro se limpió y fue por un trapo para limpiarla a ella.
Paula sentía su cuerpo laxo y sin huesos. Como si fuera de hule y no tuviera ni un hueso del cual sostenerse. Dejó que Pedro la limpiase y lo observó desaparecer en el baño.
Regresó al cabo de unos segundos y se metió de nueva cuenta en la cama, abrazándola y reconfortándola. Le daba besos en la cabellera y en una forma casi posesiva, tenía su cuerpo rodeando al suyo: sus brazos alrededor de ella y sus piernas entrelazadas con las suyas. Y se sentía tan bien.
Había pasado mucho tiempo desde que se había sentido así. La oyó murmurar algo y su delicada mano empezó a jugar con su cabellera negra. A pesar del momento, Pedro sentía el hambre de la pasión volver a despertar. Parecía un jodido chiquillo de quince años, calenturiento y con sed de sexo. Suspirando, le dio un último beso a Pau en los labios, deleitándose con la imagen de sus ojos cerrados, sus grandes pestañas chocando contra sus mejillas y su pelo revoleteado y seguro que ella estaba a punto de caer en un sueño profundo, empezó a moverse a un lado, pero las manos de Pau lo tomaron con fuerza de los brazos.
― Te dije que me des unos segundos.
― Pau…
Ella abrió los ojos lentamente, como si fuera una representación de la Bella Durmiente y luego le sonrió. Una sonrisa llena de promesas.
― Ni se te ocurra dormite, Pedro Alfonso. La noche es joven.
― Lo que la dama diga. Lo que ella diga, por supuesto.
CAPITULO 39
― Aun no entiendo porque alguien escogería, entre todas las fechas del mundo, Nochebuena para querer quitarse la vida.
Paula le dio un golpe en las costillas a Pedro, quien iba a su lado, caminado sin problema entre la gente que salía que a tropel de la sala del cine. Pedro la había sorprendido llevándola a uno de los cines ubicados en el noreste de la ciudad, en que sólo pasaban películas clásicas en blanco y negro. Sin embargo, en la entrada del cine se habían encontrado con un contratiempo, pues no habían esperado que la gente reconociera a Pedro. Había sido divertido ver su cara debatiéndose entre la felicidad de ser reconocido y la pena de tener que dejarla a un lado. Ella por su parte había
disfrutado verlo rodeado de gente. Sabía lo que se sentía, aunque fuera a otro nivel. Cuando terminaba de dar conferencias a jóvenes estudiantes, siempre acaba rodeaba de algunos deseosos de saber más y ella los exhortaba a seguir estudiando, quien sabe, dentro de unos años alguno de ellos podría ser su becario.
La escena había sido graciosa hasta que un par de pechugonas rubias con implantes de talla 50 de sujetador se acercaron a pedirle autógrafos… en la piel. Y bueno, si ella no había conseguido pasar de primera base, desde luego, unas tipas extrañas no lo harían. Con un leve carraspeo Pedro entendió la indirecta y de manera muy diplomática despidió a las rubias. Y para reconfortarla había tenido que darle muchos, muchos besos en la oscuridad del cine.
En un principio habían entrado a ver “Historias de Filadelfia”. Paula sentía una debilidad por Gary Grant, pero la cinta había resultado dañada, y para compensarles la entrada, les pusieron “Que bello es vivir”. En la temporada navideña, aquella película era un clásico de clásicos. Capra había hecho un verdadero éxito con su película, y claro, la actuación de James Stewart agregaba un extra. Por lo tanto, Paula no entendía el comentario de Pedro.
― Es un clásico, Pedro. Ya sabes, no estás solo, mucha gente se preocupa por ti y esas cosas. Es navidad.
Pedro abrió la puerta del cine y la dejó pasar primero. Ella lo esperó, ya que una pareja mayor venía detrás de ellos y Pedro, caballerosamente, aguardó hasta que pasaron. Se acercó a ella rápidamente y le pasó un brazo alrededor de los hombros, y se dirigieron al estacionamiento.
― Sí, pero Aun así, ¿querer suicidarte?
Paula se apretó contra la cazadora de Pedro. El tema en verdad estaba empezando a incomodarla. Ella adoraba la película, pero no sólo eso. La vida le había hecho aprender su verdadero significado. No era sólo una palabra, sino un todo: recuerdos, familia, amigos, amores, trabajo, risas, lágrimas, calor, tristeza… todo era vida. Y la película lo reflejaba en todas las matices de su personaje. El tono de Pedro, al principio bromeando se había tornado serio.
