Natalia Trujillo

miércoles, 14 de diciembre de 2016

CAPITULO 36





Paula tarareaba “Blanca Navidad” mientras hacía danzar la cuchara del estofado de pollo que estaba preparando al ritmo de la canción. Probó el caldo con el cucharón y luego tomó el salero y le echó dos pizcas de sal, y repitió el proceso. Estaba perfecto. Dejó la comida a fuego lento y se fue a su computadora portátil, y revisó los correos que tenía pendientes, ya que desde que había pisado América, había dejado olvidada sus obligaciones. Tomó la taza de café humeante que tenía al lado y comprobó los mails. Vio que había varios correos de felices fiestas, y Navidad. Abrió uno de Ravish, y casi se cae de la silla de la risa.


“Pau:
Por lo que más quieras, ¡regresa pronto! Sé que tienes tiempo sin ver a tu familia, pero esto es un caos.
Elias se la pasa en la luna, Sancha no quiere dejar que nadie toque el simulador de computo, Stefana grita a todo mundo y nos da esa mirada que te hiela la sangre, y que decir de Joel, que se la pasa comiendo frituras sobre las máquinas. El otro día la tecla “J” de la computadora central no servía porque ¿adivina? Había un pedazo de papitas debajo de ella.
Sé buena cariño, y regresa antes.
Namaste.
PD: Si puedes, traes recuerdos. Sabes que adoro los suvenires. Una linda chica americana sería mejor
Tu fiel amigo, Rav”.


Todavía sonriendo, cerró el correo y pasó al siguiente, que para su sorpresa era de Stefana, y lo leyó en silencio.


“Mein liebe Freund Pau,

Me alegro que estés con tu familia. Te hacían unas buenas vacaciones, a ti quizás más que a nadie.
Puedo decirte que no soy muy asidua a escribir correos personales: la flojera de escribir y más Aun de expresar sentimientos no es lo mío. Pero he encontrado una gran familia en este grupo, un poco alocada, pero con la cual me siento a gusto. Así que bueno, sin ponernos sentimentales, y toda esa scheiβe, te deseo unas muy felices fiestas navideñas, ya sabes, navidad, año nuevo y lo que venga.
Abrazos. Stefana.”


Le dio un sorbo a su taza y sonrió. Así era Stefana. Casi se la podía imaginar con el ceño fruncido y dando golpeteos al teclado de su portátil al escribir la carta. Bajó y se encontró con una posdata.


“PD: ¿Podrías hacer que Elias regrese a la vida? El otro día lo tenías preocupado, me pregunto qué habrás hecho. En fin, Aun no se recupera. Una llamada no le caería mal. Odio tener que patearlo de la silla cada hora para que despierte. El favor es para mí, o te quedarás sin chico, porque un día de estos, lo bajaré de la luna a golpes.”


Cerró la tapa de la computadora y miró hacia el vacío de la cocina, sin observar ningún punto fijo. Sonrió por el humor negro de su colega, pero la alegría se fue esfumando hasta que quedó la preocupación.


Había esperado encontrar la bandeja de entrada saturada con correos de Elias, pero no había encontrado ninguno. Ni siquiera una tarjeta virtual de mala calidad y doble sentido que siempre le mandaba en esas temporadas. Si había algo peor que gritos y reclamos, era el silencio. Ese silencio que sólo hacía que tu cabeza trabajara las veinticuatro horas del día, y te hiciera pensar en tantas posibilidades, y la mayoría, disparates.


La única que vez que se había peleado así con Elias había sido… bueno, muchísimos años atrás. Pero, ¿Cómo le podía explicar a Elias que era feliz? ¿Cómo explicarle que la vieja, muy vieja Pau estaba regresando de nuevo a la superficie?


Había transcurrido una semana desde Acción de Gracias, y unos maravillosos seis días en el cielo, al lado de Pedro.


A pesar que se conocían de toda la vida, se vieron describiendo nuevas facetas uno del otro.


