Natalia Trujillo

domingo, 18 de diciembre de 2016

CAPITULO 52





Pedro fue el último en despedirse, y gracias al “tacto” de Penelope, pudo hacerlo, sin la antipática contemplación de Elias. Pedro la tomó de las manos, jugando con ellas. Ninguno de los dos decía nada, absorbiendo el momento mágico en que estaban encerrados. Al final, fue Pedro quien rompió el encanto.


― Paula, sobre lo que íbamos a hablar esta noche.


Ella alzó la cabeza, mirándolo con cierta tristeza y cansancio.


― ¿Lo podemos dejar para mañana? Hoy estoy cansada ― en realidad, quería hablar con Elias primero, y dejar de una vez por todas, las cosas claras.


Pedro asintió de mala gana y le dio un cálido beso, sólo uno, casto, simple, pero acompañado de las palabras que hacían estremecer todo su mundo:
― Te amo, Paula Cleopatra.


Pau lo abrazó, y descansó su cabeza sobre su pecho, justo debajo de su barbilla. Era increíble que esas dos palabras calentaran su cuerpo en ese frío invierno con la misma eficacia que el calor de las llamas de chimenea. Y a pesar que lo había sabido por varias semanas, oírlo salir de los labios del hombre más maravilloso del mundo, no tenía comparación. La hacía sentir desarmada, desnuda… así que trató de suavizar el momento con su sarcasmo.


― Es la segunda vez que oigo ese nombre en toda la noche. Por favor, ya no me torturen más.


― Aun así, te amo.


― Lo sé Pedro― contestó dándole una sonrisa de felicidad.


― No era eso lo que esperaba señorita.


Pau fingió estar ofendida y alzó una ceja.


― ¿Que esperabas entonces? ¿Qué me desmayara a tus pies después de la confesión?


― Como mínimo.


― Pues tendrás que esperar mucho más.


― Eres desesperante.


― No, en realidad soy inteligente ― Paula alzó los brazos y los entrelazó detrás del cuello de Pedro ―. Yo siempre te he amado y tú te acabas de dar cuenta. Esa es la verdad.


― Siempre es mucho tiempo, Pau.


― He de reconocer que hubo un tiempo en que pensé que te odiaba ― la cara de Pedro se contrajo de dolor sabiendo a que tiempo se refería ella, aunque no del todo acerca del por qué, y Paula sentía que ya no valía la pena hablarlo ―. Pero ahora sé que nunca lo hice. Estaba enojada contigo, sí, pero jamás al grado de odiarte. Con el destino o lo que sea que fuera eso, estaba enojada por haber arruinado… ― “mi vida, mi trabajo, a mí”, pero se vio diciendo ― todo.


― Sobre lo que pasó hace cuatro años…


Con dedos rápidos, Pau le cubrió sus labios y le sonrió.


― ¿De verdad vale la pena hablar de ello? Yo creo que no. Aquello ha pasado Pedro. Y hoy estamos tu y yo aquí, frente a frente, Eso, es lo que creo que vale la pena ― aquellas palabras, susurradas en la oscuridad no eran sólo para Pedro. Paula se hablaba a sí misma, dándose un bálsamo de lealtad a su autoestima. Tenía que seguir a delante. Así que alzó la mirada y se dejó perder en aquel par de ojos plateados como la luna ―. Te amo, Pedro. Siempre te he amado.


Pedro sonrió. Sonrió como nunca. Sentía que no sólo estaba sonriendo con la cara, sino con el corazón, con el alma y con todo lo que lo conformaba. Empezó a depositar besos por su nariz, mejillas, cuello, barbilla… haciéndole honor a la mujer más maravillosa del mundo.


― Me encantaría poder llevarte a la playa, y darte los mejores recuerdos posibles cariño.


― No te preocupes. Tenemos Año nuevo, San Valentín, el día de la marmota, el 4 de julio ― Paula vio confusión sembrarse en el rostro de Pedro. Esa misma dio paso a la sorpresa y luego al asombro ―, y los demás días de nuestras vidas para regresar a la playa.


― Paula ..


― He tomado una decisión.


La cabeza de Pedro empezó a sacudirse violentamente de una lado a otro.


― Es que de eso es lo que quería que hablásemos. Esto no es algo que puedas decidir tu sola. También tengo que opinar ― y aunque la idea de irse a España… bueno, le provocaba algo, deseaba que ella supiera que él también podía hacer lo que fuera por ella. Pero Paula no pensaba
así.


