Natalia Trujillo
jueves, 8 de diciembre de 2016
CAPITULO 20
La carretera los llevó a Baker Beach. La playa estaba desierta, pero era de esperarse siendo la madrugada de la noche de Navidad. Sólo se oía el ruido de las olas chocando unas con otras. A pesar de no haber alumbrado eléctrico cerca, las luces de la noche despejado, con la luna llena en
su fulgor, más las luces nocturnas del Golden Gate, alumbraban la playa lo suficiente sólo para ver sus siluetas. La brisa que golpeaba era fría, así que Paula se aferró con fuerza a la cazadora de Pedro. Él la tomó de la mano, ayudándola a desmontar y dejando a Indi a un lado y se internaron en la playa. Caminaron por unos minutos sin hablar, sólo siguieron sus pisadas. Un pie detrás del otro. A Paula le incomodaba esa sensación de incertidumbre. Era cómo cuando había expuesto sus temas de investigación y tesis antes sus sinodales: el silencio que podía ser o tu vida o tu muerte. Enterrando sus manos en la cazadora, se armó de valor, mojando sus labios un par de veces, y se detuvo, haciendo que Pedro también lo hiciera y la mirase.
― ¿A qué se debe todo lo que pasó en el porche de mi casa, Pedro?
― A ti. Sólo a ti.
― He estado todos estos años a tu alrededor, honestamente me cuesta creer que en una noche yo cambié las cosas. Es decir, soy la hermana pequeña de tu mejor amigo y de una de tus tantas ex novias, y bueno, crecimos juntos que casi se podría decir que somos hermanos.
― Casi ― subrayó Pedro enfáticamente ―. Gracias al cielo no lo somos, no me gusta la idea de haber besado a una hermana, si es que tuviera. Y sobre lo que cambió ― oyó los pasos de Pedro, acercándose hacia ella ―. Fui yo, que necesitaba abrir los ojos ― Paula sonrió con pesadez. Vale, el chico Alfonso era bueno con las palabras ―. Siempre has estado ahí, mientras que yo… Creo que deberías de darme un buen golpe por ello.
― Creo que lo haré.
Pedro no lo había esperado, y verdaderamente no vio venir el golpe en seco en su vientre.
Como Pau lo tomó desprevenido en verdad le dolió. Se tuvo que doblar y apretar la tripa para que el dolor pasase. Y lo que más le desconcertó fue la risa de Paula. Alegre, divertida, como luz de primavera en ese invierno. Joder, ¿cuándo había cambiado esa sonrisa? Aquello terminó por
robarle el aliento.
Paula se reía. No sabía porque, pero lo estaba disfrutando.
Habría dado lo que fuera por ver claramente y no una sombra, la expresión de Pedro cuando le había dado el golpe. Se tuvo que inclinar, y recargarse sobre sus rodillas, buscando aire, al igual que Pedro, pero por diferentes causas. Sus ojos empezaron a lagrimear y se los limpió rápidamente.
― Eso te pasa por querer engatusarme con tus palabras de playboy ― se acercó a él aun carcajeando y le dio una palmada en la espalda a Pedro, que Aun se encontraba encorvado ―. Soy yo, ¿recuerdas chico listo? Me sé todas tus líneas.
― ¿Me pegaste? ― preguntó Pedro en un susurró sin moverse ―. ¿Has sido capaz de pegarle al grandioso Pedro Alfonso?
― Disculpa si te dolió… Pepito. Podemos regresar con tu Indi e irnos a casa.
Pedro se enderezó súbitamente, haciendo a Paula retroceder.
Había estado fingiendo el dolor.
― Oh, eso sí que dolió más. Nadie me llama Pepito y desde luego, nadie le dice “Indi” a mi pequeña. ¡Ven acá, mocosa!
Paula soltó un grito y se echó a correr por la playa. ¿Cuándo había hecho eso? ¿Alguna vez había reído de esa forma?
Siguió corriendo y esquivando a Pedro que la dejaba ir, jugando al gato y al ratón. Entre rizas y gritos, Paula reflexionó. Incluso con las personas más allegadas a ella,
nunca se había divertido tanto como ese momento. Esa sonrisa era sólo para Pedro.
Pedro la agarró después de varios intentos frustrados, alzándola sin problemas en sus brazos.
Sonreía como hacía tiempo no lo hacía, contagiado por la risa de Paula. La llevó al agua y la amenazó con dejarla caer en la fría sustancia, provocando que Paula lo abrazara del cuello con fuerza para que no cumpliera su amenaza. La llevó a tierra firme, lejos del agua, y la bajó con cuidado, aunque ella no se desprendía de su cuello todavía, enterrando su cara en su pecho, como un avestruz. Podía sentir su respiración muy cerca de su cuello, provocando que sus vellos se erizaran. Le tomó las manos con delicadeza y la obligó a bajarlos.
La soltó y la tomó de la mejilla.
Moría por otro beso. Durante la cena había pasado un infierno, viéndola sonreír tan tentadoramente, mientras que él se había convertido adicto a su sabor.
Y era real.
Lo que había pasado en los columpios había sido real. No había sido el alcohol ni su imaginación, porque cuando había repetido la escena en el porche, lo había vuelto a sentir. Era real.
Era ella.
― Pau…
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Ayyyyyyyyyyy, qué lindos caps, cada vez me gusta más esta historia.
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