Natalia Trujillo

miércoles, 14 de diciembre de 2016

CAPITULO 39






― Aun no entiendo porque alguien escogería, entre todas las fechas del mundo, Nochebuena para querer quitarse la vida.


Paula le dio un golpe en las costillas a Pedro, quien iba a su lado, caminado sin problema entre la gente que salía que a tropel de la sala del cine. Pedro la había sorprendido llevándola a uno de los cines ubicados en el noreste de la ciudad, en que sólo pasaban películas clásicas en blanco y negro. Sin embargo, en la entrada del cine se habían encontrado con un contratiempo, pues no habían esperado que la gente reconociera a Pedro. Había sido divertido ver su cara debatiéndose entre la felicidad de ser reconocido y la pena de tener que dejarla a un lado. Ella por su parte había
disfrutado verlo rodeado de gente. Sabía lo que se sentía, aunque fuera a otro nivel. Cuando terminaba de dar conferencias a jóvenes estudiantes, siempre acaba rodeaba de algunos deseosos de saber más y ella los exhortaba a seguir estudiando, quien sabe, dentro de unos años alguno de ellos podría ser su becario.


La escena había sido graciosa hasta que un par de pechugonas rubias con implantes de talla 50 de sujetador se acercaron a pedirle autógrafos… en la piel. Y bueno, si ella no había conseguido pasar de primera base, desde luego, unas tipas extrañas no lo harían. Con un leve carraspeo Pedro entendió la indirecta y de manera muy diplomática despidió a las rubias. Y para reconfortarla había tenido que darle muchos, muchos besos en la oscuridad del cine.


En un principio habían entrado a ver “Historias de Filadelfia”. Paula sentía una debilidad por Gary Grant, pero la cinta había resultado dañada, y para compensarles la entrada, les pusieron “Que bello es vivir”. En la temporada navideña, aquella película era un clásico de clásicos. Capra había hecho un verdadero éxito con su película, y claro, la actuación de James Stewart agregaba un extra. Por lo tanto, Paula no entendía el comentario de Pedro.


― Es un clásico, Pedro. Ya sabes, no estás solo, mucha gente se preocupa por ti y esas cosas. Es navidad.


Pedro abrió la puerta del cine y la dejó pasar primero. Ella lo esperó, ya que una pareja mayor venía detrás de ellos y Pedro, caballerosamente, aguardó hasta que pasaron. Se acercó a ella rápidamente y le pasó un brazo alrededor de los hombros, y se dirigieron al estacionamiento.


― Sí, pero Aun así, ¿querer suicidarte?


Paula se apretó contra la cazadora de Pedro. El tema en verdad estaba empezando a incomodarla. Ella adoraba la película, pero no sólo eso. La vida le había hecho aprender su verdadero significado. No era sólo una palabra, sino un todo: recuerdos, familia, amigos, amores, trabajo, risas, lágrimas, calor, tristeza… todo era vida. Y la película lo reflejaba en todas las matices de su personaje. El tono de Pedro, al principio bromeando se había tornado serio.


― ¿Qué no entendiste la película? El pobre hombre la estaba pasando mal. Se vio acorralado. Te muestran todo lo que ha había hecho durante toda su vida por todos los demás, y como se siente olvidado por ellos. Al final, Clarence lo obliga a ver como su vida ha afectado a la de los
demás y como si él no hubiera nacido habría cambiado las cosas. Lo salva evitando que se suicide.


Doblaron y entraron en el estacionamiento del cine, donde habían dejado a Indi. Pedro saludó al ballet parking y por la sonrisa que el muchacho le devolvió a Pedro, Paula pudo intuir que le había dado una buena propina.


― Sí, pero tomar el camino fácil no es la opción ― dijo Pedro retomando la plática anterior ―. Digo, su esposa, sus hijos, ¿no pensaba en ellos?


Llegaron a la moto y Pedro le extendió el casco a Paula, quien se negó a tomarlo, dejándolo asombrado. La mirada de Pau brillaba de algo, como furia, pero no entendía por qué el cambio de humor.