― Pero lo he hecho. Estaré más cerca de la familia, y bueno, estoy segura que en la UC puedo conseguir algo. No hay muchos astrónomos regados por el mundo si me entiendes. ― siguió hablando, para evitar que él la interrumpiera ―. Tendremos que buscar una casa pronto. Esto de irnos escabulléndonos a los hoteles no me gusta, aunque bueno, no me puedo quejar, el Fairmont no es precisamente feo ― dijo con cierta complicidad. El Fairmont Heritage Place era uno de los mejores y más exclusivos hoteles de la ciudad, y el cual había sido testigo de muchas noches de pasión entre ellos ―. Prefiero una casa cerca del Union Square, así podríamos salir a pasear cada fin de semana y comprar cosas nuevas. También quiero que me enseñes a manejar a Indi. Es una vergüenza que como tu novia no sepa siquiera prenderla.


“¿Novia?”, pensó con ironía Pedro. La mujer que tenía entre sus brazos merecía un título mejor que novia. Tenía uno mejor en mente, pero para ello necesitaba de un pequeño detalle.


Nuevamente, Pau tenía otras cosas en la cabeza. Se separó tan rápido que Pedro no pudo vaticinar su movimiento.


― Bueno, Pedro, en verdad lamento dejarte, pero tengo que ir a jalarle las orejas a alguien, así que buenas noches.


― Mañana a primera hora, en cuanto te desocupes de ese amigo, hablaremos. Dios, y yo esperando esta noche con locura y mira…


― Vamos, ya después te lo compensaré ― entonces una idea cruzó por su alocada cabeza ―. Aunque en realidad te compensaré doble. Habla con Elias. Dale una oportunidad.


― ¿No pides mucho? ― trató que su voz no denotase sus sentimientos, pero el grave tono irritado acompañó a sus palabras. Aun así, Paula no se amedrentó.


― Es mi mejor amigo, y así todo mula y cabezota como se ve, es una buena persona. Por favor, hazlo por mí. Será… ― buscó una buena analogía, y aunque sabía que sonaría muy raro, era la mejor que se le había ocurrido ―… como si yo me volviera a enamorar de ti. La vieja Paula volverá a caer rendida a tus brazos.


La mirada de Pedro no pudo ser más reveladora. Completo horror.


― Gracias, ahora sí ha logrado bajarme el ánimo completamente. Mi ego no puede estar más herido ahora.


A pesar de querer echarse a reír a carcajadas, Paula sabía que tenía que insistir.


― Hazlo por mi Pedro. Por favor, por favor… ― y recurrió al viejo tono característico de las mujeres Chaves, aquel en que arrastraban la última sílaba acompañada de una mirada de can abandonado. La había utilizado sólo dos veces en su vida, y a pesar de parecer patéticamente femenina, habían resultado ― por favorrrr.


― Dios… está bien ― Pedro sabía muy bien lo que Pau estaba tramando, pero como todo hombre enamorado, las hormonas regían su cuerpo ―. Mañana estaré en el restaurante todo el día. Se lo debo Jesy y Erik, así que date una vuelta con él por allá.


― Gracias, Pedro, ahora sé por qué te quiero.


― Sí, lo sé, yo y mi enorme corazón. Y ahora métete antes que decida raptarte y olvidarnos de tu invitado.


Sonriendo, Paula entró a la casa por la cocina. Sólo estaban encendidas las luces de la cocina y la salita, donde se oían voces. Suspirando por lo que sabía se venía, abrió la puerta de la cocina y entró directamente a la sala.


―… estamos felices por ellos. Se lo merecen en verdad.


― ¿De qué tanto hablan? ― preguntó Pau, acercándose a su madre.


Penelope estaba sentada con los pies recogidos sobre su sillón favorito. Elias estaba a un lado de ella, sentado en otro sillón, con una taza en las manos. No vio a su padre por ningún lado.


― Oh, nada. Platicando con Elias de las buenas nuevas de éste año.


― ¿Dónde está papá?


― Ya sabes que ese pobre ya no aguanta mucho ― Penelope no era tonta y sabía que esos dos tenían mucho que platicar, así que dio un fingido bostezo y alzó las manos ―. Bueno, yo subiré a prepararte tu habitación Elias, en unos minutos pueden ya subir para que te acomodes.


― Gracias Penelope.


Paula bajó su rostro para recibir un beso de su madre.


Ambos la observaron salir de la estancia y guardaron silencio hasta que los pasos en la escalera fueron tenues ecos. Entonces Paula se volteó hacia Elias con la ceja alzada y los brazos cruzados.


Elias alzó la taza y saboreó el delicioso café, agradeciendo la calidez de la taza contra sus dedos. Vaya que hacía frío en San Francisco.


