Natalia Trujillo

sábado, 17 de diciembre de 2016

CAPITULO 49







Pedro se fue a los pocos minutos, para cerrar temprano el negocio y desearles a todos sus empleados una feliz navidad. Ella, en cambio, se instaló en su cuarto y se puso a revisar correos y agilizar un poco del trabajo que tenía abandonado. Actualizó algunas notas y se internó en un artículo acerca de los estudios de cúmulos globulares abiertos que tenía un vínculo hacia otra página y luego a otra y a otra… sólo cuando sintió una mano sobre su hombro, despegó los ojos de la computadora. Lo primero que vio fue el rostro de su hermana, con una ceja arqueada y su mano
derecha sobre su cadera.


— ¿Ya son las ocho? — preguntó alarmada mientras miraba hacia la esquina de la computadora. Eran las seis y media.


—No — contestó Paloma mientras cerraba la pantalla del ordenador —, pero me imaginé que como siempre, perderías la noción del tiempo y no estarías lista a tiempo. Por eso tu súper hermana vino a tu rescate.


Luego, la gran Paloma caminó hacia la cama y dejó caer los bolsos que llevaba y empezó a sacar una plancha para alaciar el cabello, rulos y espirales, maquillaje, más maquillaje y mucho más maquillaje. Se dio la vuelta satisfecha consigo misma y le dio una sonrisa a la pequeña P, que ésta tembló de miedo.


—Te dejaré tan hermosa ésta noche, que si Pedro no se te declara es hombre muerto.


Pau sonrió y se levantó de la silla.


— Vamos Paloma, déjalo en paz. Todavía somos unos niños.


Paloma resopló.


— Claro, y como Brad Pitt en esa película, van rejuveneciendo en vez de envejecer — la inspeccionó unos segundos y luego le tendió una toalla —. Y ahora a bañarte señorita.


— Si mamá.


Veinte minutos después Paula estaba sentada en la orilla de su cama, con su pelo ya seco y envuelta en una bata rosada, vestida solo con su ropa interior. Paloma había terminado de aplicarle una cosa pastosa en el cabello asegurándole que quedaría brillante y sedoso; ahora se encontraba con una parte delicada de su anotomía cuando…


— ¡Auch!


— Deja de quejarte, pareces una niñita. Sólo te estoy depilando las cejas, no torturándote con un mazo.


— Pues parece ser lo mismo — sentenció Paula mientras se tallaba las cejas, que le ardían y picaban. Pero Paloma volvió a su labor y le echó la cabeza hacia atrás y siguió.


—No sabes lo feliz que estoy que estés en casa Pau.


—Ya claro, una niñera gratis siempre es bien recibida… ¡Ouch! ¡Cuidado Paloma!


— Cuida tus palabras niña. Tengo un depilador de cejas y no dudaré en utilizarlo — dijo y al ver que Paula iba a decir algo le dio otro tirón y agregó —, y ya deja de hablar, a partir de este momento tienes prohibido hablar porque voy a empezar a maquillarte.


Paula cerró los ojos por instinto, y olió aquella esencia amarga y sintética del cosmético.


Sintió una esponja sobre sus pómulos y los dedos de Paloma sobre su rostro colocándole alguna crema o base. Pasaron unos tranquilos segundos, donde ninguna de las dos dijo nada, simplemente disfrutaban de la compañía silenciosa de la otra.


— Siempre deseé poder hacer esto.


— ¿Torturarme? — preguntó en un susurro sin abrir los ojos.


— Pasar más tiempo con mi hermanita. Pero nuestros gustos nunca fueron los mismos, ¿verdad?


Se oía una nota de melancolía en la voz de Paloma. Paula pensó en la gran diferencia entre ambas, mejor dicho, entre todos sus hermanos. No pudo evitar suspirar.


— Lo sé, soy la rara de la familia. Pauly, la patito fea.


Las manos de Paloma se detuvieron y Paloma sintió la mirada de su hermana sobre ella como hierro caliente, así que se arriesgó y abrió lentamente los ojos y se encontró a Paloma conteniendo las ganas de llorar.


— Oh Pau, aquellas fueron bromas, pero por lo visto tú no las tomabas como tal — dejó la esponja y un estuche sobre el tocador y le tomó ambas manos —. Es cierto que eres un poco rara. Dios, ¿a quién en su sano juicio le pueden gustar las matemáticas, la física… los números? — Paula sonrió —. Pero muy en el fondo, siempre, siempre hemos estado orgullosos de ti, Pau.