― Tú hablas así porque nunca has estado en ese pozo ― Paula sintió las manos temblar, por lo que tuvo que abrirlas y cerrarlas con fuerza ―. Imagínate que en vez de cicatrices de ese accidente que tuviste, te hubieran tenido que amputar la pierna, o ambas ― ella no las había visto Aun, pero por la forma en la que Pedro evitaba hablar de ellas, estaba segura que no eran unas rozaduras de bebé ―. O que en vez de unos padres como los que tienes, tuvieras unos desobligados que ni te darían la hora. Y encima, que no hubieras contado con el dinero que ya tenías, y tuvieras un montón de deudas. Entonces, ¿qué habrías hecho?


Sus cejas se unieron y la piel de su frente se arrugó. Pedro no entendía como habían llegado a eso.


― No estamos hablando de mí ― Pedro se sentó lentamente en el asiento de la moto, sabedor que Paula seguiría con el tema.


― Pero la película habla exactamente de eso. Le puede pasar a cualquiera ― Paula estaba exaltada y ni siquiera se había dado cuenta ―. Hombre, mujer, joven o viejo, blanco o negro. Las circunstancias te hacen tomar medidas extremas. George se salvó porque tenía gente a su alrededor que lo quería, y que lo ayudó a salir adelante. Además, Clarence es pieza clave de la película. Un amigo que te haga ver las cosas desde otra perspectiva, alguien que esté ahí. ¿Te imaginas a toda esa gente que no tiene a nadie? Toman medidas extremas porque sencillamente no pueden seguir.
No todos tenemos la fuerza de luchar hasta el final e incluso más allá ― bajó la cabeza, escondiendo su mirada, más bien, huyendo de la de Pedro ―. Algunos se cansan en el trayecto. Y si no tienen a quien los apoye… ― suspiró y alzó la mirada para encontrarse con esos ojos grisáceos que le robaban el aliento ― “La vida de una persona afecta muchas vidas”, pero no te dicen que va de regreso, y que muchas vidas pueden afectar a una sola.


Se quedó sin aliento, respirando por la boca, e incluso podía ver el vapor salir de su boca.


Paula respiraba agitadamente. Se había dejado llevar pero ya era tarde para arrepentirse.


― ¿Entonces tú tomarías la decisión de George? ― Pedro no podía apartar la vista de ella. Por la forma en la que Paula hablaba, tenía miedo, un enorme miedo que no estuvieran hablando en general sino en alguien particular. 


Ella misma le había mencionado vagamente de su depresión
una vez que había regresado a Puerto Rico y el curso de sus pensamientos le estaba dando mala espina. Cuando la vio huir de su mirada y voltearse a otro lado, sintió un escalofrío.


― No estamos hablando de mí ― murmuró Paula.


― Pero tú dijiste que le puede pasar a cualquiera ― Se levantó del asiento y se acercó a ella. La tomó de la barbilla y alzó su rostro ― ¿Pau?


No terminó la pregunta porque las palabras parecieron escapar de sus labios. Pero esperó su respuesta atormentado. Podía oír los latidos de su corazón directamente en su oído, y su garganta pareció secarse en un segundo.


― No ― musitó Pau al cabo de unos segundos, acompañado su voz con un leve movimiento de su cabeza.


Pedro soltó el aire. No se había dado cuenta que había aguantado la respiración hasta que sus pulmones exigieron su elixir. Pero su cuerpo sentía Aun las vibraciones aceleradas de su corazón.


Y sus sentidos le decían que Paula ocultaba algo.


― Pau, mírame.


Ella así lo hizo y vio a través de las gafas transparentes, sus bellos ojos nublarse por las lágrimas.


― Yo… conocí a alguien hace mucho tiempo. Y bueno, no tomó una sabia decisión. No hubo un Clarence en su vida.


― Oh Dios, lo siento pequeña. Ven acá ― rápidamente la tomó entre sus brazos, encerrándola entre ellos, deseando poder haber dejado de insistir en el tema, pero alegre, maldita sea, que no estuvieran hablando de ella ― ¡Dios! Lo siento en verdad, Pau.


