Natalia Trujillo
viernes, 23 de diciembre de 2016
CAPITULO 69
― Deberías de ver a un médico ― comentó Eric mientras ayudaba a Pedro a descargar las cajas de verduras de la camioneta y meterlas a la cocina ―. Lo juro Pedro, tienes mal aspecto. Pareces… bueno… ― le pasó la caja de las zanahorias ―… pareces jodido. Además, el golpe que te dio Patricio parece no mejorar.
Pocos eran los que se atrevían a comentar acerca de los moratones que tenía el rostro. Eric era, para su desgracia uno de ellos. Además, entendía a lo que refería su amigo.
No había hecho siquiera el intento de curarse los golpes. No estaba particularmente orgulloso del ellos, pero era una forma de redimirse por lo que sabía, se merecía.
Ya había pasado más de mes de la marcha de Pau. En ese transcurso había bajado un par de kilos, se había dejado crecer la barba y todos los días estaba enojado. Para colmo, su pierna le había comenzado a doler. Los medicamentos no le servían de nada y la única forma de minimizar el dolor físico era recostándose y simplemente recordar los suaves labios de Paula sobre su pierna cicatrizada. Pero si aquello aliviaba el dolor físico, alimentaba el dolor del alma. Era un jodido martirio.
En las mañanas se mantenía ocupado haciendo cualquier cosa, incluso las que no le correspondía (como bajar cajas en la parte trasera de su bar) porque todo aquello evitaba pensar en Paula. Sin embargo, en las templadas noches de San Francisco, lo único que ocupaba su mente era Paula y en los locos deseos de salir corriendo a buscarla.
Pero cada vez que aquellos oscuros pensamientos ocupaban su cabeza, la cordura le llegaba.
Ella hablaba con sus padres al menos cuatro veces por semana, y ellos hablaban con sus vecinos al menos… todos los días. Así, Pedro se había enterado de que Paula acababa de recibir una beca para trabajar en Hawai por un año, que la habían condecorado con una medalla por sus investigaciones en España y que estaba por recibir otra en Francia. Todo eso evitaba que Pedro fuera a las Canarias por ella. La había dejado ir precisamente por eso.
Pero eso no evitaba que estuviera sufriendo.
― Cállate Eric ― alzó una caja y se la tendió a Eric
― Jesy y yo creemos que te lo tienes merecido ― dijo mientras caminaba hacia la pila de cajas y le tendía la caja a uno de los ayudante.
― Gracias… amigos ― susurró con ironía.
― En serio tío, estás loco en dejar ir a una chica como Pau.
Aquella frase ya se la sabía Pedro de memoria. No sólo se la habían dicho todas las personas que lo conocían, sino que él mismo se la repetía cada noche. Era una batalla de conciencias. A veces se sorprendía de poder dormir dos horas seguidas.
― Eric, si sigues con esto, me pondré a rechinar los dientes.
― Sabes que odio que hagas eso ― Pedro arqueó una ceja, luego abrió la boca y cerró ― Por dios, quien puede contigo. No sé como te soportaba Pau. A lo mejor por eso te dejó. Por ser un viejo amargado.
― ¿Algo más, Ophra?
― Sí. Muérdeme.
― No gracias, no eres mi tipo.
La puerta trasera se abrió de golpe y una cabellera rubia resplandeció en la entrada.
― Niños, dejen de pelear ― Jesy se acercó a Eric y le dio un beso, luego se dirigió a su jefe ― Pedro, tienes una visita.
― ¿Son los de la constructora con los planos de ampliación?
― No. Alguien más interesante.
Pedro bajó de la camioneta, se sacudió los vaqueros mientras caminaba hacia la recepción del bar. Se detuvo al ver la cabellera rubia de un hombre demasiado alto, sentado en la barra.
— ¿Qué haces aquí?
Elias sonrió sin muchas ganas. Se dio la vuelta, pero no se levantó. Tampoco se molestó en darle la mano para saludarlo.
— ¿Así es como recibes a las visitas?
― ¿Eres una visita?
Elias suspiró, agachando la cabeza.
— Cometí un error, y es mi deber enmendarlo.
— Si esto tiene que ver con Paula, está bien. Ya pasó. No im…
“No importa, Pedro”. La voz de Paula llegó a los rincones de su mente.
— Déjalo, Elias. Esta hecho.
— No puedo. ― Se rascó la barba naciente, advirtiendo que el tipo estaba un poco demacrado y distaba mucho del hombre que había conocido un mes atrás. Suspiró, pidiendo ayuda divina y rezando estar haciendo lo correcto ―. Digamos que aunque mi conciencia me remuerde, podría vivir con ello. Pero mi mujer no. Lleva semanas sin hablarme. Y lo que es peor, mi hija se ha enterado de esto y se ha unido al bando de su madre.
