Natalia Trujillo

lunes, 19 de diciembre de 2016

CAPITULO 53




La mañana de Navidad resultó como cualquier día después de una gran fiesta en casa de los Chaves: tranquila y apagada. Los integrantes de la familia tenían por costumbre levantarse después de las diez de la mañana, sin embargo para Paula la tradición había sido interrumpida por una pesadilla.


Acostada en la bañera reposando como un cetáceo varado, Paula no se había movido por casi una hora, luego de que aquel mal sueño la hubiese despertado en medio la madrugada.


Durante los últimos años Navidad significaba para Paula recuerdos nada felices, mismos que recurrían a ella en pesadillas; sin embargo, desde que había llegado a casa de sus padres, sólo había tenido esa pesadilla una sola vez. El sueño era casi el mismo: Pedro diciéndole que la amaba,
Pedro apareciendo con Amelia, Amelia diciéndole que estaba embarazada, ella despidiéndose de Pedro, y luego… los mortales meses que habían venido en Puerto Rico. Pero el sueño de la noche anterior había sido distinto. En un primer plano se parecía a los demás, pero no era como los
demás. Porque no había sido Pedro hiriéndola. No. Había sido ella hiriendo a Pedro. ¿Por qué rayos había tenido un sueño como ése?


Tomó una bocanada de aire y se hundió en el agua ya templada por el tiempo. Cerró los ojos y se dejó ir por unos segundos. Tenía tantas cosas que hacer. No sólo hablar con Elias de Pedrosino pedirle que no le dijese nada a Pedro del resultado de su depresión en los meses que siguieron a su regreso a Puerto Rico.


“No hay bebé, Pau”.


Sus ojos se abrieron dentro del agua, oyendo retumbar en sus oídos la voz de Elias. Paula salió a la superficie como un torpedo y tomó aire como una desposeída. La voz de Elias retumbaba dentro de su cabeza como un eco distante. No había bebé. En realidad, nunca hubo ninguno.


Se levantó con pesadez de la bañera, sintiendo el frío contacto del aire contra su cuerpo húmedo. Tomó una toalla y se secó con fuerza, pasándose el paño por todos lados. 


Entro en la habitación y buscó ropa, quedándose entre lo poco que podía seleccionar, con un par de pantalones café oscuro, una blusa beige de mangas largas y una chalina café claro. Se calzó con unos mocasines también cafés y se sentó frente al espejo, peinándose.


Mientras se pasaba el peine, recordó las palabras de Elias aquella noche. Nunca hubo un bebé. Dejó el cepillo con delicadeza sobre de la mesa, observándolo fijamente. 


Alguna vez había oído decir un viejo refrán acerca de que todos, sin importar qué o cómo, tenían un secreto inconfesable. El de Paula era aquel. Sólo Elias y Tamara la habían acompañado en la etapa más oscura y vergonzosa de su vida, misma que Pau no quería volver a recordar. Y aquello era algo que tenía que discutir con Elias. 


Sin perder el tiempo, se levantó del asiento y se fue hacia la
puerta. La abrió lentamente y asomó la cabeza para oír, pero sólo obtuvo un silencio en respuesta.


Esperando que Elias estuviera despierto tratando de pelear contra el cambio de horario, se encaminó dos puertas después de la suya y tocó.


― ¿Elias? ― murmuró Paula, tan bajo que dudó que lo hubiera escuchado.


Volvió a tocar un poco más fuerte esta vez, pero la respuesta fue la misma: nada. Dos toques después, Paula se cansó y dado que Elias era un buen y viejo amigo, decidió abrir la puerta y asomar la cabeza. Pero cuál fue su sorpresa al ver la cama hecha, y ni rastro de Elias.


― ¿Elias? ― entró en la habitación y cerró con cuidado. Miró alrededor y se encaminó al baño ― Elias, ¿en dónde te habrás metido? ― pronunció su nombre esperando así
una respuesta rápida. Abrió la puerta y tampoco vio a Elias.


Paula sintió un leve hormigueo en las manos y sobre la base de su cuello. Miró alrededor con la sensación de que algo se le pasaba por alto. Se frotó detrás de la nuca mientras buscaba en su mente algún lugar donde podría estar Elias. 


No conoce la ciudad y a nadie más que ella. Iba a salir cuando una ráfaga de aire entro por la habitación alborotando las cortinas de algodón de Penelope. Corrió hacia ella, cerrándola de un solo golpe y suspirando. Y entonces lo vio.


