Natalia Trujillo

sábado, 10 de diciembre de 2016

CAPITULO 25




― Tía, no le hagas caso a Charlie, y sigue hablando ― sollozó Cata al borde de las lágrimas, jalando el brazo de Paula mientras que Alejandra no soltaba su oso de peluche Teddy y jalaba a Charlie del suyo.


Los niños habían llegado pasadas de las siete de la noche, y llevaban ya más de una hora en su casa. Sus adorables padres no habían tardado más de dos minutos en la casa: los dejaron y se fueron. Paula en verdad no quería pensar que rayos harían sus hermanos con sus respectivos esposos cuando llegaran a casa. La simple idea le provocó escalofríos.


Habían salido al patio cerca de las ocho y media, y llevaban toda noche observando las estrellas. Había empezado señalando las estrellas más brillantes y contándoles todo cuanto podía a sus pequeños sobrinos. Después había pasado a constelaciones y cúmulos globulares con supernovas y … y decidió cambiar la estrategia ya que Charlie, Cata y Ale la miraban como si viniera de otra galaxia. Así que contaba las bellas historias, leyendas y mitos que había detrás de cada constelación. Les había hablado sobre la historia de Piscis y Charlie había gritado “pamplinas”, de ahí, el revoloteo de los niños.


― Calma, calma chicos. Terminaré ― se inclinó hasta la altura de su sobrino, que estaba de brazos cruzados y con ceño fruncido tan parecido a su hermano ― Y sé que esta historia le gustará a Charlie también. Esta es la de Perseo y Andrómeda.


― Contando historias, ¿eh?


La voz masculina provocó espasmos de escalofríos en la nuca de Paula. Se levantó y se dio la vuelta lentamente. Ahí estaba Pedro, apoyado en la verja que dividía las casas. 


Parecía haber estado disfrutando del espectáculo desde hacía rato, ya que tenía un brazo apoyado sobre la madera, y en otro, descansaba su mejilla, con la cabeza ladeada. En cuanto lo vieron, los chicos corrieron hacia él, gritando extasiados por su tío Pedro, pero él no hizo ningún movimiento para entrar. Simplemente se quedó parado, observándolos… observándola a ella fijamente.


A pesar del revoleteó de los niños y sus gritos y risas, entre ellos parecía haber un silencio tenso. ¿Quién daría el primer paso?


Paula se abrazó a sí misma, no por el viento que corría, sino porque necesitaba hacerlo. No se movió tampoco, aunque si lo hubiera deseado, dudaba que sus piernas le hubieras respondido.


― Pensé que no ibas a venir ― dijo Paula, harta del silencio.


― Yo también.


Paula recordó lo cerca que había estado de rendirse enfrente de Pedro la noche anterior en el baño de hombres, en su restaurante. Ahora que ya tenía el valor suficiente, hablarían. Después de todo, tenían que hablar. Alzó su mentón y lo movió sobre su hombro.


― Entra, así tú te encargas de Charlie.


La mirada de Pedro, antes triste y cabizbaja, sin brillo, adoptó rápidamente un fulgor que provocó en Paula un estremecimiento. Llevaba su atuendo al parecer cotidiano, vaqueros de mezclilla que marcaban sus piernas trabajadas, una camisa polo azul y su cazadora de cuero.


Paula pensó que era nueva, ya que parecía muy bien cuidada, y desechó la idea que aquella fuera la vieja chamarra que ella había usado alguna vez.


Los niños, en especial Charlie, lo jalaban de un lado a otro, llevándolo a su “casa de campaña”, que resultaba ser una sábana extendida sobre la lía del tendedero de ropa y con las orillas pegadas al suelo con clavos y martillos. Su madre había dado el grito en el cielo cuando había visto una de sus mejores sábanas morir en manos de sus nietos. Dentro había colchonetas y sacos de dormir con almohadas y un viejo quinqué que su padre tenía guardado, sólo para crear el “ambiente adecuado”, citando a Cata. Se sentaron fuera de la casa, alrededor de la lámpara de petróleo y Paula alzó la mano señalando las estrellas de la constelación de Perseo.


― Esas cinco estrellas que están allá representan a Perseo. Él era hijo de Dánae, princesa de Argos y Zeus, el gran dios del Olímpico.


― ¡Sí, es de princesas! ― chilló de alegría, Ale, apretando su osito de peluche y sonriendo a su tía.