— ¿En serio?


— ¡Pues claro tonta! — dijo Paloma mientras se limpiaba el rostro por culpa de una solitaria lágrima —. No sabes cómo presumo a mi hermanita científica que observa esas cosas del cielo y sabe tantas cosas. En realidad siempre que nos reunimos hablamos de ti, y de lo felices que estamos que hayas salido adelante. Mírate, haz viajo a más lugares que toda la familia junta, y haz hecho algo que quedará grabado por siempre Además, en secreto siempre estuve celosa de ti.


— Oh sí, claro — murmuró Paula entre dientes apretados con un alto grado de sarcasmo.


— Es la verdad. Yo sólo tenía una cara bonita que sabía no duraría para siempre. En cambio, tú eras inteligente, independiente, y fuerte. Nunca llorabas frente a nadie, a pesar que las lágrimas amenazaban por salir. Eras buena con todos, y siempre te ganabas el afecto de todos. A mí me
costaba más, porque nadie esperaba eso de mí. Sólo esperaban que fuera linda y punto.


— Eso no es cierto, Paloma.


— Tal vez tú no lo vieras así, pero mucha gente sí. Sé que todo mundo se pregunta qué rayos vi en Guille cuando me casé con él.


Paula siempre se lo había preguntado.


— En realidad me casé por lo que él ve en mí. Él ve la mujer que hay aquí Pau — dijo llevándose la mano al corazón —, y la conoce mejor que nadie y cuando me mira me siento la mujer más importante de este mundo. Creo que tú sabes qué es eso.


— Sí, creo tener el ligero presentimiento de cómo es aquello —. Ambas hermanas se observaron sin saber que más agregar, cada una sonriendo como tonta, limpiándose las lágrimas.


— Vaya, sí que nos pusimos sentimentales — dijo Paloma al cabo de unos segundos, ya más calmada. — Vamos, cierra los ojos que te voy a tener que retocar de nuevo.


Paula así lo hizo y dejó a Paloma trabajar en lo suyo. Estuvo una hora trabajando con ella, y a pesar de las quejas de Paula, tenía que reconocer, ya viéndose en el espejo, que su hermana tenía un verdadero don. Su piel brillaba como nunca, se sentía tersa y suave. Había colocado un tono café en sus párpados y encima un dorado que realzaba su mirada. Había delineado sus ojos de un modo que los hacía ver más grandes y profundos, como una mirada tipo Liz Taylor. Y la había rematado marcándole un lunar falso sobre el cachete izquierdo.


― ¡Paloma! ― exclamó sin saber que más decir.


― Lo sé, lo sé. Soy un genio, ¿verdad?


Se giró hacia ella y sin previo aviso la tomó entre sus brazos, fundiéndose en un largo abrazo.


Al principio Paloma se quedó en verdad sorprendida, Pau no era de abrazos de ese estilo, pero al cabo de unos segundos el desconcierto desapareció y le devolvió el abrazo.


― Gracias Paloma, eres la mejor hermana del mundo ― susurró Paula contra su pelo, sintiendo las lágrimas florecer como azucenas en primavera.


― Oye ― Paloma se apartó y la miró con un enfado fingido ―, no me pasé todo la tarde convirtiéndote en Marilyn Monroe para que lo eches a perder en unos segundos.


Ambas sonrieron, compartiendo por primera vez en muchos años, aquella sensación de complicidad fraternal. Pau asintió, se limpió con suavidad y buscó su vestido. Su hermana salió a cambiarse a la otra habitación y la dejó sola, con la condición que no fuera a echar a perder su obra maestra.


Sin poder quitarse la sonrisa de encima, Pau comenzó a vestirse, pasando con mucho cuidado el vestido sobre su cabeza y metiendo los brazos por sus respectivos tirantes. 


Era un vestido liso de un color…bueno, indescriptible. Tenía destellos en colores ámbar, bronce y dorado que se mezclaban de tal forma que parecía estar observando un atardecer en la playa. Macy’s tenía buenos modelos cuando se buscaba con paciencia pensó Paula admirando su vestido, el cual no tenía frunces, ni escotes exagerados ni bisutería exótica. Era sencillo y a la vez, elegante. Venía
acompañado con una chalina de un tono más oscuro y se había comprado unas zapatillas de tiras color bronce. Con su pelo rizado suelto y brillando gracias a la magia de Paloma, se sentía la mujer más bella del mundo. Dispuesta a todo esa noche.