― Tu madre es encantadora. Igual que su hija. Tienes una gran familia.


Paula no se movió de su lugar.


― La palabrería no te salvará de esto, Elias.


Él la observó detenidamente. Sí, había cambiado, pero ¿qué tanto habría sido ese cambio? ¿Y hasta dónde había llegado?


― La verdad es que no me esperaba tu visita ― dijo Pau acercándose hacia donde él ―. No después de que no contestaras mis mensajes ni devolvieras mis llamadas.


― Esperaba que entraras en razón. ¿Todavía sigues con la tonta idea de quedarte? ― esperó una respuesta. Una intervención de parte de ella. Pero lo único que vio fue la determinación en su mirada ―. ¿Volverás a echar a la borda tu carrera? Todo lo que has luchado se irá al caño por…
¿por él?


El encolerizado tono de Elias hizo que Paula se pensara bien en la respuesta que debía darle a Elias. Se acercó hasta él y se sentó a su lado, quedando frente a frente. Podían gritar –
aunque esperaba que no llegaran a eso, ya que estaban en casa de sus padres–, enojarse o no dirigirse la palabra pero Paula quería hacerle entrar en razón a él de una vez y por todas.


― Lo amo, Elias.


Elias dejó la taza en la mesita de la lámpara y se echó hacia atrás en el asiento, llevándose las manos a los ojos, presionándolos con las yemas de sus dedos.


― Sí, a veces creo que ese es tu mayor error ― se giró y le tomó las manos ―. Paula, es sólo que recordar lo que ese hombre te hizo…


Ella rompió el contacto, parándose de un sentón y caminado de un lado a otro.


― Estoy harta de que todo mundo use ese tono conmigo ― lo miró buscando hacerle entender ―. No soy una chiquilla de quince años viviendo su amor de verano.


― Eres algo peor ― opinó Elias con pesimismo ―. Una mujer de treinta y tres años enamorada de su primer amor viviendo una aventura de invierno, creyendo que está haciendo una elección madura.


― Esto no es una aventura Elias, lo amo. ¿Qué parte de lo amo no entiendes? ― chilló casi al borde de un grito desesperado, pero se contuvo. Tenía que recordar quienes estaban en los cuartos de arriba.


Elias se levantó del asiento y caminó hacia donde ella, tomándola de ambos brazos con firmeza, pero sin provocarle dolor.


― No dudo que tú puedas amarlo. Le has perdonado demasiado Paula. Pero ¿y él qué? ¿Cómo puede volver a tocarte sabiendo todo lo que por su culpa pasó?


Paula desvió la mirada rápidamente, y a pesar de la poca luz del lugar, Elias notó que se puso un poco pálida.


― No quiero hablar de ello ― sentenció Paula.


Los ojos de Elias se abrieron desmesuradamente, y sin querer, ― ¿No se lo has dicho? Es que… Paula, no hagas esto.


― Antes de seguir con esto, quiero que me escuches. Por favor ― Paula tomó sus manos entre las suyas y las entrelazó fuertemente ―. Eres mi mejor amigo Elias, el mejor que puedo tener en este mundo, y sé qué harías lo que fuera por mí. Lo sé. Así que por favor, dale una oportunidad Pedro. Verás que si las cosas hubieran sido distintas, habrían sido grandes amigos.


La cabeza de Elias se sacudió de un lado a otro, mientras que sus manos se separaban de las de Pau.


― Lo dudo en verdad, cariño.


La paciencia de Paula se estaba evaporando como agua en punto de ebullición. Elias, al parecer no iba a entender de buenas maneras.


― He tomado una decisión ― su voz fue ahora firme y tenaz ―. No voy a cambiar de parecer.


― ¿Y porque rayos no acepta irse él a España? ¿Por qué tienes que ser tú la que se tiene que quedar?


Había una razón muy oscura por la que Paula no le había pedido eso a Pedro. No sólo era la familia, el amor. Era Elias. Elias y todas las personas que sabían ya fuera porque habían estado presentes o por rumores, acerca de su frágil condición. Las miradas, a veces disimuladas, otras muy directas, provocarían en Pedro la reacción que ella más temía. Que él le preguntase porque la miraban con tanta compasión.


La mano derecha de Pau se alzó para colocar un mechón detrás de su oreja bajando luego por sus labios resecos. 


Rara, muy rara vez, Paula le mentía a Elias. Pero no estaba dispuesta a admitir esta verdad. En vez de eso, decidió hacer una huida cobarde, e inventar otra.


― Pedro está haciendo una expansión a su negocio. Si se fuera, no tendría nada.


