Natalia Trujillo

miércoles, 21 de diciembre de 2016

CAPITULO 63





La Palma, Islas Canarias


Era un duelo de miradas. Una era fuego hirviendo a través de ojos castaños que chocaban con la frialdad de unos penetrantes ojos azules. Llevaban así quince minutos y Paula ya se estaba cansando.


—No Stefana, no te cambiaré la hora de observación.


— ¡Paula! Estoy a punto de encontrar algo. Estoy más que segura. ¿Qué son unos días más?


Paula suspiro mientras se levantaba de su asiento, dejando su posición de brazos cruzados.


Tomó sus notas y empezó a buscar algo hasta que dio con ello. Le tendió a Stefana un calendario.


— Significa alterar todo un programa de seis meses — dijo mientras señalaba las hojas. La altura y complexión de Stefana, fruto de sus orígenes nórdicos, eran un poco intimidantes, pero luego de trabajar juntas tanto tiempo, Paula sabía cómo tratarla. Aunque claro, el hecho de que
fuera la jefa de rotaciones le daba un extra —. Hay gente esperando utilizar el telescopio también, yo incluida. Así que mi respuesta es no.


Stefana se dio la vuelta, enojada y murmuro:
— Elias me habría dejado.
A pesar de ser un susurro, Paula logro oírlo y en vez de molestarle, le hizo reír.


— Elias te tiene miedo. Yo no.


Sabiendo que la batalla estaba perdida, Stefana alzó los brazos al cielo y salió de la oficina hecha una furia. Paula se volvió a su silla, cuando oyó pisadas firmes acercándose a su oficina y vio a una Stefana muy sonriente.


— Es un verdadero placer tenerte de regreso, Pau.


Se dio la vuelta y desapareció. Paula no se movió hasta que dejo de oír las pisadas y entonces, se echó sobre su sillón de oficina, exhausta. Era mucho más difícil lidiar con las personas que realizar cálculos con astros que se encontraban a distancias inconcebibles. Oyó el sonido de
pisadas acercándose y alzo la cabeza para ver a Stefana, pero fue Elias quien apareció.


Vestía unos shorts playero, con flores negras y dibujos amarillos y naranjas, una camisa blanca de botones y sandalias playeras. Aquel era el atuendo normal de Elias, incluso en invierno, por eso durante su visita a San Francisco había resultado extraño verlo con una ropa formal. Se quedó en el umbral de la puerta, recostando su hombro izquierdo contra el marco de la puerta y los brazos detrás de su cuerpo.


— Yo la habría dejado.


Paula soltó un soplido.


— No me digas — preguntó con sarcasmo —. Podías haber venido a salvarme.


— Sabia que podrías manejar a Stef mejor que yo. Además, fui por esto al auto.


Mostró una bolsa roja típica de regalo y se la aventó. 


Paula la atrapó en el aire y miró el objeto con curiosidad.


— ¿Un regalo? Carla se va a enojar si se entera que me das regalos en vez de a ella.


Las cosas entre Elias y Paula habían vuelto a la normalidad, aunque muy lentamente.


Llevaba una semana en España y desde que había llegado a casa se había encontrado con un Elias demasiado atento. La invitaba a cenar todos los días, la pasaba a buscar ir juntos al trabajo y en los días libre la integraba a todas las actividades con su familia. Si no fuera porque Tamara y Carla la querían como a una más de la familia, Paula estaba segura de que Tamara pensaría que quería quitarle al marido y Carla, que sus papas acababan de adoptar una nueva hermanita con más de treinta años vividos.


Elias se acercó hasta ella y tomó la silla a su lado.


— Carla no lo hará porque su tía Paula no le dirá nada — se dio la vuelta hacia su escritorio, el cual estaba en la misma oficina que Paula y alzó los pies sobre la mesa mientras
cruzaba los brazos detrás de su cuello y adoptaba su pose favorita —. Dios, tengo la hija más obstinada del mundo.


Ella asintió y miro hacia la única foto en el escritorio de Elias. 


Tamara sonreía a su hija, una pequeña de ojos azules y cabello rubio como su padre, contrastando con la piel tostada y cabello negro de su madre, de origen brasileño. 


Los tres llevaban juntos desde Puerto Rico, y habían
pasado por mucho juntos. Elias y Tamara eran sus mejores amigos, y tenían a una pequeña diablillo que les hacia los días un poco ajetreados.