“¿Dispuesta a hablar con Pedro, Pau?”, preguntó una voz interna.


“Oh cállate, estúpida conciencia.”


Caminó hacia la orilla de la cama donde se sentó y se dejó caer, colocando sus manos sobre su vientre y los pies en la tierra… o en alfombra. Le había prometido a Pedro que hablarían esa noche. De alguna manera, sabía que esa era la noche. No precisamente la “noche” que Paloma y
quizás su madre, Ale, Victoria e incluso Alejandra esperaban. Mucho antes de llegar a eso, Pau tenía que hablar con Pedro. Había dejado pasar los días, semanas con tal de posponer ese día, pero ya no podía más. Extendió la mano para tomar la almohada a su derecha pero en el último
segundo se detuvo. Seguro como que el Sol era una estrella y no un planeta, Paloma la mataría por arruinar el maquillaje. 


Se colocó la almohada sobre el vientre y dejó que sus dudas volvieran a su cabeza.


Su incertidumbre no tenía que ver la situación geográfica.


Era claro que no podrían mantener una relación si ella estaba en una isla que era más parte de África que de España y él en el otro lado del mundo. Aquello Pau ya lo había resuelto. Primero, porque sabía que Pedro la amaba. 


Ninguno lo había declaro explícitamente, pero Pau lo sabía, lo sentía en cada beso, en cada caricia, en cada fibra de su ser. Y ella siempre lo había amado. Así de simple. Además, el día que le había escrito aquél correo a Elias lo había decidido. Se quedaría en San Francisco. No volvería a dejar que el destino le arrebatase la felicidad que por mucho tiempo había perdido. No esta vez. Además, había otra razón, una razón oculta, que le obliga a quedarse, pero no se sentía con ganas de indagar en ella.


― ¡Pau! Ya están llegando tus hermanos ― el grito de su madre despertó todos los sentidos de Paula.


Paula agudizó el oído y oyó el motor de un automóvil. Dejó la almohada a un costado y se levantó.


― ¡Ya voy!


Caminó hacia el espejo y se dio una última mirada. Rozó sus labios luego su mejilla derecha con la mano, sin dejar de mirarse. Sin embargo, había cosas que se debían olvidar. El pasado era pasado, y nada podía cambiarlo. Lo sabía, pero aquello no evitaba recordarlo, y traer consigo ciertos recuerdos tristes y vergonzosos.


Bajó y se reunió con los recién llegados, y cerca de las nueve de la noche llegaron los últimos invitados a la cena.


— Hola Cris, bienvenida ― dijo Paula recibiéndola con un efusivo abrazo y un beso en la mejilla, para luego pasar a su hermano, quién la tenía rodeada de los hombros.


— Toma ― Cris le tendió una botella de vino y miró luego hacia Patricio ―. Hércules no me dijo que traer así que me arriesgué con esto ― se inclinó hacia Paula para susurrarle ―. Le tuve que preguntar al vendedor, porque lo juro, no sé nada de ellos. Sólo se voltear la botella y servir, pero no creo que eso cuente. Aun así, espero les guste.


― ¿Qué tanto cuchichean señoras?


― Nada, solo cosa de chicas ― se volvió hacia Cris ― Te diría que no te hubieras molestado… ― Pau hizo una pausa y silbó al leer la marca del vino. Ella y todos en su familia sí
sabían de vinos ―,… pero a este bebé no le podemos negar la entrada. Pasen.


Entraron a la sala, donde ya todos estaban acomodados platicando. A pesar de las buenas relaciones entre todos, cada quien parecía saber a qué grupo irse: niños, hombres o mujeres.


Patricio y Cris saludaron a todos y a pesar de las quejas, Pau se llevó a Cris con las mujeres.


— ¿Hércules, eh? ― preguntó mientras avanzaban a la cocina, donde las “mujeres” estaban preparando los últimos arreglos a la cena.


—Aquí entre nosotras, adoro el nombre, pero es mejor que él no lo sepa. No quiero elevarle el ego.


Echaron la cabeza hacia atrás y soltaron sonoras carcajadas que se escucharon por toda la casa. Y así fue como llegaron hasta donde Penelope, Paloma, Ale y Victoria.






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