Paula le devolvió la sonrisa y siguió con la historia.


― Dánae era feliz en su mundo y no sabía más que lo que le rodeaba. Su padre, el rey de Argos consultó al Oráculo y éste le dio una terrible noticia: cuando Dánae tuviera un hijo, ese mismo niño, hijo de su sangre, lo mataría. Así que para evitar que la profecía se cumpliese, el rey encerró a Dánae en una celda custodiada de temerosos perros.


― ¿Con dientes grandes? ― interrumpió el intrépido de Charlie.


― Oh sí ― sí quería la atención de Charlie, tendría que exagerar un poco la historia ―. Con unos dientes grandes y enormes, y de mirada roja y asesina. La joven estuvo presa ahí por muchos días. Entonces, el gran dios del Olimpo, Zeus, que veía todo lo que pasaba en la tierra, observó a
Dánae y se enamoró de ella por lo que se convirtió en brisa y lluvia y la cubrió, quedando así embarazada la bella princesa.


― ¿Con la lluvia quedó embarazada la princesa? ― fue el turno de Cata ahora de preguntar, tan necesitada de saber cómo lo había sido Paula en sus días.


Pedro alzó a Cata sobre su regazo haciendo que la niña emitiera un chillido de sorpresa.


― En ese entonces sí se podía, pequeña revoltosa. Ahora ya la lluvia no tiene ese poder, así que puedes correr tan feliz en ella como siempre. Ahora, dejen a la tía Paula contar su historia.


Paula agradeció la intervención y volvió a mirar a todos los presentes.


― Cómo les decía, la princesa quedó embarazada, pero su padre, temeroso que la leyenda se cumpliera, lanzó a la madre y al hijo a las profundas aguas del océano.


Los tres niños se alzaron y soltaron una exclamación de sorpresa, horrorizados por un acto tan cruel. Paula dejó que pasaran unos segundos para sumarle emoción a su leyenda, como toda buena contadora de cuentos.


― Pero los destinos verían cumplidas sus promesas. El baúl donde fueron lanzados se salvó y acabaron en la isla de Sérifos, donde el mismo Rey de la isla los salvó. Abrió el baúl y se encontró con la princesa y su hijo. Dánae era muy hermosa y el Rey se enamoró de ella inmediatamente. Sin
embargo, no le agradaba Perseo y quiso deshacerse de él. Para ello, lo engañó y le dijo que se podría casar con Hipodamía, una bella joven si, y sólo si le traía un regalo muy especial: la cabeza de la Gorgona Medusa.


Paula alzó nuevamente su mano y señaló hacia Beta Persei también conocida como Algol, una estrella variable, blanco azulada, que estaba a varios cientos de años luz de distancia. Como no quería perder la atención de sus fieles oyentes, mejor les dijo:
― Esa estrella representa el ojo de la Gorgona.


― ¿Qué es una gor-go-na, tía Pau? ― preguntó Cata, más cerca a ella que los demás.


― Muy buena pregunta Cata ― le premió Paula y le acarició la nariz, esbozando una ancha sonrisa ―. Una Gorgona, también conocida como Parca, es una mujer, con la cabeza llena de serpientes en vez de cabello ― alzó sus manos e hizo una representación del movimiento de las serpientes haciendo temblar a Alejandra ―, que puede convertir en piedra a quien la mire directamente a los ojos.


Charlie había vuelto a adoptar la posición de retador, con sus brazos entrecruzados y su nariz patricia alzada hacia el cielo negro.


― ¿Cómo la iba a matar si no podía verla?


― Ah, Charlie, lo que sucede es que Atenea, la diosa de la sabiduría y de la guerra se enteró de la misión de Perseo, y siendo enemiga de Medusa, decidió ayudar al joven héroe. Junto con otros dioses, le brindaron a Perseo un escudo brillantemente pulido por Atenea misma, una hoz irrompible con la que cortar la cabeza de Medusa, sandalias aladas para volar, el saco mágico donde guardar la cabeza de Medusa, y el oscuro yelmo de Hades con el que no sería visto.


― ¿Un saco mágico como el de Santa Claus, en el que trae sus regalos?


