Natalia Trujillo

miércoles, 7 de diciembre de 2016

CAPITULO 15





Sus padres salieron y ella los siguió. Pascual fue a sacar su lujoso Cadillac Eldorado y lo sacó con tanto cuidado que Pau pensó que le saldrían raíces en los pies antes que lograra sacar el auto de la cochera. Tenía que recocer que el auto seguía como nuevo, a pesar los casi cincuenta años que
tenía. Su padre lo cuidaba como la niña de sus ojos, y sus hijos le gastaban bromas, diciendo que era el quinto hijo de la familia, Cadi Chaves. El color plomo oscuro del auto parecía no haber perdido su brillo, y el capote seguía siendo el original, de un blanco que competía con el de la nieve
recién caída en enero y sin una mota de polvo. Cadi pertenecía a la generación de autos que habían sido los menos “lujosos” de todos los Cadillac, ya que era casi totalmente italiano, y sus asientos no eran de piel al cien como sus hermanos autos, pero toda la familia había crecido con ese auto.


Incluso había sobrevivido un terremoto. Recordó el día en que el gran Terremoto del ’89 había sucedido y donde se encontraban todos. Increíble que ese auto hubiera salido vivo. Entonces recordó con quien estaban y la risa se apagó. 


¿Por qué todo tenía que ver con Pedro? ¿Acaso estaba
enferma o qué?


Su padre, después de casi diez años, logró sacar el auto y lo estacionó para abrirle la puerta a su Penelope y después a ella. Con un suspiro dejaron South San Francisco, y tomaron Bayshore para ir hacia el norte de la ciudad. Durante el camino, su madre le fue hablando de sus nietos, de cada
pequeño detalle acerca de cada uno: Cata era muy preguntona, Ale era una princesa, Charlie estaba en la etapa de odio a las niñas, Guille cautivaba los corazones de cuanta dama veía, y Ariana estaba a punto de convertirse en la guerra de su madre. Paula fue oyendo los relatos con cierta pesadez.


Si bien había dejado de ir a la casa por su salud mental, se daba cuenta que se había perdido grandes momentos de su familia. Adoraba su trabajo, pero también a ellos. Se preguntó en silencio, si de no haber sido por la llamada de Paloma habría regresado a casa esas vacaciones o habría
esperado otro par de años más.


Bueno, la respuesta no la tendría jamás. Estaba en casa.


Llegaron a El Embarcadero, tomando Bay Street y doblando después hacía el puerto de San Francisco, justo en Jefferson.


― Hemos llegado.


Paula recordaba la taberna del viejo Willie, un lugar donde los nativos sabían que había buena bebida y comida mientras que turistas llegaban atraídos por el gentío, como un lugar oscuro, oliendo a cerveza y cigarro, con mesas de madera circulares y butacas medianas. Nada extraordinario.


En cambio, ante sí estaba un elegante de edificio, con dos pisos de madera adornado con luces blancas y amarillas, y ventanas de cristal recubriendo tres de las cuatro paredes de los pisos superiores.


Tenía que reconocer que Pedro había acertado en algo. 


Algunas cosas sí que cambiaban.


Su estudio cuidadoso del lugar se detuvo al oír unas voces atrás de ellos. Unas voces muy conocidas. Se giró y se encontró al resto de su familia.


― ¿Qué hacen aquí?


― Oía que hay cena gratis para los P’s ― contestó Pablo cargando a Ariana mientras que Alejandra lidiaba con Ale.


Se giró hacia Paloma que venía acompañada de Guillermo, quien cargaba a Guille, y ella tenía tomada de la mano a Cata. Patricio venía también con ellos, jugando y platicando con Charlie.


― ¡Patricio! ― gimió Pau a su hermano menor.


Patricio colocó a Charlie entre él y Pau.


― A mí no me mires. Pedro dijo que era para todos; además, él le habló a Pablo.


― Así es, así que estoy doblemente invitado ― contestó satisfecho Pablo.


― Si serás convenenciero. Todos.


