Natalia Trujillo

lunes, 12 de diciembre de 2016

CAPITULO 32





― Hmmm… Sabe deliciosa ― Jesy sorbió la salsa del cucharón y miró a Paula con total admiración ― ¿Dónde aprendiste a cocinar así?


Paula sonrió, un poco avergonzada debido al constante halago de Jesy en referencia a sus pequeñas salsas, aderezos y platillos que había preparado en pequeñas porciones esa tarde.


Pedro había pasado por ella alrededor de las siete para que dispusiera de un breve tiempo (había enfatizado) con Jesy, y luego pasarían a cenar. En vez de viajar hacia la taberna montados sobre Indi como ella había esperado, Pedro se había presentado con la vieja camioneta Cherokee de
sus padres. Fiel a su palabra de “informal” se había puesto unos vaqueros azul marino oscuro, con adornos que lo hacían ver un poco gastados, una blusa formal de botones blancas y encima un abrigo de mangas tres cuartos color avellana, donde el cuello y el fleco de su blusa salían, muy a la moda. Había acompañado el conjunto con las únicas botas que Aun tenía en todo su guardarropa, de corte hasta la pantorrilla y con una tira de pelos alborotados, a los que Alejandra diría que eran de peluche.


Pau notó también, con cierto recelo que Penelope se mostraba muy feliz, y se había pasado todo el día hablando de su cita con Pedro. Paula se había hartado de repetirle que no era ninguna cita, Porque no lo era.


Le dio una mirada a Jesy, quien vestía una linda blusa blanca de encajes y lentejuelas y su admiración creció al ver que en todo el día, no tenía una sola mancha sobre su blusa. Brillaba de lo impecable que estaba. Ella en cambio estaría llena de manchas por todos lados y pedazos descoloridos debido a sus infructuosos intentos de sacarse las manchas.


Corrió la mirada hacia la cocina, donde el acero inoxidable sólo hacía una cosa: brillar. Las estanterías estaban muy bien distribuidas; las frutas, verduras y especias estaban enfiladas en sus cajas transparentes y recipientes. Había dos cocineros más con ellas, que atendían los pedidos con
rapidez. Paula los admiraba porque sólo se colocaban en las planchas, sacaban sus instrumentos y hacían magia. Las parrillas y sólo dos hornillas de la estufa estaban encendidas. Al parecer no había mucha gente, lo que Pau agradecía porque no quería entretener a Jesy más de la cuenta. Y hablando de Jesy…


― Un poco de mamá, un poco de todos los lugares que he conocido y algo mío.


Estaban creando la tercera salsa, un aderezo de mostaza y especias con cremas y claras de huevo y aceite de oliva. Añadía un sabor exquisito a los a las ensaladas de mariscos. Jesy saboreó la salsa y estuvo tentada a servirse una ensalada de camarones empanizados y una buena copa de
vino tinto. Miró con una ceja alzada a Paula.


― ¿Segura que no tienes un título de chef escondido en algún lado?


La risa de Pau fluía fácilmente. Jesy era una mujer amigable con la que era fácil de platicar.


Pensó después en un título de gastronomía y… sacudió la cabeza.


― Muy seguro. Me gusta cocinar, pero amo mi trabajo. Lo mío son los números, las computadoras y los telescopios. Cuando estoy en ello, me olvido de todo lo demás, me concentro en una sola cosa y de alguna manera, como un viejo amigo dice, me aíslo y creo mi propio mundo, donde mi mente es la única que rige ― la voz de Pau sonaba a entusiasmo puro ― Y te sientes bien al poner en práctica todo lo que sabes, y te sientes Aun mejor cuando aprendes algo nuevo ― Miró a Jesy y se sonrojó ― Y te sientes como una idiota cuando hablas así con otras personas.


Las risas de Jesy y Pau resonaron por la cocina. Jesy se acercó para darle una palmadita en el hombro.


― Te entiendo perfectamente. Me pasa lo mismo cuando estoy aquí. ― entonces la miró con delicadeza ― Excepto por lo de los números, las computadoras y los telescopios.


― ¿Ya acabaron de adularse?


Ambas mujeres giraron hacia la doble puerta donde Pedro estaba parado, recostado contra una de las repisas, muy cómodo. Paula se preguntó cuánto tendría ahí.