— ¿Mujer? ¿Hija? ― A Pedro le llevó un par de segundos procesar las últimas frases, entonces, sus ojos se abrieron como dos platos —. ¡¿ESTAS CASADO?!
Dio dos pasos hacia Elias, y aunque Elias no era un cobarde, se levantó del banco y se alejó tres pasos de Pedro, poniendo una mesa circular entre ellos.
— Bueno, casado, oficialmente casado con iglesia, pastel,ramo y esas cosas… no. Pero como si lo estuviera. Tamara y yo llevamos juntos desde hace más de siete años.
Tamara.
Aquel nombre le sonaba demasiado.
¿Por qué rayos Paula no le había dicho que aquella Tamara era la esposa de Elias? Su mente comenzó a recordar a una velocidad vertiginosa todas las menciones de aquel nombre.
—Yo pensé… pensé…
— Sé lo que pensaste — murmuró Elias con la cabeza gacha —. Te deje pensarlo a propósito. Quiero a Paula, pero de un modo distinto. He estado con ella en muchas cosas así como ella conmigo. La última vez que hablamos, bueno… deje que pensaras a propósito que ella y yo… bueno, volveríamos.
— ¡Eres un maldito! — gritó Pedro saltando sobre él y dándole un puñetazo en el mentón que mandó a volar a Elias a una buena distancia —. ¡Estúpido canalla! — gruñó, mirándolo desde arriba, con rencor.
Se oyeron pasos corriendo por el corredor, a través de la cocina, y Eric, Jesy y dos de sus empleados matutinos aparecieron frente a ellos.
— ¡¡Pedro!! ¿Qué rayos…? — Jesy no daba crédito a lo que sus ojos veían. Dio un paso hacia él para detenerlo, pero Pedro alzó el brazo como barrera.
— No se metan.
Eric tomó a su esposa de un brazo y colocó el otro sobre su espalda.
— Vamos cariño, creo que esto lo tienen que solucionar ellos solos. — Sus ojos estaban llenos de empatía masculina, y aquello hizo enojar más a Jesy, que se soltó de su agarre y los miró a todos furiosa.
— ¡Hombres tontos! ¿No saben resolver las cosas como personas normales? ¿Por qué todo tiene que ser a golpes? —Al ver que nadie contestaba Jesy se enojó más y alzó los brazos al cielo —. ¡Los hombres son unos idiotas!
— Honestamente, más les vale que lo que sea por lo que estén peleando, valga la pena, porque gracias a ustedes me acabo de ganar una cita con el sofá. — Y ustedes que miran, a trabajar.
— Me agrada tu amiga. Me recuerda a Tamara— dijo Elias acariciando la barbilla que le dolía como la muerte pero sabía que se lo merecía —. Me dijo lo mismo luego de correrme de nuestra habitación. Siento pena por su esposo.
Pedro le dio la espalda a Elias, apretando los puños y deseando poder golpearlo nuevamente.
— ¿No vas a preguntar por ella?
La ira se esfumó en un segundo.
El semblante de Pedro cambió, y un aura oscura lo cubrió. El sólo pensar en ella hacía que su pecho se contrajera y su corazón comenzara a latir velozmente. Pero no tenía derecho a preguntar.
— Está bien. Lo sé. Su madre le dijo a la mía que estaba a punto de irse a no sé dónde, le que le han dado una beca para una estancia. Ella está… Ella está bien. — A pesar de querer mantenerse imperito, sus sentimientos se delataron en el quiebre de la oración.
Algo de lo que Elias se dio cuenta.
— Corrección. A ella le va bien.
Cansado de la conversación, y sobre todo, del tema, se dio la vuelta para encarar a su verdugo.
— ¿Qué quieres de…?
La oración quedó volando en el aire.
Los ojos de Elias miraban el piso, pero en su rostro había una expresión de inmensa tristeza y algo más. Era como si estuviera a punto de llorar. Pedro no podía creerlo. Aquel enorme hombre….
— Cuando te dije todas esas cosas de Paula, lo hice con el único motivo de alejarte de ella — los ojos de Elias se contrajeron al recordar las palabras dichas —, porque simplemente no me agradabas. Habías dejado a Pau completamente rota, y regresarla a la vida no fue nada fácil.
Ambos hombres bajaron la cabeza, ocultando la misma expresión, pero motivada por distintas razones.
— Lo sé, y quizás no te interesen estas palabras, pero gracias.
Elias sacudió la cabeza.
