Natalia Trujillo
jueves, 22 de diciembre de 2016
CAPITULO 64
Y al otro lado del mundo...
―Pedro, te busca Pablo.
Carrie abrió la puerta y dejo entrar al gran P a la oficina antes de esperar una respuesta de su jefe. Sentado en su lugar, Pedro observo como Palo Chaves parecía ocupar toda la estancia de su oficina. Pablo no dijo nada, esperando a que Carrie desapareciera, cerrando la puerta.
Pedro cerró el libro de cuentas que tenía extendido frente a él.
― ¿Vienes a darme una paliza? ― Pablo no contestó ―. No te preocupes, no me apondré.
Pablo camino hasta la silla frente a Pedro y se sentó, colocando un brazo sobre el respaldo de la silla.
― Bueno, contando que sólo le prometí a Paula que te dejaría vivo, puede que sí. Sin matarte claro.
Pedro suspiró.
― ¿Entonces que será, el bate o los puños?
― Le dejaré el bate a Paloma, lo sabe usar mejor que yo.
“Y vaya que lo sabe utilizar”, pensó Pedro.
Llevaba una semana en San Francisco, viviendo en su bar.
Regresar a casa había significado algunos cambios, como mudarse de casa de sus padres. Algo que ciertamente tendría que haber hecho mucho tiempo atrás. La mudanza fue rápida y en el lapso de los días de traslado, había evitado ver a cualquier miembro de la familia Chaves.
Aun así la visita de Pablo no era inesperada. Sin embargo, por mucho tiempo que tuviera para preparar el enfrentamiento, jamás estaría preparado. Así que, si Pablo quería retozarle el cuello, ¿quién era él para evitarlo?
― Vamos Pedro, ¿qué rayos pasó? — alzó la mano y lo señaló —. Hay que verte para saber que la estás pasando mal. Y aunque odio meterme en la vida sentimental de mi hermana, y me pregunto cómo rayos puede ser posible, Pau te quiere. Así que, ¿por qué no recoges tu horrible trasero y vas por ella?
― No puedo.
― ¡¿No puedes?! – gritó Pablo muy enfadado – ¿Cómo que no puedes?... ¿O será que no quieres?
Claro que quería. No había otra cosa que quisiera en el mundo que dejar todo y largarse por ella. Desde que se había marchado, desde aquel día en la playa, no quería otra cosa que estar con Paula, seguir con ella. Pero no podía.
Ya le había hecho demasiado mal a Pau.
― No puedo, Pablo― volvió a repetir Pedro.
Pablo empuñó las manos. Luego las abrió para hacer circular la sangre para volver a cerrarlas.
― Sólo porque te conozco de toda la vida, no te reviento la cara Pedro. Porque sé que tu jamás tomarías a Paula por una aventura de vacaciones, o te juro que...
― Me gustaría decirte que si, y que así me pegues, y tener algo en que ocuparme. Pero no puedo mentirte en ello. Amo a Paula pero… ― bajó la cabeza y apretó su puño derecho ―... pero ya le hecho mucho daño Pablito. No pudo decirte más. Sólo que Pau se merece algo mejor.
― ¿Algo mejor? ¿Algo como qué? ―Pedro desvió la mirada y el instinto masculino le dio la respuesta a Pablo ―. ¿Te refieres al rubio que vino a verla?
La mandíbula de Pedro se tensó. Elias.
Sí, se refiera a Elias. Al perfecto Elias. Al hombre que no le haría daño a Pau de la manera en la que Pedro le había hecho. Un hombre que compartía muchas cosas con su Pau, y sobre todo, un hombre que no le haría sacrificar su carrera por algo tan insignificante como él.
― Puede ser ― contestó al final Pedro.
― Eres un verdadero idiota, Pedro. Si te hubieras fijado como es la relación entre ellos no estarías pensando esto. Son casi como... ― alzó las manos buscando la palabra adecuada ―, no sé, como ella con nosotros. Como hermanos. Sabes a qué me refiero.
Pedro no estaba con ánimos de oír acerca de la relación de su Pau con otro hombre, mucho menos si ese hombre era Elias. La había dejado ir. Quería que fuera feliz, pero por ahora no tenía el valor de seguir oyendo algo más.
― Pablito, te lo agradezco. Pero he tomado una decisión.
― Por dios, es como hablar con la pared ― masculló Pablo con voz tensa. Se acercó la puerta y miró a Pedro antes de marcharse ―. Sabes, siempre te vi como un hermano ― su voz tenía una nota de tristeza mezclada con... decepción―, y siempre te he admirado porque a pesar de todos los
obstáculos a los que te has enfrentado, has salido a delante. Y es por eso que me cuesta creer que hoy solo veo a un hombre cobarde frente a mí.
Salió sin esperar una respuesta.
Pedro lo agradeció. No tenía ninguna.
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