Llevaba un atuendo que parecía muy normal en él. Como sotana para un cura, Pedro llevaba una camisa polo grisácea pero con cuello blanco, un cinturón café ajustado y unos pantalones vaqueros también oscuros. Los zapatos combinaban con su cinturón. Sus manos estaban metidas
dentro de los bolsos del pantalón, y sus brazos velludos quedaban al aire. Desde que la había pasado a buscar a su casa, Paula había observado que su camisa resaltaba sus ojos y por Dios, que le encantaba observarlos… disimuladamente, claro está. Y el vello oscuro del nacimiento de su barba le daba un toque de chico malo que le sentaba bien.


Para su pena, se dio cuenta que Pedro la observaba a ella también así que se recompuso lo mejor que pudo y sonrió.


― Hola.


Él sonrió pero su sonrisa se esfumó al ver a Jesy interponerse entre los dos y amenazarlo con el cucharón de metal.


― Vete con Eric, y saca tu trasero de mi cocina.


La pose tranquila de Pedro desapreció. Se irguió y sacó las manos de su lugar previo.


― Llevan una hora metidas en la cocina ― exclamó un poco exaltado. Lo que él en verdad quería, pero no se lo diría a Jesy era que quería estar con Pau. A solas. No con gente a su alrededor. Mucho menos con ella a su alrededor.


Jesy abanicó su cuchara, señalando la puerta que estaba detrás de él.


― Lárgate Pedro.


Viendo que con Jesy jamás razonaría, miró con ojos suplicantes a Paula.


― ¿No te tiene amenazada, verdad Pau? Porque si es así… ¡Auch!


El cucharón golpeó la cabeza de Pedro y él pobre se vio sobándose con fuerza. Jesy le había dado con fuerza.


― Anda Pedro, estoy bien. Pero no puedo decir lo mismo de ti, amigo.


Tallándose solo con una mano, viajó su mirada, de Jesy a Pau y viceversa y alzó los brazos al cielo, exasperado. Salió de la cocina con un humor de perros. Por lo visto, su cena con Paula no estaba saliendo como lo había planeado. Había pensado en velas, un vino tinto, una rica langosta o quizás ternera, y luego un rico suflé de chocolate… no en Jesy raptando a su... bueno, a Pau en la cocina.


Atravesó el restaurante, saludando y atendiendo a sus clientes por educación. Regalando firmas y fotos, hasta que por fin pudo llegar a su oficina. Cerró la puerta y se quedó unos segundos con la cabeza recostada contra la puerta. ¿Por qué nada le salía bien, para variar?


― ¿Qué rayos haces con la hermanita de Pablo?


Pedro pegó un brinco y se dio la vuelta, con el corazón retumbando. El ojete del esposo de Jesy estaba sentado en su silla con los pies alzados sobre su escritorio y fumando uno de sus puros.


― ¿Qué rayos haces tú aquí? ― preguntó mientras se sentaba en la silla, frente a Eric.


― Descansado. Ya respondí tu pregunta ― soltó una calada a su puro y lo señaló ―. Ahora tú la mía. ¿Qué rayos haces con la hermanita de Pablo?


Pedro se sentía incómodo con el interrogatorio.


― No es una niña de diez años Eric.


― Pero sigue siendo la hermanita de Pablo.


Los ojos de Pedro que quedaron blancos unos segundos.


― Por como lo dices me haces sentir un pedófilo saliendo con una chiquilla.


― Bueno, tengo que concederte que no es ninguna niña.


― Gracias. Y deja que Jesy te oiga, en verdad te va a mandar a dormir a la caseta del perro.


― Jesy me quiere. Y regresando al quid de todo, ¿sabe Pablo que estás saliendo con su hermanita?


Pedro podía sentir su temperamento hirviendo. Si su esposa no se hubiera metido podría contestar con felicidad. Pero sabiendo que Pau estaba con Jesy y él con su feo y pervertido esposo, solo incrementaba su irritación.


― No estamos… bueno, no es una cita. Me gustó la cena que hizo ayer, y le pedí… ― Bueno, él no había sido el de la idea, pero que más daban los pequeños detalles ―. La cosa es que vino a compartir sus recetas con Jesy.


Eric le dio otra calada al enorme puro y lo sacó por la boca. 


Lo miró en silencio unos segundos y luego asintió y simplemente dijo:
― Aja.


Ahora fue el turno de Pedro de comenzar con el interrogatorio.


― ¿Qué quieres decir con Aja?


― Nada, sólo ajá.


― Hay más en ese “ajá”.


