Natalia Trujillo
miércoles, 7 de diciembre de 2016
CAPITULO 13
Guillermo Lancey Jr. jugaba con el agua, salpicándola por todos lados, pero a Paula no le importaba. Cualquier cosa con tal de no bajar y enfrentarse a Pedro.
― ¿Por qué tiene que hablar de lo sucedido?
Guille se quedó callado, mirándola y después, empezó a salpicar más agua, agitando sus manitas una y otra vez contra la tensa superficie.
― Sí claro, ya entendí. No te interesan mis problemas, pequeño mocoso.
Sonrió y sacó al pequeño de la bañera. Regresó a la habitación, y lo dejó en la cama, mientras buscaba la pañalera que le había dejado Paloma, con todo el material de supervivencia. Diez minutos después, Guille estaba vestido y oliendo a talco de bebé. Sus labios se curvaron, pero no de felicidad, sino de tristeza amarga. Ella había querido tener hijos hace mucho tiempo. Y sólo de un hombre.
Pero Pedro había tenido otros planes.
Sintió un frío aire inundar sus pulmones y recorrer su espalda, erizando sus vellos. Si Pedro algún día la enfrentaba, la hacía enojar sobre los temas olvidados, entonces ella diría cosas sin importar donde estuviera o con quien. Además, sabía que Elias no se quedaría de brazos cruzados.
Tendrían esa plática. Oh, claro que la tendrían. Pero no sería ese día, se dijo Pau. Hablar con Elias era recordar las cosas que habían pasado al regresar a Puerto Rico, lo tan mal que la había pasado, y lo apunto que estuvo de perder su beca estudiantil. Sin embargo, Elias era también su balsa de
rescate. Él y sólo él conocían todo de ella, lo que había pasado, y a él le debía que hubiera salido de ese pozo emocional llamado depresión.
“Te lo juro, Pau, regresaré por ti. Lo haré”.
Fue un eco del pasado que resonó en su memoria.
Su corazón se detuvo y levantó su mano derecha para apretar su corazón, que dolía demasiado. Cerró los ojos y dejó que el dolor se fuera. Había tenido un entrenamiento para momentos como aquel. Sólo dejó que el aire volviera entrar a sus pulmones, saliendo y entrando a su cuerpo.
Abrió los ojos lentamente y soltó un último respiro.
― ¿Por qué cuando más huimos el pasado, éste nos persigue? ― preguntó acariciando el suave cabello de Guille.
― Paly ― habló Guille, con aquella voz infantil que derretía los corazones frío, o que alegraba los más desdichados.
― Sí, tu tía está delirando, lo sé.
Su cuerpo se tensó al oír pasos acercarse por el pasillo, pero cuando su madre entró a la habitación, la tensión desapareció. No podía seguir escondiéndose, pero atrasaría ese encuentro lo más que pudiera.
― Mamá, ¿a qué hora regresaste?
― Apenas, pequeña ― habló y caminó hasta ellos, quedándose al pie de la cama, y después se acomodó al lado de Guille ―. Fuimos a dejar unas recolectas que habíamos hecho hace un domingo, y a visitar a la Señora Lawrence, que ha estado enferma ― detuvo las caricias a su nieto y miró a Paula, acostada sobre un codo ―. Pedro nos ha invitado a cenar en su restaurante esta noche, para celebrar tu llegada. Un hermoso detalle.
Paula arrugó el ceño un segundo, pero compuso la expresión.
Que el infierno se congelara, porque ella no iba a ir.
― ¿En serio? La verdad es que no tengo muchas ganas de salir.
― ¿Segura?
― Quisiera quedarme en casa, con la lluvia de meteoritos en estos días, me gustaría sacar el viejo telescopio y usarlo.
Penelope estudió la expresión en el rostro de su hija. Una madre hacía de muchas cosas para sus hijos, y una de ella, era detector de mentiras. Sin embargo, Paula no era una niña de diez años a la que había que proteger y aunque así fuera, Pau nunca se había quebrantado frente a ella. Era con Pascual con quien Paula hablaba, lloraba y se quejaba. Sólo con su padre.
Pero el instinto de madre le decía que Paula y Pedro tenían algo que arreglar. Además, sobre su viejo telescopio…
― Oh bueno, es que sin ti, no podríamos ir, y yo no he ido al lugar desde hace mucho, aunque tu hermana sí, y pues… ― puso la mejor cara de sufrimiento que tenía.
Y funcionó.
Paula se dejó caer en la cama, de espaldas, y se colocó la mano sobre su rostro.
― Basta má, que sé por donde quieres ir.
― ¿Entonces?
― Bien, iremos, pero solo un rato.
― Muy bien, le diré a tu padre que iremos. Me llevo a Guille un rato, creo que te tiene cansada por lo visto.
― Gracias má.
Le dio un beso en la frente a su pequeña P, que se dio la vuelta hacia la ventana, y tomó a Guille en brazos. Justo antes de cerrar la puerta, se detuvo para observar a su hija.
Cuando ella sintió su mirada, se giró con el ceño fruncido, a lo que Penelope sólo respondió con una breve sonrisa y
desapareció.
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