Natalia Trujillo
martes, 6 de diciembre de 2016
CAPITULO 10
El camino que había durado quince minutos de ida, duró solamente ocho minutos de regreso. Fueron directamente a la cocina, donde Pedro dejó las compras, mientras miraba a Paula dejar a Guille en su silla y tomar el teléfono de la pared.
Paula marcó los números que se sabía de memoria, junto con sus miles de ladas que tenía que poner para llamar de larga distancia. Una llamada de su celular le saldría mil veces más cara.
Contestaron al tercer pitido.
― Oficinas del Gran Telescopio Canarias ― el acento marcado del astrónomo hindú hizo a Pau sonreír. Quince años trabajando en diferentes países del mundo, y Ravish
Aun no podía perder ese maldito acento nativo.
― Ravish, pásame a Elias.
― ¡Paula! ― el grito de Ravish hizo que Paula se alejara del auricular un segundo ―…esto es un infierno, Pau. Elias está dando lata a todos lados, no hay orden, además, nos hace
comer comida de mierda, y Stefana se saltó su turno de observación y…
― Rav, Rav, Rav. Detente. No puedo hacer nada, ¿Te olvidas dónde estoy?
― ¡Regresa! Esto es…
Se oyó un golpe, alguien cayendo y el traqueteo del teléfono cambiando de dueño.
― Hola cariño, cualquier cosa que te diga ese memo es mentira. ¿Para qué hablas?
Elias. Paula sonrió. Aquel cabezota sería su perdición.
― Se me olvidó por completo que tenía a mi cargo la expedición de la lluvia de meteoritos de mañana, Elias. Dejé todo organizado, pero se me pasó esto. ¿Podrías…?
― Tranquila Pau, ya está todo listo.
Paula colocó una mano en su corazón, aliviada. Como directora del centro no podía quedar mal, menos después de lo que decía su expediente.
― Dios, Elias, ¿qué haría sin ti?
― Nunca lo averiguaremos, ¿verdad?
― No, esperemos que no.
― Paula, sobre lo otro…
Oyó a Guille chillar, y vio a Pedro tomándolo en brazos y calmándolo.
― Gracias por todo Elias, después hablamos, no quiero gastarme el salario de un mes en la llamada.
― Estas ocupada. Está bien, pero hablaremos después. Te quiero pequeña.
Paula se dio la vuelta y atesoró sus palabras.
― Lo sé Elias, yo igual te quiero.
Colgó más calmada. La lluvia de meteoritos Leónidas ocurría cada año, después de la segunda quincena de noviembre, y casi siempre, el día de mayor intensidad, era el 17 del mes,
variando en los husos horarios de cada país. Tal vez podría desempolvar su viejo telescopio y observar estando en casa.
Decirles a sus sobrinos…
― ¿Es tu novio?
Pedro. Se había olvidado de él. Se dio la vuelta y lo miró sin entender.
― ¿Qué?
― El tipo de la llamada, ¿es tu novio?
Paula apretó ambas manos, con fuerza.
― Pedro, mi vida personal jamás ha sido de tu incumbencia.
― Hubo un día en que lo fue.
No bajó la mirada. No huyó. Se quedó aguantando por primera vez. Que Pedro recordara eso, bueno, no sabía que pensar. Bueno, sí sabía que pensar. No quería hablar de eso, punto.
― “Hubo” es pasado, Pedro.
― Pau, yo… ― Guille empezó a llorar mirándolos a ambos, y haciendo gestos ―…me gustaría que platicáramos de…
Guille no dejó que lo olvidaran y siguió llorando con más fuerza. Paula se acercó y se lo quitó de las manos, sin poder evitar rozarlo.
― Lo siento, Guille necesita que le cambiemos el pañal.
Empezó a caminar hacia las escaleras.
― Pau.
― Déjalo Pedro. Todo está enterrado ― contestó sin detenerse y sin mirar atrás.
― ¿Lo está? ― preguntó en un susurro Pedro, al verla desaparecer.
Por ahora.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario