Natalia Trujillo

lunes, 12 de diciembre de 2016

CAPITULO 32





― Hmmm… Sabe deliciosa ― Jesy sorbió la salsa del cucharón y miró a Paula con total admiración ― ¿Dónde aprendiste a cocinar así?


Paula sonrió, un poco avergonzada debido al constante halago de Jesy en referencia a sus pequeñas salsas, aderezos y platillos que había preparado en pequeñas porciones esa tarde.


Pedro había pasado por ella alrededor de las siete para que dispusiera de un breve tiempo (había enfatizado) con Jesy, y luego pasarían a cenar. En vez de viajar hacia la taberna montados sobre Indi como ella había esperado, Pedro se había presentado con la vieja camioneta Cherokee de
sus padres. Fiel a su palabra de “informal” se había puesto unos vaqueros azul marino oscuro, con adornos que lo hacían ver un poco gastados, una blusa formal de botones blancas y encima un abrigo de mangas tres cuartos color avellana, donde el cuello y el fleco de su blusa salían, muy a la moda. Había acompañado el conjunto con las únicas botas que Aun tenía en todo su guardarropa, de corte hasta la pantorrilla y con una tira de pelos alborotados, a los que Alejandra diría que eran de peluche.


Pau notó también, con cierto recelo que Penelope se mostraba muy feliz, y se había pasado todo el día hablando de su cita con Pedro. Paula se había hartado de repetirle que no era ninguna cita, Porque no lo era.


Le dio una mirada a Jesy, quien vestía una linda blusa blanca de encajes y lentejuelas y su admiración creció al ver que en todo el día, no tenía una sola mancha sobre su blusa. Brillaba de lo impecable que estaba. Ella en cambio estaría llena de manchas por todos lados y pedazos descoloridos debido a sus infructuosos intentos de sacarse las manchas.


Corrió la mirada hacia la cocina, donde el acero inoxidable sólo hacía una cosa: brillar. Las estanterías estaban muy bien distribuidas; las frutas, verduras y especias estaban enfiladas en sus cajas transparentes y recipientes. Había dos cocineros más con ellas, que atendían los pedidos con
rapidez. Paula los admiraba porque sólo se colocaban en las planchas, sacaban sus instrumentos y hacían magia. Las parrillas y sólo dos hornillas de la estufa estaban encendidas. Al parecer no había mucha gente, lo que Pau agradecía porque no quería entretener a Jesy más de la cuenta. Y hablando de Jesy…


― Un poco de mamá, un poco de todos los lugares que he conocido y algo mío.


Estaban creando la tercera salsa, un aderezo de mostaza y especias con cremas y claras de huevo y aceite de oliva. Añadía un sabor exquisito a los a las ensaladas de mariscos. Jesy saboreó la salsa y estuvo tentada a servirse una ensalada de camarones empanizados y una buena copa de
vino tinto. Miró con una ceja alzada a Paula.


― ¿Segura que no tienes un título de chef escondido en algún lado?


La risa de Pau fluía fácilmente. Jesy era una mujer amigable con la que era fácil de platicar.


Pensó después en un título de gastronomía y… sacudió la cabeza.


― Muy seguro. Me gusta cocinar, pero amo mi trabajo. Lo mío son los números, las computadoras y los telescopios. Cuando estoy en ello, me olvido de todo lo demás, me concentro en una sola cosa y de alguna manera, como un viejo amigo dice, me aíslo y creo mi propio mundo, donde mi mente es la única que rige ― la voz de Pau sonaba a entusiasmo puro ― Y te sientes bien al poner en práctica todo lo que sabes, y te sientes Aun mejor cuando aprendes algo nuevo ― Miró a Jesy y se sonrojó ― Y te sientes como una idiota cuando hablas así con otras personas.


Las risas de Jesy y Pau resonaron por la cocina. Jesy se acercó para darle una palmadita en el hombro.


― Te entiendo perfectamente. Me pasa lo mismo cuando estoy aquí. ― entonces la miró con delicadeza ― Excepto por lo de los números, las computadoras y los telescopios.


― ¿Ya acabaron de adularse?


Ambas mujeres giraron hacia la doble puerta donde Pedro estaba parado, recostado contra una de las repisas, muy cómodo. Paula se preguntó cuánto tendría ahí.


Llevaba un atuendo que parecía muy normal en él. Como sotana para un cura, Pedro llevaba una camisa polo grisácea pero con cuello blanco, un cinturón café ajustado y unos pantalones vaqueros también oscuros. Los zapatos combinaban con su cinturón. Sus manos estaban metidas
dentro de los bolsos del pantalón, y sus brazos velludos quedaban al aire. Desde que la había pasado a buscar a su casa, Paula había observado que su camisa resaltaba sus ojos y por Dios, que le encantaba observarlos… disimuladamente, claro está. Y el vello oscuro del nacimiento de su barba le daba un toque de chico malo que le sentaba bien.