Los brazos de ella se levantaron lentamente para rodearlo y corresponderle al gesto. Posó su mejilla sobre su hombro y estuvieron así unos minutos. Paula aguantó las ganas de llorar y aspiró bocanadas de aire una y otra vez, buscando olvidar los viejos recuerdos. Se había puesto muy sensible, y en el calor de la discusión había recordado cosas muy tristes.


― Está bien. No quiero recordar aquello. Pasó hace mucho ― respondió al cabo de un momento, pero cuando trató de separarse de Pedro, éste la apretó contra su pecho con fuerza.


― Espera un minuto más.


― Estoy bien.


― Entonces yo necesito que me abraces unos segundos más ―Paula sonrió y siguió sus indicaciones.


El tiempo pareció detenerse y dejó a cada uno entregarse a sus propios pensamientos.


Paula cambió el curso de los suyos, dejando atrás a esa mujer que había olvidado en los últimos años.


Pero tú estás viva, se dijo a sí misma. Viva, y con el hombre que hacía su mundo temblar a su alrededor. Quizás la película había mandado más señales de las que había entendido. Quizás también le estaba dando a entender que la vida era corta, frágil, y que de un día para otro podía perder o ganar todo. La diferencia estaba en las decisiones que se tomaban.


Pedro la soltó, le dio un breve beso en la coronilla de la cabeza, más para confortarla que por lujuria, y en silencio le ayudó a subir a la moto y arrancaron. La mejilla de Pau descansó contra la ancha espalda masculina, en un acto tan natural como si estuviera hecha para su comodidad.


Estuvo unos segundos prensando acerca de lo que había pasado en el estacionamiento. Nunca debió de haber sacado ese tema a colocación. Y al menos por ahora, no quería pensar en ello.


Cerró los ojos y dejó que el viento golpeara contra su rostro, filtrándose entre los puños de la cazadora y por la salida de los vaqueros, pero no le importaba. Estando con la mejilla pegada a la espalda de Pedro, todo lo demás carecía de importancia. Su nariz aspiraba su aroma masculino, mezclado con el aire frío del ambiente y podía asegurar que era el aroma más excitante que jamás había olido. Su pelvis estaba apretada contra el trasero de Pedro, y sus manos lo rodeaban con fuerza por la cintura. Pau creía que era la posición más íntima que habían logrado en esa semana.


Lo que le llevaba a un pensamiento doloroso y más profundo, el mismo que había tenido a lo largo de los días: 
No habían hecho el amor.


Todavía.


Llegaron a un semáforo, y por instinto, cuando la moto se frenó, ella se apretó con más fuerza contra él. Pedro se giró a mirarla y le preguntó algo, pero ella no escuchó bien.


― ¿Qué? ― gritó, elevando la voz, para hacerse oír entre el ruido de la moto y los autos que había alrededor.


Pedro le bajó la protección del casco, sonriente y se dejó ir en aquellos ojos marrones.


― Que sí vamos por un café antes de regresar.


― Por favor.


Llegaron a una cafetería rústica, de aquellas que veías en las películas, y donde casi esperabas ver a las mujeres salir en patines o algo por el estilo. Ella bajó primero de la moto con la ayuda de Pedro, y Aun así, tropezó. Para disimular el desliz, se quitó el casco, pero sólo consiguió jalarse unas cuantas hebras del cabello.


― ¡Auch! ― El casco quedó atorado en su cabeza, y para su pena oyó a Pedro reírse de ella.


Hizo un puchero mental. Jamás sería una de esas mujeres que bajaban de la moto y sacudían la larga cabellera, como si estuvieran anunciando algún producto para el cabello. En cambio era una patosa de primera. Suspirando habló con un tono para nada amigable ―. No seas idiota, y ayúdame a quitarme esta cosa.


Sintió las manos fuertes tomar el casco y con suma delicadeza que creía incapaz a aquellos dedos enormes, fue desenredando sus mechones poco a poco, jugando con los mechones, rozando su piel, elevando su temperatura. Paula sentía el calor invadir su cuerpo, y joder, estaban a casi diez grados afuera. Con movimientos diestros, Pedro terminó de desenredar el cabello y se quedó con el casco en la mano.