— Pero lo bueno es que tienes la mejor madre del mundo para criarla. Tamara no deja que Carla sea así con ella. En cambio tú — dijo mientras golpeaba la silla provocando que Elias se tambalease y abriera los ojos —… solo pone esos ojitos llorosos y le das todo.


Elias se acomodó en la silla y se alejó una buena distancia de Paula.


— Es mi pequeña. No me gusta que llore, me parte el corazón.


— Eres un blandengue, eso es lo que pasa.


Y aquella cualidad era la que hacía imposible enojarse con Elias.


Elias era uno de eso hombres que no podía ver a una mujer llorar, mucho menos a sus mujeres. Él la había visto sufrir, y había hecho lo que él había pensado era correcto para evitar un nuevo sufrimiento. A su muy particular manera de ver, Elias era como un padre para ella.


Y Tamara no se quedaba atrás. No le gustaba meterse entre las cosas de pareja, pero sabía que Tamara aún no le perdonaba a Elias el haberse inmiscuido en sus cosas. Entre ratos le tiraba insinuaciones mal intencionadas a Elias y el solo contestaba con gestos. Mientras que con ella, Tamara se comportaba, bueno, como una madre. El primer día de su llegada la había obligado prácticamente a quedarse a dormir a su casa y hablar de Pedro. Curiosamente, Paula solo había derramado una lágrima al relatar su trágica historia de amor a su vieja amiga, a pesar de la influencia de dos copas de vino. Tamara la había escuchado en silencio dejándola deshaogarse y hablar por casi tres horas. Como mujer, había cosas que si podía compartir con Tamara y que sabía, entendería de una manera en que Elias jamás lo haría.


Después de esa platica, Tamara la invitaba a desayunar todos los días, le mandaba recipientes con comida casera, la incluía en sus actividades de tiempo libre, que resultaban ser las mismas que Elias, por lo tanto, estaba con ellos casi todo el tiempo. En resumen, cuidaban de ella.


— Dios, en verdad tiene una hermanita — murmuró Pau, en voz alta, sin darse cuenta.


— ¿Qué dijiste? — pregunto Elias poniéndose recto.


Pau sacudió la cabeza lentamente con una leve sonrisa en su rostro. Enfocó la mirada en la bolsa de regalo.


— Ábrelo.


La voz de Elias le llego desde un lejano rincón de la habitación. La miraba con demasiada atención. Paula comenzó a sentirse incómoda por tanto misterio. Abrió la bolsa y empujó las hojas de papel rojo y blanco que rodeaban el regalo. Chocó contra una superficie lisa y dura. 


Sacó el regalo y lo observó anonada.


— ¿Un cuaderno? — En realidad era una libreta tipo francesa, con lomo de piel marrón y en repujado en la portada en tonos verdes y marrones. Tenía además un listón verde botella que cruzaba las hojas del cuaderno. Parecía más bien... Lo miro de nuevo, comprendiendo ahora el misterio del regalo — ¿Por qué?


— Es mi manera de recompensarte la que perdiste — tomó la silla y se deslizó con ayuda de las ruedas hacia Paula. Llego en medio segundo y tomó el diario en su mano —. Piénsalo. Esta vez puedes reescribir la historia, desde otra perspectiva. Tú me dijiste que la mujer que escribió en aquel viejo cuaderno no es la misma que la que tengo aquí presente. Demuéstralo — acarició sus manos con fraternidad y le dio una breve sonrisa — Prometo no leerlo ni robártelo.


Una risilla salió de los labios de Pau. Volvió a tomar el diario en sus manos y acarició la superficie. Otra perspectiva. 


Quizás lo que necesitaba, en vez de hablar con los demás, era hablar con ella misma. Miró de nueva cuenta a Elias y sonrió.


— Más te vale que no lo hagas. No creo que te guste lo que voy a decir de ti — Se levantó de la silla haciendo que Elias se alejara unos centímetros, perfectos para que Paula pudiera salir —. Y ahora me retiro. Quiero comprobar que Stefana no va intimidar a ninguno de los chicos para que
cambien su hora de observación.


— Ve con todo, Pau.


Pau le guiño el ojo saliendo de la habitación, y llevándose el cuaderno con ella.









