Natalia Trujillo

sábado, 24 de diciembre de 2016

EPILOGO








― Guacála ― gimió Cata al ver a sus tíos besándose ―. Es asqueroso. Se pasarán bichos así.


Se dio la vuelta y comenzó a alejarse hacia la mesa de bocadillos. Había visto unos pasteles apetitosos y su mamá estaba platicando con la novia, así que no la vería comer. 


Además, odiaba esas mallas blancas y el vestido blanco vaporoso de princesa que llevaba puesto. Era una boda, lo sabía, había visto muchas en la tele con su prima Ale, pero ¿cuál era el punto de ir todos vestidos como de la realeza? Miró a Alejandra y gimió. Su prima venía a su lado, pero parecía vivir en otro mundo. Saltaba y saltaba y sus manos iban de un lado a otro.


― Es tan romántico.


― Lo que digas. Yo tengo hambre.


Llegó a su mesa preciada y alzó las manos, indecisa sobre cual tomaría primero. Al final se decidió por uno que tenía una crema blanca y frutas cortadas. Cata amaba las frutas cortadas. Le dio una mordida al panecillo y miró hacia la pareja que platicaba con sus papás y sus tíos.


― ¿Y ahora qué?


― Hay Cata, pues como todas las películas románticas, vivirán felices por siempre jamás.


― Yo estaba pensando en un bebé como el tío Pedro y la tía Pau.


El tío Patricio y su nueva tía Cris estaba sonriendo y platicando con sus tíos, sus papás y los abuelos. Todos estaban felices porque horas antes la tía Cris le había dado el sí al tío Patricio. Ella ahora lucía un lindo vestido de princesa, blanco y muy largo. Llevarle la cola había sido un gran problema y se había tenido que concentrar en no aplastarlo. Había peleado con Ale por tirar los pétalos de rosas pero según era una tradición que la niña más pequeña llevara la cola de la novia.


Aún tenía dudas y cuando llegara a casa, buscaría más tarde en internet sobre ello, pero mientras tanto, aceptaría la respuesta de su mamá. Los novios se marcharon y la atención de Cata residió en su tía Paula y su tío Pedro.


Adoraba a su tío Pedro, porque no la trataba como a una niñita. Y ahora que estaba casado con la tía Paula era doblemente su tío. Aunque no le gustaba mucho eso de que besara a la tía Pau a cada rato. Y luego los encontraba dándose palmadas… ¡Palmadas en el trasero! Eso no era decente. Cata arrugó la nariz, sintiendo pena por su primo Noah. Tenía sólo un año y era el más pequeño de la familia. Sus padres lo colaron entre ellos dos y comenzaron a darle besos en sus mejillas rechonchas. Cata suspiró. El pobre no sabía lo que le esperaba. Si el tío Pedro y la tía Pau eran tan melosos como sus padres, al pobre Noah le llevaba una vida de sufrimiento. Pero al menos no tendría que llevar esas tontas malla, lo que le recordó…


Se rascó automáticamente la rodilla y la parte trasera. Tenía unas enormes ganas de quitarse la ropa, pero su mamá no le había traído ropa a propósito. Y andar desnuda no era una opción.


Llegaron entonces el abuelo Pascual y la abuela Penelope junto con el señor y la señora Alfonso para tomar a Noah de las manos de sus papás. A pesar de las protestas de la tía Pau, la abuela Penelope ganó y tomó a Noah en sus manos. 


Entonces Cata observó al tío Pedro llevar a la tía Pau a la pista, donde estaban su tío Patricio, Pablo y su mamá bailando con la tía Cris, la tía Ale y su papá respectivamente.


Los observó cuidadosamente.


Todos parecían estar en sincronía. Analizarlos era muy interesante y a la vez frustrante. A ella le gustaban los números, amaba los números y poder contar cualquier cosa. Los pasos de un baile, los giros, las notas… pero cuando observaba a sus tíos y sus papás, los números desaparecían. Había algo ahí, algo casi… mágico.


¿La mirada? Sí, quizás era eso. Pero también la forma en la que se movían. Era hipnotizante.


El tío Pedro le susurraba cosas a la tía Pau que le daban risa. A lo mejor era un chiste. El tío Patricio sólo veía el rostro de la tía Cris, quizás estaba advirtiendo que el maquillaje se le estaba corriendo, pero por la forma en la que la miraba aquello parecía no importarle. El tío Pablo le daba giros a la tía Ale, y ella en vez de enojarse, soltaba risas. Y sus papás… advirtió donde tenía parada su mano SU papá y desvió la mirada. Aquello no tenía que verlo.


― Es tan romántico.


Alzó los ojos al cielo. Casi se había olvidado del Ale. Volvió a morder su pastelito, luego le dio dos mordidas más y se lo acabó. Se rascó la mejilla y se batió con crema el lugar, pero ella no se dio cuenta. Muy, pero muy en su interior, le gustaban también las historias de princesas. Y aunque había escenas en las que las princesas eran muy tontas y los príncipes unos ineptos, Cata también opinaba que el final era la mejor parte de cada cuento. Sin embargo, el felices por siempre nunca le había gustado y aquello había sido una larga discusión con su mamá. Porque, ¿cuándo dura por siempre? No. A ella le gustaba algo más real.


― Felices por ahora me agrada más ― murmuró Cata mirando a todas las parejas en la pista.


― ¿Qué? ― preguntó Ale saliendo de su cuento de hadas.


― Nada ― contestó. Se dio la vuelta y tomó dos panecillos ―. Toma. Aprovechemos que nuestras mamás están ocupadas. Cómelo, está delicioso.





2 comentarios: