Natalia Trujillo
martes, 20 de diciembre de 2016
CAPITULO 58
Pedro observo su bar desde afuera. Montado sobre su moto, llevaba diez minutos afuera, en la intemperie, debatiendo entre si entrar o no. Ahí adentro se podía encerrar, tomar una buena botella de la bodega y emborracharse hasta perder la conciencia. El bar se había convertido en su santuario luego de abandonar el juego. Pero en ese momento, no quería siquiera estar cerca de ahí. Su santuario había sido corrompido por las palabras de Elias. Y cada maldito lugar le recordaba a Pau. No quería ni lo uno ni lo otro en su cabeza. No quería...
Se tocó el pecho, en realidad, toco la superficie solida de la libreta de Pau. Aun llevaba el cuaderno de Pau consigo.
Había estado tentado a tirarlo al mar, y dejar que en sus profundidades se lo tragara y borrara su existencia. Pero aun cuando la tinta se destiñera de las páginas del cuaderno, las palabras ahí escritas jamás se borrarían. Miro hacia el sur, donde sus instintos le decían estaba su casa, y claro, la casa de Pau.
No podía quedarse ahí. Ni siquiera podía ir a casa de sus padres. La vergüenza era demasiado. Podía incluso hacer algo tan estúpido como ir a casa de los Chaves y rogarle a
Pau que no se fuera. Pero eso sería egoísta. Ella merecía algo mejor. Ella siempre había merecido algo mejor.
— Lo siento, Pau.
Saco el móvil de su pantalón y lo prendió. Lo había mantenido apagado desde que se hubiera marchado a la playa, pero ahora necesitaba hacer una llamada. Marco el número y escucho. Ni siquiera llego a terminar el primer todo cuando contestaron.
— ¿Pedro? — la angustia era tangible en el tono de Jesy. Se odio por todo lo que estaba pasando, pero deseaba dejar las cosas arregladas y para ello necesitaba a Jesy —. ¿Qué está pasando? Pau vino y estaba muy nerviosa. Me dejo preocupada.
— Ahora todo está bien Jesy — aunque ese estado no se aplicara a sí mismo —. Te llamo para pedirte un favor.
— ¿Qué pasa?
— Hazte cargo del lugar un rato.
— Pedro...
— Ahora no Jesy. Solo cuida las cosas mientras resuelvo mi futuro.
— Ok, pero...
— Gracias Jesy.
Pedro colgó y guardo el móvil de nuevo. Prendió el motor y apretó el acelerador con fuerza, rompiendo el silencio del lugar. Tenía otra llamada que hacer, pero la haría cuando
estuviera a una buena distancia de ahí. Quizás en otro estado. Porque cuando su madre oyera lo que estaba a punto de decirle, estaba más que seguro de que lo buscaría para hacerlo entrar en razón.
CAPITULO 57
Pau llegó a su casa sana y salva, aunque no podía recordar cómo lo había logrado. El trayecto de la playa a casa de sus padres estaba completamente en blanco. Lo único que ocupaba su mente era la imagen de Pedro, parado en la playa, Pedro con los ojos cerrados y la cabeza erguida.
Pedro dejándola marchar.
Se estacionó fuera del garaje de su casa, pero no se bajó.
Se quedó ahí sentada sin saber qué hacer. Durante la plática con Pedro había sentido miles de sensaciones, todas casi a punto de volverla loca. Pero ahí, sentada dentro del auto de su padre, frente al garaje de su casa, estaba entumecida sentimentalmente. Abrió la boca y respiró por ella, observando como el vidrio del auto se empañaba. Empezó a notar en frío alrededor y advirtió entonces por primera vez su vestimenta.
Había salido de la casa echa una bala, que no se había puesto nada encima, más que su chalina café. Especuló que al fin la adrenalina estaba abandonando su cuerpo. Y aquello no era bueno, porque entonces comenzó a sentir de nuevo.
Colocó ambas palmas de sus manos sobre sus ojos, tapándose la cara, como si de alguna manera este gesto detuviera la corriente de sus sentimientos. Deseó poder agarrarse el corazón y sacárselo del pecho. Susurró su nombre una y otra vez, lamentándose en silencio. Oyó un click a su lado izquierdo y bajó las manos.