― Pedro dijo que era para toda la familia ― argumentó Paloma, limpiando con un trapo la boca de su hijo.


― Claro, y le tomaron la palabra.


Aunque no pudo evitar sentirse aliviada. Entre más gente, habría menos probabilidad que de tuviera que cruzar dos palabras con Pedro. Serían dos más que las necesarias.


Observó a todos, elegantemente vestidos. Los hombres con trajes y sacos, e incluso corbatas, cosa que sabía odiaban al menos sus hermanos. Incluso el pobre Charlie también llevaba una, y se jalaba cada que tres segundos el cuello, como si se estuviera ahogando.


― Bueno, tiene tiempo que no venimos y además, la comida de Jesy es legendaria ― agregó Pablo, cambiándose a Ariana de brazo ―. Debo decir Pau que te ves radiante esta noche.


Por Dios, ser piropeada por su hermano siendo una mujer hecha y derecha le subía los colores. Pablo jamás le había dedicado una palabra con tal sentido.


― Yo… este… gracias.


Patricio llegó hasta ella y la abrazó fuertemente.


― Si, por primera vez pienso en ella como una mujer. Cosa que no me agrada ― le dio una mirada solemne a ella y a todos los presentes ―. A todos siempre los he pensado como seres asexuados, hermafroditas, y que a los bebés los sigue trayendo la cigüeña.


― ¿Qué es asexuado? ― preguntó rápidamente la curiosa Cata a su padre que se había quedado atontado


― ¿Qué «sisifica» hermafrodita? ― quiso saber Alejandra preguntándole a Pablo.


Después de unos segundos, reaccionaron. Al menos las mujeres, y se echaron a reír. Ver a los hombres sonrojándose por las preguntas inocentes de unas niñas no tenía precio. Pablo fue el primero en reanimarse mirando a ambas niñas mientras le lanzaba una mirada gélida al pequeño Benja.


― Significa pequeñas, que su tío Patricio no podrá tener hijos, porque perderá sus joyas si sigue abriendo esa bocota enfrente de ustedes.


― Ah ― contestaron en unísono las dos, y se encogieron los hombros.


Pau seguía riéndose a carcajadas, pero tomó a Patricio de la cintura y miró hacia su madre.


― Y todos vamos a dentro, que si no, Patricio no te podrá dar nietos, má.


Pascual dejó encargado el auto en el valet parking con más instrucciones que un “hágalo usted mismo”, y Pau y sus hermanos no pudieron evitar compadecerse del pobre muchacho. Entraron entonces al restaurante y se quedó cautivada por unos segundos.


Si el exterior era lindo y lo había mejorado, el interior era asombrosamente delicioso. La barra del bar seguía donde siempre, pero ahora, era como una especie de salón de espera, donde la gente contaba los segundos a que una mesa quedase libre. Estaban primero las grandes mesas
pegadas a las paredes; los asientos estaban colocados en un semicírculo continuo, mientras que en el medio había una mesa redonda de madera, y aunque estaban pegadas espaldas unas con otras, tenían un miriñaque de madera que alzaba un muro entre mesilla y mesilla, brindando privacidad.


El resto del espacio estaba repleto de mesas más chicas y completamente circulares, para tres o cuatro personas, aunque había varios que unían sus asientos. Y a pesar de su muy buena calidad, se veía que no era un lugar de etiqueta. 


Muchos turistas vestían con pantaloncillos y ropa deportiva, unos familiares y otros sólo de visita. Para ser lunes, estaba muy concurrido. Supuso que era debido a la zona en que se localizaba, pues El Embarcadero era un lugar muy concurrido por los turistas.


Todos estaban admirando el lugar cuando una pequeñita mujer de rasgos asiáticos apareció frente a ellos. Su tersa piel, la forma de sus ojos rasgados y la mirada “soy linda pero mortal” le recordaron a Paula a la actriz Michelle Yeoh. Sin embargo, la doble de Michelle llevaba su pelo agarrado en un severo moño del que no salía ninguna hebra rebelde y vestía un formal vestido negro de una sola pieza, lo que le dio a entender que era la Hostess.


