Natalia Trujillo

viernes, 9 de diciembre de 2016

CAPITULO 23






Paula despertó por segunda noche consecutiva presa de sus viejas pesadillas. Se pasó la mano por las mejillas y las sintió empañadas. Genial. Al parecer se estaba volviendo una
costumbre amanecer con lágrimas en las mejillas esas vacaciones. Se limpió el rostro con el dorso de la mano derecha y se sentó en la orilla de la cama. Aun llevaba puesta la ropa de la noche anterior solo que ahora llena de arrugada. Tenía la falda encogida en su muslo y su saco abierto, dejando ver su sujetador. Vio el teléfono a un lado de la cama y se preguntó a qué hora habría colgado. Trató de recordar lo sucedido la noche anterior, después de llamar a Elias pero lo único que se le venía a la cabeza era que no había parado de llorar junto a la dulce y paternal voz de su
mejor amigo, calmándola.


Sentándose en la cama, se apoyó y miró hacia todos lados. 


Sintió los ojos un poco irritados y sus labios hinchados. Se terminó de quitar el saco y caminó hacia el baño, desabrochándose la falda en el camino. Ya en la ducha quedó apoyada contra la loseta. Estaba cansada, emocionalmente exhausta. A pesar del agua caliente, se tuvo que abrazar por el escalofrío que recorrió su espina.


¿Por qué había tenido que recordar todo eso?


El momento en que había abierto la puerta de su casa, y había salido la rubia de Playboy, le había acompañado durante meses. Y las palabras de Pedro parecían sonar en altavoces en cada pesadilla. El agua caliente de la ducha hizo a Paula sentir más humana que la noche anterior.


Pero no del todo


Salió y buscó algo que le diera la hora. Fue por su móvil y vio la hora. Suspiró aliviada.


Gracias al cielo no era pasado del medio día, odiaba levantarse tarde, y para su segundo día en casa, no quería dar la impresión de estar volviéndose una floja. Fue al armario y no se sorprendió en ver que su ropa ya estaba desempacada. Su madre ya había tocado su maleta y había
acomodado su ropa en ganchos, cajones y estantes. Volvió a su ropa cotidiana, de vaqueros y blusas de algodón. 


Después caminó hacia su neceser y sacó un frasquito de gotas para los ojos.


Como siempre terminaba con los ojos irritados después de trabajar horas frente a la computadora, aquellas gotas se habían convertido en sus mejores amigas. Con un trabajo como el suyo de desvelos continuos, las ojeras y ojos rojos eran casi parte de su vida cotidiana. Esperó unos segundos acostada en la cama, esperando a que las gotas hicieran efecto. Luego, se miró en el espejo y sonrió al ver que se le había quitado la hinchazón. Aliviada, bajó a la cocina, y encontró a su madre, de espaldas, limpiando la encimera.


― Bueno días má.


Penelope se volteó sobre su izquierda y la miró un poco preocupada. Caminó hacia ella y le acarició la mejilla.


― Cariño, ¿te sientes bien? Nos dejaste preocupados anoche, cuando Pedro nos dijo que tuviste que salir, pensé que te había pasado algo.


Paula tomó su mano entre las suyas y le dio una leve sonrisa, mientras asentía.


― Yo tuve que venir, cosas de trabajo de última hora. Cuando llegue el recibo de teléfono, avísame porque vendrá una buena factura de llamadas a España ― comentó tratando de sonar en broma, pero sí que sería cierto. Elias sería su único apoyo en California.


Dejó a su madre y se acercó a la cafetera, sirviéndose una taza humeante. Se dio la vuelta y se recargó contra la tabla, sorbiendo el líquido. Su madre se acercó a la mesa, y empezó a rozarla y jugar con la madera.


― Paloma me dijo que habló contigo.


La sonrisa se evaporó justo como el agua de su café.


― Oh má…


La mirada de Penelope se volvió nublada y Paula vio en ella las ganas de llorar. Las mismas que ella sentía por remordimiento.


― No te preocupes por las palabras de Paloma, cariño. Es sólo que, una madre jamás deja de preocuparse de sus hijos. Siempre me pregunto si comes bien, si no estarás en enferma, si eres feliz. Pero contigo en el otro lado del mundo, no sé si en verdad estás bien.


Paula dejó la taza de café en la encimera y caminó hacia su madre, se hincó a su lado y la tomó de las manos.


― Má, las palabras de Paloma son ciertas. Estuvo mal que no viniera por años. Pero te prometo que no lo haré más. Buscaremos un equilibrio entre mi trabajo y la familia, má. Lo prometo.


― Pero, ¿eres feliz cariño?


Las caricias de Paula continuaron largo rato y sonrió con dulzura a la mujer que le dio la vida, que la vio crecer, que sabía cada pelo y seña de ella.


Paula no contestó.


Penelope no necesitó respuesta.


Cuando Pascual entró en la cocina, las encontró en la misma posición. Las observó unos segundos, estudiándolas, preguntándose qué había pasado. Pero en sus años de casado, había aprendido que había un momento para que las cosas salieran a la luz. Carraspeó y caminó hacia ellas, colocando el periódico debajo de su brazo.


― Bueno, bueno, cenicienta, al fin has despertado. Pesamos que tendríamos que buscarte un príncipe azul para despertarte.


Paula alzó sus ojos y sonrió, levantándose y dándole un beso en la mejilla a su padre y se quedó a su lado, con su brazo alrededor de su hombro.


― Esa es la Bella Durmiente papá, y si sólo despertara por un beso de un príncipe, creo que estaría en estado comatoso de por vida.


La mano de Pascual se acercó a la cintura delgada de Paula y la miró con curiosidad.


― Oh vamos cariño, habrá un chico por ahí, ¿verdad? Una lindura como tú…


― Tu opinión es objetiva. Cuando estaba gorda también era una “lindura” ― Paula pretendió decir una broma, pero ninguno de sus padres la tomó como tal.


Pascual la soltó sólo para plantarse directamente frente a ella y mirarla a la cara, tomándola entre sus manos.


― Cariño, tú eres la única que se menosprecia. Para mí, eres más hermosa que cualquiera de esas modelos frívolas que salen las portadas, y quien crea lo contrario es un verdadero tonto.


Con las palabras escapando de su garganta, Paula sólo pudo sonreír desde el fondo de su corazón y abrazar a su padre. Penelope se levantó y le dio palmadas a ambos.


― Bueno vamos a dejar ese tema a parte, que hay que hacer limpieza y prepararnos. Los niños llegan a las seis ― agregó esto último por si los otros lo habían olvidado.


Padre e hija sonrieron entre ellos y se pusieron manos a la obra




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