Natalia Trujillo

lunes, 12 de diciembre de 2016

CAPITULO 30





El resto de la cena, Paula se mantuvo callada. Lo que fuera que había hablado por teléfono, la había dejado perturbada. O así lo sentía Pedro. Conversaba y se integraba en cada conversación, pero la chispa con la que había comenzado la noche había desaparecido. Lo que más le carcomía por dentro era saber si se trataba o no del hombre al que semanas atrás, había oído decir que lo amaba. Paula había tenido razón, no era de su incumbencia, pero oírla decir tan abiertamente esas palabras a otra persona del otro lado de la línea le había dado duro. Recordó una época en la que ella le había dicho esas mismas palabras, en el calor del momento.


“Te amo, Pedro, siempre lo he hecho, y siempre lo haré…”.


Su dulce Pau se había declarado aquella noche. Y él lo había echado a perder todo. Sabía que no debía de exigir nada, pero no podía evitar sentirse así. Que mierda era esa de los sentimientos, pensó Pedro con pesadez.


Cerca de la once de la noche, las mujeres se encontraban recogiendo la mesa mientras que los hombres se encargaban de recoger a los niños perdidos, que habían caído ya desmayados del sueño. Con Guillermo no hubo problema porque se encontraba descansando en su cunero portátil. Y fue el único más cómodo. Ariana estaba en brazos de Patricio. Alejandra fue encontrada en la cama de su tía Paula, arropada con su muñeca, mientras que Cata estaba en el cuarto que a veces funcíonaba de oficina, tirada en el piso, con el vestido alzado y sus piernas rojas, como si se hubiera rascado por mucho tiempo. A su lado, las mallas blancas estaban hechas jirones y al parecer rasgadas. 


Tuvieron que reconocer que la pequeña había aguantado cuanto había podido. El que más tardó en ser encontrado fue Charlie. Paula vio su pie sobresaliendo del mantel y encontró el resto de su cuerpo escondido debajo de la mesa.


Entre todos llevaron a los niños a sus respectivos autos y con sus respectivos padres. Patricio se solidarizó con su hermano Pablo y aceptó irse con él. Tenía tres chiquitines que descargar de la camioneta y sólo dos brazos.


La noche era fresca y un poco friolenta, anunciando una fría noche por delante. En el barrio, brillaban luces de todos colores, anunciando la navidad venidera y uno de los meses más ajetreados de todo el año.


― Gracias por la cena. Estuvo delicioso ― Ale le dio un beso en la mejilla a Pau, mientras trataban de no despertar a Ariana que estaba en sus brazos. Cuando le habían colocado la chamarra había hecho un alboroto, porque su sueño había sido interrumpido.


Pasaron después su hermana y cuñado a despedirse y por último Benja.


― Muero por ver que nos prepararás para la cena de Navidad.


― Acabas de comer, ¿no crees que es demasiado?


Patricio le dio un golpe en el hombro y después un abrazo de oso.


― Oye, déjame ser.


― Que descanses, Pauly.


― Ya decía yo que algo faltaba esta noche ― murmuró Pau, mientras que Patricio, Pablo y su tropa desaparecían en el auto.


Sus padres, Pedro y ella se quedaron unos segundos más, esperando a que sus autos se perdieran en el horizonte. Después, las dos parejas sonrieron y se oyeron uno que otro suspiro.


― Gracias al cielo, por hoy, ha sido todo ― Pascual colocó sus palmas sobre su caderas y se dobló, haciendo que los huesos de su columna emitieran un ruido de fractura. Su padre gimió y se quedó quieto ― Oh… me había hecho falta toda la noche.


A Pau y a Pedro les provocó risa, pero a Pascual no le causó la más mínima.


― ¡Dios, Pascual! ¿Estás bien?


― Claro que sí mujer, fue sólo un estiramiento.


― No, no. Vamos al cuarto. No estaré contesta hasta que vea que no te sacaste una costilla de su lugar.


Con un suspiro se volteó hacia los otros dos presentes y alzó los hombros.