CAPITULO 62






Pedro sabía que se había arriesgado demasiado al ir al aeropuerto, pero no podía dejar que Paula se fuera sin verla una última vez; sin tener un último recuerdo al que aferrarse cuando la soledad lo acompañara en sus días futuros. Alzó la vista a uno de los aviones que se alzaba en vuelo. 


Recostado contra Indi, observó al enorme pájaro metálico alzar el vuelo con demasiada facilidad para su increíble peso. No sabía con exactitud si aquel era el avión que estaría trasladando a Paula a su hogar, pero daba lo igual porque el resultado era el mismo.


Había llamado a sus padres para desearles un feliz año, y había usado la excusa de su “nuevo trabajo” para no estar con ellos en esa fecha. En esa llamada su madre había aprovechado para decirle sutilmente que Paula se marchaba la semana siguiente. Le había dado incluso la hora y el nombre del aeropuerto del que saldría. La tentación había sido demasiada. Y como una película vieja, recordó la vez en que Pau se había marchado. Cuánto había cambiado en todo ese tiempo.


En vez de encontrarla sola y peleando con su mochila, la había encontrado abrazando y sonriendo con su familia. Ella lo superaría. Quizás ya lo estaba haciendo.


Volvería a su trabajo, a sus estrellas y se olvidaría de él. 


Aunque aquello le rasgara el corazón, era lo que él deseaba.


Cerró los ojos y ordenó a su mente recordarla. No le costó mucho. Podía recordar con exactitud su sonrisa, estirando sus carnosos labios, la mirada de alegría y orgullo cuando hablaba de su trabajo, la felicidad que iba de la mano en sus palabras al relatarle de sus investigaciones, la manera en que su cuerpo reaccionaba ante sus caricias... recordó el dolor en su mirada aquel día en la playa.


“Lo siento tanto, Pau. No me puedes oír, pero quiero decirlo...”


― Siempre te amare.


Espero unos segundos a que el viento se llevara sus palabras. Luego se subió en la motocicleta y se abrió paso entre la maleza de la pequeña colina donde había buscado refugio, y se dirigió en sentido contrario al aeropuerto.






CAPITULO 61




A pesar de que todos sonreían y estaban presentes para desearle buenos deseos, se podía sentir la rigidez del aire. 


La vena en la sien de Pablo vibraba cada dos segundos y su mandíbula estaba más recta de lo usual. Patricio y Paloma tenían miradas austeras, pero entre segundos dejaban
entrever expresiones de ira y compasión respectivamente. 


Su padre y sus cuñados se mantenían reservados. Penelope era la única que se había dejado embargar por el sentimiento y estaba hecha un mar de lágrimas.


Toda su familia había decido acompañarla al aeropuerto y despedirse de ella hasta el último segundo.


Las vacaciones habían acabado, y Paula regresaba a su trabajo. Elias se había marchado al día siguiente de su llegada, y a pesar de que Paula hubiera querido que se quedara más tiempo, entendió las razones de Elias para marcharse. Aprovechando que él había viajado ligero, le había llenado toda una maleta con las compras que había hecho para sus colegas y amigos. En el poco tiempo que pasaron juntos, sobre todo en el aeropuerto, Pau se sintió examinada por Elias, pero en ningún momento dejó entrever lo rota que se sentía por dentro, a pesar de que ambos lo sabían.


Fue una escena digna de un maldito Oscar.


Sin Elias, Paula se había encontrado con una familia más compresiva. Era obvio que su madre les había dado la noticia a sus hermanos, ya que ninguno comentó sobre el asunto. Sin embargo, para los pequeños no fue tan fácil aceptar la ausencia de Pedro. Sobre todo Cata, quien le
preguntaba a su madre cuando regresaría el tío Pedro. Pau dejó de preguntarse hasta la noche de Año Nuevo, cuando comprendió que Pedro no iba a regresar. Al menos, no mientras ella estuviera Aun en California. Y así los días fueron pasando, hasta que las vacaciones tocaron a su fin.


Cuando anunciaron el vuelo de Paula, para entrar a la sala de espera de los viajeros, formaron un medio círculo a su alrededor. Su madre fue la primera en abrazarla.


― Cuídate cariño.


― Lo haré mamá, tranquila. Prometo regresar más seguido. 