― Bienvenidos a “La Taberna de Pedro”. ¿Tienen reservaciones?


Vaya, pensó Pau, con sarcasmo, Pedro se habría matado buscando ese nombre para su restaurante.


― Somos los Chaves― dijo el cabeza de familia, y por inercia todos asintieron, cosa que pareció gracioso para la hostess, quien les dio una gran sonrisa y asintió.


― Claro. Pedro nos dijo que vendrían. Por favor, tenemos sus mesas reservadas en el piso superior.


Hizo una seña para que la siguieran y todos lo hicieron caminado a través de la gente, esquivando meseras con bandejas llevando cervezas y platillos que Paula tenía que admitir olían exquisitamente.


― Atraes la mirada de todos los hombres aquí, Pau. Creo que tendré que ponerme en plan protector ― susurró Patricio al oído, cuando atravesaron la barra.


Paula dio un vistazo y comprobó que su hermano no mentía. Nunca había sido una mujer cuyo único propósito fuera ser el centro de atención, y sentir la mirada de varias personas,
hombres y mujeres sobre ella la estaban poniendo nerviosa. Pero no bajó la quijada y siguió con la mirada en lo alto. 


Patricio le empezó a hacer cosquillas a lo que Paula le golpeaba la mano. Esto se repitió por varios segundos, hasta que se detuvieron cuando Patricio chocó contra su madre y
Paula con él.


― Los niños se están portando mejor que ustedes dos juntos, y ninguno pasa de los diez años. Eso, creo que les dice algo.


Vieron detrás de su madre como Pablo y Paloma se morían de la risa, mientras que sus sobrinos agitaban su cabeza negativamente, sin poder creer que sus tíos eran tan infantiles. Paula le dio un último golpe a Patricio y siguieron a la mujer hacia el segundo piso, pasando una pesada puerta de madera.


Si la parte inferior le había encantado, el segundo piso no tenía comparación, pensó Paula.


La estancia era en sus tres cuartas partes de pared, completamente de cristal, permitiendo una vista hermosa de la Bahía, del embarcadero, de los pequeños y sencillos botes o enormes y lujosos yates.


Estaba adornado con hileras de luces blancas que le daban un aire de ensueño, y tenía una terraza donde algunas parejas bailaban al son de un grupo de música en vivo que tocaba sus guitarras y teclados ambientando el lugar. Los guiaron hasta la que se podía decir era la mejor mesa del lugar, ya que tenía una vista exquisita no solo del profundo mar, sino también de las luces distantes provenientes del Golden Gate. Los autos parecían pequeñas luciérnagas yendo de un lado a otro.


La hostess los dejó en una gran mesa larga, cubierta de finos manteles y velas en la mesa.


Todos los presentes estaban observando a los recién llegados, advirtiendo que el trato hacia ellos era casi igual al del Presidente mismo.


― Por favor, aquí tienen su mesa.


Todos fueron tomando su lugar; su padre se acomodó en la cabeza, y su madre a su derecha.


Paula a la izquierda de su padre, con Alejandra a su lado, ya que su madre había detenido a Patricio y lo había sentado a su lado. Paloma se acomodó al lado del pequeño hermano y entre ella y su esposo, Guillermo, acomodaron a Cata y Alejandra. Al lado de Ale quedó Ariana en una sillita de bebé y después Charlie, terminando con Pablo encabezando el otro lado de la mesa. Los hombres ayudaron a sus mujeres a sentarse y esperaron hasta que la última mujer se sentó.


― En unos minutos vendrán a tomarles su orden ― anunció la mujer mientras una camarera les traía las cartas ―. La especialidad del día de hoy son langostinos con mantequilla y crema de ajo, crema de almejas y Jesy mandó a decir a un tal Benja ― y bajó la mirada hacia Patricio ―, que creo que será usted, que tiene unos camarones al estilo Cajún esperando por usted.


