Natalia Trujillo
miércoles, 14 de diciembre de 2016
CAPITULO 37
Pedro inspeccionó su aspecto por tercera vez, al bajar por las escaleras y ver el espejo colgado en la entrada de la casa. Aunque era una salida informal como todas las que habían tenido a lo largo de la semana, no quería ir como un vagabundo. Así que seleccionaba con cuidado camisa, pantalones, zapatos… maldición, hasta la ropa interior pasaba por una minuciosa inspección.
Quería causar una buena impresión en Paula. Hacerle olvidar los amargos recuerdos, o al menos, cambiarlos por unos mejores.
Se miró fijamente en el espejo y dejó de sacudir el saco negro que llevaba puesto. Habían pasado casi una semana desde el día en la playa. En esos días habían reído, hablado hasta el cansancio, caminado juntos, y sí, habían compartido unos cuantos besos.
Y ahí radicaba el problema.
No sabía cómo seguir.
Vamos, era como estar en el instituto y no poder pasar de primera base y llegar a segunda, tercera y bueno, a su edad, él quería todo un home run. ¡Dios! Ya no depositaba mucha fe en su autocontrol. Cuando sus labios tocaban nuevamente los de ella, era como saborear un manjar exquisito, exótico, que lo dejaba sin palabras, era como correr alocadamente para que el equipo contrario no te eliminara: la sensación de adrenalina llenando tu cuerpo, el mismo que se encendía como pólvora con cada roce, cada beso, cada mirada de ella. Y quería más.
Pero siempre que quería ir por más, siempre que quería hacerle la pregunta a Paula, recordaba su plática en la playa, recordaba el dolor que le había infligido a la mujer que amaba, era como un si le cayera un balde de agua congelada y su erección perdía fuerza. Por lo que terminaba
separándose de ella para darle un casto beso de buenas noches en la mejilla, dejarla en la puerta de su casa, y correr como los mil demonios a su casa por una ducha fría en pleno diciembre.
Ya en el agua, se cuestionaba una y otra vez sobre sus acciones. No podían seguir así, al menos él, por mucho tiempo. Quería a Pau, pero sobre todo, quería a Pau debajo de su cuerpo, y recordar la dulce magia que había sentido años atrás y maldición, sentirse vivo después de tanto tiempo. Después de todo, era un hombre con necesidades básicas. Pero no era sólo sexo lo que Pedro deseaba de Paula. Quería volver a sentir que estaba al fin con la mujer que su cuerpo y alma le decían era la indicada. La mujer que amaba.
Oh, porque si de algo estaba seguro era de eso.
El primer beso, después de muchos años, lo había confirmado. No era una tontería lo que había pensado cuando la había tenido entre sus brazos nuevamente, pues sólo con Pau había vuelto a sentir arder su cuerpo, oír los latidos de su corazón en sus oídos, quedarse sin aliento, y sí, como su padre alguna vez le había dicho, sentir que con la persona indicada, la vida tenía sentido.
Se dio un último vistazo, tomó las llaves de la cesta y caminó hacia la casa de los Chaves.
Se aferró al saco, el día estaba más fresco de lo normal, dándole la bienvenida a diciembre y a las próximas fiestas. Pronosticaban que la siguiente semana empezaría a nevar en la ciudad. La ciudad brillaba de expectación, y esperar a que al día siguiente una manta blanca cubriera la zona.
Cerró la puerta y caminó hacia la entrada principal de los P’s. A pesar que familiaridad entre las familias, Pedro había sido educado a la antigua y eso conllevaba a tocar la puerta como era debido. Tocó el timbre dos veces y esperó en el porche unos segundos. Su sonrisa de buenas noches se esfumó cuando vio al gran P en la puerta de la casa. ¡Por todos los santos! Se le había olvidado que aquel día era el día de las comidas familiares de los Chaves. Y ahí tenía al único Chaves que no quería ver en al menos un par de años.
Pedro estaba ante uno de los momentos más incómodos en toda su vida. Una cosa era visitar la casa de tus vecinos, de saludar a tu mejor amigo para una cena amistosa. Otra muy diferente era visitar la casa de tu chica y tener que saludar al hermano mayor de ella.
― Hola Pablo.
Los enormes brazos de Pablo se cruzaron sobre su pecho, y Pedro pareció ver incluso los bíceps de su mejor amigo crecer unos centímetros.
― ¿Quién es? ― Penelope preguntó desde el fondo del pasillo, y asomó la cabeza.
― Es Pedro ― murmuró Pablo sin retirar sus ojos de él.