Se acabaron los largos silencios


― Penelope soltó un sollozo y Daphne la volvió a abrazar —. Oh mamá, vamos, regresaré tan pronto que ni te darás cuenta de que me he ido.


Pascual le dio un pañuelo a su esposa que tomó avivadamente. Suspiró y habló con voz más calmada.


― Cuídate mucho Pau, y come bien, no dejes que ese horario de trabajo te haga enfermar.


Asintió y pasó a su padre. Ambos se miraron. No hacían falta las palabras. Él sabía lo fuerte que estaba siendo su hija para aguantar las ganas de llorar, no sólo por la despedida sino también por la pérdida de Pedro. Tomó a Paula de los hombros y la abrazó con fuerza.


― Nada sucede por casualidad, Pau ― cerró los ojos y siguió susurrando a sus oídos ―, en el fondo, las cosas tiene un plan secreto, aunque nosotros no lo entendamos.


― ¿Más de Grey’s Anatomy, papá? ― Paula tuvo que parpadear un par de veces mientras hablaba, aspirando por la boca para que las lágrimas no salieran. Odiaba llorar en público y todos lo sabían.


― A veces tiene frases muy sabias.


Ella asintió. Le dio un gran abrazo y un beso en la mejilla, sintiendo como su bigote le hacía cosquillas en su rostro.


Luego siguieron Paloma, Guillermo, Cata y el pequeño Guille. La familia Lancey le deseó buenos deseos y Cata le dio un hermoso dibujo en acuarela de las constelaciones de Perseo y Andrómeda. Paula le dio un enorme abrazo a su sobrina quien se estaba rascando la cabeza por los pasadores de cabello que traía y odiaba, así como unas hermosas mallas de color purpura.


― Por Dios Paloma, dale un respiro a Cata, sabes que no le gusta esa ropa ― murmuro al oído de su hermana, cuando esta la estaba abrazando.


― Lo sé, por eso la visto así.


― Eres peor que mamá.


Luego ambas se rieron al ver a Cata pidiéndole a su padre que le rascase la espalda, ya que no le llegaba. Los siguientes fueron Pablo y su familia. Pablo le dio un abrazo de oso, y Paula sabía el porqué de ese abrazo, no sólo de una triste despedida, sino de un hermano preocupado por su
hermana. Pau trató de bromear para animarlos un poco.


― Para cuando regrese creo que te veré calvo.


― Que chistosa.


Pau le sonrió y le dio un beso en la mejilla.


― Cuídate Pablito.


Le sorprendió ver que su hermano la abrazaba con fuerza. Luego, se dejó ir por el gesto fraternal.


― Lamento que todo no haya salido como debió.


― Está bien, Pablo ― lo jaló de las mangas de su camisa hasta quedar a la misma altura ―. Prométeme que no le romperás un hueso.


― Es demasiado para mí. Te prometo que seguirá vivo. Eso debe valer.


Interiormente, Paula sabía que Pablo jamás le haría daño a Pedro, o al menos, eso esperaba, pero por si las moscas...


― Sí, creo que sí.


Luego siguió Ale, quien llevaba a Ariana cargada como koala, incrustada en su costado derecho.


― Ojalá algún día podamos ir de visita, así me podrás llevar de compras por el lugar.


― Claro, lo espero con ansias ― murmuro sarcásticamente Pau provocando la risa de todos los presentes, y la de su madre más.


Se despidió de Ale y luego de Charlie, quedándose más tiempo con el segundo.


― Y tú, pequeño Casanova, creo que deberías de buscar tu propia chica. Cris ya está ocupada cariño ― dijo acariciándole la barbilla mientras ambos miraban a la aludida, que estaba parada al lado de ellos, junto a Patricio.


Le sorprendió ver que Charlie entendía a la perfección sus palabras, y la dejo aún más sorprendida cuando se acercó y le dijo al oído:
― Tiene una sobrina de mi edad.


Paula se echó a reír, agitando su cabeza de un lado a otro, y a pesar de las miradas de todos, se abstuvo de delatar a su sobrino. Cris le dio un abrazo corto, pero sincero y Paula
presintió que aquella no sería la última vez que vería a la muchacha. Y en verdad, se alegraba por su hermano. Cris era maravillosa. Y así se lo hizo saber.


― Bueno Benja, estoy segura de que para tu boda, regresaré. No me la perdería por nada en el mundo.