― ¿Qué no entendiste la película? El pobre hombre la estaba pasando mal. Se vio acorralado. Te muestran todo lo que ha había hecho durante toda su vida por todos los demás, y como se siente olvidado por ellos. Al final, Clarence lo obliga a ver como su vida ha afectado a la de los
demás y como si él no hubiera nacido habría cambiado las cosas. Lo salva evitando que se suicide.
Doblaron y entraron en el estacionamiento del cine, donde habían dejado a Indi. Pedro saludó al ballet parking y por la sonrisa que el muchacho le devolvió a Pedro, Paula pudo intuir que le había dado una buena propina.
― Sí, pero tomar el camino fácil no es la opción ― dijo Pedro retomando la plática anterior ―. Digo, su esposa, sus hijos, ¿no pensaba en ellos?
Llegaron a la moto y Pedro le extendió el casco a Paula, quien se negó a tomarlo, dejándolo asombrado. La mirada de Pau brillaba de algo, como furia, pero no entendía por qué el cambio de humor.
― Tú hablas así porque nunca has estado en ese pozo ― Paula sintió las manos temblar, por lo que tuvo que abrirlas y cerrarlas con fuerza ―. Imagínate que en vez de cicatrices de ese accidente que tuviste, te hubieran tenido que amputar la pierna, o ambas ― ella no las había visto Aun, pero por la forma en la que Pedro evitaba hablar de ellas, estaba segura que no eran unas rozaduras de bebé ―. O que en vez de unos padres como los que tienes, tuvieras unos desobligados que ni te darían la hora. Y encima, que no hubieras contado con el dinero que ya tenías, y tuvieras un montón de deudas. Entonces, ¿qué habrías hecho?
Sus cejas se unieron y la piel de su frente se arrugó. Pedro no entendía como habían llegado a eso.
― No estamos hablando de mí ― Pedro se sentó lentamente en el asiento de la moto, sabedor que Paula seguiría con el tema.
― Pero la película habla exactamente de eso. Le puede pasar a cualquiera ― Paula estaba exaltada y ni siquiera se había dado cuenta ―. Hombre, mujer, joven o viejo, blanco o negro. Las circunstancias te hacen tomar medidas extremas. George se salvó porque tenía gente a su alrededor que lo quería, y que lo ayudó a salir adelante. Además, Clarence es pieza clave de la película. Un amigo que te haga ver las cosas desde otra perspectiva, alguien que esté ahí. ¿Te imaginas a toda esa gente que no tiene a nadie? Toman medidas extremas porque sencillamente no pueden seguir.
No todos tenemos la fuerza de luchar hasta el final e incluso más allá ― bajó la cabeza, escondiendo su mirada, más bien, huyendo de la de Pedro ―. Algunos se cansan en el trayecto. Y si no tienen a quien los apoye… ― suspiró y alzó la mirada para encontrarse con esos ojos grisáceos que le robaban el aliento ― “La vida de una persona afecta muchas vidas”, pero no te dicen que va de regreso, y que muchas vidas pueden afectar a una sola.
Se quedó sin aliento, respirando por la boca, e incluso podía ver el vapor salir de su boca.
Paula respiraba agitadamente. Se había dejado llevar pero ya era tarde para arrepentirse.
― ¿Entonces tú tomarías la decisión de George? ― Pedro no podía apartar la vista de ella. Por la forma en la que Paula hablaba, tenía miedo, un enorme miedo que no estuvieran hablando en general sino en alguien particular.
Ella misma le había mencionado vagamente de su depresión
una vez que había regresado a Puerto Rico y el curso de sus pensamientos le estaba dando mala espina. Cuando la vio huir de su mirada y voltearse a otro lado, sintió un escalofrío.
― No estamos hablando de mí ― murmuró Paula.
― Pero tú dijiste que le puede pasar a cualquiera ― Se levantó del asiento y se acercó a ella. La tomó de la barbilla y alzó su rostro ― ¿Pau?
No terminó la pregunta porque las palabras parecieron escapar de sus labios. Pero esperó su respuesta atormentado. Podía oír los latidos de su corazón directamente en su oído, y su garganta pareció secarse en un segundo.