― ¡Paula, Pedro ya llegó por ti! ― gritó la matriarca del clan y se regresó a la sala, dejándolo solo con el primogénito de la familia. A pesar de su ropa casual, Pablo parecía un
verdugo dispuesto a dictar sentencia.
― Pau baja en unos segundos ― comentó Pablo, recargándose sobre el marco de madera de la puerta, sin ninguna intención de dejarlo pasar.
― Gracias.
Los dos se miraron como dos extraños. Pedro conocía a Pablo desde que estaban en pañales, vaya, eran los mejores amigos de toda la vida, pero ahora, parado en el umbral de la casa de sus padres, veía a un Pablo nuevo, uno que tenía años que no veía
― Pedro, esto es en verdad incómodo para mí, ¿pero cuáles son tus intenciones con Pau?
― ¿Qué?
― Tus intenciones con mi hermana.
Pedro exhaló y lo miró tratando de buscar una salida diplomática a esa plática.
― Pablo, ¿en serio vamos a tener esta conversación?
― La tuvimos cuando saliste con Paloma.
― Sí, me acuerdo ― y no era algo grato de recordar. Pablo le había leído la cartilla el día en que se había enterado que andaba detrás de los huesos… y quizás un poco más de su hermana. En su defensa, solo podía decir que era un chico regido por las hormonas.
― Y ahora que estás saliendo con Pau, lo vuelo a hacer.
Pedro se metió las manos en los bolsillos de su pantalón y se tambaleó en sus pies.
― Bueno, pues son honorables.
― ¿Que tan honorables?
― Pablo, no estamos en el instituto. Somos dos adultos que saben tomar sus propias decisiones. Estamos en exploración.
― Pues yo…
Una mano se posó sobre el hombro del gigantón que tapaba la entrada de la puerta, y sus ilusiones se esfumaron al ver que no era Paula sino Paloma la que apareció en el umbral con una sonrisa que mostraba lo mucho que estaba disfrutando la situación actual y lo que vendría a continuación.
― Buenas noches, vecino.
Genial, pensó Pedro.
Ahora sí podía afirmar sin lugar a dudas que estaba en el momento más incómodo de su vida. Los hermanos mayores de su cita que resultaba ser su mejor amigo de toda la vida y novia del instituto lo miraban con fuego en los ojos.
Paloma se colocó en la misma posición que Dillon y lo miró de arriba abajo y luego de regreso.
Pedro podía sentir su visión de rayos X llegar hasta sus huesos.
― ¿Así que vienes por Pau, eh? ¿Y cuáles son tus intenciones con mi pequeña hermanita?
Pablo le dio un vistazo rápido y un leve golpe con el hombro.
― Oye, yo pregunté primero ― ambos sonrieron pero las risas se esfumaron cuando los dos pares de ojos marrones se posaron sobre él ―. En fin, contesta la pregunta.
Cómo podía hacerlo cuando ni él sabía qué rayos estaban haciendo. Oh, él sabía a dónde quería que la relación pasara, pero no podía hablar por Paula.
― Ya te dije ― miró a ambos ―. Sólo estamos saliendo, yendo a cenar, al cine, platicar, no sé, como en exploración.
El dedo índice de Paloma se abanicó hacia él, perdiendo la postura inicial.
― Tú estás en exploración, querrás decir. Porque sabes que Pau ha estado loca por ti desde que anda en pañales.
Cansado de la situación en la que estaba, Pedro dejó caer las manos con desesperación.
― Miren, jamás trataría de hacerle daño a su hermana, ¿les vale eso?
Pablo y Paloma intercambiaron miradas por unos segundos.
A Pedro le pareció que tenían un maldito lazo telepático porque los vio entrecerrar los ojos y luego asentir. Al final fue Pablo el que se volteó hacia él.
― Más o menos. Pero te lo pongo así: le haces algo a Pau, y te juro que te moleré a palos. Puede que me haya retirado del juego pero sé muy bien para que puede servir un buen bate.
Antes que Pedro pudiera contestar, Paloma agregó:
― Y esa promesa va por partida doble ― Dio unos pasos hasta llevar a él, y susurrarle al oído ― No se te olvide que quién te enseñó a batear, nos enseñó a todos.
Pedro sintió sus partes inferiores subírsele hasta la garganta.
Pascual Chaves había sido uno de los mejores bateadores que había visto, y le había enseñado todo lo que sabía de deporte a él… y a sus hijos. Incluido como ser un bateador.
Miró a sus viejos amigos, y asintió.
― Lo he captado a la perfección.
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