Natalia Trujillo

sábado, 10 de diciembre de 2016

CAPITULO 24







― Houston hablando a Pedro. Houston hablando a Pedro.


Eric aleteó su mano enfrente del rostro de Pedro, pero nada. 


Su mano derecha se alejó de su espalda y con un leve conteo, le golpeó. Eso sí que llamó la atención.


― ¡Oye!


Eric empezó a carcajearse burlonamente, para después sentarse enfrente de Pedro. Lo observó atentamente, sin perder la curva de sus labios. Jesy tenía razón, a él le pasaba algo.


― Tío, no sé qué te pasa a ti, pero desde luego andas en la Luna.


Con el ceño Aun fruncido, Pedro se encogió los hombros y sus ojos grises brillaban como cuando se anuncia una tormenta de otoño.


― Sí, bueno, no es para que intentes sacarme los pulmones de la boca. Lo siento, ando distraído.


Eric estaba satisfecho. Ahí estaba el Pedro que él conocía. 


No el tío perdido que había visto segundos atrás. Aunque su falta de atención era el menor de los males. Sus ojos se apagaban y tenía manchas oscuras debajo de sus ojos.


― ¿No dormiste? Tienes ojeras ― Eric se tocó sus párpados, en el mismo lugar donde estaban las bolsas de su jefe y amigo.


Pedro se dejó caer contra el sillón, con una exhalación. Claro que no había dormido. Su mente se había puesto a vagar en la noche en que todo había cambiado, soñó con Paula, con su fin de semana, y con su viaje a Los Ángeles y cómo su vida había cambiado desde ese día. Sus sueños se habían roto y había terminado viviendo un infierno. No sólo Amelia y él habían sido víctimas de ese destino. La mayor víctima de todo había sido Paula.


― No mucho


― ¿Pesadillas?



Oh, si Eric supiera. Había sido su pesadilla recurrente durante meses. En todo ese tiempo, jamás había podido olvidar la mirada herida de Pau, su breve encuentro en la cocina donde le había deseado lo mejor del mundo a él y a su esposa, ni la última vez que la había visto marchándose de su vida. Se colocó toda la palma de su mano derecha sobre sus ojos y deslizó sus dedos hasta que el índice y el pulgar acariciaron el puente de su nariz. Repitió el movimiento varias veces, exhalando, sin darle una respuesta a Eric, quien lo observaba con toda su atención.


― Vamos Pedro, venga ese ánimo, amigo. Recuerda el refrán del viejo Willie: ― sonrió y alzó su nariz como un patricio y su dedo índice ― “Si Aun tienes tu cartera y no estás vomitado, agradécelo. La vida puede ser peor.”


Pedro sonrió. Aquél lema había rezado por años en el bar, era casi un lema de la costa. Pero sonrió más porque se preguntó que podría ser peor que los errores que ya había cometido.


― Por cierto, cambiando de tema, vaya que se puso buena la hermana de Pablo ― Pedro le lanzó una mirada. Que Eric dijera que Paula estaba “buena”, no le había agrado para nada. Eric sonrió y siguió ―. Digo, varios años sin pisar suelo americano le ha hecho muy bien, si sabes a lo que me refiero.


― Que cambio de tema ― contestó con una delgada voz, tensa, como sus músculos.


― Sí, y vaya tema ― dijo una voz a sus espaldas.


Jesy estaba parada en la entrada de la oficina, con su peso recargado en una pierna y su mano sobre su cadera. 


Llevaba una blusa roja en cuello V, y unos jeans de mezclilla con tenis de color rojo. Su cabello rubio lo llevaba suelto, con sus lindos mechones cayendo a ambos lados de sus hombros. Nadie podría decir que Jesy no era una hermosura, mientras que Eric.... se levantó como un resorte y corrió a su lado, con sus ojos saltones rogando perdón y Pedro riendo.


― Cariño.


Jesy no cambió su posición, pero detuvo la caminata de Eric alzando la mano.