Pascual había visto desde que su hija había arribado a la casa y había aguantado los enormes deseos de salir corriendo e inspeccionar su hermoso auto. Había esperado verla entrar en la casa, pero los segundos fueron pasando y Paula no bajaba del auto. Cuando los minutos fueron cinco,
Pascual no pudo esperar más, y salió a buscarla. La encontró sentada con la cabeza entre las manos.
Pascual, como cualquier padre, se preocupó. Ella sólo le dio un pequeño vistazo y se volvió a tapar el rostro.
— Tu auto está bien — murmuró con la voz enronquecida.
— Me importa un bledo el auto. ¿Tú estás bien? — esperó pero Pau no contestó. Hay momentos en los que un padre sabe qué hacer. Ese no era uno de ellos. Como deseaba que su esposa estuviera ahí en lugar de él. Se veía en el rostro de Pascual la vacilación entre si tocarla o no. Al final se arriesgó —. Pau, cariño, háblame, por favor.
La mano en el hombro de Pau bajó para tomar sus manos, y Pascual las encontró heladas. Su hija no se movió, se quedó en la misma posición, y Pascual observó entonces como su barbilla comenzó a temblar. Oh no…
— Pau…
Paula Cleopatra Chaves se giró hacia su padre estirando sus brazos y enganchándolos sobre su cuello a la par que enterrando su cara en su pecho. Los sollozos eran desgarradores.
— Oh papá…
CAPITULO 56
El viento soplaba ferozmente, quizás vaticinando la tormenta que se formaría entre ellos dos.
Siguiendo sus instintos, Paula había conducido como una poseída sin importarle la policía o su padre, hasta Baker Beach. Su playa.
Condujo por la calle, y sus esperanzas empezaron a palidecer al no ver ninguna alma en la playa. Ya estaba comenzado a buscar otras opciones cuando vio a Indi estacionada sobre una duna, y no muy alejada de ella, estaba Pedro, sentado en la arena, con la mirada perdida en el horizonte.
— Oh Pedro — susurró llevándose una mano a su pecho, justo encima de su corazón.
Se estacionó y apagó el motor de Cadi. Pero en vez de correr hacia él, se quedó observándolo en silencio. Se aferró con fuerza al volante, deseando poder calmar el remolino de emociones que la acorralaban en ese momento y callar todas las voces que gritaban en su cabeza lo tonta que había sido.
Se dio un minuto, sólo uno, para buscar la serenidad y el valor necesario para ir y hablar con Pedro. No podía ver con claridad su rostro, apenas podía distinguir aquel mentón cincelado y el perfil de su nariz.
Abrió la puerta del auto y una ráfaga de viento helado entro dentro del auto. La piel de Pau se erizó reaccionando instintivamente, y se envolvió entre sus propios brazos, deseando que fueran los Pedro en su lugar. Comenzó a caminar lentamente hacia él, peleando entre momento con su cabello, que era víctima del viento, llevándolo de un lado a otro, siguiendo su voluntad. Sus ojos ardían, aunque quizás era por el salitre que el viento llevaba. Tenía que ser eso, pensó Paula. Sus pasos se fueron haciendo cada vez más lentos y la temperatura cada vez más baja.
Llegó hasta él y sólo tenía deseos de inclinarse y envolverlo entre sus brazos, pero la fría mirada que Pedro le dirigió la detuvo por completo.
Pedro la sintió.
Mucho antes de voltear a verla y admirar su rostro, la había sentido, cerca de él, acercándose cada vez más. Pero en vez de que su corazón saltase de alegría y mil sensaciones cada vez que la veía, su corazón se apretó contra su pecho y deseo poder estar en cualquier lugar, lejos de ella.
— ¿Me ibas a contar la verdad alguna vez? — preguntó a la vez que alzaba el cuaderno gastado que había pasado leyendo la última hora.
Paula observó su viejo diario y a pesar de que sabía exactamente lo que estaba escrito ahí, lo que Pedro había leído, verlo de nuevo fue un duro golpe. Aun en el último instante, había albergado la esperanza de que Elias no le hubiera entregado nada. Miró a Pedro pero el contacto duró sólo un segundo, pues bajó la mirada avergonzada. Podía mentirle, pero ¿de qué serviría?