― Imaginaciones tuyas, viejo amigo.


Pedro suspiró y miró el montón de papeles y facturas que tenía que acomodar. Y al bolsón de su amigo sin hacer nada.


― ¿No tienes nada que hacer?


― La verdad es que no. Parte de mi trabajo es molestarte.


― Si bueno, tu mujer te ha ganado. Hoy parece ser el día de “Molestemos a Pedro” o algo así.


― ¿Estás cabreado, verdad?


Oh sí. No sabía ni por dónde empezar. Su camisa blanca favorita había quedado de un color gris feo, se le había olvidado rasurarse, y encima, su esposa había raptado a Pau, arruinando su velada.


― No ― contestó secamente.


Eric comenzó a reírse tan fuerte, que el humo del puro le provocó un ataque de tos.


― Oh mi Dios, cuando le cuente esto a Jesy.


― Claro, haz mi vida Aun más miserable.


― Tranquilo, Jesy la tratará bien.


― Lo que digas.






CAPITULO 31







La Dra. Stefana Holbein tenía un doctorado en Simulación y Computación de Materia Estelar y otro en Instrumentación Astronómica. Se consideraba una mujer paciente y hasta cierto punto, tolerante. Pero odiaba la mierda de la gente y que entorpecieran su trabajo. Cosas que rara vez solía pasar debido a su grave tono de voz y su marcado acento alemán-inglés-español que había desarrollado con los años. Pero ahora se encontraba desperdiciando tiempo con su amigo Elias, quien estaba a cargo de las rotaciones de observación. Sentado con los pies alzados sobre los controles del GRANTECAN, y sus brazos enlazados atrás de su nuca, se encontraba en cualquier lado menos donde le correspondía. Sólo contestaba con monosílabos y pequeñas oraciones.


― Elias, hablaron de la NASA. Que viene un meteorito que chocará contra la Tierra, significará la extinción de la humanidad y sólo tú puedes salvarnos.


― Claro.


Stefana alzó los ojos al cielo y sus rubias cejas siguieron el mismo camino. Suspirando, estiró su pie y con fuerza, pateó la silla donde Elias se encontraba. Su pelo amarillo pareció cambiar de color al verse despertando de su sueño de verano. O mejor dicho, de invierno.


― ¡¡¡Elias!!! ¡Despierta!


Cayó con el trasero chocando contra el frío. No había visto venir el ataque. La verdad es que no había visto nada desde que había hablado con Paula un par de horas atrás, y pese a su renuencia, tuvo que salir de su ensimismamiento luego del pequeño susto que le dio su compañera.


― ¿Qué pasa Stefana? ― preguntó mientras se erguía en la silla.


― Que andas en la luna, eso pasa.


― No molestes.


― Vete a casa, freund von mir. No has dormido en dos días. Necesitas descansar.


Elias se dejó caer sobre su silla favorita nuevamente, luego se escrutó el rostro con una mano, rascándose el nacimiento de la barba. Paula odiaba verlo con esos pelos, al igual que Tamara, Carla y todas las mujeres que conocía, pero ahora que no estaba la Jefa Mayor se la podía dejar.


Suspirando miró a su sargenta.


― Sólo estaba pensando en Paula, Stefana. Me tiene muy preocupado.


La expresión en el rostro de la mujer cambió. Todos adoraban a Paula. No había nadie que no la conociera a ella o a su trabajo en esa isla. Además, su sencilla forma de ser la hacía perdurar en el alma de toda la gente que conocía. 


Se colocó la carpeta debajo del brazo y miró a Elias.


― La pequeña se merece sus vacaciones después de tanto trabajar, hombre. Deja de preocuparte por ella como un padre primerizo. Tú deberías de tener experiencia en eso. Además, no es la primera vez que se va por semanas o a un lugar lejano, aunque siempre es por trabajo, pero bueno ― le dio un golpe en la pierna y sonrió ―. Cuando regrese todo a volver a la normalidad. Además, todos aquí la extrañamos, pero seguimos haciendo nuestro trabajo. Como. Debe. Ser. ― empujó con su pie la silla de ruedas de Elias ―. Largo de aquí. No quiero tu negatividad en mi lugar de trabajo ― Stefana consideraba que tu lugar de trabajo era un lugar al
que tenías que ir con positivismo. Si te atorabas en algo, era mejor salir. Tu oficina es tu templo.


Entonces reparó en que Elias no le había comentado absolutamente nada. Y eso la preocupaba.