― No ― musitó Pau al cabo de unos segundos, acompañado su voz con un leve movimiento de su cabeza.
Pedro soltó el aire. No se había dado cuenta que había aguantado la respiración hasta que sus pulmones exigieron su elixir. Pero su cuerpo sentía Aun las vibraciones aceleradas de su corazón.
Y sus sentidos le decían que Paula ocultaba algo.
― Pau, mírame.
Ella así lo hizo y vio a través de las gafas transparentes, sus bellos ojos nublarse por las lágrimas.
― Yo… conocí a alguien hace mucho tiempo. Y bueno, no tomó una sabia decisión. No hubo un Clarence en su vida.
― Oh Dios, lo siento pequeña. Ven acá ― rápidamente la tomó entre sus brazos, encerrándola entre ellos, deseando poder haber dejado de insistir en el tema, pero alegre, maldita sea, que no estuvieran hablando de ella ― ¡Dios! Lo siento en verdad, Pau.
Los brazos de ella se levantaron lentamente para rodearlo y corresponderle al gesto. Posó su mejilla sobre su hombro y estuvieron así unos minutos. Paula aguantó las ganas de llorar y aspiró bocanadas de aire una y otra vez, buscando olvidar los viejos recuerdos. Se había puesto muy sensible, y en el calor de la discusión había recordado cosas muy tristes.
― Está bien. No quiero recordar aquello. Pasó hace mucho ― respondió al cabo de un momento, pero cuando trató de separarse de Pedro, éste la apretó contra su pecho con fuerza.
― Espera un minuto más.
― Estoy bien.
― Entonces yo necesito que me abraces unos segundos más ―Paula sonrió y siguió sus indicaciones.
El tiempo pareció detenerse y dejó a cada uno entregarse a sus propios pensamientos.
Paula cambió el curso de los suyos, dejando atrás a esa mujer que había olvidado en los últimos años.
Pero tú estás viva, se dijo a sí misma. Viva, y con el hombre que hacía su mundo temblar a su alrededor. Quizás la película había mandado más señales de las que había entendido. Quizás también le estaba dando a entender que la vida era corta, frágil, y que de un día para otro podía perder o ganar todo. La diferencia estaba en las decisiones que se tomaban.
Pedro la soltó, le dio un breve beso en la coronilla de la cabeza, más para confortarla que por lujuria, y en silencio le ayudó a subir a la moto y arrancaron. La mejilla de Pau descansó contra la ancha espalda masculina, en un acto tan natural como si estuviera hecha para su comodidad.
Estuvo unos segundos prensando acerca de lo que había pasado en el estacionamiento. Nunca debió de haber sacado ese tema a colocación. Y al menos por ahora, no quería pensar en ello.
Cerró los ojos y dejó que el viento golpeara contra su rostro, filtrándose entre los puños de la cazadora y por la salida de los vaqueros, pero no le importaba. Estando con la mejilla pegada a la espalda de Pedro, todo lo demás carecía de importancia. Su nariz aspiraba su aroma masculino, mezclado con el aire frío del ambiente y podía asegurar que era el aroma más excitante que jamás había olido. Su pelvis estaba apretada contra el trasero de Pedro, y sus manos lo rodeaban con fuerza por la cintura. Pau creía que era la posición más íntima que habían logrado en esa semana.
Lo que le llevaba a un pensamiento doloroso y más profundo, el mismo que había tenido a lo largo de los días:
No habían hecho el amor.
Todavía.
Llegaron a un semáforo, y por instinto, cuando la moto se frenó, ella se apretó con más fuerza contra él. Pedro se giró a mirarla y le preguntó algo, pero ella no escuchó bien.
― ¿Qué? ― gritó, elevando la voz, para hacerse oír entre el ruido de la moto y los autos que había alrededor.
Pedro le bajó la protección del casco, sonriente y se dejó ir en aquellos ojos marrones.
― Que sí vamos por un café antes de regresar.
― Por favor.
Llegaron a una cafetería rústica, de aquellas que veías en las películas, y donde casi esperabas ver a las mujeres salir en patines o algo por el estilo. Ella bajó primero de la moto con la ayuda de Pedro, y Aun así, tropezó. Para disimular el desliz, se quitó el casco, pero sólo consiguió jalarse unas cuantas hebras del cabello.
― ¡Auch! ― El casco quedó atorado en su cabeza, y para su pena oyó a Pedro reírse de ella.
