Natalia Trujillo

sábado, 24 de diciembre de 2016

CAPITULO 70





― Y con esto… he terminado ― dijo Paula mientras tecleaba orgullosamente el punto final de su artículo sobre técnicas de rastreo planetarios.


Quitándose los lentes, comenzó a darse un suave masaje en los ojos, los cuales estaban cansados por estar tanto tiempo al ordenador. Sonrió con autosatisfacción. No pudo evitarlo.


Acaba de terminar las correcciones hechas por los referees sobre su último artículo de nuevas técnicas de observación de planetas utilizando la nueva herramienta de OSIRIS-GTC. Era el último proyecto que tenía pendiente en Canarias, luego, podría marcharse a Hawai sin preocupaciones, además, tendría una carta de presentación que no pondría en duda sus conocimientos.


Abrió los ojos y miró al techo. La próxima semana estaría rumbo a Hawai para hacer una estancia de un año, para estudiar un poco más del universo, y para cambiar de aires. 


La beca había sido inesperada y Paula prácticamente se había olvidado de ella, y fue hasta que recibió el correo que recordó haber metido solicitud para ella. Su casa estaba prácticamente vacía y las cosas importantes que no podría llevarse a Hawai estaban en casa de Elias. Tamara había insistido en que dejara desocupada la casa, pues un año pagando renta en un lugar que ella no viviría, sería algo verdaderamente tonto.


Se mordió la parte interna del labio inferior. Antes de irse a Hawai tenía pensado hacer una parada en otro lado. Y para ello necesitaba hablar con Elias, lo que recordó…


Levantándose de la silla, salió de su oficina. Eran las cuatro de la tarde y el lugar estaba tranquilo. Era sábado y por ése y los próximos dos fines de semana no habría mucho movimiento en el observatorio. Oyó un ruido proveniente del almacén de computadoras y corrió, pero no fue a Elias sino Rav quien encontró tecleando velozmente.


― Rav, ¿no sabes si ya regresó Elias?


― No ― contestó sin apartar la vista de la pantalla.


Caminó hacia el escritorio y se reclinó en el borde, con los brazos y pies cruzados. La computadora de Rev era la única que estaba prendida y le extrañó, pero quizás Stef y los demás había dejado los monitores apagados.


― Sé que se fue con Tamara y Carla de fin de semana ― y eso era una buena noticia porque significaba que Tamara finalmente lo había perdonado por lo sucedido en América ―, pero me extraña que no me hayan hablado para avisarme que había llegado.


Viendo que no lo dejaría en paz, Rav dejó en pausa su batalla de “Lord of War” y se giró hacia su jefa.


― Pau, no se te ha ocurrido que quizás se escaparon en un fogoso fin de semana. ― Acompañó la oración con un repetido levantamiento de cejas, pero lo detuvo cuando Paula lo miró detrás de las gafas, y con una ceja levantada.


― ¿Con Carla?


“Buen punto”, pensó Rav.


― Bueno, quizás no tienen señal.


Paula sacudió la cabeza.


― Tal vez, pero no lo creo. Tamara no soporta estar incomunicada.


Rav alzó las manos al cielo, se giró y se colocó en una mejor posición para regresar al nivel siete de guerra. Tenía unos cuantos malos que matar.


― Bueno, entonces vino E. T. y se los llevó ― dijo, con toda su atención sobre la pantalla.


― Creo que eso último es más creíble.


Colocó ambas manos sobre el borde la mesa y se aferró con fuerza. Tenía un presentimiento.


Algo que no sabía que explicar. Sumida en sus pensamientos, saltó como gato espantado cuando Stefana apareció en la puerta.


Estaba un poco agitada, y su respiración era acelerada.


― Stef, ¿estás bien? ― Se levantó y se acercó a ella, colocándole una mano en la espalda. A pesar de estar sacudida


― Sí. Es sólo que… ― alzó la mano y aleteó como si estuviera alejando moscas. Volvió a dar una gran bocanada y un poco más recuperada terminó la frase ―… nada. Vengo por Rav. Quedamos en ir al pueblo por pizzas, ¿te acuerdas Rav?


― ¿Eh? ―Rav la miraba como si tuviera cuernos en la cabeza.