Elias jamás se quedaba callado ―. Espera… ¿Por qué Paula va a regresar, verdad?


Aquello era lo mismo que Elias se había estado preguntado todo el día. Se había precipitado un poco… bueno, mucho con Paula. Reconoció que había propasado con tanta intromisión en su vida personal, pero estaba preocupado. 


Eso era todo. Y saber que estaba siquiera pensando en
darle una oportunidad al canalla que la había dejado rota emocionalmente era demasiado para él.


Se levantó de la silla y tomó su mochila. La melena de Stefana se agitó con sus movimientos rápidos para tomar del brazo a Elias. Sus ojos azules se encontraron con los de Elias.


― Elias, contéstame. ¿Va a regresar?


Él se soltó sutilmente, sin sacudirse violentamente ni nada.


― Nos vemos mañana, Stef. Diles a los chicos que vengo en dos horas. Necesito consultar algo con la almohada.


Caminó hacia la puerta de madera, sin preocupación. Oyó su nombre a sus espaldas, y agradeció que su amiga no lo siguiera. ¿Cómo podía contestarle a Stef cuando ni él mismo sabía la respuesta?






CAPITULO 30





El resto de la cena, Paula se mantuvo callada. Lo que fuera que había hablado por teléfono, la había dejado perturbada. O así lo sentía Pedro. Conversaba y se integraba en cada conversación, pero la chispa con la que había comenzado la noche había desaparecido. Lo que más le carcomía por dentro era saber si se trataba o no del hombre al que semanas atrás, había oído decir que lo amaba. Paula había tenido razón, no era de su incumbencia, pero oírla decir tan abiertamente esas palabras a otra persona del otro lado de la línea le había dado duro. Recordó una época en la que ella le había dicho esas mismas palabras, en el calor del momento.


“Te amo, Pedro, siempre lo he hecho, y siempre lo haré…”.


Su dulce Pau se había declarado aquella noche. Y él lo había echado a perder todo. Sabía que no debía de exigir nada, pero no podía evitar sentirse así. Que mierda era esa de los sentimientos, pensó Pedro con pesadez.


Cerca de la once de la noche, las mujeres se encontraban recogiendo la mesa mientras que los hombres se encargaban de recoger a los niños perdidos, que habían caído ya desmayados del sueño. Con Guillermo no hubo problema porque se encontraba descansando en su cunero portátil. Y fue el único más cómodo. Ariana estaba en brazos de Patricio. Alejandra fue encontrada en la cama de su tía Paula, arropada con su muñeca, mientras que Cata estaba en el cuarto que a veces funcíonaba de oficina, tirada en el piso, con el vestido alzado y sus piernas rojas, como si se hubiera rascado por mucho tiempo. A su lado, las mallas blancas estaban hechas jirones y al parecer rasgadas. 


Tuvieron que reconocer que la pequeña había aguantado cuanto había podido. El que más tardó en ser encontrado fue Charlie. Paula vio su pie sobresaliendo del mantel y encontró el resto de su cuerpo escondido debajo de la mesa.


Entre todos llevaron a los niños a sus respectivos autos y con sus respectivos padres. Patricio se solidarizó con su hermano Pablo y aceptó irse con él. Tenía tres chiquitines que descargar de la camioneta y sólo dos brazos.


La noche era fresca y un poco friolenta, anunciando una fría noche por delante. En el barrio, brillaban luces de todos colores, anunciando la navidad venidera y uno de los meses más ajetreados de todo el año.


― Gracias por la cena. Estuvo delicioso ― Ale le dio un beso en la mejilla a Pau, mientras trataban de no despertar a Ariana que estaba en sus brazos. Cuando le habían colocado la chamarra había hecho un alboroto, porque su sueño había sido interrumpido.


Pasaron después su hermana y cuñado a despedirse y por último Benja.


― Muero por ver que nos prepararás para la cena de Navidad.


― Acabas de comer, ¿no crees que es demasiado?


Patricio le dio un golpe en el hombro y después un abrazo de oso.


― Oye, déjame ser.


― Que descanses, Pauly.


― Ya decía yo que algo faltaba esta noche ― murmuró Pau, mientras que Patricio, Pablo y su tropa desaparecían en el auto.


Sus padres, Pedro y ella se quedaron unos segundos más, esperando a que sus autos se perdieran en el horizonte. Después, las dos parejas sonrieron y se oyeron uno que otro suspiro.