Hizo un puchero mental. Jamás sería una de esas mujeres que bajaban de la moto y sacudían la larga cabellera, como si estuvieran anunciando algún producto para el cabello. En cambio era una patosa de primera. Suspirando habló con un tono para nada amigable ―. No seas idiota, y ayúdame a quitarme esta cosa.
Sintió las manos fuertes tomar el casco y con suma delicadeza que creía incapaz a aquellos dedos enormes, fue desenredando sus mechones poco a poco, jugando con los mechones, rozando su piel, elevando su temperatura. Paula sentía el calor invadir su cuerpo, y joder, estaban a casi diez grados afuera. Con movimientos diestros, Pedro terminó de desenredar el cabello y se quedó con el casco en la mano.
― Listo ― Sonrió al ver su ceño Aun fruncido, tal y como había imaginado que estaría ― Así que aquí estás, pequeña Pauly.
Ella le dio un golpe en el hombro y Pedro respondió jalándola hacía sí, y robándole un beso fugaz. No podía cansarse de su sabor, y estaba empezando a preguntar cuánto duraría su autocontrol. Porque cuando terminó de besarla y la observó abrir sus ojos lentamente, parpadear y batir sus pestañas negras y humedecerse los labios, comprendió que no aguantaría más. Estaba preparado. Más que preparado. Pero la pregunta era, ¿estaría ella?
― Bueno, vamos que me congelo aquí afuera.
Sin esperar respuesta bajó de Indi y la dejó bien estacionada. Luego la tomó de la mano, y prácticamente la arrastró hacia dentro del lugar. La cafetería era más bien un restaurante de paso, como los que rondaban en toda la ciudad, dinosaurios arquitectónicos sobrevivientes de la nueva era global. El piso monocromático, sillas con taburetes giratorios en la barra, una gran ventana por donde se veía al chef, un hombre enorme y gordo poner las ordenes.
Caminaron hacia una de las mesas con grandes sillones uno enfrente del otro, y que estaban pagados a otras mesas.
Paula se aflojó la bufanda que enrollaba su cuello y se abrió el cierre de la cazadora de Pedro, mientras que él, solo se sacudió las ligeras gotas del cabello. Tomaron asiento y en cuanto sus traseros tocaron el cuero sintético del mueble, apareció una mujer con un peinado tipo Doris Day, con su cabello rubio platino y un buen labial rojo pasión. En su gafete se leía “Rose”.
Rose les dio una gran sonrisa mientras alzaba la cafetera y colocaba dos tazas en la mesa.
― ¿Café, muchachos?
― Por favor ― contestó Pedro al ayudar a colocar las tazas boca arriba y sonreírle, después de un guiño la mujer se giró a Paula y le sirvió una taza gemela.
― Gracias.
La mujer les dio la carta a ambos y se quedó mirando fijamente a Pedro, quien alzó las cejas, haciendo la pregunta en silencio. En vez de contestarle a él, se giró hacia Paula.
― Tu novio se me hace conocido.
Paula sonrió. Pensar en Pedro como su novio era raro. No eran niños, sino dos adultos y Aun así, oír decir la palabra novio hizo que su corazón retumbara. Sin perder la sonrisa, miró a Rose.
― Sí, algunas personas me han me han dicho eso a lo largo de la noche ― y pensó en lo sucedido en el cine y su sonrisa se amplió más.
― Tranquila, se ve que tiene ojos solo para ti.
Paula sonrió maliciosamente a Pedro y luego a Rose, quien abrió su libreta y sacó un lapicero azul.
― ¿Qué les traigo?
Pedro dejó la carta en la mesa y alzó las manos para hacer más explícita su orden.
― Yo quiero una hamburguesa doble, bien hecha y unas papas acompañadas. Además, me gustaría un burrito ― Hizo una pausa como si se le pasara algo y luego agregó ― Por favor.
Rose sonrió y tomó la orden al pie de la letra. Paula lo miraba boquiabierta.
― Nos acabamos una dotación de perros calientes, nachos y refrescos en el cine, ¿y todavía tienes hambre?
― Tú te comiste los nachos, querida ― señaló Pedro y se recargó contra el respaldo del mueble ― No trates de cargarme el muerto a mí. Sólo me comí los perritos.
― Tres ― le recordó Paula, y Pedro solo alzó los hombros ligeramente.