Stef se paró erguida y lo miró con frialdad.


― Te lo dije en la mañana idiota.


― Estoy en medio de mi juego… ― Se calló en cuanto vio que la ceja derecha de Stef comenzaba a elevarse. Stefana no era conocida por ser paciente. Y él no tenía idea de porque rayos se lo quería llevar a comprar pizzas, pero si Stefana decía vamos, él tenía que seguirla o le caería la maldición llamada “furia de Stefana” ―. Por eso digo, que vamos a ir al pueblo por una pizza


Suspirando se levantó de su cómodo asiento y dejó el teclado sobre la mesa, traspasando un beso de su mano a las teclas. ― Suspirando se levantó de su cómodo asiento y dejó el teclado sobre la mesa, traspasando un beso de su mano a las teclas ―. Adiós cariño, no me extrañes.


Paula miró divertida la batalla verbal y sonrió más cuando vio que su amigo arrugaba sus cejas y salió de la habitación.


― ¿De qué quieres la tuya? ― preguntó Stefana.


Entonces Pau reparó en que se dirigía a ella. No quería pizza pero si le apetecía salir a estirar las piernas.


― Espérenme unos minutos y voy con ustedes.


Sus pies ya estaban alienados para ir a su oficina. No había sido una pregunta ni una propuesta, por eso le sorprendió cuando Stefana respondió con un marcado acento europeo:


― No. Tú ya tuviste tus vacaciones freund von mir, y nosotros queremos salir un rato para variar. Además, tú eres la única que queda libre aquí para cuidar el negocio. Así que repito, ¿de qué quieres tu pizza?


Viendo que era una batalla perdida, y recordando como Rav había pasado por lo mismo, suspiró y sonrió a la vez.


― Aguafiestas. Ya saben de qué. Mucho queso y peperoni con mucho pimiento y que ésta vez no se les olvide la salsa.


― Dinero ― exigió Stef estirando la mano hacia el rostro de Pau.


― ¡¿Qué?! Yo pagué la última vez las tres pizzas. Sola. Todos me dijeron que me iban a pasar el dinero después y hasta el día de hoy no he visto ni un penique.


― Es que tú eres demasiado buena. Yo no. ― La mano seguía todavía en el aire, extendida.


Exhalando, Paula agitó su cabeza mientras hurgaba en los bolsos de su vaquero buscando algo de monedas. Sacó un par de billetes y se los depositó a Stefana en la mano.


― Gracias.


― Terrorista. ― Comenzó a caminar hacia su oficina cuando recordó lo que la tenía tan preocupada ―. Oye, ¿sabes algo de Elias y Tamara?


Stef se dio la vuelta y sacudió la cabeza varias veces.


― No. Nada. ― Su voz sonó más aguada lo cual le dio una idea a Pau.


― No sabes mentir. Habla― Se acercó lentamente pero conforme ella daba un paso Stef retrocedía otro, y muy largo.


― No tengo ni idea y me voy porque los demás ya han de estar esperando. Nos vemos.


Quiso salir corriendo detrás de ella, pero Pau pensó que aquello sería muy infantil. Suspiró, caminando de regreso a su oficina, pensando en su futuro.


Llegó a la puerta, pero no entró. Simplemente admiró la pequeña oficina, ahora un poco desierta. Sin Elias y prácticamente sin sus cosas, estaba diferente. En un par de días estaría en una de las islas más importantes del mundo… completamente sola. Exhaló abatida, y fue hacia el cajón superior de su escritorio. Sacó los boletos de avión, y estiró los labios. El primer boleto tenía salida el miércoles, y el segundo tenía fecha marcada dos días después para salir del aeropuerto de San Francisco.


En dos días las cosas podrían cambiar. Si todo salía como esperaba, entonces esperaba no marcharse sola a Hawai. 


Sin embargo, si por la fuerza del destino, sucedía todo lo contrario, simplemente podría saludar a su familia y despedirse por un largo tiempo. Jugó con los boletos unos minutos, advirtiendo entonces algo inusual. El lugar estaba demasiado tranquilo. No oía el ruido de los motores trabajando, ni el de los procesadores de las computadoras o la máquina de café. El lugar estaba muy silencioso.