Él no sabía que ella era una nadadora excelente, mientras que ella jamás habría adivinado que Pedro era el creador de la mitad de los platillos de su restaurante. Que ella odiaba vestir de rojo, en cualquier tipo de ropa y que a él, su madre le seguía comprando las camisas y para su vergüenza.
Que ella había desarrollado un gusto por las películas clásicas en blanco y negro, y que a él le gustaban las películas románticas y comedias, más que las de acción. Eso último tuvo que jurar que jamás lo diría a nadie, o pagaría muy caro el precio.


Paula se preguntaba constantemente si el pago serían aquellos besos que le hacían desfallecer. Si ese era el caso, lo gritaría a los cuatro vientos. Se levantó y fue al lavabo, donde estaban los trates sucios que había utilizado para cocinar. Empezó con los cubiertos y cuchillos.


Mientras sus manos trabajaban de manera automatizada, miró hacia la casa de Pedro, preguntándose qué haría ahora.


En esos días, habían desarrollado una comodidad aceptable. 


Aunque como Patricio diría, no sería comodidad cuando tienes al tipo tragando tu garganta. Y la verdad es que sí, era más que cómodo. Su cuerpo aceptaba las caricias de Pedro, y reaccionaba como brasa ardiendo, pero no habían llegado más allá de simples besos. Y la verdad es que Paula se estaba empezando a cuestionar cual era el problema con Pedro.


O con ella si íbamos a analizar las cosas.


Primero lo odiaba, luego lo perdonaba y luego… ¿Qué? 


¿Quería sexo ardiente así nada más?


¿Qué había pasado con su orgullo? ¿Y cómo había caído tan pronto? Ciertamente se había metido en un dilema. La cabeza no le dejaba de dar vueltas con respecto a ese tema.


Y luego estaba Elias. El gillipollas le estaba aplicando la ley de hielo. No se había comunicado con ella ni le había contestado ninguna llamada o correo. Tamara le había dicho que ella no la podía ayudar. Eran sus problemas. Y era verdad. Pero necesitaba tanto hablar con Elias.


Pedro.Elias. Pedro. Elias.


En un descuido, la esponja con jabón se resbaló del filo del cuchillo y se cortó la palma de la mano. Vio entonces el pequeño hilito de sangre correr con el jabón, que hizo que la herida ardiera como los mil demonios


― ¡Joder!


― ¿Tratando de cortarte en pedazos, hermanita?


Se dio la vuelta y encontró a Pablo en la entrada de la cocina, con los brazos cruzados. Lo había evitado como la peste los últimos días, pero ese día era comida familiar, y había llegado con los niños desde temprano. Él y toda la familia. Se había refugiado en la cocina, pero al parecer el
escondite ya no servía.


― No, sólo fue un simple descuido.


Paula asintió pero no dijo nada. Ella se dio la vuelta y empezó a enjuagarse la mano con mucha agua. Vio a Pablo por el rabillo derecho dirigirse a la alacena y sacar algo de la caja de medicinas. Luego llegó con una bandita para su mano. Tomó la mano en silencio y se la colocó.


― Gracias ― murmuró mirando su mano.


Luego que la soltara, se secó la otra mano y se dio la vuelta. 


Pablo tomó su lugar y empezó a enjuagar los trates y se los pasaba a ella para que los secara. Paula solo quería salir de la habitación.


― Así que… he oído que estás saliendo con Pedro ― comentó Pablo en un tono casual muy fingido.


Suspirando, dejó un plato plano sobre los demás y lo miró.


― No veo que sea tu asunto.


Paula pensaba todo lo contrario pero con las mujeres de esa familia, tan testarudas como siempre, era mejor ir dando pasos de bebé.


― Solo pregunto ― y alzó los hombros, despreocupado y siguió en su labor.


Paula alzó una ceja. Pensándolo bien, no retrasaría ese momento. Dejó el trapo y se cruzó de brazos.


― No oí ninguna pregunta.


Pablo apagó la llave y la miró fijamente.