― Listo ― Sonrió al ver su ceño Aun fruncido, tal y como había imaginado que estaría ― Así que aquí estás, pequeña Pauly.


Ella le dio un golpe en el hombro y Pedro respondió jalándola hacía sí, y robándole un beso fugaz. No podía cansarse de su sabor, y estaba empezando a preguntar cuánto duraría su autocontrol. Porque cuando terminó de besarla y la observó abrir sus ojos lentamente, parpadear y batir sus pestañas negras y humedecerse los labios, comprendió que no aguantaría más. Estaba preparado. Más que preparado. Pero la pregunta era, ¿estaría ella?


― Bueno, vamos que me congelo aquí afuera.


Sin esperar respuesta bajó de Indi y la dejó bien estacionada. Luego la tomó de la mano, y prácticamente la arrastró hacia dentro del lugar. La cafetería era más bien un restaurante de paso, como los que rondaban en toda la ciudad, dinosaurios arquitectónicos sobrevivientes de la nueva era global. El piso monocromático, sillas con taburetes giratorios en la barra, una gran ventana por donde se veía al chef, un hombre enorme y gordo poner las ordenes. 


Caminaron hacia una de las mesas con grandes sillones uno enfrente del otro, y que estaban pagados a otras mesas. 


Paula se aflojó la bufanda que enrollaba su cuello y se abrió el cierre de la cazadora de Pedro, mientras que él, solo se sacudió las ligeras gotas del cabello. Tomaron asiento y en cuanto sus traseros tocaron el cuero sintético del mueble, apareció una mujer con un peinado tipo Doris Day, con su cabello rubio platino y un buen labial rojo pasión. En su gafete se leía “Rose”.


Rose les dio una gran sonrisa mientras alzaba la cafetera y colocaba dos tazas en la mesa.


― ¿Café, muchachos?


― Por favor ― contestó Pedro al ayudar a colocar las tazas boca arriba y sonreírle, después de un guiño la mujer se giró a Paula y le sirvió una taza gemela.


― Gracias.


La mujer les dio la carta a ambos y se quedó mirando fijamente a Pedro, quien alzó las cejas, haciendo la pregunta en silencio. En vez de contestarle a él, se giró hacia Paula.


― Tu novio se me hace conocido.


Paula sonrió. Pensar en Pedro como su novio era raro. No eran niños, sino dos adultos y Aun así, oír decir la palabra novio hizo que su corazón retumbara. Sin perder la sonrisa, miró a Rose.


― Sí, algunas personas me han me han dicho eso a lo largo de la noche ― y pensó en lo sucedido en el cine y su sonrisa se amplió más.


― Tranquila, se ve que tiene ojos solo para ti.


Paula sonrió maliciosamente a Pedro y luego a Rose, quien abrió su libreta y sacó un lapicero azul.


― ¿Qué les traigo?


Pedro dejó la carta en la mesa y alzó las manos para hacer más explícita su orden.


― Yo quiero una hamburguesa doble, bien hecha y unas papas acompañadas. Además, me gustaría un burrito ― Hizo una pausa como si se le pasara algo y luego agregó ― Por favor.


Rose sonrió y tomó la orden al pie de la letra. Paula lo miraba boquiabierta.


― Nos acabamos una dotación de perros calientes, nachos y refrescos en el cine, ¿y todavía tienes hambre?


― Tú te comiste los nachos, querida ― señaló Pedro y se recargó contra el respaldo del mueble ― No trates de cargarme el muerto a mí. Sólo me comí los perritos.


― Tres ― le recordó Paula, y Pedro solo alzó los hombros ligeramente.


― Tenía hambre.


Paula balanceó su cabeza, sonriendo.


― ¿Y para ti cariño?


― El café está bien por el momento.


Rose frunció el ceño.


― Ese cuerpo necesita alimentarse ― Declaró abanicando el bolígrafo hacia ella ― Te traeré unas quesadillas de champiñón, ya después me lo agradecerás.