Las mejillas de Cris se tiñeron de un rosado tenue, lo que provoco en Patricio una reacción en cadena y la beso frente a toda su familia. Las mejillas rosadas pasaron a ser rojas como la grana, pero Patricio actuó como si nada.


― Hazme la buena, Pau, porque esta mujer no se decide.


Volvieron a anunciar el vuelo de Pau y a pesar de no querer marcharse, obligo a sus pies a avanzar uno frente al otro. 


Paso la puerta de seguridad sonriendo como una tonta, y saludando entre la muchedumbre. Se adentró más en la sala y con cada paso que daba su cuerpo gritaba que se detuviera. Luego lo sintió.


Alzo la mirada, y batallando con su bolso de mano y el portafolio de su computadora portátil, busco con la mirada por todo el lugar. No era psíquica, pero podía jurar que sentía la presencia de Pedro.


“Estas alucinando, Pau. Agarra tus cosas y métete dentro del bendito avión”, murmuro su conciencia. Pero no le hizo caso, al contrario, se fue alejando de la sala de abordar hasta que su mirada se topó con su familia. Todos la observaron con cierta preocupación y ella les sonrió, aunque su nerviosismo era palpable.


Fueron sus hermanos, Pablo, Paloma y Patricio quienes entendieron su reacción. Los tres escanearon el aeropuerto, entre rostros desconocidos buscando uno en específico. Los segundos parecieron durar una eternidad, y entonces Pau vio como finalmente sus hermanos se miraban con cierto pesar entre ellos. Pau trato de aguantar el temblor de sus labios. Bajo la cabeza buscando fuerza para esconder su dolor. Cuando volvió a alzar el rostro, les dio una corta sonrisa a toda su familia, los saludo una última vez y se despidió de ellos.


Siguió caminando sin mirar atrás.



CAPITULO 60






Una Pau más calmada se encontraba sentada en el columpio del patio. En realidad, se había sorprendido a si misma llorando solo unos minutos después de que su madre le diera la noticia de la huida de Pedro. Porque eso era lo que Pedro había hecho. Huir. Oyó los ruidos a su espalda y se dio un empujón suave. Sabía que sus padres estaban en la cocina, observándola. Al menos su madre, de eso estaba segura. Suspiro con nostalgia. Pedro en verdad se había ido. 


Si regresaba o no, no era tan importante como el hecho de que se había marchado. La había dejado sin antes... ¿qué?


El viento sopló con fuerza, y Paula dejó que acariciara su rostro. Ella no pensó que en verdad la despedida en la playa iba a ser la despida final. Había decidido darle tiempo a Pedroporque ella también necesitaba tiempo. Tiempo para arreglar su cabeza, y para darle de una vez por todas, las razones por las que ella no se iba a ir de California. Pero él se había marchado.


Observó con tristeza la casa de los Alfonso. Recordó la vez que había saltado de la ventana de Pedro, sin bragas, descalza y con un frío de los mil diablos calando sus hueso. 


Recordó las noches de pasión que habían vivido en su habitación, las risas que habían compartido, todo. Y se
preguntó como Pedro podía haber dejado ir algo tan maravilloso como aquello.


Una oferta de trabajo.


Apretó con fuerza las cadenas de los columpios mientras sentía su corazón estremecerse.


Tuvo que sobarse el pecho encima de la ropa para calmarse. 


Odiaba como la inseguridad se adueñaba de ella y como las palabras de Pedro ahora cobraban otro sentido.


“Si tuviera que escoger entre tú y regresar al campo... lo siento Paula, pero no eres tan importante.”


Era un hecho de que se había ido. Que había huido de lo que estaba pasando entre ellos. Pero eso no evitaba dejar pensando a Pau si lo que había pasado en la playa había sido una excusa para marcharse a Nueva York. Ella, que había estado dispuesta a dejarlo todo por él, mientras que
Pedro tenía probablemente otras cosas en la cabeza.


― Dios ― susurró Pau cansada de tanto pensar, dejando caer la cabeza sobre sus hombros.


En esa misma posición la encontró Elias y no pudo evitar sentirse culpable. Había pasado la última hora hablado por teléfono con Tamara, y habían discutido como pocas veces en todo el tiempo que llevaban juntos. Pero viendo la expresión de Paula pensó, que quizás ella tenía razón.