― Y eso queridos niños, quiere decir que me voy a dormir. Buenas noches, cariño ― sonrió y le dio un beso en sus mejillas a Paula, mientras que a Pedro fue un apretón de mano y un gran golpe en la espalda ―. Buenas noches hijo. Y si hablan tus padres, salúdalos de nuestra parte.


― Así será señor.


Penelope y Pascual entraron en la casa, y Paula y Pedro se quedaron oyendo unos segundos la letanía de quejas que Penelope iba recitando con cada paso que daba. Pedro tosió, atrayendo la atención de Paula.


― Sé que es no de mi incumbencia…


― ¿Eh? ― Paula frunció el ceño. ¿Y ahora con que le saldría Pedro?


― Pero me ha matado la curiosidad toda la noche. ¿Tu papá olía a sales y flores?


Paula se lo quedó mirando en silencio unos segundos y luego soltó la carcajada. Al cabo de unos instantes, alzó la mano, cortándole la inspiración a Pedro.


― No preguntes.


Él asintió.


― Vale. Eso es todo lo que quería saber.


Paula salió por completo del porche y sacudió su cabeza, hacia el otro lado de la casa.


― Vamos, te acompaño a tu casa. No vaya a ser que te vayas a perder.


Pedro sonrió y caminaron a pasos lentos, disfrutando de la compañía del otro, del agradable silencio, aunque al ver las cejas arrugadas en el rostro de Pau, vio que su mente andaba en otras cosas.


― ¿Estás bien?


― Claro, ¿por qué?


― Desde que regresaste de la cocina, cuando estabas con esa llamada, regresaste muy… distraída. ¿Recibiste una mala noticia? ¿El trabajo?


Ella desvió la mirada y se mantuvo unos segundos apartada.


― No, es sólo que tuve una pequeña discusión con un amigo.


― ¿Tu novio quizás?


La parte analítica pensó primero, haciendo a Pau reflexionar que semanas atrás le habría contestado que no era de su incumbencia. Lo segundo, resultado de su parte práctica y realista, fue que no tenía sentido dar ánimo a nada, porque no estaría para siempre en San Francisco. Tenía un hogar, un trabajo, una vida entera a kilómetros de ahí. Pero la tercera, y parte ganadora, quería sentirse viva una vez más. 


Habían dicho alguna vez, que no había amor perfecto ni pareja completamente ideal porque entonces, el mundo sería ideal y desgraciadamente no lo era. La misma persona había dicho que nos gustaba enamorarnos sencillamente porque cuanto dure, se siente fantástico.


Y ella se había sentido así sólo una vez en la vida. Cuatro años atrás. Lo miró y habló pausadamente.


― No, Elias es mi mejor amigo, pero no es mi novio.


Pedro no había esperado una respuesta tan sincera, proveniente de Pau. Después de lo que habían pasado… se sentía extraño. Alegre por su respuesta, pero confuso a la vez. Necesitaba pensar, porque su cerebro no procesaba toda la información.


Llegaron a su porche, en lo alto de las escaleras. Paula se acercó y recargó su trasero en la escalinata, con los brazos cruzados a su alrededor, y la mirada cabizbaja.


― Es sólo que Elias no está de acuerdo con ciertas cosas que he decidido. Hemos pasado mucho juntos y bueno, a veces siento que es demasiado protector ― Alzó la mirada y curvó sus labios ― Lo sé, ¿protector con una próxima anciana? Pero así es Elias. Me manda a dormir como a una niña de tres años cuando estamos exhaustos por tanto trabajo, y lo peor es que le hago caso. Se preocupa por los suyos, no quiere que nada les haga daño; los mantendría en bolas de cristal con tal de protegerlos, y después de la última visita…


Se calló abruptamente. Se había dejado llevar por el momento y había hablado de más. Había una ligera tensión en el aire, cortando finamente la tranquilidad que habían compartido hasta ahora. Después de la última visita la había pasado mal. Punto. Pero no quería hablar con Pedro de ello. 


Y por la tensión en su mandíbula, estaba segura que él había entendido su silencio. Se balanceó insegura sobre sus pies y miró hacia su casa.