― Si cariño, un saco casi idéntico ― respondió a Ale y luego volvió hacia todos los demás


― Gracias a las sandalias aladas, Perseo voló hasta el País de los Hiperbóreos donde encontró dormidas a las Gorgonas entre formas de hombres y fieras salvajes erosionadas por la lluvia. Fijó sus ojos en el reflejo del escudo mientras Atenea guiaba su mano y cortó la cabeza de Medusa con un solo golpe de hoz. Para la sorpresa del héroe, del torso de la Gorgona surgieron, totalmente desarrollados, el caballo alado Pegaso y el guerrero Crisaor, que sujetaba una cimitarra de oro.
Perseo introdujo la cabeza de Medusa en el zurrón y saltó sobre los lomos de Pegaso y escapó sano y salvo rumbo al sur. Así, los dioses decidieron colgar en honor a Perseo, un monumento que jamás sería olvidado: en las estrellas ― con sus dedos señaló las estrellas de Perseo y la del ojo de la medusa. Les explicó que la posición en la que estaba el héroe era la de batalla con su espada y con la cabeza de la Medusa colgando de su otra mano.


Los niños miraban atentamente el cielo, girando la cabeza de un lado a otro, intentado encontrarle la forma que ella les decía tener. Sonrió encantada. Ella había hecho lo mismo muchos años atrás. Incluso se había osado en afirmar y decirle a su padre, que los griegos estaban borrachos, sino, ¿de qué otra manera se podría ver en el cielo, un oso o un cisne con solo tres estrellas? Su padre se había reído y le había dado la mejor respuesta: con imaginación.


― ¿Y de dónde sale Andrómeda?


Cata estaba ahora entre los brazos de Pedro, mientras que Ale y Charlie estaban casi tomados de la mano. Paula le daba miradas rápidas a Pedro, huyendo de la suya, y agradeció que él no hubiera interrumpido su narración.


― Ah, es que esa es otra historia ― Volvió a alzar la mano ahora señalando a otras estrellas cercanas a Perseo ― En Filistia, Casiopea y su esposo Cefeo tenían una hija, Andrómeda, la cual era una mujer hermosísima, casi podían asegurar que era la más bella de los mortales. Sin embargo, su madre, Casiopea era muy vanidosa y arrogante, tanto que tuvo la osadía de afirmar que era más hermosa que las mismísimas ninfas del mar, las Nereidas, hijas de Poseidón dios de las aguas. Oh, pero las ninfas no iban a permitir tal osadía, y se fueron a quejar con su padre.
Poseidón, consintiendo a sus hijas, envió un diluvio y al monstruo marino Cetus, para asolar las tierras de Filistia. Los reyes, temiendo la destrucción de su pueblo, consultaron al Oráculo de Amón ― sus manos volaron sobre la lámpara como si fuera una fogata y revoloteó en círculos a su alrededor ―, y les dijo: “Si quieren que su pueblo se salve, su única esperanza es sacrificar a su hija, Andrómeda al monstruo”. Los reyes, sin saber qué hacer, decidieron seguir las palabras del Oráculo y la ataron a una roca, en los mares, donde el monstruo Cratus se la comería viva. Pero…


― ¡¡Llegó Perseo!! ― gritó Ale dando un brinco y alzando sus manos en signo de victoria.


Los dos adultos sonrieron y Paula asintió.


― Exacto. En ese momento, Perseo volaba los cielos en su gran caballo alado y oyó los gritos de la pobre damisela.


Mientras Paula narraba, Ale empezó a interpretar la historia, fingiendo ser la damisela en peligro, con una mano en su frente y la otra aferrando su osito, a punto de desmayarse. Charlie se levantó le quitó el oso a Ale y lo agitó al aire, empezando a dar vueltas alrededor del grupo, sobre su caballo imaginario.


― Perseo, que acababa de cortar la cabeza de Medusa y regresaba montado sobre los lomos de Pegaso, viendo que una hermosa mujer estaba encadenada a unas rocas, y que un terrible monstruo marino se acercaba inexorable hacia ella, se lanzó en picado y cerrando los ojos extrajo la cabeza de la Gorgona mostrándosela al monstruo, el cual quedó petrificado al instante hundiéndose sin remedio en las claras aguas del Mediterráneo ― Le enseñó el oso a Pedro, Aun con los ojos cerrados y Pedro siguiendo el juego, se quedó petrificado y se dejó caer en el piso ― El héroe introdujo de nuevo la cabeza en el zurrón teniendo cuidado que Andrómeda no la mirara directamente. Después la desencadenó y ella cayó en sus brazos. Cuando se miraron a los ojos se enamoraron de inmediato.