La vieja caja de zapato estaba debajo de la cama, del lado donde no se podía ver a menos que se cruzara toda la habitación. Era una caja vieja café sin ningún adorno, donde habían venido sus viejos tenis. Pero no eran tenis los que había dentro de esa caja. Paula empezó a sentir verdadero
pánico subir desde la punta de sus pies y subir a velocidad vertiginosa hacia arriba.


― ¡No, no, no! ― repetía religiosamente Paula.


Un ruido del piso inferior alertó a Pau, y salió corriendo de la habitación hacia la cocina, pero fue a Pascual a quien Paula encontró, mirándola con los ojos abiertos. Pascual fue a abrir la boca y preguntarle si estaba bien, pues estaba más blanca que la nieve, pero ella le ganó la oportunidad.


― Papá, ¿has visto a Elias?


― No cariño, me acabo de levantar. ¿Se robó algo? ― preguntó, pues por el color de Paula sabía que su amigo no había hecho algo bueno, pero Paula sólo pasó de él hacia el teléfono de la cocina. Pascual sólo podía observarla consternada y Paula no ayudaba mucho con su silencio.


Tomó el teléfono y marcó al número de la Taberna. 


Contestaron al segundo toque.


― ¿Diga? ― contestó una voz cantarina.


Paula aferró el teléfono con fuerza.


― Jesy, ¿está Pedro ahí?


― Hola Pau. Feliz navidad para ti también.


El sarcasmo de Jesy sólo sirvió para crispar los nervios de Pau.


― Jesy, te juro que no tengo tiempo para saludos. ¿Está Pedro ahí?


― Deja pregunto ― luego se perdió un par de segundos, segundos que Paula sintió se hacían una eternidad. Al fin se oyó ruido del otro lado del teléfono ―. Sí, pero está con alguien y pidió que no se le moleste. A lo mejor es uno de los constructores, para el nuevo local.


No, no era nadie de esos constructores, pensó Pau.


― Jesy, por favor, pásame a Pedro.


― ¿Estás bien? ― pregunto la rubia con cierta preocupación.


― ¡Jesy!


― Vale, déjame ver.


Jesy volvió a desaparecer del teléfono, mientras que Paula sólo podía esperar. Sentía la mirada en silencio de su padre y agradeció que no se acercase a preguntarle si estaba bien, porque no, no lo estaba.


¿Cómo había podido Elias hacerle algo tan vil? El mejor que nadie sabía lo que había en esa libreta y estaba casi segura de que él era la visita que estaba con Pedro. Se colocó el auricular del teléfono contra la frente, rezando a Dios que todavía tuviera tiempo. Que sólo fuera su imaginación, que Elias jamás le haría algo como lo que su mente estaba pensando.


― Dios, por favor, detenlo ― dijo con voz baja, en un susurro que salía directo de su pecho.


Pasaron segundos que se convirtieron en minutos. Paula ya estaba a punto de colgar cuando oyó que alguien tomaba el teléfono al otro lado. Jesy con voz agitada habló:
― No sé qué rayos está pasando, pero en estos momentos Pedro y su invitado, un rubio macizo, están a punto de agarrarse a golpes. Así que si tú tienes algo que ver, te sugiero que vengas lo más rápido posible.


Paula no se despidió. Colgó el teléfono y empezó a dar vueltas por la cocina.


― ¡Maldición!


― Pau… ― interrumpió Pascual arriesgándose a hablar por primera vez.


Paula lo miró con los ojos llenos de lágrimas, peleando por no dejarlas caer.


― Oh papá, soy una tonta. Una reverenda tonta. Debí haberle dicho antes toda la verdad.


― Cariño, todo está bien.


― ¡¡No!! No estoy bien, nada está bien. Y esta vez es mi culpa, por mi estúpido orgullo. Tengo que ir a ver a Pedro, antes de que lea. Necesito un auto, necesito… ― lo miró y la luz se hizo. Le tomó ambas manos entre las suyas y las apretó con fuerza ― Papá, dame las llaves de Cadi.


Si le hubieran dicho que le había salido un tercer ojo, Pascual no podría haber estado más sorprendido. Y aterrorizado.


― Yo... en tu estado cariño no creo que…


― ¡Papá! ― gritó Paula mientras lo tomaba de los hombros con firmeza ―, ahora mismo es cuestión de vida o muerte. O yo mato a Elias, o él lo hará conmigo.


― No entiendo nada, pero toma ― sacó las llaves del auto de su bolsillo, con cierta pesadez y se las dio a Paula con resistencia ―. Sólo, por favor, recuerda que tu viejo padre adora ese auto.


Paula no perdió ni un segundo más. Salió al porche y sacó el auto. Le costó prenderlo y sacarlo, pero así fuera irse en primera, Paula iba a llegar hasta Pedro.


Sólo esperaba que no fuera muy tarde.




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