Natalia Trujillo
miércoles, 21 de diciembre de 2016
CAPITULO 59
Pascual había dejado a su hija dentro de su habitación descansando. No estaba seguro de si se había dormido o no, pero le había dado un poco de espacio. Tenerla entre sus brazos, llorando sin consuelo, bueno, no importa la edad de los hijos, cuando sufren, un padre sufre con ellos. No había
querido hablar de lo que fuera la había puesto en ese estado, pero el instinto le decía a Pascual que tenía que ver con cuestiones del corazón. Y así se lo había manifestado a su esposa, cuando había llegado.
Penelope había llegado una hora Después que Paula, pero se había mantenido al margen.
Ambos conocían mejor que nadie a su hija, y Pau era de aquellas personas que odiaban tener testigos en sus momentos más críticos.
A las tres de la tarde el teléfono sonó. Penelope contesto y al ver la expresión en su rostro, Pascual supo que no eran buenas noticias. Se acercó y la tomo de la mano. Cuando la llamada termino y ella le transmitió el mensaje a su esposo, ambos se miraron en silencio. Al final, fue Penelope la que
decidió darle la noticia.
Subió las escaleras y toco con delicadeza la puerta.
— Pau — hablo anunciando su llegada y luego abrió la puerta. La encontró acostada en la cama hecha un ovillo, con la mirada hacia la puerta, aunque estaba segura, era más bien, dándole la espalda a la casa de Pedro. Tenía una mano sobre sus labios, pasándolos una y otra vez. Alzo la
mirada hacia ella y la observo morderse el labio inferior. Tenía los ojos un poco rojos, pero no estaba llorando. Penelope temía que ese estado estaba a punto de cambiar —. Cariño, acaba de hablar Victoria.
Pau frunció el entrecejo.
— ¿La mama de Pedro? — luego se levantó de un solo impulso —. ¿Le paso algo a Pedro? — pregunto mientras sentía un terremoto sacudir su cuerpo. Uno que venía desde las entrañas de su ser.
Penelope se sentó en la cama, junto a ella, y le toco una mano, tratando de darle el soporte que iba necesitar.
— Se ha ido.
Paula no lograba entender. En realidad, se negaba a entender. Pero entonces su rostro palideció y su madre vio en su mirada la compresión que llegaba poco a poco.
— Pedro acaba de hablar con ella. Se marchó a Nueva York. Al parecer le ofrecieron un puesto como entrenador. ¿Sabías tú algo? — se arriesgó a preguntar, aunque ya se temía una respuesta.
— No — susurro Pau con la cabeza agachada, confirmando las sospechas de Penelope. Trago con dificultad —. ¿Dijo cuándo iba a volver?
En contra de sus instintos maternales, Penelope se mantuvo calmada. Se conformó con poder acariciar la mano de su hija. Porque aún le faltaba darle la peor parte del recado. No necesitaba entender todo para poder hilar los hechos.
— No. Pero le pidió a Victoria que te dijera que... que te deseaba buen viaje.
Paula soltó un gemido y luego nada. Siguió con la cabeza agachada y no la volvió a alzar, pero Penelope podía ver entre la cortina de cabello, como su pecho subía y bajaba agitado, podía oír como exhalaba con fuerza. Desde muy pequeña, Pau siempre se había negado a ser la nena de
mama. Y a Penelope siempre le había enorgullecido aquello.
Pero en ese momento deseaba que fuera todo lo contrario. Como madre, conocía muy bien a sus hijos. Y sabía lo que Pau necesitaba en ese momento.
Se inclinó para darle un beso en la coronilla, y se quedó un par de segundos así. Luego se levantó y salió del lugar en silencio. Afuera de la habitación estaba Pascual, con los brazos cruzados y la expresión seria. Ambos adoraban a Pedro, casi como a un hijo más, pero en ese momento,
ninguno de ellos quería verlo. Le había hecho daño a su pequeña y aquello estaba fuera de los límites. Pascual se acercó a ella y le dio un abrazo, pero Penelope no era quien necesitaba aquel consuelo.
Y sabía que Pau solo iba a aceptarlo de una sola persona.
— Entra con ella.
Pascual asintió. Él le había pedido a Penelope que le diera la noticia, porque en verdad no habría sabido cómo darle la noticia a su hija. Pero al final sabía que tendría que verla llorar otra vez más.
Entro en la habitación y se acercó a Pau, quien parecía no haberse movido un milímetro de la posición en la que la había dejado. Mientras la puerta se iba cerrando lentamente, Penelope vio como Pascual apretaba la mano de Pau y ella le devolvía el gesto con fuerza. Vio cómo su esposo fue
atrayendo hacia su pecho a Pau, quien se movía con rigidez, y entonces la puerta se cerró.
Después, solo se oyeron sollozos ahogados.
Penelope recargo la espalda contra el marco de la pared. Su cabeza no dejaba de preguntarse una y otra vez que había salido mal entre aquellos dos. Se veían tan enamorados la noche anterior...
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