― Así que él prefiere que tú te mudes de regreso a América, para que él pueda seguir adelante con su vida. ¿Qué clase de hombre le pediría eso a la mujer que dice amar?


― Ninguno, porque él no me lo pidió. Yo lo decidí ― suspirando, Paula se dejó caer sobre el sofá colando los codos sobre sus piernas y estrujándose el rostro, cansada ―. Pedro tuvo un accidente hace algún tiempo. Ya no puede volver a jugar nunca más. Su negocio es todo lo que tiene.


― ¿Y eso qué? Él ya vivió su vida, tuvo sus años de gloria. Tú apenas estás comenzando.


Recordó una plática en el restaurante con Pedro, el mismo día en que se habían resulto las cosas. Y sí, la vida de Pedro había terminado, quizás aún le habrían quedado un par de años, cinco cuando mucho, pero el final era inevitable. Mientras que para ella, éste era su momento.


― ¿Por qué me estás haciendo esto, Elias? ― susurró Pau, sin mirarlo.


Oyó los pasos acercándose a ella, sus manos sobre las suyas, y vio a Elias hincado frente a ella, tomándola de la barbilla.


― Porque me preocupo por ti, ese es el por qué.


― Entonces, si tanto te preocupas por mí, habla con Pedro. Trata… ― apretó las manos con fuerza al sentir que él intentaba alejarse ―, solo trata, por mí Elias. Hazlo por mí.


La mano masculina rozó las mejillas de Paula, para luego jugar con un mechón de su cabello.


― Está bien, hablaré con él mañana.


A pesar de haber ganado la batalla, Pau no sintió ganas de sonreír. En cambio le dio una mueca y asintió.


― Gracias.


Elias le dio un palmada en la pierna y se levantó.


― Y ahora, muéstrame mi habitación. Llevo casi dos días sin dormir decentemente, y después de esta cena, estoy muerto.


Paula lo acompañó por su pequeña maleta que estaba en la entrada de la casa, y subieron hasta la habitación en silencio. Dirigió un agradecimiento mental a su madre una vez que prendió la luz del lugar, ya que estaba pulcramente arreglado. Le enseñó el espacio, sencillo pero práctico, así como la ubicación de las toallas y accesorios de limpieza. 


Cuando vio que Elias trataba de reprimir un bostezo, se apresuró a despedirse. Justo en la puerta de la habitación se dio la vuelta y sonrió a su mejor amigo.


― Por cierto, feliz navidad, Elias ― y cerró la puerta.


Elias sonrió con alegría, pero su sonrisa fue decayendo hasta que no fue sino una sombra de expresión. Colocó el seguro a la puerta y regresó por su maleta, colocándola sobre la cama. De ella, sacó algunas ropas un poco arrugadas, y entre la multitud de prendas, una vieja caja emergió del fondo. Se dejó caer con cierta pesadez sobre la cama, casi seguro de que era provocado por el peso de su propia alma. Observó la vieja caja de zapatos y la abrió. Por alguna extraña razón le había parecido mal sacar la libreta de su caja, donde sabía Paula la había mantenido oculta tanto tiempo. La caja ocupaba mucho espacio, pero sintió que viajar con la libreta sin esa caja era como transportar a un muerto fuera de su féretro. Sacó una libreta de pasta marrón y cuando la abrió en la primera hoja observó que ahora eran de un color amarillento, provocado por el paso de los años.


Estaba casi seguro de que Paula no había vuelto a leer esas hojas desde que las había escrito.


Quizás y había olvidado el cuaderno, pero él no. Él había tenido la oportunidad de leer el contenido de aquella libreta, con su permiso y animada por el psicólogo que la había visto en Puerto Rico. Leyó las primeras palabras y algo en su interior aulló de dolor e ira. ¿Cómo había podido perdonar Paula al hombre que le había causado tanto dolor?


Dejó el cuaderno fuera de la caja, pero envuelto entre sus ropas y metió la caja dentro de la maleta. Estaba a punto de traicionar la amistad de su amiga, pero se preocupaba por ella como por pocas personas. Y estaba dispuesto a lograr de una vez por todas que Paula despertara de su mundo de hadas y volviera al mundo real en una sola pieza. Y si para ello tenía que contarle la amarga verdad que ella se trataba de mantener oculta, que así fuese.





2 comentarios:

  1. Pero qué metido ese Elías. No se da cuenta que Pau es feliz con Pedro??? Ayyyyy, me exaspera!!!!

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  2. Uhh no tan bien que veníamos,llegó para arruinar todo,pobre pau que la deje ser feliz @rociibell23

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