― Tenía hambre.
Paula balanceó su cabeza, sonriendo.
― ¿Y para ti cariño?
― El café está bien por el momento.
Rose frunció el ceño.
― Ese cuerpo necesita alimentarse ― Declaró abanicando el bolígrafo hacia ella ― Te traeré unas quesadillas de champiñón, ya después me lo agradecerás.
Rose se dio la vuelta y se marchó tan rápido como había llegado. Paula y Pedro se quedaron mirando, un poco asombrados por la osadía de la mujer mayor. Entonces Paula tomó su café y bebió un sorbo, esperando unos segundos a que el líquido oscuro calentara su cuerpo. Abrió los ojos y encontró a Pedro observándola fijamente.
― Sí tenías hambre, podríamos haber pasado a tu restaurante ― acusó ella, pero Pedro negó con bastante ímpetu.
― Ni loco. Jesy o Eric habrían encontrado la forma de fastidiar la noche. Quiero estar contigo, no encargado de las cuentas o atendiendo a los clientes. Suficiente tuve con lo que pasó en el cine ― él siguió el gesto de Pau y tomó un sorbo de café ―. Háblame de tu trabajo.
Las cejas de Paula se juntaron hasta parecer una sola.
― ¿Qué quieres saber?
― No sé, sólo cuéntame, aunque sólo entenderé la mitad de lo que dices, pero quiero oír la historia, ¿cómo fuiste a parar de Puerto Rico a España?
Sus labios se debatían entre estirarse o quedarse rectos. Jugó con la taza de café y miró fijamente el líquido negro.
― En Puerto Rico tuve algunos problemas… ― murmuró y alzó la cabeza de golpe. Vio la pregunta no hecha y agregó rápidamente, hablando más animada ―. Ya sabes, el bloqueo mental y que las ideas no seguían. Creo que como todo el mundo, necesitaba saber a dónde pertenecía. Al final Arecibo no era lo que esperaba, y la radioastronomía resultó no ser lo mío. Entonces Elias me ayudó a meterme al programa del GRANTECAN y para mi sorpresa me aceptaron ― y era básicamente la verdad, aunque muy, muy resumida, pensó Paula.
― ¿Por qué habrían de no hacerlo? Eres excelente en tu trabajo, siempre lo has sido.
Pau miró hacia el exterior, donde podía ver los autos pasear, y las pequeñas gotas empezar a caer.
― Bueno, ya sabes, a los genios les llega su momento de quebradero de cabeza, cuando estás bloqueado y no puedes continuar. Haber dejado el programa de Arecibo había perjudicado mi currículo, pero Elias intercedió por mí, y bueno, otras personas más ― agregó alentada, pasando a
los buenos momentos ―. En La Palma encontré una… ― una nueva vida, pero se cortó. No estaba preparada para hablar de ello. En cambio agregó ―… una gran familia científica, además de un lugar precioso.
― Háblame del lugar.
Paula cerró los ojos unos segundos, recordando el azul del mar, y el verde único de los bosques y aquellos atardeceres.
― En una palabra: sorprendente. Tiene un cielo precioso, azul como esos que ves en las caricaturas y te preguntas si en verdad es cierto. El océano Atlántico no se queda atrás, y ves agua alrededor, en diferentes tonos, como si fuera el Caribe. Y que te puedo decir de los atardeceres… son magníficos, puedes ver una gama de colores rojizos nacarados que te dejan sin palabras. Es una tierra virgen, de alguna manera. No es muy explotada en cuanto al turismo, pero sí tiene una gran demanda en cuanto al campo científico. Además, la gente es muy hospitalaria. Tiene unas reservas naturales preciosas, como la de los Tilos ― hizo una pausa, como si recordarse algo, y se echó a reír ―. En nuestra primera semana en la isla, fuimos a acampar, Elias y otros amigos y nos perdimos. El idiota de Elias había perdido el mapa y nadie llevaba brújula. ¿Te puedes creer a las mentes más brillantes del mundo perdidas en un bosque?
Pedro la escuchaba atentamente. Podía ver la luz brillar en su mirada cuando hablaba del trabajo. Porque al parecer para Pau, no era trabajo, era su pasión. Aunque le empezaba a molestar la mención del tan Elias cada dos segundos. Sabía que era su amigo, pero ¿qué tan íntimos habían llegado a ser? No sabía si estaba preparado para oír la respuesta.