— No lo agradezca. No lo hice por ti. No te equivoques, aun me sigues sin agradar — aunque tenía el ligero presentimiento de que si en otro momento hubiera conocido al hombre que tenía en frente, habrían sido muy buenos amigos. Joder, él era un amante de los deportes. Pero aun así, no podía borrar lo que le había hecho a Pau tan fácilmente —. Así que cuando ella me dijo que estabas aquí, en California, me comencé a preocupar, pero me dije a mi mismo, ella no puede ser tan tonta como para tropezar dos veces con la misma piedra. Oh iluso de mí. No sólo es tonta, es TONTA con mayúsculas. —Sus labios se curvaron al decir las últimas frases ―. Y luego me manda ese tonto correo a las pocas semanas de haber dejado España diciéndome algo de seguir el corazón y que no nos veríamos en mucho tiempo, me espanté. Porque no quería verla sufrir. Así que vine volando, literalmente. Y entonces te vi en la cena de navidad con ella, y debo admitir que se veían bien juntos — Elias recordó la forma en la que Pau interactuaba con aquel individuo —. Ahora que estoy más tranquilo, recuerdo con exactitud ese día. La forma en la que la miras… es la misma en la que yo miro a Tamara. Pero en ese momento lo único que veía era al culpable de que casi la
perdiera la última vez. Aun así…
Elias caminó hacia la barra. Entonces Pedro reparó en un pequeño cuaderno. Un poco femenino para ser de aquél tipo y comenzó a caminar hacia él. Entonces se produjo una reacción en cadena sobre todo el cuerpo de Pedro. A pesar de la distancia, el inconfundible olor de Paula le llegó a su nariz, hinchándose por absorber más de aquel placentero olor. Tratando de recordar si era tan bueno como recordaba.
— ¿Otro diario? ¿Me estas tomando el pelo, verdad?
Elias se lo tendió con una ligera sonrisa irónica.
— Acaba de terminar la quinta libreta. No creo que se dé cuenta de que le hace falta una. — Además, había tomado precauciones esta vez. Esperó a que Pedro lo tomara en sus manos. Los segundos pasaron y éste no hacía ningún movimiento ―. Este fue el primero, y creo que merece la pena que lo leas, Pedro Alfonso.
Movido por alguna fuerza extraña, el brazo de Pedro se estiró y tomó la libreta. Volvió a mirar a Elias y éste alzó los hombros.
— Te mentí. Hay algo que ella quiere más que a su trabajo. Tú. Por cierto, al final hay un regalo, de parte de mi mujer y mío. Esperamos que te sirva. ― Colocó dos dedos sobre su frente y los agitó a modo de despedida ―. Nos vemos luego.
Pedro no se movió. Observó fugazmente a Elias pasar a su lado, luego escuchó el timbre anunciar su salida y finalmente el golpe de la puerta cerrarse. Pero en ningún momento se movió.
Sólo podía observar la libreta que tenía en sus manos.
Si leía sin permiso aquellas hojas estaría traicionando a Paula… nuevamente. Aunque leer el diario anterior había sido algo necesario en cierto modo, volver a hacerlo estaba fuera de discusión. Lo tomó con una mano y con la otra lo acarició. La portada era dura y fría, sin embargo, para él, era como acariciar un pedazo de ella. Dios, la extrañaba demasiado. Tanto que le dolía el alma. Perdido en sus pensamientos, en su debate emocional, los minutos pasaron sin darse cuenta.
El ruido proveniente del pasillo lo distrajo y se encontró a sus amigos observándolo.
― ¿Se fue ya tu invitado? ― Con una mano en la cadera y su cuerpo ligeramente cargado sobre su lado derecho, los ojos de Jesy brillaban con sarcasmo. Pero él no reaccionó como ella esperaba, haciendo que su expresión cambiase, ahora preocupada ― ¿Pedro?
Eric frunció el ceño y señaló hacia el piso.
― Pedro, parece ser que te cayó algo.
Aquello alertó a Pedro. El “algo” resultó ser un pedazo de papel con colores azules. Se inclinó para recogerlo y sus ojos se abrieron tanto como pudo, víctima de la sorpresa.
― Al parecer alguien quiere hacerte entrar en razón ― murmuró Jesy a su lado. La sonrisa de mujer mala se había esfumado. Estaba la verdadera Jesy, la que se preocupaba por su amigo. Sus ojos sonreían de felicidad. Le quitó la hoja y leyó rápidamente las líneas. Eric estuvo a su lado en dos segundos y ambos sonrieron compartiendo un secreto ―. Y si no me equivoco, apenas tienes tiempo para llegar.
Pedro los miró sin saber que decir. Apenas estaba procesando lo que ese papel significaba. No podía hablar. Y al parecer Jesy y Eric lo entendían.
― Vete. ―Eric le dio unas palmadas en el brazo ―. Nosotros nos haremos cargo de todo aquí, hasta que… ― iba a decir “regreses”. Pedro lo sabía, pero su amigo decidió cambiar la frase por ―… tomes una decisión.
Jesy sonrió y le devolvió el boleto de avión.
― Aprovecha la moto. Está a punto de empezar la hora del tráfico. Si tienes suerte, llegarás. ¿Qué esperas? ¡¡Corre!!
Y Pedro siguió la orden al pie de la letra.
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Ayyyyyyyy, qué lindooooooo, la va a buscar!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarHermosos capítulos!!
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