Ale se dejó caer en los brazos de Charlie y lo miró como una actriz consumada. Pau vio a una futura Marilyn Streep en esos momentos. Cuando hizo un ademán de ternura hacia el rostro de Charlie y le dio un beso en la mejilla, el frunció el ceño, hizo una mueca de asco y la dejó caer en el piso.


― ¡¡Carlos Alejandro Chaves, te voy a arrancar esa cabeza de chorlito que tienes!!


Viendo a su hermana verdaderamente enfadada, Charlie salió corriendo como alma perseguida, pero Paula detuvo a Ale.


― Aun no termino, Ale ― su sobrina se contuvo, no sin antes sacarle la lengua a su hermano mayor y se acercó a su tío Pedro para escuchar atentamente ―. Cefeo y Casiopea habían prometido que quien salvara a su hija, podría casarse con ella. Cuando Perseo salvó a Andrómeda,
sus padres estaban muy agradecidos. Sin embargo, Casiopea no quería a Perseo como su yerno así que intentó asesinarlo, pero Perseo fue mucho más listo y utilizó la cabeza de la Medusa para matar a cuanto se pusiera en su camino. Entonces Zeus, padre de Perseo decidió colocarlos en cielo, pero Poseidón, recordando la ofensa que habían sufrido sus hijas, la colocó sobre su trono, de cabeza, con el trasero para arriba. ― Alzó la mano nuevamente ―. Esa de ahí es Casiopea, y el de allá su esposo.


Los niños rieron y rieron, mirando el cielo.


― Entonces, Perseo y Andrómeda se casaron y regresaron a Grecia, donde curiosamente el héroe disputó una competición de atletismo. Sin querer, lanzó muy fuerte el disco y mató a un hombre entre la multitud. ¿Adivinan quién era ese hombre? ―. Cuatro cabezas se sacudieron lentamente ―. Pues su propio abuelo, que estaba presente. Así, la profecía del Oráculo se cumplió
y el nieto mató al abuelo. Finalmente, la diosa Atenea, conmovida por tan hermosa historia de amor como la vivida por Perseo y Andrómeda, colocó sus imágenes en cielo también, unidos. Ahora sí, ― alzó la mano nuevamente, ladeando la cabeza, ya que Ale se sentó en su regazo y
Charlie a su lado, mientras que Cata seguía en los brazos de Pedro ―. Ese es Perseo con la Medusa. Allá está Andrómeda, y esa estrella de ahí, es el demonio Cratus. De ese otro lado, esas tres estrellas, son Pegasus y luego, están los padres de Andrómeda, Casiopea y su esposo.


Un sonido comunal de “Oh” y “Guau” salió de todos. Paula sonrió. Ella misma se asombraba de las viejas leyendas. De las hermosas historias que habían detrás de ella y que se
habían ido perdiendo a lo largo del tiempo. Acarició la rubia cabellera de Ale y su sobrina, despertando de su letargo, se giró para mirarla a los ojos.


― ¿Y vivieron felices por siempre jamás, tía?


Paula miró con ternura a Alejandra. A sus nueve años, creía en cuentos de hadas, en príncipes y en finales felices. Trató de sonreír pero no pudo, como tampoco pudo darle una
respuesta. Ella había sido así, hacía mucho tiempo. ¿Qué había pasado con la vieja Paula? ¿Tan amargada estaba ahora? Miró a Pedro, y su corazón se paró. Se sentía desnuda ante su mirada, con aquellos ojos grises resplandeciendo, como si estuviera debajo de una cámara de rayos X. ¿Acaso estaría leyendo sus pensamientos?


Hablarían, decidió Paula. No podían aplazar ese momento y por la mirada que le dio Pedro, supo que aunque quisiera, él no le dejaría huir esa noche.


― ¿Tía?


Pedro fue el que se acercó a Ale y sonrió, revoleteando su cabello.


― Claro que sí, Ale, ¿es que hay otro tipo de final?


Ale sonrió, complacida por la respuesta de su tío, se refugió en los brazos de Paula.


No llovió ni nevó, sólo hubo un viento frío que no dejaba de soplar jugando con los cabellos de todas las mujeres. 