— No — dijo en un fino murmullo, apenas audible por el crujir de las olas.
Fue consciente de cómo Pedro apartaba la mirada de ella y aquello le llegó directo al corazón.
A pesar de estar parada frente a él, Paula se sentía pequeña frente a él; observada desde los cielos por un titán.
— ¿Por qué no Pau? ¿Por qué no me lo dijiste?
A ella se le ocurrieron un montón de respuestas, todas veraces, pero la más sencilla fue:
— Porque ya pasó Pedro. No importa.
Las dos últimas palabras rompieron con el fiero control de Pedro. Se levantó con la rapidez de un rayo y se plantó frente a ella. Para él fue un choque ver como Pau retrocedía un paso, como si le temiese. Eso aumentó más su enfado.
— ¡¿Qué no importa?! — alzó las manos rumbo a ella, pero las detuvo en el aire, cerrando la mano libre sobre la que llevaba el diario Aun. Si la tomaba entre sus manos, si la tocaba, Pedro no estaba seguro de que sería capaz de hacer. — ¡¿No importa que te hubieran despedido de Puerto
Rico?! ¡¿No importa que estuvieras al borde de la muerte?! ¡¿No importa que llegaste a pensar que estabas embarazada?!
— Si leíste todo, entonces sabes que no lo estaba — El frío recorriendo su espina dorsal, deslizándose lentamente por la vértebra hizo que sus palabras no sonaran tan firmes como hubiera querido.
“No hay bebé, Pau.”
— ¿Y eso arregla todo? — Pedro comenzó a caminar de un lado a otro —Sí Pau. No lo estabas, pero debiste decírmelo. Debiste decirme todo esto — dijo alzando el diario —. Yo te conté todo, maldición.
Paula respiró profundamente. Luego dos veces, luego tres. Y cada una era más profunda que la anterior.
— Eso… eso fue escrito por una mujer herida mucho tiempo atrás. Ahora ya no importa.
— ¡No importa! ¡No importa! — gritó —. Sigues repitiéndolo, pero sé que ni tú te lo crees. Decirme “una depresión” es contar nada comprado con lo que leí —Paula no lo vio venir.
Cuando su mente pudo procesar sus movimientos, él ya estaba frente a ella, tomándola de los brazos — ¿Por qué Pau? ¿Por qué no me dijiste nada?
— Porque estoy avergonzada —. En vez de responderle en el mismo tono, Pau se encontró hablando entre susurros. Mirándolo a los ojos y sangrando, al ver en sus cálidos ojos grises tanta ira y tristeza mezcladas —. Porque me avergüenzo de todo esto Pedro.
Pedro la soltó y se alejó dos pasos de ella. Sólo dos pequeños pasos pero para Pau pareció todo un precipicio entre ambos.
Ninguno habló. Solo se oía el choque de las olas, unas con otras en un ciclo sin fin y de cómo la leve espuma se formaba contra la fría arena, el murmullo antiguo del viento y la respiración agitada de Paula peleando contra las lágrimas.
Y entonces, se dio cuenta.
Ese era el momento para decirle todo a Pedro, y quizás, hacerle ver las cosas de otra manera.
Miro el cuaderno que él Aun sostenía. Aquel diario había sido escrito casi cuatro años atrás. La mujer que lo había escrito había desaparecido en el olvido, y la que estaba frente a él era otra. Y Paula quería hacérselo ver.
— Me destrozó. El que tú no sólo regresaras casado sino con una esposa embarazada… me destrozó. Cuando regresé a Puerto… — había comenzado titubeante pero al final había logrado que su barbilla no temblara al hablar. Sin embargo, mencionar Puerto Rico implicó recordar Puerto Rico. Recordó cuando al bajar del avión y entrar en la sala de espera. Se había encontrado con Elias en el aeropuerto. Había tirado las maletas al piso y se había echado a correr hacia su amigo, dejándolo sorprendido, llorando sin importarle donde estaban —. Cuando regresé a Puerto Rico me sentía no sólo herida sino que era poco cosa… sin valor. Trabajé como un robot la primera semana, y cuando llegaba a casa sólo podía dormir después de haberme quedado cansada de tanto llorar.