― Cariño nada. Hoy alguien dormirá con Dog afuera. Aquí mi flameante marido venía a decirte que ya tengo la lista para las compras que hacen falta en la cocina ― se irguió y sacó una hoja de papel de su pantalón y se la tendió a Pedro quien lo tomó y empezó a ojearlo apresuradamente. Jesy se dio media vuelta y se sentó elegantemente en la misma silla en la que había estado Eric unos segundos atrás, después cruzó sus largas piernas y acomodó un brazo sobre el respaldo de la silla ―. Aunque tengo que reconocer que Eric tiene razón. Paula sí que vino cambiada. Y no me refiero a físicamente. Había algo en su mirada que… no sé cómo decirlo.


Jesy alzó la mano al aire, danzando, buscando la palabra pero no la encontró.


Pedro sí la sabía. Dolor. Tristeza. Amargura. Venganza. Odio. Todo por su culpa. Paula no había olvidado nada de lo ocurrido y ahí, el único que tenía la culpa de todo era él.


Con pasos medidos, Eric caminó hacia el sillón, pegado a la pared, que quedaba mirando hacia el escritorio y la silla donde estaba Jesy. Tendría que buscar una forma de enmendar su gran boca.


― Recuerdo a la pequeña Pauly, y sus insistentes modos de llamar tu atención. Estaba loca por ti. ¿Recuerdas esa noche que se cayó del árbol de casa de sus padres, sólo por andar
observándote?


La boca de Pedro se curvó hacia arriba y sus ojos grises resplandecieron como estrellas.


Aquella vez,Pau se había dado un buen golpe, y había acabado con una cicatriz en el codo, marca que hasta donde sabía, tenía hacía solo cuatro años. Oh sí, Paula había estado loca por él.


Y él lo había sabido. Precisamente por esa razón se había mantenido tan lejos de ella como le había sido posible.


― Era una niña ― alegó Pedro, tratando de olvidar el tema.


― Bueno, ahora es una mujer ― al sentir el frío recorrer su mirada, Eric esbozó una sonrisa con todos sus dientes y miró a su esposa ―. Cariño, sólo estoy apuntando lo obvio, Además, por las miraditas que le dio Pedro en la mesa anoche, creo que él ya se ha dado cuenta.


― No la miraba ― alegó rápidamente Pedro. Claro que no la miraba. La devoraba con la mirada.


Eric se golpeó su pierna y se carcajeó.


― Ja, eso ni tú te lo crees.


― Tiene razón, Pedro ― Jesy bajó su pierna y se acercó a la mesa apoyando ambos brazos en el escritorio y aleteó su cabeza hacia su esposo pero sin mirarlo ― Aquí mi querido esposo-que-se-fijó- en-lo-obvio-y-por-ello-dormirá-en-el-patio, tiene un punto. Anoche miraste demasiado a la pequeña P, demasiado para alguien que la considera una niña. Aunque debo decir, que ella por el contrario te ignoró casi toda la noche. Al parecer, ella ha madurado.


Aquellas palabras eran las que menos deseaba oír. Miró a ambos, cansado.


― ¿No tienen trabajo que hacer?


― La verdad no ― contestaron el matrimonio en unísono.


― Bueno, yo sí ― se levantó corriendo la silla y yendo hacia el perchero por su cazadora de cuero negro ―. Tengo unas compras que hacer.


Cerró la puerta detrás de sí, tal calmado, pero con una firmeza que reveló su enfado escondido. Eric siguió sonriendo y suspiró.


― Oh mi pobre amigo parece que está en serios problemas.


JesY se acomodó en la silla, volviendo a su posición inicial y alzó una ceja


― ¿Y por qué te ríes? Tú también lo estás.


Eric se rascó la curva de la nariz con el dedo índice y le dio una mirada lujuriosa a su bella esposa.


― Tal vez podamos llegar a un arreglo.


― Habla, y ya veremos.







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