― Vamos Pau. ¿Estás saliendo con Pedro?


Bueno, “salir” tenía muchos significados. Desde luego, no eran dos chiquillos que se nombraban novios, pero vamos, besos y caricias íntimas tampoco era cosa de nada. Soltó un
soplido y asintió.


― Sí.


Pablo soltó un soplido como toro encerrado.


― No me gusta.


Ahora fue el turno de Paula de soltar un bufido.


― Repito, no veo que sea tu asunto.


Vale, pensó Pablo, ahí tenía que intervenir. Pasos de bebé.


― Pau, Pedro es… bueno, conozco a Pedro. No es de los que se toman a las mujeres en serio. Es decir, bueno, desde Amelia, no lo he visto buscando una relación. Y bueno, tú estás solo de visita.


Paula no movió ni un músculo.


― Ve al grano Pablo.


― No quiero que te tome por una aventura pasajera, Pau.


Paula dejó caer los brazos y le dio una buena mirada de incredulidad.


― Pablo, no soy una bebita que tengas que cuidar.


― Pau, Pedro es mi mejor amigo. Nos conocemos desde que estamos en pañales. Hemos crecido juntos, lo conozco. Y te conozco a ti también. Sé que terminado tu permiso y tus vacaciones, regresaras a tu trabajo. ¿Y entonces?


Las palabras quedaron atoradas en la garganta de Paula. Y eso era lo mismo que ella había pensado. Tenía su trabajo. A miles de kilómetros de San Francisco. En otro continente. Y con un enorme charco de agua llamado océano. Pero sólo llevaba una semana así. Tenía tiempo para pensar en algo. Si al menos supiera que rayos quería Pedro. Volvió a suspirar y le dio unos tiernos golpecitos a su hermano mayor.


― Pablo, te digo por tercera vez, que no es tu problema. Es mi vida, y honestamente, no sé a dónde va a llevar esto. Ninguno de los dos lo sabe, pero estamos consiente de todo.


Las manos grandes de Pablo la tomaron por los brazos y la acercaron a él.


― Mira, solo quiero saber que él no se aprovecha de tus emociones. Todos sabemos que desde que tienes memoria, estás enamorada de Pedro. Yo lo sé, papá lo sabe, mamá lo sabe, todo el mundo lo sabe. Y él lo sabe. Y precisamente por eso no quiero que Pedro se aproveche de ese sentimiento.


El que le echaran en cara sus viejos sentimientos la hacía sentir avergonzada, y no le agradaba.


― No soy una chiquilla alocada por el capitán del equipo de futbol ― Aunque lo había sido, mucho tiempo atrás, pero no lo iba a admitir frente a él.


― No, eres peor. Eres una mujer hecha y derecha, que está siguiendo los dictámenes de su reloj y que puede estar creando castillos en el cielo, cuando Pedro no está haciendo nada salvo pasar el momento porque sabe que te vas a ir, y entonces quedará libre de compromisos.


Pauña posó sus manos, más pequeñas y delgadas sobre las de Pablo y le dio una mirada helada.


― Mira, te quiero, pero… ― Le bajó las manos de golpe haciendo que trastabillara y tomó una sartén que tenía a la mano y le dio un golpe en el brazo, harta de su entremetimiento ― ¡Esto no es de tu incumbencia!


― ¡Paula!


― ¡¡¡Ale!!! ― el grito tenía el mismo tono que muchos años atrás había usado para acusar a Pablo con sus padres. Sólo que ahora era con una autoridad superior. Su esposa.


Pablo había parado a su discurso al oír a quien había gritado Pau. Genial. Ahora vendría lo peor. Alejandra entró, con Ariana en sus brazos. La niña tenía una mano enganchada en sus rubios cabellos y la sudadera que al parecer era de Pablo venía manchada con leche del bebé.


― ¿Qué pasa? ¿Hizo algo Charlie?


― No, peor. Tu marido ― lo apuntó con la sartén y contuvo la risa al verlo retroceder. Pablo le dirigió una mirada cargada de antipatía pero Pau lo ignoró ― Llévate a tu marido antes que termine dejándote viuda.