“Los primeros días amanecía y dormía llorando.” Pedro recordó las palabras que había leído en el
cuaderno. A pesar de habérselo pedido, de necesitar escuchárselo decir, para comprobar que no era una trama de alguna novela, oírle narrar los sucesos era…devastador.
— Y entonces comenzaron los síntomas — Paula observó a través de la neblina de sus ojos como Pedro cerraba los ojos. Sintió su garganta seca —. Nauseas por la mañana, falta de sueño, cambios en mi cuerpo. Fue mi amiga Tamara la que me preguntó si no estaba embarazada, ya que ella había pasado por lo mismo meses atrás. Me hice la prueba y… — Paula cerró los ojos y en cuanto lo hizo, un vivido recuerdo llegó a su cabeza. Los tuvo que abrir —… y salió positiva. Aquello me regresó a la vida. No te tendría a ti, pero tendría algo de ti. Y eso me parecía suficiente. No le dije nada a nadie. Era mi secreto. Era mío.
Instintivamente Paula estuvo a punto de llevar una mano hacia su vientre plano y vacío, pero detuvo el gesto a tiempo.
Aunque no tanto, pues Pedro lo notó.
— Por sólo un par de semanas volví a la vida. Y justo cuando comenzaba a sentirme feliz otra vez empezaron los dolores, los calambres. No sangraba pero algo malo me pasaba, y temía por… por… — no pudo decirlo. No podía decirlo porque era tan doloroso hablar de algo que jamás existió —. Estaba en casa sola, así que llame a la única persona en la podía confiar y que sabía podía cuidar de mí.
Elias.
La ira de Pedro aumentó, Ira contra sí mismo. Él debió de estar con ella. Él debió de cuidarla.
Él… debió hacer tantas cosas.
— Elias me llevó al hospital y en trayecto le confesé acerca de… de mi estado. Lo demás está rodeado de una burbuja de confusión y recuerdos mezclados. Sólo sé que al despertar de la cirugía ya no hab…
“No hay bebé, Pau”. Las palabras de Elias resonaron una vez más en su cabeza. No había bebé porque nunca lo hubo.
— Fue un embarazo psicológico. Todo fue producto de mi mente y mi cuerpo confabulando contra mí. Al final, la operación había sido por una apendicitis. Una maldita apendicitis — la amargura en su voz se palpaba con el aire.
Pedro no deseaba oír más. No quería oír más. Quería tomar a Paula y borrar esos malditos recuerdos de su mente. Borrarlos para siempre de su mente y su corazón. No quería… pero lo es oírla. Y la peor parte se venía.
— Después de esto, regresé a casa y no pude salir de mi dolor. Era como una zombi viviendo en el cuerpo de Paula. Apenas comía o bebía siquiera agua. Había dejado mi trabajo tirado a medio proyecto y… nada me importaba. Entonces… —Paula sintió arder sus mejillas. Decir esto
en voz alta eran tan doloroso, tan vergonzoso —, entonces pensé en ponerle fin a mi sufrimiento.
Pedro cerró los ojos lentamente mientras dejaba salir un lamento de sus labios.
— Dios, Pau…
— Miles de ideas pasaron por mi cabeza y cada una de ellas era tan tentadora como la otra. Solo quería dejar de sufrir, de recordar que ya no te tenía a ti o tu bebé mientras que otra mujer tenía ambas cosas. ¡No era justo! — Sollozó Paula con las lágrimas escurriendo de sus ojos —, no lo era —. Y justo cuando estuve a punto de hacerlo, de en verdad hacerlo, me vi a mi misma en el espejo y vi a una persona extraña. Aquella mujer no era yo. Yo no era así. Yo no soy así. No soy cobarde, no soy débil, soy humana y cometo errores — “No eres cobarde ni débil, Paula, simplemente eres humana y los humanos nos caracterizamos porque sabemos cuándo cometemos errores y sabemos cuándo podemos enmendarlos”. Aquellas habían sido las palabras de Doc dichas a Pau y había sido el lema
que le había salvado la vida —. Llame a Elias y busque ayuda. Así conocía a Doc… al Dr. Juan Peña, un excelente psiquiatra y una maravillosa persona. Él insistió en que escribiera eso — dijo señalando el diario —, dijo que de esa forma podía desahogarme por completo ya que me negaba a
hacerlo con él.
