Natalia Trujillo
viernes, 9 de diciembre de 2016
CAPITULO 21
Oyes el susurro…
No, no es el viento.
Es lo que él trae.
Son las risas que una vez emitimos, es la sal de las lágrimas que una vez derramaos, son los recuerdos.
Cierra los ojos y óyelo.
Es el pasado tratando de entrar de nuevo en el presente.
Tratando de hacerse oír, tratando de curar los corazones heridos, tratando de crear nuevos momentos pero sin que jamás olvidemos los que vivimos, porque él sabe, tan anciano como la Tierra misma, que cada persona es un mundo, pero cuando dos almas gemelas se unen, crean su propio universo.
Aun en la oscuridad, podía verla. Era como si un sexto sentido se hubiera desarrollado esa noche, sólo para verla.
Se fue acercando a ella, cerró sus ojos y…
Y recibió un cabezazo en lugar de un beso.
― ¡Te engañé… dhuuu!
Paula sacó la lengua y volvió a salir disparada hacia el lado opuesto de Pedro, y se podía oír su risa fluyendo por la playa. Parecía una ninfa como las descritas en los libros antiguos. Saltando, riendo, tentando. Se tocó el golpe en la cabeza sonriendo. Desde luego, ninguna mujer lo había
tratado como ella. Y adoraba eso. Trató que su voz sonara severa y se echó a correr.
― Si te agarro estás muerta, Cleopatra.
Paula se detuvo, frunciendo el ceño, a pesar que estaba oscuro y sabía que Pedro no podía ver la expresión.
― ¡Oye, sabes que odio ese nombre! ― Todos sus hermanos odiaban sus segundos nombres.
Desde luego, a ninguno de sus hermanos le agradaba oír su segundo nombre. Sus padres se habían asegurado que sus hijos tuvieran que usar su primer nombre. El segundo estaba más que descartado.
Tan presa de sus propios pensamientos, Paula reaccionó tarde, y no pudo moverse. Pedro llegó hasta ella, y tirando de la chamarra, la jaló hacia sí, y por el impacto, ambos cayeron a la arena, riendo.
Los segundos fueron pasando mientras que la risa se fue apagando y Paula, yaciendo encima de Pedro, lo miró sin saber qué hacer. Sólo podía sentir su respiración subir y subir. Posó ambas manos a los costados de la cabeza de Pedro, levantando su tronco, haciendo un ademán de quitarse.
Las manos de Pedro se aferraron a su cintura. No la dejaron moverse de donde estaba.
― Te prometí que no pasaría nada que tú no desearas, Pau.
“Salvaje, Pau. ¿Recuerdas? Diviértete”.
“Oh dulce voz de la conciencia, a veces eres la peor consejera”, pensó Paula. Pero no se cerró, sino que se estiró para ir por sus labios. En el primer intento rozó su frente, errando el tiro, pero dándole una idea genial. Sonrió pícaramente.
― Creo que tenemos un problema, pero sé cómo resolverlo.
Aprovechando la oscuridad, Paula empezó a dejar caer besos, trazando un camino de besos y caricias por el puente de su nariz, pasando por sus ojos, rozando su mejilla contra la suya, absorbiendo como una aspiradora su aroma masculino, besando su mejilla y barbilla y finalmente, sus labios fuertes, que rápidamente tomaron el mando de la situación.
Dándole vuelta delicadamente, Pedro obligó a Paula a cambiar las posiciones tendiéndola sobre la fría arena mientras que él se inclinaba sobre ella, sin perder el contacto. Una de sus manos, fría, se metió dentro de su chamarra y su sudadera, y tocó su piel ardiente. La diferencia de temperaturas provocó que su cuerpo se tensara en un espasmo erótico y un gemido salió de su garganta. Sin embargo, su mismo cuerpo, necesitado de algo más, se arqueó para que Pedro pudiera seguir con la exploración. Su mano llegó a su seno, libre de cualquier prenda, y los dedos fríos rozaron su cima que rápidamente se convirtió en un guijarro, duro de deseo. El masaje siguió
de un lado a otro, caricias que fueron incrementando su calor, hasta que su mano estuvo a la misma temperatura que su cuerpo debajo de la cazadora: ardiendo.