Ale miró primero a Pau, luego a su marido y dejó caer la cabeza sobre sus hombros.


Ariana empezaba a molestarse por la repentina falta de atención de su madre, pero la recuperó con rapidez, cuando su madre lo empezó acariciar y jugar. Pero la mirada de amor se esfumó cuando miró a su esposo.


― Pablo, por Dios, te dije que lo dejaras. Pero tenías que venir y meterte.


― Cariño…


― Salgamos de aquí, antes que me deje viuda yo misma. Es más… ― le dio a Ariana y él la tomó rápido en los brazos ― Le toca su biberón. Arréglatelas en lo que ayudo a Alejandra con la tarea.


Ale salió primero y luego Pablo detrás de ella, corriendo por ayuda. Ariana adoraba a su padre, pero su padre, después de dos hijos, Aun no sabía cómo lidiar con recién nacido. 


Pau regresó al fregadero y dejó la sartén en su lugar. Luego abrió la llave con rudeza y comenzó a lavar los platos con mucha fuerza. Oyó unos pasos y suspiró al ver que no era Pablo sino Paloma la que venía entrando, muerta de la risa.


― Por Dios, pobre Pablo. Ale lo tiene arrinconado a la pared regañándolo como si fuera un niño. Charlie, Ale y Cata se está carcajeando a sus espaldas.


― Sí, bueno, eso es para que no se meta conmigo.


Paloma se quedó a un lado de las sillas y con una naturalidad, colocó una mano sobre la cadera y la otra sobre el respaldo.


― ¿Entonces, es verdad lo de Pedro y tú?


Paula vio que aquella sería un día eterno. Giró su cabeza y le dio una mirada suspicaz.


― ¿Quieres un golpe con la sartén también?


Paloma alzó ambas manos al cielo.


― Tranquila Pau, solo decía.


Terminó con los platos, y los cubiertos y ahora pasó a la licuadora. Paloma seguía a sus espaldas. Trató de ignorarla, pero Paloma tenía un campo a su alrededor que hacía que su presencia fuera notada quisiera o no.


Apagó la llave, cansada y se recargó sobre la llave del fregadero.


― ¿Qué quieres decirme, hermanita?


― Bueno, vi cómo acabó Pablo, así que sólo diré una cosa: piensa bien donde te estás metiendo, Pau. Pedro sabe jugar bien sus cartas. Dime si lo sabré.


― ¿Sabes? ― dijo Pau, dándose la vuelta ― Esta conversación es mucho más incómoda que la de Pablo. No quiero intercambiar impresiones de Pedro, y menos con mi hermana.


― Créeme, yo menos. Si Guillermo se entera… ― se detuvo al ver la ceja izquierda de Paula alzarse lentamente. Eso era anuncio de problemas ― Pero no lo hará, ¿Verdad?


― ¿Quieres que grite para que te venga a buscar?


― Vale, ya capté.


Se fue tan rápido y silencioso como había entrado. No se había recuperado de los dos últimas visitas cuando Patricio entró en la cocina.


― Hey Pau, ¿ya está la comida? ― se sobó la panza para asentar su siguiente declaración ― Tengo hambre.


Paula encogió sus labios y lo miró, desconfiada.


― En unos momentos. Solo espero a que se termine de calentar y listo.


Patricio no aguantó la tentación y fue hacia la cazuela, levantó la tapa y absorbió en una profundo bocado de aire, el aroma de la comida.


― Huele muy bien, Pau.


― Gracias.


Tomó la cuchara que había al lado y tomó un sorbo del caldo. Paula odiaba que hicieran eso, pero tenía la cabeza en otras cosas. Puso sus brazos en jarras y acomodó su cadera en la encimera.


― Vamos, habla.


Su hermano la miró como si le hubieran salido serpientes de la cabeza


― ¿De qué rayos quieres que hable? Tengo hambre. Punto.