Los ojos de Patricio casi lloraron de felicidad.


― Oh cielos, si Jesy no estuviera casada, yo mismo le pediría matrimonio ahora mismo.


Todos sonrieron al oír las emotivas palabras de Patricio, provenientes desde el fondo… de su estómago.


― Le haré llegar el recado. En ese caso, si necesitan algo, no duden en pedirlo. Una camarera vendrá por su orden. Que pasen una velada agradable y… ― una camarera le susurró algo al oído y ella asintió ― y Pedro avisó que subirá en unos minutos.


La mujer se fue y todos abrieron su carta, incluso los niños, como pequeños y sublimes adultos. Pau pasó una vista rápida sobre la lista del menú y todo se veía apetitoso: mariscos, carnes, pastas. El lugar manejaba de todo.


― Debo decir que Pedro lo ha mejorado desde la última vez que estuvimos aquí ― dijo su madre sin apartar la mirada de la carta.


― ¿Cuando fue eso? ― quiso saber Paula.


Paloma contestó por ella.


― Para el cumpleaños de Alejandra hace un año. Esa vez te esperamos con ganas, y él nos ofreció el restaurante. Sin embargo, tú no viniste.


― Tuve que volar a Japón a una conferencia que tenía programa desde hacía meses ― soltó a la defensiva Pau.


Su madre colocó la mano sobre ella y sonrió dulcemente, sin reproches.


― Lo sabemos, Pau.


No había reproche, ni siquiera en la voz de Paloma, pero se sentía mal. Sin embargo, Japón había sido sólo un hotel, una habitación gris, una cena terrible, y un desvelo y desajuste de horario que le había costado dos días de sueño poder recuperarse. Había añorado regresar a casa, abrazar a
la hermosa Alejandra y desearle un feliz cumpleaños, pero si se hubiese encontrado con Pedro, no habría sido tan fuerte como ahora.


¿Cómo podía explicarles aquello? Era humana, y ser humano conlleva a tener sentimientos.


Paula los tenía en exceso. Eso era lo que le había causado todo el dolor del mundo. Amaba con locura ciega, reía con el alma desbordando felicidad, y desgraciadamente, sufría con el corazón en la mano.


No fue una camarera sino la misma mujer asiática las que fue a tomar su orden. Mientras todos citaban sus órdenes, la mujer les sirvió a los adultos una copa de exquisito Chardonnay y algunos entremeses a base de paté de atún y canapés de salmón.


― Wuau, Pedro sí que se quiere lucir ― exclamó Patricio luego de la quinta botana, y miró hacia el otro lado ―. Y hablando del rey de Roma.


― Bienvenidos.


Paula estaba de espaldas así que sólo oyó su voz, pero Pedro caminó hasta situarse entre su padre y su madre y directamente enfrente de ella. El maldito sí que se veía bien, pero bien decían que el Diablo tenía muchas caras. 


Llevaba unos vaqueros de mezclilla ajustados y una camisa con las mangas arremangadas en color blanco. A pesar de estar al otro lado de la mesa, su aroma llegaba hasta las fosas nasales de Paula. Cerró los ojos unos segundos y dejó que aroma llegara hasta ella. Olía a… especias, vino, y cerveza, una mezcla exótica y masculina, algo tentadora, que la hizo sentirse incómoda.


― ¡Pedro, amigo, te has lucido! ― profirió Benja encantado.


Pedro sonrió y se agachó a darle un beso en la mejilla a Penelope y después miró a Patricio.


― Debo decir que Jesy te malcría. En cuanto le dije que vendrías se puso a rearmar el menú que ya tenía preparado.


― Me adora.


― Pues ya veremos si dices eso enfrente de Eric ― dijo Pedro y todos se carcajearon de la cara de Patricio. Pedro pasó la mirada de Benja a los demás, empezando por Penelope y recorriendo la mesa con la mirada hasta detenerse en Pau ―. Debo decir que todas se ven hermosas esta noche.