Comieron bombones asados, en la estufa claro, ya que Penelope no dejó que hicieran una fogata afuera de la casa; contaron más cuentos, chistes y leyendas. Pedro demostró ser un gran narrador también, y por lo visto, ya experimentado, porque los niños, en especial Charlie, no paraban de prestarle atención a sus gestos, a sus narraciones, a todo lo salía de su boca.


Se acomodaron debajo de la casa-sábana de campaña, un poco apretados, Cata y Ale quedaron acostadas ambas a los costados de Pedro, después se acomodó Paula, al lado de Cata y al final, como todo un niño en etapa rebelde, Charlie se quedó al final.


Eran pasadas de la una de madrugada, cuando Cata, en un grito de júbilo, y entusiasmo, vio pasar al primer meteorito.


― ¡¡Ahí está!!


Charlie, Alx y Pedro salieron de su letargo, y se despertaron de momento. Ale gritó cuando vio el suyo y Charlie y Pedro estuvieron enojados porque no vieron ninguno hasta después de casi media hora. Desde el punto de vista de Paula, existen pocas cosas en el mundo que podían dejar
a un humano sin palabras. Una lluvia de meteoros era una de ellas. De entre el cielo negro y oscuro, como boca de lobo, salían estelas de meteoros, que pasaban en la atmósfera sobrevolando, y caerían, si tenían suerte, en algún mar o el Antártico, si tenían una masa suficientemente grande.


Los más pequeños morían al entrar en la atmósfera y sólo quedaban en las mentes de aquellos que lograban verlos por unos fugaces segundos. Los pequeños pidieron deseos, uno tras otro. Incluso Pedro, abrazado de sus pequeñas revoltosas, cerró los ojos y dejó ir su pequeño deseo, que más bien, fue una petición. Eran casi las dos de la madrugada cuando se oyeron los ronquidos y respiraciones pausadas de los niños, indicando que por fin, habían sido derrotados por el cansancio.


Paula y Pedro estuvieron así, mirando el cielo, por largo rato.


― Sabes, no te lo agradecí.


― ¿El qué? ― preguntó Pedro, con las cejas torcidas, extrañado tanto por sus palabras, como el hecho que ella le quisiera dirigir la palabra, quien toda la noche se la había pasado ignorándolo.


Se giró a su izquierda y admiró su perfil, el mismo que había besado tiempo atrás. Si las cosas hubieran sido distintas… dejó salir un suspiro de frustración.


Paula giró su cabeza hacia su derecha para mirar a Pedro, esbozando un atisbo de una sonrisa triste y quizás ensoñadora.


― Gracias a ti, miré el cielo.


― ¿Qué quieres decir?


Paula regresó a su vieja posición y volvió a admirar el cielo.


― Cundo salías con mi hermana, los espiaba ― ahogó un resoplido de risa un tanto irónica


― Sí, lo sé, ahora me avergüenzo de ello, pero era una niña. Entonces, un día, tú señalaste el cielo y le dijiste a Paloma, que había un infinito número de estrellas que éramos sólo una pequeña porción del universo. Que no teníamos idea de lo pequeño e insignificantes que somos en este planeta, y
cuan enorme somos con las pequeñas partículas. Que había cosas hermosas, a pesar de ser solo polvo, aire y gases, que podían parecer paisajes traídos de otro mundo.


― ¿En serio?


Paula asintió, con movimientos lentos, para no despertar a Charlie que ahora se encontraba ahora casi encima de ella, buscando su calor, a pesar de estar tapado con una manta gruesa.


― Entonces miré el cielo con otros ojos.


― Vaya, entonces me debes una buena pasta por haberte ayudado a decidirte por la astronomía. Porque por cómo contaste todas esas leyendas, se ve que eres muy buena, y adivina qué, todo es gracias a mí ― el tono alegre volvió a la voz de Pedro, e incluso le guiñó el ojo, ya feliz y animado.


― Tranquilo bateador, que sé que esa era tu frase de ligar, así que no te tomes todo el crédito.


Lo había dicho sin querer.


Ambos se dieron cuenta.


Paula se giró hacia el lado contrario, huyendo de la mirada de Pedro, mientras que la suya estaba cargada de tristeza. “Bateador” había sido su palabra cariñosa con la que se había dirigido a él durante todo aquel fin de semana. Se relamió los labios resecos mojándolos con su propio néctar






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