— ¿Y lo de tu despido no importa tampoco Pau? — pregunto Pedro sin mirarla.
Y Paula agradeció que no lo hiciera, porque entonces él habría visto la verdad.
Aquello sí había importado.
— Lo malo de vivir en un lugar chico es que todo se sabe — suspiró controlando ya las lágrimas—. Para cuando estuve totalmente recuperada, todo el mundo sabía acerca de mi frágil condición — Paula recordó las miradas, los susurros a su espalda. Había sido un infierno pero había salido adelante hasta… — y entonces, esos comentarios llegaron a los altos mandos. No podían tener una persona “con tan frágil condición mental” dirigiendo un proyecto de varios millones de dólares, así que amablemente me dejaron ir.
— ¡Desgraciados hijos de perra!
Paula curvó los labios en una sonrisa agridulce.
— Eso fue lo mismo que Elias y Tamara dijeron. Entonces salió la oferta en España y llamaron a Elias, ofreciéndole una plaza, así que ambos se fueron. Mientras yo me decidía que hacer o no con mi vida, Elias y Tamara lograron convencer a sus jefes de contratarme. Llegue ahí y lo sucedido en Puerto rico sólo había sido una mala pesadilla. Y eso es todo lo que hay esa libreta, Pedro.
Fueron malos tiempos y no los podemos cambiar. Pero tampoco quiero vivir aferrada a ellos. No ahora que por fin te tengo.
Pedro sabía que ella había terminado de hablar. Ahora era su turno de hablar. Pero, ¿qué podía decir? Mientras la oyó hablar, fue recordando la forma en la que ella lo había tratado al llegar a casa de sus padres, la forma en la que él la había abordado buscando otra oportunidad… se sentía una rata. No, mucho peor. Porque si los papeles fueran diferentes, él no se sentía tan grande como Paula, como para haber olvidado lo demás.
― ¿Cómo puedes siquiera mirarme Paula?
Paula sentía la garganta sumamente irritada y encima sentía un nudo que iba desde su garganta hasta su estómago y del cual tiraban para no hacerla hablar. Se acercó lentamente a Pedro y lo tocó. El contacto fue lento y sintió el respingar de Pedro. Y aquello le dolió. Pero al menos no se retiró.
Colocó una mano sobre su brazo y la otra sobre su mejilla haciendo que él se volteara hacia ella y abriese los ojos.
Cuando la miró, Paula deseó transmitirle con todo su ser las siguientes palabras:
― Pedro, eso no… — iba a decir que no importaba, pero no quería obtener la reacción de Pedro de minutos atrás —. Ya pasó. Terminó ahí.
Pero él sacudió la cabeza de un lado a otro.
― Cada vez que recuerdo las palabras de Elias…
Ella no tenía idea de que habían hablado aquellos dos y en cuanto tuviera a Elias cerca, le sacaría la verdad con una cuchara.
― Todo eso está olvidado, Pedro — insistió.
― Pero yo no lo puedo olvidar. Pensar que casi mueres en Puerto Rico. Y todo por mi culpa — él nunca había visto ninguna cicatriz en el cuerpo de Pau, pero analizando ahora las cosas, Pau nunca le había dejado hacer el amor con la luz prendida. Pensó que era por timidez. Ahora sabía la verdad.
― No fue enteramente tu culpa. Fue la mí también, ¿no lo ves? — preguntó ella —. Una vez te dije, aquí mismo, en esta playa, que dentro de mí vivían dos Paulas. Te dije acerca de la Paula herida… fue ella la que escribió ese diario, pero esa misma mujer no es la que está aquí, frente a ti — se acercó a él, recargando su frente contra su barbilla —. Esa mujer no creía en segundas oportunidades, esa mujer, jamás pensó que podría estar otra vez contigo, así como ahora.