Paula mantuvo la mirada fija en la de él, con una ceja alzada, retándolo.


― ¿Puedes creer que todos los P’s estén reunidos? — dijo Pascual dirigiéndose hacia Pedroquien desvió la mirada hacia él.


― Es algo memorable, desde luego. Y algo que se tiene que celebrar. Son casi cuatro años desde que Paula no nos visita, pensé que se había olvidado de todos nosotros, pero creo que hablo por todos cuando digo que estamos felices de tenerla en casa.


A ella no se le pasó por alto el truco mental que Pedro realizaba. Maldito suertudo, utilizaba el plural para hablar, pero ella había captado el mensaje. La parte derecha de sus labios se curvaron ligeramente y asintió sencillamente, para agradecer las palabras de Pedro.


―Pau, tienes que ir y venir más seguido. Probablemente así Pedro nos alimentaría a todos, imagínate… ¡Mamá! ― la alegría de Patricio había desaparecido luego que Penelope le diera un manotazo en la mano. Ahora, su hijo se estaba frotando su mano, aunque con exageración. Los niños reían, burlándose de su tío Patricio.


― Compórtate Benja ― dijo seria a su hijo, pero el ceño desapareció al mirar a Pedro ―. Es muy amable de tu parte todo esto Pedro.


― Un placer, Penelope. Tener a Paula en casa después de todo este tiempo es algo que se tiene que festejar. Y ahora que está aquí, estoy seguro que todos queremos que sea feliz y que estancia sea larga y feliz. No queremos que se nos marche por otra década.


― Cuatro años es tiempo suficiente para dejar las cosas arregladas Pedro. Es tiempo para olvidar ― subrayó y vio la mirada grisácea relampaguear. Ella le devolvería el comentario ―… las malas vibras del trabajo por supuesto. Únicamente mi familia es lo que me tiene aquí.


La sonrisa de Pedro se descompuso, pero no la perdió del todo. Sólo Paula sintió ese cambio, pero no comentó nada, sino que mantuvo su mirada altiva. Pedro cambió de tema, y se puso a atender a sus invitados. Se jaló una silla, y para consternación de Paula, se sentó entre sus padres, lo que lo ponía justo enfrente de ella. Todos empezaron a entrar en la conversación: hermanos, padres, Pedro, e incluso los niños.


La cena llegó y el olor a mantequilla, especias, carnes y mariscos llenó la mesa. Cuando Paula dio la primera mordida a sus medallones de jaiba, cerró los ojos y gimió de éxtasis, mientras que la grasa llenaba sus arterias. Tenía un sabor exquisito, y su paladar estaba degustando una de las mejores comidas que había tenido en años. Ale le dijo algo y sonrió para platicar con ella, y después con Patricio.


Pedro observó maravillado en silencio, la expresión en la cara de Paula. Sus ojos cerrados, y aquél sonido gimiendo, Dios, le trajo recuerdos de aquella noche en que la había tenido debajo de su cuerpo con ese mismo frunce en su ceño, con sus ojos cerrados…


Su cuerpo se despertó, y Pedro se movió incómodo en la silla. Oía a Pascual y Penelope hablar y asentía entre ratos, sólo porque sí, pero todo su ser estaba centrado en Paula, en sus gestos, en sus risas platicando con Patricio y su cuñada. Ese bendito traje que traía encima no ayudaba mucho a su libido. Era un traje recatado, sí, pero al moldear su cuerpo no dejaba nada a la imaginación, y a él, desde luego, no le hacía falta aquello. Su mente recordaba perfectamente aquél maravilloso fin de semana, pero también, lo tonto que había sido y cómo lo había echado a perder. Paula parecía no querer hablar del tema, pero Pedro no quería dejar pasar más el tiempo.


“Cuatro años es tiempo suficiente para dejar las cosas arregladas Pedro. Es tiempo para olvidar”


¿Lo habría dicho en serio? Pedro esperaba obtener su respuesta esa noche.




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