Rose se dio la vuelta y se marchó tan rápido como había llegado. Paula y Pedro se quedaron mirando, un poco asombrados por la osadía de la mujer mayor. Entonces Paula tomó su café y bebió un sorbo, esperando unos segundos a que el líquido oscuro calentara su cuerpo. Abrió los ojos y encontró a Pedro observándola fijamente.


― Sí tenías hambre, podríamos haber pasado a tu restaurante ― acusó ella, pero Pedro negó con bastante ímpetu.


― Ni loco. Jesy o Eric habrían encontrado la forma de fastidiar la noche. Quiero estar contigo, no encargado de las cuentas o atendiendo a los clientes. Suficiente tuve con lo que pasó en el cine ― él siguió el gesto de Pau y tomó un sorbo de café ―. Háblame de tu trabajo.


Las cejas de Paula se juntaron hasta parecer una sola.


― ¿Qué quieres saber?


― No sé, sólo cuéntame, aunque sólo entenderé la mitad de lo que dices, pero quiero oír la historia, ¿cómo fuiste a parar de Puerto Rico a España?


Sus labios se debatían entre estirarse o quedarse rectos. Jugó con la taza de café y miró fijamente el líquido negro.


― En Puerto Rico tuve algunos problemas… ― murmuró y alzó la cabeza de golpe. Vio la pregunta no hecha y agregó rápidamente, hablando más animada ―. Ya sabes, el bloqueo mental y que las ideas no seguían. Creo que como todo el mundo, necesitaba saber a dónde pertenecía. Al final Arecibo no era lo que esperaba, y la radioastronomía resultó no ser lo mío. Entonces Elias me ayudó a meterme al programa del GRANTECAN y para mi sorpresa me aceptaron ― y era básicamente la verdad, aunque muy, muy resumida, pensó Paula.


― ¿Por qué habrían de no hacerlo? Eres excelente en tu trabajo, siempre lo has sido.


Pau miró hacia el exterior, donde podía ver los autos pasear, y las pequeñas gotas empezar a caer.


― Bueno, ya sabes, a los genios les llega su momento de quebradero de cabeza, cuando estás bloqueado y no puedes continuar. Haber dejado el programa de Arecibo había perjudicado mi currículo, pero Elias intercedió por mí, y bueno, otras personas más ― agregó alentada, pasando a
los buenos momentos ―. En La Palma encontré una… ― una nueva vida, pero se cortó. No estaba preparada para hablar de ello. En cambio agregó ―… una gran familia científica, además de un lugar precioso.


― Háblame del lugar.


Paula cerró los ojos unos segundos, recordando el azul del mar, y el verde único de los bosques y aquellos atardeceres.


― En una palabra: sorprendente. Tiene un cielo precioso, azul como esos que ves en las caricaturas y te preguntas si en verdad es cierto. El océano Atlántico no se queda atrás, y ves agua alrededor, en diferentes tonos, como si fuera el Caribe. Y que te puedo decir de los atardeceres… son magníficos, puedes ver una gama de colores rojizos nacarados que te dejan sin palabras. Es una tierra virgen, de alguna manera. No es muy explotada en cuanto al turismo, pero sí tiene una gran demanda en cuanto al campo científico. Además, la gente es muy hospitalaria. Tiene unas reservas naturales preciosas, como la de los Tilos ― hizo una pausa, como si recordarse algo, y se echó a reír ―. En nuestra primera semana en la isla, fuimos a acampar, Elias y otros amigos y nos perdimos. El idiota de Elias había perdido el mapa y nadie llevaba brújula. ¿Te puedes creer a las mentes más brillantes del mundo perdidas en un bosque?


Pedro la escuchaba atentamente. Podía ver la luz brillar en su mirada cuando hablaba del trabajo. Porque al parecer para Pau, no era trabajo, era su pasión. Aunque le empezaba a molestar la mención del tan Elias cada dos segundos. Sabía que era su amigo, pero ¿qué tan íntimos habían llegado a ser? No sabía si estaba preparado para oír la respuesta.


― ¿Cómo regresaron?