Paula salió su oficina y comenzó a caminar hacia la fuente de poder cuando el lugar se quedó completamente a oscuras. Dentro de la enorme cubierta no se filtraba ningún rayo de sol.


Paula se detuvo sintiendo miedo por primera vez. Aquel lugar es su santuario… hasta ese momento. El silencio provocó escalofríos recorrer por su espalda.


― ¡Chicos, esto no es gracioso! ― gritó Pau, sin preocuparse por las notas de nerviosismo que acompañaban sus palabras ―. ¡Ya basta de bromas! ¡Prendan las luces de inmediato! ― vaciló esperando atenta ―. ¡Prende la luz, ya!


El lugar se iluminó.


Pero no fue la luz blanca cegadora lo que dejó a Pau sin habla. Era la visión del hombre que tenía frente a ella la que la había paralizado por completo.


― Te veo ahí parada y pienso que es un espejismo. Te veo y sólo puedo pensar en lo fuerte que eres. Pensaba que DiMaggio y Ruth eran mis héroes pero los dejas por debajo del listón. No sólo tuviste la fuerza suficiente para salir a delante, sino para brindarle a este tonto una segunda oportunidad que dejó escapar por razones que luego te voy a contar. Te traje esto.


Paula se fijó entonces en su mano, que llevaba aprisionada una libreta. Su libreta. ¿En qué momento había desaparecido? Las había revisado el día anterior y las cinco libretas estaban en su mochila, guardas y listas para viajar. 


La única manera en que esa libreta esté en manos de Pedro y de que ella no se hubiese dado cuenta era que alguien la había tomado y había remplazado la libreta por una igual. Y sólo había una persona libre para ese plan.


Volvió la mirada hacía el, recelosa. No podía creer que él estuviera ahí. Recordó entonces los papeles en sus manos y los apretó con fuerza. Se preguntó si Pedro había leído la libreta, pero no podía hablar. Su garganta estaba sellada y sus labios pegados.


― No. No lo leí ― contestó Pedro al ver su expresión. ― No tengo derecho a hacerlo. Pero déjame hablar antes. ― Caminó hacia el escritorio más próximo y dejó el cuaderno sobre la superficie, como si fuera una ofrenda de paz. Regresó a su posición original, luchando contra el deseo interno de tomarla en brazos, pero antes tenía que explicarle muchas cosas ―. Ahora hay dos Pedro en mí. Uno que se esta dando golpes contra la pared, gritándome que me marche, que te deje ser libre, que sigas adelante con tu carrera, con tus proyectos, que se dice que estas mejor sin mí que conmigo. Que te mereces algo mejor que un tipo que no sabe que hacer con su vida, que ni siquiera tiene un oficio seguro. Y luego está éste otro Pedro que se dice a sí mismo, “Tío, no la dejes ir. Si todavía tienes algo de materia gris en la cabeza, ve por ella, tómala y no dejes que se te vaya de las manos.” Es una batalla constante de dos personas viviendo dentro de mí y me estaba volviendo loco.


Paula sentía sus ojos picar y su barbilla temblar. Recordaba, casi en otra vida, como ella le había dicho casi esas mismas palabras a Pedro en la playa. Y recordaba también las palabras de él.


― ¿Y cuál ha ganado? ― preguntó con voz enronquecida, hablando por primera vez.


― No lo sé. Creo que jamás me desharé del primer Pedro y en algún momento me preguntaré si no te estoy arrebatando algo ― quiso dar un paso hacia ella pero se detuvo. Volvió a mirarla y a pesar de la poca luz que alumbraba el lugar Paula podía jurar que los ojos de Pedro brillaban por las lágrimas. Que sus ojos eran espejos de los suyos, luchando por no rendirse al llanto ―. Tengo tanto miedo Pau, de que te vuelva a destrozar el corazón por tercera vez, pero tengo más miedo de pasar la agonía que supone vivir sin ti porque una vez traté de hacerlo y no fue como lo esperaba. No había esa sensación de complemento, ni la necesidad urgente tenerla siempre en mis brazos, ni la loca idea de despertar en medio de la noche y comprobar que estabas ahí, y eras real.