― ¿Cómo regresaron?
― A cierta chica se le ocurrió tomar su reloj de pulsera y hacer que el doce apuntara hacia su izquierda, y luego hacer que el puntero de la hora apuntara al Sol, que gracias al cielo Aun había. Por pura ciencia básica, la mitad entre la manecilla de la hora y las 12 es el sur, y así fue como nos
ubicamos.
― Esa es mi chica.
― Nunca dije que hubiera sido yo ― respondió mirándolo a través de la orilla de la taza.
― Solo tú podrías conservar la calma en tiempos de guerra y encontrar una solución práctica Pau.
― Sí, eso mismo dijo Elias cuando estuvimos de regreso en la casa, sanos y salvos, aunque todos picados por los mosquitos.
Ahí estaba otra vez ese nombre.
― Y sobre el trabajo, bueno, ahora mismo Elias y yo trabajamos en buscar con el telescopio nuevas galaxias. Actualmente tengo un artículo en arbitraje, esperando para ser publicado, de una estrella enana que parece… ― se calló al ver la cara de asombro de Pedro ― Lo siento, me dejo llevar por el momento.
― No, no, está bien.
― Tengo otros compañeros de trabajo. Stefana es una alemana un poco brusca, pero es una gatita cuando la sabes llevar. Rav es hindú, y parece una parodia del personaje de Rajesh de la serie “The Big Bang Theory”. Y bueno, te he hablado de Elias.
― ¿Te llevas bien con él? ― rápidamente agregó al ver la mirada de curiosidad de Pau ― Digo, es que parece ser que se conocen desde hace tiempo.
― Conozco a Elias desde hace casi diez años, así que sí, lo conozco bien ― dijo. Reflexionó unos segundos acerca de tenía que confesar que tan bien conocía a Elias. Tomó una galleta que había en la mesa y le dio una mordida y agregó como si no fuera de gran importancia ―. Incluso estuvimos juntos un par de años, pero no funcionó.
Pedro se retiró lentamente, hasta quedar recto como una vara. Aquello se lo había esperado, su instinto masculino se lo había dicho, pero no le agradó oírlo de los labios carnosos de Paula.
― Vaya.
― No te estoy diciendo esto para que te pongas celoso, o algo así. Es sólo que quiero que entiendas la importancia de Elias en mi vida. He visto la cara que has puesto cada vez que lo menciono ― Pedro abrió la boca para negarlo, pero la mirada divertida que le dio Pau, lo mantuvo callado y aceptó resignado la derrota. Ella se rió fuertemente y agregó ―. Elias es mi mejor amigo. Ya sabes, de esos que se pondrían al frente por ti si una bala viniera, o que te llevan comida cuando estas enfermo. Él es todo eso y más, ha estado en todo lo bueno y lo malo de mi vida.
― ¿Y porque terminaron? ― había tratado que su voz no fuera un reflejo de sus sentimientos, pero el cuerpo de Pedro le traicionó, y soltó la pregunta con acritud.
Paula extendió la mano sobre la mesa hacia el servilletero y tomó uno.
― Porque pese a que lo quiero con toda mi alma, Elias es muy… espontáneo. Actúa y luego piensa. Siempre chocamos por eso, incluso Tamara…
Dos platos humeantes aparecieron frente a ellos y Paula se calló. Rose dejó la hamburguesa delante de Pedro y unas ricas quesadillas ante ella.
― Aquí tienen su orden ― después posó una mano sobre la mesa y otras en su cadera mirando a Pedro ―. Ya sé de donde es su cara. Usted es el jugador de béisbol, ¿verdad?
― No señora, me confunde.
― Ja ― Se inclinó a Paula y le susurró al oído ―. Niña, si como tira y batea en el campo de juego lo hace en la cama, estás loca si lo dejas ir.
Pedro empezó a toser fuertemente, mientras que Paula sentía que las mejillas le iban a explotar de lo caliente que las sentía. Estaba segura que acababa de descubrir un nuevo tono rojo… en su piel. Rose la miró inocentemente y sonrió a ambos. Les deseó buen provecho y se fue.
Paula se tocó las mejillas.
― Por Dios, creo que tardaré horas en recuperar mi color natural.
Pedro solo sonrió y le dio una gran mordida a su hamburguesa, dando por terminando el tema del tal Elias.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)