― A cierta chica se le ocurrió tomar su reloj de pulsera y hacer que el doce apuntara hacia su izquierda, y luego hacer que el puntero de la hora apuntara al Sol, que gracias al cielo Aun había. Por pura ciencia básica, la mitad entre la manecilla de la hora y las 12 es el sur, y así fue como nos
ubicamos.


― Esa es mi chica.


― Nunca dije que hubiera sido yo ― respondió mirándolo a través de la orilla de la taza.


― Solo tú podrías conservar la calma en tiempos de guerra y encontrar una solución práctica Pau.


― Sí, eso mismo dijo Elias cuando estuvimos de regreso en la casa, sanos y salvos, aunque todos picados por los mosquitos.


Ahí estaba otra vez ese nombre.


― Y sobre el trabajo, bueno, ahora mismo Elias y yo trabajamos en buscar con el telescopio nuevas galaxias. Actualmente tengo un artículo en arbitraje, esperando para ser publicado, de una estrella enana que parece… ― se calló al ver la cara de asombro de Pedro ― Lo siento, me dejo llevar por el momento.


― No, no, está bien.


― Tengo otros compañeros de trabajo. Stefana es una alemana un poco brusca, pero es una gatita cuando la sabes llevar. Rav es hindú, y parece una parodia del personaje de Rajesh de la serie “The Big Bang Theory”. Y bueno, te he hablado de Elias.


― ¿Te llevas bien con él? ― rápidamente agregó al ver la mirada de curiosidad de Pau ― Digo, es que parece ser que se conocen desde hace tiempo.


― Conozco a Elias desde hace casi diez años, así que sí, lo conozco bien ― dijo. Reflexionó unos segundos acerca de tenía que confesar que tan bien conocía a Elias. Tomó una galleta que había en la mesa y le dio una mordida y agregó como si no fuera de gran importancia ―. Incluso estuvimos juntos un par de años, pero no funcionó.


Pedro se retiró lentamente, hasta quedar recto como una vara. Aquello se lo había esperado, su instinto masculino se lo había dicho, pero no le agradó oírlo de los labios carnosos de Paula.


― Vaya.


― No te estoy diciendo esto para que te pongas celoso, o algo así. Es sólo que quiero que entiendas la importancia de Elias en mi vida. He visto la cara que has puesto cada vez que lo menciono ― Pedro abrió la boca para negarlo, pero la mirada divertida que le dio Pau, lo mantuvo callado y aceptó resignado la derrota. Ella se rió fuertemente y agregó ―. Elias es mi mejor amigo. Ya sabes, de esos que se pondrían al frente por ti si una bala viniera, o que te llevan comida cuando estas enfermo. Él es todo eso y más, ha estado en todo lo bueno y lo malo de mi vida.


― ¿Y porque terminaron? ― había tratado que su voz no fuera un reflejo de sus sentimientos, pero el cuerpo de Pedro le traicionó, y soltó la pregunta con acritud.


Paula extendió la mano sobre la mesa hacia el servilletero y tomó uno.


― Porque pese a que lo quiero con toda mi alma, Elias es muy… espontáneo. Actúa y luego piensa. Siempre chocamos por eso, incluso Tamara…


Dos platos humeantes aparecieron frente a ellos y Paula se calló. Rose dejó la hamburguesa delante de Pedro y unas ricas quesadillas ante ella.


― Aquí tienen su orden ― después posó una mano sobre la mesa y otras en su cadera mirando a Pedro ―. Ya sé de donde es su cara. Usted es el jugador de béisbol, ¿verdad?


― No señora, me confunde.


― Ja ― Se inclinó a Paula y le susurró al oído ―. Niña, si como tira y batea en el campo de juego lo hace en la cama, estás loca si lo dejas ir.


Pedro empezó a toser fuertemente, mientras que Paula sentía que las mejillas le iban a explotar de lo caliente que las sentía. Estaba segura que acababa de descubrir un nuevo tono rojo… en su piel. Rose la miró inocentemente y sonrió a ambos. Les deseó buen provecho y se fue.


Paula se tocó las mejillas.


― Por Dios, creo que tardaré horas en recuperar mi color natural.


Pedro solo sonrió y le dio una gran mordida a su hamburguesa, dando por terminando el tema del tal Elias.




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