Alzó la cabeza y ambas miradas se mezclaron, entonces ella, esa Paula, se animó a tomar su oportunidad. Se alzó y dejó que sus labios se fundieran con los de él. Ambos reaccionaron como fuego y pólvora, en una explosión de pasión. La mano de Pau que acariciaba su mejilla se fue
entonces a hundirse en la cabellera espesa y sintió las manos de él aferrándose con fuerza a su cintura. El beso parecía el preludio de una reconciliación y entonces ella dejó salir las palabras que se apretaban contra su pecho:
— Pedro, te amo tanto.
Súbitamente, el beso se detuvo. Pedro la había tomado de las muñecas y la había empujado sin soltarla, sólo para terminar con el beso.
― Pau… No puedo… no puedo… ¡No puedo, maldita sea! No puedo tocarte sabiendo que te causado tanto dolor — como si sus propias palabras le recordasen que Aun la tenía tomada de las manos, la soltó como si la quemase ―. No puedo Pau, simplemente no puedo olvidar — se dio la vuelta y se preparó para decir lo que había ensayado desde que había terminado de leer el maldito diario —. Te he echado a perder la vida una vez. No lo volveré a hacer nunca más.
― ¿Qué quieres decir? — Él no contestó tan rápido como ella hubiese querido, y el pánico dio rienda suelta a su ira — ¡¿Qué quieres decir Pedro?!
Con lentitud, Pedro se giró, sabiendo que había encontrado la serenidad para romperse él mismo el corazón.
― No puedo obligarte a quedarte, Paula, y no me puedo ir. Mi vida está aquí, y la tuya no.
― No me estás obligando a nada. Yo he decidió quedarme. ¡Mi vida está donde estás tú!
― ¿No lo ves Pau? Esto, pensé que podría, pero míranos. Tú estás dispuesta a renunciar a todo. ¡¡TODO!! Por mí, pero yo… si tú me pidieras que te siguiera, no podría.
Paula oía pero no entendía nada. Ése no era su Pedro. Pedro no podría estar siquiera planteándose esa estúpida idea…
― Tú me amas Pedro.
― No lo suficiente Paula.
Ella no se rendiría tan fácil.
― Me quedaré.
― No me importa. Es más, si lo haces, yo me iré. No puedo estar contigo, Pau. No puedo.
Paula comenzaba a desesperarse. Las cosas no estaban saliendo bien.
― ¿En verdad crees que todo es así de simple? ¡Yo — gritó señalándose a sí misma — soy la que sufrí todo eso! ¡Yo soy la que sobrevivió a eso! Yo, Pedro, no tú. Y si yo he podido olvidarlo, ¿Por qué tú quieres seguir aferrado a eso?
Porque no lo estaba, pensó Pedro. A él le había dolido como el infierno enterarse de todo eso, pero no quería vivir aferrado a eso. Era el futuro lo que preocupaba.
Elias tenía razón.
Paula amaba su trabajo, igual o más que él. Y lo había perdido, al igual que él. Ahora tenía ambos, pero tendría que sacrificar nuevamente su trabajo para tenerlo a él. Además, era un maldito cobarde, porque tenía miedo. A pesar de su mirada recelosa, Pedro estaba por dentro muerto de miedo.
De que un día, tal y como Elias le había dicho, ella lo mirase y no lo viera a él, sino a lo que había dejado por él. Claro que tenía otra opción y era irse con ella. Él no tenía nada que lo atara a ese continente. Podía largarse y seguir a Pau hasta el fin de mundo. Pero tenía miedo, joder, de que un día ella se cansara de él, o de que ella le recriminase lo que había perdido en Puerto Rico. Porque Dios, él había hecho lo mismo.
Lo único que jamás le contó a Pau era su propia vergüenza, del día en que borracho como una cuba le había echado en cara a Emilia todo lo que había perdido por su culpa.
No quería lo mismo para Paula. No quería ser su dolor ni su cicatriz.
—Lo siento, Pau, pero si yo estuviera en tu lugar, no lo haría. No podría dejarlo.
― No te creo — pero la flameante actuación de Pedro estaba provocando que Paula en verdad se empezara a creer sus palabras.
