Natalia Trujillo

martes, 20 de diciembre de 2016

CAPITULO 57





Pau llegó a su casa sana y salva, aunque no podía recordar cómo lo había logrado. El trayecto de la playa a casa de sus padres estaba completamente en blanco. Lo único que ocupaba su mente era la imagen de Pedro, parado en la playa, Pedro con los ojos cerrados y la cabeza erguida.


Pedro dejándola marchar.


Se estacionó fuera del garaje de su casa, pero no se bajó. 


Se quedó ahí sentada sin saber qué hacer. Durante la plática con Pedro había sentido miles de sensaciones, todas casi a punto de volverla loca. Pero ahí, sentada dentro del auto de su padre, frente al garaje de su casa, estaba entumecida sentimentalmente. Abrió la boca y respiró por ella, observando como el vidrio del auto se empañaba. Empezó a notar en frío alrededor y advirtió entonces por primera vez su vestimenta.


Había salido de la casa echa una bala, que no se había puesto nada encima, más que su chalina café. Especuló que al fin la adrenalina estaba abandonando su cuerpo. Y aquello no era bueno, porque entonces comenzó a sentir de nuevo.


Colocó ambas palmas de sus manos sobre sus ojos, tapándose la cara, como si de alguna manera este gesto detuviera la corriente de sus sentimientos. Deseó poder agarrarse el corazón y sacárselo del pecho. Susurró su nombre una y otra vez, lamentándose en silencio. Oyó un click a su lado izquierdo y bajó las manos.


Pascual había visto desde que su hija había arribado a la casa y había aguantado los enormes deseos de salir corriendo e inspeccionar su hermoso auto. Había esperado verla entrar en la casa, pero los segundos fueron pasando y Paula no bajaba del auto. Cuando los minutos fueron cinco,
Pascual no pudo esperar más, y salió a buscarla. La encontró sentada con la cabeza entre las manos.


Pascual, como cualquier padre, se preocupó. Ella sólo le dio un pequeño vistazo y se volvió a tapar el rostro.


— Tu auto está bien — murmuró con la voz enronquecida.


— Me importa un bledo el auto. ¿Tú estás bien? — esperó pero Pau no contestó. Hay momentos en los que un padre sabe qué hacer. Ese no era uno de ellos. Como deseaba que su esposa estuviera ahí en lugar de él. Se veía en el rostro de Pascual la vacilación entre si tocarla o no. Al final se arriesgó —. Pau, cariño, háblame, por favor.


La mano en el hombro de Pau bajó para tomar sus manos, y Pascual las encontró heladas. Su hija no se movió, se quedó en la misma posición, y Pascual observó entonces como su barbilla comenzó a temblar. Oh no…


— Pau…


Paula Cleopatra Chaves se giró hacia su padre estirando sus brazos y enganchándolos sobre su cuello a la par que enterrando su cara en su pecho. Los sollozos eran desgarradores.


— Oh papá…





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