Ella lo entendía perfectamente. Trató de sonreír pero sólo pudo esbozar un gesto pobre y melancólico. Bajó la cabeza para ocultar su felicidad mezclada con tantas emociones y alzó la mano con la llevaba los papeles para limpiarse las lágrimas que caían en silencio. No sólo había perdido el habla sino que su cuerpo se negaba a moverse.


Una mano callosa, un tacto conocido, tomó su barbilla y la alzó para encontrarse con su mirada. Colocó ambas manos a los costados de su rostro y comenzó a limpiarle las lágrimas con los pulgares.


― No me puedo deshacer del primero pero estoy aquí Pau. Estoy aquí ― dijo las últimas palabras en un susurro provocando que el llanto aumentara, lo cual asustó más a Pedro y comenzó a hablar rápidamente ―. Estoy aquí Paula Cleopatra. No te puedo dar las estrellas o la luna, pero te puedo dar lo único que tengo: yo. Mi ser, mi cuerpo, mis manos, todo yo, que vivirá para adorarte por los días que me queden de vida.


Limpiándose la nariz, Paula hizo lo impensable para Pedro.


Comenzó a reír.


― Toma. ― Le extendió los pasajes de abordar mientras se sacudía de la risa. El destino era tan tonto algunas veces ―. Salía para San Francisco pasado mañana. Te iba a hacer entender de una vez y por todas que eras para mí.


Pedro soltó una risilla.


― ¿Quieres que me vaya y te espere hasta pasado mañana?


― No ― Paula se alejó de él y fue por la libreta, regresando a su lado con ella y entendiéndosela a él ―. Quiero que leas esto.


― Pau, no es necesario.


― Hazlo por mí. Sólo la primera página.


Ella le señaló la libreta y él a regañadientes la alzó buscando un mejor ángulo para leer. Aún tenía el sabor amargo de las últimas palabras escritas en el viejo cuaderno. Pero por ella atravesaría carbón ardiendo si se lo pidiera. Reconoció su caligrafía suave y elegante y comenzó a leer en voz baja.


― La vida da muchos giros. Algunos nos sitúan en lugares que esperábamos con ansias y otros, nos ponen ante momentos que jamás habríamos imaginado. Sentada aquí, olvidada en alguna parte del mundo, quiero escribir mi historia… otra vez, porque esta vez, mi historia ha cambiado. 
Esta vez, deseo hacerlo correctamente. Sin que la ira, la tristeza y toda aquella oscuridad me abrace. Porque a pesar de no estar a su lado, a pesar de extrañarlo con todo mi ser, estoy bien.
Porque mis sentimientos están claros. Me duele, sí. Pero un sentimiento se eleva por encima de todos los que me rodean, un sentimiento que me hace sentir a flote. El amor. Te amo, Pedro Alfonso.


― Te amo, Pedro Alfonso ― repitió ella, quitándole la libreta y dejándola en algún lado.


No se fijó. Era lo que menos le importaba.


Se acercó a él y tomó su rostro entre sus manos.


― Te amo, Paula.


Pero antes de sellar el trato silencioso con un beso, antes de hacer lo que sus cuerpos clamaban hacer, a Paula le faltaba una última cosa.


― Pedro, en realidad, la proxima semana me voy a…


― Hawai. Lo sé. Creo que necesito hacer la maleta. Bueno, primero necesito comprar una maleta y luego ropa. Y zapatos. Y calzoncillos. Elias no me dio tiempo de nada. Y eso estuvo bien, porque si lo hubiera hecho, si me hubiera dado tiempo para pensar en vez de actuar no sé qué habría hecho. ― sonrió y acarició la barbilla de Pau ―. Tu vida está ahora en Hawai, Pau, y la mía está donde tú estés.


― ¿Pero y el bar? San Francisco…


― Creo que Jesy y Eric serán buenos socios. Además, la gente de allá debe comer y divertirse, ¿no es así?


― ¿Estás dispuesto a dejar todo por mí?


No se dio cuenta de que había estado aguantando la respiración, en la espera de la respuesta de Pedro, hasta que lo oyó decir:
― No, Pau, estoy dispuesto a crear un nuevo mundo por ti.


El beso fue la mejor manera en terminar aquel momento mágico.


Finalmente, las cosas eran del modo en que habían estado predestinadas a ser.






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