― Gracias al cielo, por hoy, ha sido todo ― Pascual colocó sus palmas sobre su caderas y se dobló, haciendo que los huesos de su columna emitieran un ruido de fractura. Su padre gimió y se quedó quieto ― Oh… me había hecho falta toda la noche.


A Pau y a Pedro les provocó risa, pero a Pascual no le causó la más mínima.


― ¡Dios, Pascual! ¿Estás bien?


― Claro que sí mujer, fue sólo un estiramiento.


― No, no. Vamos al cuarto. No estaré contesta hasta que vea que no te sacaste una costilla de su lugar.


Con un suspiro se volteó hacia los otros dos presentes y alzó los hombros.


― Y eso queridos niños, quiere decir que me voy a dormir. Buenas noches, cariño ― sonrió y le dio un beso en sus mejillas a Paula, mientras que a Pedro fue un apretón de mano y un gran golpe en la espalda ―. Buenas noches hijo. Y si hablan tus padres, salúdalos de nuestra parte.


― Así será señor.


Penelope y Pascual entraron en la casa, y Paula y Pedro se quedaron oyendo unos segundos la letanía de quejas que Penelope iba recitando con cada paso que daba. Pedro tosió, atrayendo la atención de Paula.


― Sé que es no de mi incumbencia…


― ¿Eh? ― Paula frunció el ceño. ¿Y ahora con que le saldría Pedro?


― Pero me ha matado la curiosidad toda la noche. ¿Tu papá olía a sales y flores?


Paula se lo quedó mirando en silencio unos segundos y luego soltó la carcajada. Al cabo de unos instantes, alzó la mano, cortándole la inspiración a Pedro.


― No preguntes.


Él asintió.


― Vale. Eso es todo lo que quería saber.


Paula salió por completo del porche y sacudió su cabeza, hacia el otro lado de la casa.


― Vamos, te acompaño a tu casa. No vaya a ser que te vayas a perder.


Pedro sonrió y caminaron a pasos lentos, disfrutando de la compañía del otro, del agradable silencio, aunque al ver las cejas arrugadas en el rostro de Pau, vio que su mente andaba en otras cosas.


― ¿Estás bien?


― Claro, ¿por qué?


― Desde que regresaste de la cocina, cuando estabas con esa llamada, regresaste muy… distraída. ¿Recibiste una mala noticia? ¿El trabajo?


Ella desvió la mirada y se mantuvo unos segundos apartada.


― No, es sólo que tuve una pequeña discusión con un amigo.


― ¿Tu novio quizás?


La parte analítica pensó primero, haciendo a Pau reflexionar que semanas atrás le habría contestado que no era de su incumbencia. Lo segundo, resultado de su parte práctica y realista, fue que no tenía sentido dar ánimo a nada, porque no estaría para siempre en San Francisco. Tenía un hogar, un trabajo, una vida entera a kilómetros de ahí. Pero la tercera, y parte ganadora, quería sentirse viva una vez más. 


Habían dicho alguna vez, que no había amor perfecto ni pareja completamente ideal porque entonces, el mundo sería ideal y desgraciadamente no lo era. La misma persona había dicho que nos gustaba enamorarnos sencillamente porque cuanto dure, se siente fantástico.


Y ella se había sentido así sólo una vez en la vida. Cuatro años atrás. Lo miró y habló pausadamente.


― No, Elias es mi mejor amigo, pero no es mi novio.


Pedro no había esperado una respuesta tan sincera, proveniente de Pau. Después de lo que habían pasado… se sentía extraño. Alegre por su respuesta, pero confuso a la vez. Necesitaba pensar, porque su cerebro no procesaba toda la información.


Llegaron a su porche, en lo alto de las escaleras. Paula se acercó y recargó su trasero en la escalinata, con los brazos cruzados a su alrededor, y la mirada cabizbaja.


― Es sólo que Elias no está de acuerdo con ciertas cosas que he decidido. Hemos pasado mucho juntos y bueno, a veces siento que es demasiado protector ― Alzó la mirada y curvó sus labios ― Lo sé, ¿protector con una próxima anciana? Pero así es Elias. Me manda a dormir como a una niña de tres años cuando estamos exhaustos por tanto trabajo, y lo peor es que le hago caso. Se preocupa por los suyos, no quiere que nada les haga daño; los mantendría en bolas de cristal con tal de protegerlos, y después de la última visita…


Se calló abruptamente. Se había dejado llevar por el momento y había hablado de más. Había una ligera tensión en el aire, cortando finamente la tranquilidad que habían compartido hasta ahora. Después de la última visita la había pasado mal. Punto. Pero no quería hablar con Pedro de ello. 