Pedro le devolvió el juego a Paula, y no sólo devoró sus labios, sino que fue deslizando su boca por sus párpados cerrados, por su nariz, por la línea de su cuello y sellando el final, succionado su clavícula, causándole cosquillas. Eran dos adultos hechos y derechos pero en esos momentos parecían más bien dos adolescentes cachondos después de su baile de graduación.
La mezcla de sensaciones, junto con sus ideas, provocó risillas en Paula que pronto se convirtieron en carcajadas.
Sintió a Pedro deteniendo su cascada de besos y alzar la cabeza para mirarla.
― ¿Qué sucede?
― Es que pensé… ― pero se calló, soltando más carcajadas.
― ¿Qué?
La voz grave de Pedro la hizo perder la risa, y carraspear. A lo mejor pensó que se estaba burlando de él. Tenía que aclarar las cosas.
― Es que parecemos dos chicos que acaban de salir de su baile de graduación y bueno, ya sabes, como las películas… ― hizo una pausa y buscó una en la mente y sonrió ― “American Pie” por ejemplo.
― He de confesar que yo mismo tuve… ― Pedro enmudeció al segundo de soltar esa frase, y casi pudo sentirse sonrojándose ― Pensándolo bien, no creo que sea un buen momento para confesar nada.
― Claro que no bateador. Mucho menos con tu mano en el lugar donde está.
Al oír la afirmación de Paula, sus dedos se movieron por instinto, tomando “ese lugar”, y jugando con él; tratando de rescatar la poca cordura que le quedaba y evitar que fueran detenidos por indecencia pública, se acercó y le preguntó:
― ¿Y tú? ¿No tuviste tu noche de película en la graduación?
Paula soltó una exclamación de sorpresa.
― ¿Acaso no lo recuerdas? ― Pedro soltó a su presa y fue bajando su mano hasta su ombligo con el que jugó unos segundos. Trató de recordar, pero no, la verdad era que no tenía idea. Le dijo eso a Paula y ella asintió en la oscuridad ―. No tuve fiesta de graduación. Por mi carrera, no éramos ni somos como otras facultades y hermandades que tiene cena de gala y alfombra roja. Simplemente tu papel y listo. Papá insistió en llevarnos a cenar. Tú fuiste con nosotros a última hora, Pedro.
― Ah, ya me acordé ―. Y sí, los recuerdos empezaron a llegar. Una cena con los P’s, Paula sonriendo, Paula platicando, Paula bostezando, Paula… ¿Por qué de repente sólo tenía recuerdos de Paula? Trató de recordar más cosas, pero su mente estaba en blanco ―. ¿Entonces no tuviste tu baile de graduación? Eso es imperdonable.
Pedro le dio un beso en el cuello y retiró la mano de debajo de la cazadora.
― No me interesaban esas cosas, ― confesó Paula, alzando los hombros y sintiendo a Pedro levantarse ―. Además, no se me da bien eso de la bailada en pareja, según Patricio y Pablo, nací con dos pies izqui… ― Pedro tomó su mano izquierda y de un golpe la levantó de la arena ― ¿Pero qué estás haciendo?
― Cambiando tus recuerdos.
La llevó corriendo hacia donde habían estacionado la moto.
Paula gritaba que se detuviera pero Pedro parecía poseído, y ella sólo podía seguirlo. Cuando llegaron a donde Indi, Paula se dejó caer en la arena, con la respiración agitada por el pequeño maratón, mientras que Pedro iba hacia su pequeña y encendía las luces de la moto, apuntando a donde estaba ella.
― Luces por favor ― Paula se tapó la cara con una mano para evitar toda la luz ― Y ahora, música.