― Siento lo de mamá ― dijo de repente, cambiando la conversación ―, sobre la cena, tu cena. Ya sabes que Penelope puede ser a veces muy… ― loca, entrometida, metiche, muy, pero muy persuasiva. Pero no podía decir eso de su madre. Sus manos se batían contra el aire buscando algo que sonara bien.


― ¿Intensa? ― Los labios de Pedro sonreían al ver la expresión de alivio en el rostro de Pau.


― Imprudente era lo que iba a decir, pero sí, también eso.


― No importa, me alegra que lo haya hecho.


Una ceja femenina se arqueó, mientras que sus labios se tensaban para aguantar la risa.


― ¿Obligarte a aceptar tenerme en tu cocina cuando ella lo que quiere es sacarme de la suya y regresar a su trabajo cotidiano?


― Tener una excusa para invitarte a cenar.


Los labios de Pau se aflojaron apagados por unos instantes. La garganta reseca le pidió que tragara saliva y sus pulmones la obligaron a respirar. Pedro aprovechó para abarcar un poco de terreno. Quería… necesitaba saber hasta dónde Paula habría olvidado todo y lo había
perdonado, como para darle otra oportunidad.


― ¿Qué te parece mañana? ― Pedro se vio aguantando la respiración. Si le decía que no, estaría acabado. En cambio, suspiró con alivió al oírla decir:
― ¿Los viernes no tienes mucho trabajo?


Sonrió victorioso. Tendría una cena con Paula Chaves.


― Soy el dueño Pau. Creo que puedo tomarme el día libre.


― Claro. ¿Informal verdad? No creo poder soportar usar un vestido por segunda noche consecutiva ― o embadurnarse de maquillaje la cara, o usar esos instrumentos de tortura llamados zapatillas.


― Una parte de mi diría que sí, pero mejor no. Informal. Vaqueros están bien. Además tienes que enseñar a Jesy como hacer esa salsa.


― ¿No enojará a Jesy que haya una intrusa en su cocina? ― Paula había meditado respecto a eso. Ella odiaba que alguien la molestara en el trabajo. Su cubículo era su templo sagrado. Quizás Jesy podría ser una Paula también.


Pedro la calmó.


― No te dejará salir una vez que pruebe lo que haces ― entonces hizo una pausa y meditó en sus propias palabras ―. Aunque pensándolo bien, quizás no sea buena idea que te lleve con Jesy


― Estás loco. Buenas noches Pedro.


Y como muchos años atrás, mucho antes que todo se echara a perder, en un viejo ritual de amigos, se inclinó para abrazarlo y darle un beso en la mejilla.


― Buenas noches Pau ― Pedro pareció entender sus intenciones y la envolvió con delicadeza entre sus brazos. 
Olía a comida, a duraznos y a una fina fragancia que no lograba identificar, entre dulce y sensual. Y su pelo desprendía un aroma a frutas exóticas. La mantuvo así solo unos segundos más, sabiendo que tenía que soltarla en algún punto. Pero tenía que decírselo. Lo que pasara después de mañana sería otra cosa ― Gracias. Pau. Sólo gracias.


Le rozó las suaves mejillas con sus labios, deseando poder tomar sus labios en el camino. Ella sonrió, le dio un afectuoso apretón en su brazo y caminó a pasos fuertes hacia su casa, entrando por la puerta trasera de su casa. 


Oyó la puerta cerrarse y se dijo a si mismo que tenía que moverse, pero estaba Aun perdido en los sucesos de la noche. Miró sus manos, ahora vacías. El abrazo inocente de Pau le había encendido la piel como hacía años no sentía esa vitalidad correr por su sangre y por sus venas, y ella no había tenido idea del efecto que tenía sobre él. Otras mujeres aprovecharían eso para su beneficio, pero Paula era así, tan inocente.


Apretó las manos con fuerza. Esta vez, se juró a sí mismo, haría las cosas de la forma correcta. Porque a Paula Chaves no la dejaría ir otra vez.






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