Pedro avanzó a ella, con la cara seria y el ceño fruncido.
― Si tuviera que escoger entre tú y regresar al campo a oír el clamor de la gente gritando mi nombre, a sentir la adrenalina correr por mis venas una vez más, lo siento Paula, pero no eres tan importante. Y aunque sólo es hipotético, eso me hace ver que te amo, pero tanto como pensaba — le dolió con cada fibra de su ser ver el dolor que le estaba provocando, pero se dijo, era para un bien mayor —. Una vez me dijeron hace mucho tiempo que lo que Pedro quería, Pedro lo tenía. Y que mi misión era pasmar a la gente con mis decisiones. Los Meets en vez de los Yankees, una Indian en vez de una Herley… — lo vio. Vio como sus ojos se agrandaban y entendían el cauce de su discurso, y aunque deseó que ella no lo hiciera, lo hacía —… tú en lugar de Amelia. Después de analizar mis sentimientos, creo que tienes toda la razón. Creo que en realidad me obsesioné contigo porque no cumples con los estándares.
Paula se preguntó de dónde venía esa fuerza para mantenerse de pie, para seguir respirando, para seguir mirándolo. Ella le había dicho esas palabras. Ella había hecho ese análisis.
Ella había llegado a esa conclusión, pero jamás pensó que ella podría estar dentro del mismo catálogo de “excentricidades de Pedro”. Y a pesar de que sabía que lo hacía con la intención de alejarla, a pesar de que sabía sus intenciones, no por eso el dolor era menos intenso.
― ¿Entonces esto es todo?
― Creo que siempre supe que tú te irías.
Paula se preguntó si aún estaba llorando. No podía sentirlo. No veía borroso, pero no sentía nada. Quizás el frío habría logrado congelar su cuerpo. Porque no sentía nada. Quería
quedarse y seguir insistiendo con él, pero vio en su mirada que él ya había tomado una decisión.
La de alejarla de él. Y oh buen dios, con qué facilidad lo estaba logrando.
Y de algún lugar recóndito, vino una llama de orgullo.
Entonces ella también jugaría la misma jugada.
― Sólo una cosa más, Pedro. La primera vez que me fui, me cerré por completo a la vida, al futuro que se abría ante mí. Esta vez no pasará así. Quiero seguir a delante, y si tú no vas a formar parte de ella, no será mi culpa. Ya no… ya no puedo esperarte más.
En lugar de obtener alguna reacción de su parte, Pedro sólo asintió, resignado.
— Lo sé Pau. Te deseo lo mejor. Quizás Elias sea lo mejor para ti.
— ¿Elias? Elias está… ¡oh, eres un tonto! ¡Un tonto! — gritó tan fuerte que tuvo que toser para que el aire regresara a sus pulmones. Pedro había dado un paso hacia ella, pero se había detenido. No la había ayudado. Pau vio que aquella era una batalla perdida, así que carraspeó dos veces y se compuso — Lo siento. Me tengo que ir.
Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la camioneta.
Sus pasos fueron haciéndose cada vez más lentos, y espero… espero a que él la llamara. Pero no hizo. Llegó al auto y se giró para observarlo. Se había quedado parado frente al mar, con las manos entrelazadas atrás de su espalda, los ojos cerrados. El viento alborotaba su cabello justo como lo hacía con ella, pero al no pareció importarle.
Tenía los ojos cerrados y el rostro levemente alzado hacia los escasos rayos de sol que llegaban.
Se debatió entre subirse al auto o regresar con él y hacerle entender aunque fuera a gritos y lágrimas, que lo amaba.
Pero se dijo, que tendría tiempo. Le daría un par de horas para calmarse y luego volvería a hablar con él. Así que se subió en el auto y arrancó.
Lo volvió a observar, ahora por el espejo retrovisor mientras se alejaba de la playa.
No se había movido.
****
“No me dejes. Oh Pau, no me dejes.”
Pedro escuchó atentamente hasta que el motor del Cadillac se dejó escuchar. Entonces, sólo entonces, se atrevió a abrir los ojos, y por fin, dejó que las lágrimas que había estado reteniendo, rodaran por sus mejillas.
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