De su bolsillo del pantalón, Pedro sacó su celular, uno modelo nuevo, de esos de última tecnología que eran la novedad, con cámara y música. Pedro buscó una estación de radio, y las primeras tres tenían solamente canciones de villancicos, hasta que al fin “Tell me lies” de Fletwood Mac empezó a sonar de su móvil. Bueno, era mejor que “Noche de Paz”. Corrió hacia Paula, hizo una reverencia y le extendió su mano.
― ¿Me permite?
Paula sabía que debía de estar en un estado de pena, con el pelo revuelto por el viento rebelde, y la arena pegada a su cabello y ropas, pero ahí estaba él, mirándola como si nada de eso importase. Tomó su mano y se acercó a él.
― Que conste que te avisé de los pies izquierdos ― comentó sonrojada, sabiendo que ahora, con la luz de la moto, él podía verla.
Aun parados, sin moverse, Pedro le acarició la mejilla.
― Sólo déjate llevar ― inclinó su cabeza y Paula sintió su corazón acelerar, pero Pedro le devolvió la broma y le dio una vuelta en su propio eje.
Al ritmo de Duran Duran, Air Supply, Klymaxx, Areosmith, Chicago, y tantos más, Paula bailó, haciendo nuevos recuerdos. Fue un momento mágico, de risas, con cada vuelta no podía parar de reír, mientras tarareaban la letras de las canciones o simplemente la tonada. Bailando al estilo de los setentas, como Travolta en sus mejores tiempos. Ni Paula ni Pedro podían recordar la última vez que habían reído tanto, o con una persona tan especial.
De repente, empezó a sonar “Conga” de Miami Sound Machine, y Paula se separó de Pedro, decidida.
― Observa bien, bateador.
Alejándose de él lo suficiente como para que tuviera una vista panorámica de ella, empezó con suaves movimientos de cadera, que fueron aumentando de velocidad. Gracias al cielo por las fiestas en la costa de la playa, pensó Pau.
― Oye, veo que tu estancia por las playas de Puerto Rico te hicieron bien. Mira que movimientos. ¿No que no sabías bailar? ― preguntó Pedro, admirado por todo, aunque lo escondió detrás de su ceño fruncido.
― En pareja, bateador, soy pésima. Sola, soy dinamita.
Siguió danzando al ritmo de la música, cada vez más rápido, dando vueltas alrededor de Pedro, mientras que éste, la observaba sin perderla de vista un solo segundo. Pedro la tomó después entre sus brazos, bailando y dándole vueltas.
Cuando la música terminó, acabaron abrazados, riendo a todo pulmón. La siguiente canción, fue una balada más suave. Pedro no soltó a Paula, sino que la fue acercando más y más hacia él. Moría por un beso de ella, y moría por más que un beso, pero, ¿Paula querría más?
― Pau.
Ella terminó de cerrar la distancia, envolviendo sus manos detrás de su cabeza, y rozando sus labios con los suyos.
― Vámonos de aquí Pedro, hace frío, y yo quiero que me calientes.
Esas palabras fueron la mejor música de la noche para Pedro.
El cómo llegaron al hotelito cercano a la costa, Paula no podía recordarlo. Sólo que estaba en una especio de trance en la que sólo veía a Pedro y nada más.
Después de una ducha necesaria por la arena de la playa, y de varios tropiezos en la noche, que provocaron la risa de ambos, la noche culminó con la unión de dos cuerpos en el más viejo ritual entre hombre y mujer.
― Te amo, Pedro, siempre lo he hecho, y siempre lo haré ― exclamó en el clímax, completamente extasiada.
Pedro no dijo nada, sólo la observó, y guardó cada gesto, cada movimiento como a un tesoro invaluable. No pudo contestar con palabras, pero la siguiente vez que le hizo el amor, fue suave y amoroso.
Las lágrimas pendían de los ojos de Paula, viendo realizadas las fantasías de sus sueños infantiles, mientras que para Pedro era la promesa de un sueño que estaba por empezar.
Ninguno de los imaginó que sería el final de sus sueños y el comienzo de sus pesadillas.
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