Para su pena, se dio cuenta que Pedro la observaba a ella también así que se recompuso lo mejor que pudo y sonrió.


― Hola.


Él sonrió pero su sonrisa se esfumó al ver a Jesy interponerse entre los dos y amenazarlo con el cucharón de metal.


― Vete con Eric, y saca tu trasero de mi cocina.


La pose tranquila de Pedro desapreció. Se irguió y sacó las manos de su lugar previo.


― Llevan una hora metidas en la cocina ― exclamó un poco exaltado. Lo que él en verdad quería, pero no se lo diría a Jesy era que quería estar con Pau. A solas. No con gente a su alrededor. Mucho menos con ella a su alrededor.


Jesy abanicó su cuchara, señalando la puerta que estaba detrás de él.


― Lárgate Pedro.


Viendo que con Jesy jamás razonaría, miró con ojos suplicantes a Paula.


― ¿No te tiene amenazada, verdad Pau? Porque si es así… ¡Auch!


El cucharón golpeó la cabeza de Pedro y él pobre se vio sobándose con fuerza. Jesy le había dado con fuerza.


― Anda Pedro, estoy bien. Pero no puedo decir lo mismo de ti, amigo.


Tallándose solo con una mano, viajó su mirada, de Jesy a Pau y viceversa y alzó los brazos al cielo, exasperado. Salió de la cocina con un humor de perros. Por lo visto, su cena con Paula no estaba saliendo como lo había planeado. Había pensado en velas, un vino tinto, una rica langosta o quizás ternera, y luego un rico suflé de chocolate… no en Jesy raptando a su... bueno, a Pau en la cocina.


Atravesó el restaurante, saludando y atendiendo a sus clientes por educación. Regalando firmas y fotos, hasta que por fin pudo llegar a su oficina. Cerró la puerta y se quedó unos segundos con la cabeza recostada contra la puerta. ¿Por qué nada le salía bien, para variar?


― ¿Qué rayos haces con la hermanita de Pablo?


Pedro pegó un brinco y se dio la vuelta, con el corazón retumbando. El ojete del esposo de Jesy estaba sentado en su silla con los pies alzados sobre su escritorio y fumando uno de sus puros.


― ¿Qué rayos haces tú aquí? ― preguntó mientras se sentaba en la silla, frente a Eric.


― Descansado. Ya respondí tu pregunta ― soltó una calada a su puro y lo señaló ―. Ahora tú la mía. ¿Qué rayos haces con la hermanita de Pablo?


Pedro se sentía incómodo con el interrogatorio.


― No es una niña de diez años Eric.


― Pero sigue siendo la hermanita de Pablo.


Los ojos de Pedro que quedaron blancos unos segundos.


― Por como lo dices me haces sentir un pedófilo saliendo con una chiquilla.


― Bueno, tengo que concederte que no es ninguna niña.


― Gracias. Y deja que Jesy te oiga, en verdad te va a mandar a dormir a la caseta del perro.


― Jesy me quiere. Y regresando al quid de todo, ¿sabe Pablo que estás saliendo con su hermanita?


Pedro podía sentir su temperamento hirviendo. Si su esposa no se hubiera metido podría contestar con felicidad. Pero sabiendo que Pau estaba con Jesy y él con su feo y pervertido esposo, solo incrementaba su irritación.


― No estamos… bueno, no es una cita. Me gustó la cena que hizo ayer, y le pedí… ― Bueno, él no había sido el de la idea, pero que más daban los pequeños detalles ―. La cosa es que vino a compartir sus recetas con Jesy.


Eric le dio otra calada al enorme puro y lo sacó por la boca. 


Lo miró en silencio unos segundos y luego asintió y simplemente dijo:
― Aja.


Ahora fue el turno de Pedro de comenzar con el interrogatorio.


― ¿Qué quieres decir con Aja?


― Nada, sólo ajá.


― Hay más en ese “ajá”.


― Imaginaciones tuyas, viejo amigo.


Pedro suspiró y miró el montón de papeles y facturas que tenía que acomodar. Y al bolsón de su amigo sin hacer nada.


― ¿No tienes nada que hacer?


― La verdad es que no. Parte de mi trabajo es molestarte.


― Si bueno, tu mujer te ha ganado. Hoy parece ser el día de “Molestemos a Pedro” o algo así.


― ¿Estás cabreado, verdad?


Oh sí. No sabía ni por dónde empezar. Su camisa blanca favorita había quedado de un color gris feo, se le había olvidado rasurarse, y encima, su esposa había raptado a Pau, arruinando su velada.


― No ― contestó secamente.


Eric comenzó a reírse tan fuerte, que el humo del puro le provocó un ataque de tos.


― Oh mi Dios, cuando le cuente esto a Jesy.


― Claro, haz mi vida Aun más miserable.


― Tranquilo, Jesy la tratará bien.


― Lo que digas.






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