Luego de dejar a Pedro, había buscado un hotel y se había encerrado con sus pensamientos. Se había repetido una y otra vez que lo había hecho por el bien de ella. Dios, sólo de recordar lo sucedido en Puerto Rico le ponía violento. Pero cuando el calor del momento fue desapareciendo y la cabeza se fue despejando, la duda se sembró en él, dejándolo pensativo. Luego de dos horas sin poder más con sus pensamientos, había decido hablar con Tamara. En realidad, le había marcado porque necesitaba hablar con alguien, y aunque las palabras de ella no fueron las que el esperaba, se había alegrado enormemente de oír su voz.


Se arropó con prontitud, al sentir el aire frío rondar el lugar. 


No se podía acostumbrar a ese clima, y ya tenía listo su viaje de regreso a casa, pero antes de marcharse deseaba... necesitaba ver a Paula y comprobar si estaba bien. Si no, cancelaría todo y se quedaría con ella.


Claro, contando con que ella Aun quisiera hablarle.


Bajó las escaleras y se encaminó hacia ella. La vio tensar su espalda, pero no se giró hacia él, ni siquiera por curiosidad, para ver de quien se trataba.


― Tu padre me dijo que estabas aquí afuera ― comentó. Ella alzo la cabeza, pero no lo miró.


Siguió la dirección de su mirada y observó con detenimiento la casa de se alzaba frente a ellos ―. ¿Está en casa?


― No, se marchó a Nueva York.


Había un vacío en esas palabras y en la forma en la que ella lo había dicho, que Elias se preguntó si aquella era la misma Paula que había vivido un tormento cuatro años atrás. En
realidad había esperado encontrar a Paula llorando y aunque se alegraba de que aquella no fuera la escena, de alguna manera creía que Paula llorando era mejor que la Paula seria y reflexiva que tenía frente a él. La expresión insondable en su rostro le provocaba una sensación de incomodidad. Suspirando, rodeó el juego para sentarse en el columpio libre, al lado de ella.


― Me odias Pau ― fue directo al grano ―; sé que hice algo que no debí hacer, pero me tenías preocupado y...


Ella obligó al balancín darse vuelta hacia él y le tomó las manos. En sus cálidos ojos marrones había una expresión que le retorcía las tripas, pero curiosamente, no era dolor devastador. Era algo más, algo...


― Tranquilo Elias, todo está bien ― contestó Paula. Luego sonrió con ironía y miró de nuevo hacia la casa de Pedro ―. En realidad estoy decepcionada.


Elias sentía un nudo en la garganta.


— ¿De mí?


El que ella se riera, Aun cuando fuera una risa triste y burlona, lo tomó desprevenido.


— No todo gira a tu alrededor, Elias ― volvió al estado original y se meció tranquilamente.


Estuvieron así, en silencio, uno al lado del otro, y Pau se sintió transportada a los tiempos donde Elias, a su lado, la había ayudado a salir adelante. Cuando las lágrimas se habían acabado y había logrado tener un poco de serenidad, no sólo había pensado en Pedro. Había meditado también en la intervención de Elias, entendiendo más no excusando, su acción. Lo observó cuidadosamente, advirtiendo su semblante cabizbajo. Oh, cuanto deseaba poder enojarse con él, echarle la culpa de lo que había pasado, odiarlo... Sí, estaba molesta por la forma en que había intervenido, pero ¿cómo podía enojarse con la persona que le había salvado la vida? Su mejor amigo había hecho lo que había considerado correcto con tan de cuidarla.


― No te odio Elias ― él alzó su rostro y ella continuó haciendo una mueca ―, aunque no estoy particularmente feliz con lo que hiciste ―detuvo el balance del columpio y lo miró nuevamente ―. En realidad me hiciste un favor.


La expresión de sorpresa en el rostro varonil fue justo como Paula se había esperado que fuera. Soltó un suspiro exhalando quedamente.


― Me engañé a mí misma diciéndome que él no merecía oír... aquello. Que no merecía saber lo que había pasado, pero en realidad estaba avergonzada ―bajo la cabeza evitando la mirada de Elias ―. Avergonzada de lo que había hecho de mí en ese entonces, de lo tonta que fui en cuanto a
las cosas. Y tenía miedo de... bueno, sentía que valdría menos si se lo contaba. Pero a pesar de que no quería decírselo sabía que en algún momento tendría que hacerlo.