Dejó la cuchara y salió de la cocina, dejando a Paula en estado de shock. Bueno, al menos algunos estaban más cuerdos que otros. Apagó el hornillo y quitó la cazuela del metal caliente. Su madre entró en esos momentos y Paula le dio una sonrisa.


― Genial, má, ayúdame con los platos. Ya está lista la comida.


Penelope asintió y fue a la alacena y comenzó a sacar los platos. De espaldas a Pau, tarareaba alguna vieja canción.


― ¿Saldrás con Pedro hoy?


― Dios, dame paciencia ― murmuró Pau para sí misma. Fue a los cajones y sacó las cucharas y después lo vasos ― Creo que sí, vamos al cine. ¿Por qué?


Su madre, abstraída, la miraba como si de un sueño se tratara. Luego, despertó y sacudió la cabeza, con una extensa sonrisa en sus labios.


― No, nada, es que es hermoso verlos juntos.


Oh sí, su madre, luego de una segunda invitación de Pedro a cenar, había sumado dos más dos. Sí, se había molestado en hacer pequeñas preguntas, pero nada que amenazara la paz mental de Paula.


― Mamá, no te hagas tantas ilusiones. Es sólo una salida.


Y era la verdad. Después de lo que Pablo había dicho, tenía más cosas que pensar.


Demasiadas.


Su madre sonreía y empezó a llevar los platos en una torre de porcelana.


― Cuando hable con Victoria, no se lo va a creer ― comentó en voz alta, sin darse cuenta.


Y eso era algo que Paula quería evitar a toda costa.


― No, Penelope, júrame que no le dirás nada.


― ¿Pero…?


― Júralo ― La sonrisa de su madre desapareció y su aura de felicidad fue bajando gradualmente ― Ya las veo a ustedes dos tramando una de sus locuras, y hablando de nietos en común y sus nombres. Sólo salimos como amigos. No es la gran cosa.


― Eres una aguafiestas.


Empezó a salir, pero Paula la conocía mejor que nadie.


― Mamá… ― Penelope se detuvo ― Date la vuelta ― Se dio la vuelta muy, muy lentamente.
Su mirada brillaba con irritación pero Paula no la dejaría ir así como así ― Dilo.


― Ok, ok, lo juro ― Suspiró ― Eres igual a tu padre. 


Se dio la vuelta y casi da de bruces con su esposo.


― ¿Qué pasa conmigo?


― Nada, Paula que sólo me está tomando el pelo ― salió sin agregar más, dejando a Paula sonriendo.


¿Qué más podía hacer?


Su padre se fue al refrigerador y sacó la soda de naranja, y cargó los vasos en la bandeja para llevarlos todo de una vez, justo con la cubertería.


― Vamos, sé que quieres decir algo. Dilo.


Su padre le dio una mirada casi igual a la de Patricio.


― ¿Qué cosa? ― Pero era pésimo fingiendo. Él si sabía a qué se refería.


― Pablo ya me advirtió de Pedro. Paloma, bueno, no quiero pensar en todo lo que no dijo. Mamá ya se imaginó una boda. El único que pareció menos interesado fue Patricio porque su estómago rige el noventa por ciento de su cerebro. En fin, todos quieren opinar de Pedro, así que vamos, di lo que tengas que decir.


Su padre alzó la bandeja y luego sus hombros.


― Independientemente de con quien salgas, me alegro que lo hagas.


La boca de Pau calló hasta el piso.


― ¿Eso es todo?


― ¿Quieres oír algo más?


― Sí. No. No sé.


― Sólo sé que tú conoces a Pedro. Él te conoce. Los dos sabrán que saldrá de todo esto. Nadie se debe meter.


Paula sonrió y fue a por su padre, dándole un gran abrazo que hizo tambalear la bandeja.


― Cuidado, pequeña. Y ahora, vamos a comer. Todos estamos famélicos


Padre e hija sonrieron, intercambiando palabras no dichas. 


Pau le dio un beso en la mejilla y un último abrazo.




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