Y por la tensión en su mandíbula, estaba segura que él había entendido su silencio. Se balanceó insegura sobre sus pies y miró hacia su casa.


― Siento lo de mamá ― dijo de repente, cambiando la conversación ―, sobre la cena, tu cena. Ya sabes que Penelope puede ser a veces muy… ― loca, entrometida, metiche, muy, pero muy persuasiva. Pero no podía decir eso de su madre. Sus manos se batían contra el aire buscando algo que sonara bien.


― ¿Intensa? ― Los labios de Pedro sonreían al ver la expresión de alivio en el rostro de Pau.


― Imprudente era lo que iba a decir, pero sí, también eso.


― No importa, me alegra que lo haya hecho.


Una ceja femenina se arqueó, mientras que sus labios se tensaban para aguantar la risa.


― ¿Obligarte a aceptar tenerme en tu cocina cuando ella lo que quiere es sacarme de la suya y regresar a su trabajo cotidiano?


― Tener una excusa para invitarte a cenar.


Los labios de Pau se aflojaron apagados por unos instantes. La garganta reseca le pidió que tragara saliva y sus pulmones la obligaron a respirar. Pedro aprovechó para abarcar un poco de terreno. Quería… necesitaba saber hasta dónde Paula habría olvidado todo y lo había
perdonado, como para darle otra oportunidad.


― ¿Qué te parece mañana? ― Pedro se vio aguantando la respiración. Si le decía que no, estaría acabado. En cambio, suspiró con alivió al oírla decir:
― ¿Los viernes no tienes mucho trabajo?


Sonrió victorioso. Tendría una cena con Paula Chaves.


― Soy el dueño Pau. Creo que puedo tomarme el día libre.


― Claro. ¿Informal verdad? No creo poder soportar usar un vestido por segunda noche consecutiva ― o embadurnarse de maquillaje la cara, o usar esos instrumentos de tortura llamados zapatillas.


― Una parte de mi diría que sí, pero mejor no. Informal. Vaqueros están bien. Además tienes que enseñar a Jesy como hacer esa salsa.


― ¿No enojará a Jesy que haya una intrusa en su cocina? ― Paula había meditado respecto a eso. Ella odiaba que alguien la molestara en el trabajo. Su cubículo era su templo sagrado. Quizás Jesy podría ser una Paula también.


Pedro la calmó.


― No te dejará salir una vez que pruebe lo que haces ― entonces hizo una pausa y meditó en sus propias palabras ―. Aunque pensándolo bien, quizás no sea buena idea que te lleve con Jesy


― Estás loco. Buenas noches Pedro.


Y como muchos años atrás, mucho antes que todo se echara a perder, en un viejo ritual de amigos, se inclinó para abrazarlo y darle un beso en la mejilla.


― Buenas noches Pau ― Pedro pareció entender sus intenciones y la envolvió con delicadeza entre sus brazos. 
Olía a comida, a duraznos y a una fina fragancia que no lograba identificar, entre dulce y sensual. Y su pelo desprendía un aroma a frutas exóticas. La mantuvo así solo unos segundos más, sabiendo que tenía que soltarla en algún punto. Pero tenía que decírselo. Lo que pasara después de mañana sería otra cosa ― Gracias. Pau. Sólo gracias.


Le rozó las suaves mejillas con sus labios, deseando poder tomar sus labios en el camino. Ella sonrió, le dio un afectuoso apretón en su brazo y caminó a pasos fuertes hacia su casa, entrando por la puerta trasera de su casa. 


Oyó la puerta cerrarse y se dijo a si mismo que tenía que moverse, pero estaba Aun perdido en los sucesos de la noche. Miró sus manos, ahora vacías. El abrazo inocente de Pau le había encendido la piel como hacía años no sentía esa vitalidad correr por su sangre y por sus venas, y ella no había tenido idea del efecto que tenía sobre él. Otras mujeres aprovecharían eso para su beneficio, pero Paula era así, tan inocente.


Apretó las manos con fuerza. Esta vez, se juró a sí mismo, haría las cosas de la forma correcta. Porque a Paula Chaves no la dejaría ir otra vez.