― No le debes nada ― intervino Elias, pero Pau sacudió la cabeza, pidiéndole con ese gesto que la dejara continuar. El así lo hizo.


― Sí, Elias, se lo debía. Verás, el confió en mí, me habló de Amelia, de su vida, de sus problemas, de sus heridas, de todo lo que pasó en estos años, mientras que yo me cerré.


― Pau…


― Y ahora sé que jamás se lo habría contado ― sus maravillosos ojos marrones comenzaron a brillar y luego a perderse entre la delgada película de lágrimas sin derramar ―. No lo habría hecho y en verdad habría pensado que estaba haciendo lo correcto. Pero no lo era, porque aquella sería una sombra en nuestras vidas para siempre. Sin embargo, es aquí donde me siento decepcionada ― los ojos que antes estaban a punto de derramar lágrimas se volvieron fríos y distantes ―. Porque cuando él se enteró de la verdad, huyó en vez de quedarse y luchar por esto que tenemos. Se fue. Sé que hice mal, pero si yo perdone y olvidé lo que pasó hace tanto tiempo ¿por qué él no pudo hacer lo mismo? En verdad pensé que esta vez por fin las cosas saldrían como debieron de salir hace años.


Se levantó de un solo movimiento y comenzó a caminar de un lado a otro moviendo las manos frenéticamente.


― Hice mi carta de renuncia. ¿Te lo puedes creer? ― No, en realidad él no podía creerlo, pero decidió mantenerse callado ―. Yo hice mi carta de renuncia. ¿Y sabes qué es lo que más me duele? Que cuando tomé la decisión supe que había sido la correcta. Sentí que me quitaban un gran peso de encima. Y antes de que me preguntes te digo que claro que lo pensé. No pude dormir en días por estar pensando en eso. Los días iban pasando y veía mi partida tan cercana, y aquello no hacía sino aumentar mis nervios. Pero entonces te mandé ese correo y supe la respuesta ― se detuvo frente a Elias ―: Jamás dejaré de ser la científica que soy sin importar donde esté, siempre seré Paula Chaves, astrofísica graduada del UCLA, pero no seré una mujer completa si no
estoy con Pedro. Quiero a Pedro, Elias, lo amo desde... desde que tengo memoria. Incluso cuando salía con Paloma, lo odiaba y lo amaba a la vez. Y pensé que él en verdad me quería a mí. Y ahí es donde me siento traicionada. Porque mientras yo estaba dispuesta a cambiar mi vida por completo, él se larga a Nueva York por una oferta de trabajo.


“Así que era eso”, pensó Elias. Tenía dos post doctorados en astrofísica, pero no tenía que ser Einstein para saber un poco de las relaciones en pareja. Él tenía problemas de esos todo el tiempo.


Pedro se había marchado para que así ella se marchara, esa era la cuestión. Y en vez de alegrarse, Elias sentía todo lo contrario.


Paula sentía sus ojos arder, así que para evitar hacer una escena se tapó los ojos con las palmas de sus manos y abrió la boca para inhalar profundamente. No sabía si aquello era cierto, pero el punto era que él se había marchado. La había dejado. Y aquello era peor que regresar con una esposa embarazada, porque entonces ella en verdad empezaba a creer sus palabras: que ella no era tan importante para él.


― Pensé que él lucharía por mí ― dijo Pau sin quitar sus manos de sus ojos o moverse siquiera ―. Que no me dejaría ir. Que buscaría la forma de hacer que esto funcionara ― bajo entonces las manos y Elias vio caer la primera lagrima ―. El creía que mi carrera era más importante que el, aun cuando yo estaba dispuesta a dejarlo. Y resulto que en realidad era él el egoísta. Y aunque puedo salir ahora mismo y buscarlo por toda el mundo, no es el punto, porque él se marchó... él me abandonó.


Elias se levantó del columpio y caminó hacia ella. La tomó entre sus brazos y la metió entre ellos. Como en los viejos tiempos, ella colocó su cabeza sobre su pecho, mientras que él la abrazaba con delicadeza.


― Puedes llorar, si quieres.


Pau sacudió la cabeza y abrazó con fuerza a su mejor amigo.


― No, creo... ― su garganta hizo un ruido grave ―. Estoy cansada de llorar por Pedro Alfonso.