Natalia Trujillo

sábado, 3 de diciembre de 2016

CAPITULO 2





Miró por la ventana circular de la puerta de la cocina, hacia el comedor. No los oía del todo, pero veía el bullicio que ahí había: los niños pidiendo algo, los padres exigiendo que se sienten, los abuelos haciendo cariñitos a los nietos. Podía ver los tazones volando de un lado a otro, la comida
desaparecer.


Su madre alzó la mirada para encontrarse con la de ella.


Pau se quedó sin aire, pensando en lo mucho que se había perdido y en lo poco que había ganado. Le dio una breve sonrisa, una de aquellas en las que sólo curvaba los labios por ecuación. Dio un suspiro y fue hacia el comedor.


Pascual Chaves encabezaba el gran comedor de roble, y a su derecha, como en todas las cosas, su Penelope lo acompañaba. Y en el resto de los asientos, sus hijos, y los hijos de sus hijos estaban distribuidos.


Los niños no dejaban de hablar, cada uno exigiendo atención de la nueva en la casa. Ella sonreía, y asentía, pero se perdía entre tantas palabras. En su trabajo no tenía aquella adrenalina.


La oficina, o mejor dicho, el pedazo de espacio que tenía en una gran habitación eran sólo para ella y su alma. Cada investigador tenía su propio “universo” donde cada uno se encerraba en su mundo, y se envolvía en sus teorías y relaciones matemáticas.


Los niños la estaban poniendo un poquito nerviosa, pero gracias al cielo, Paloma y Pablo les llamaron la atención, y pudo suspirar con tranquilidad.


Sentada entre su madre y Cata, sonrió al frente, donde estaba Pablo, su cuñada, y sus hijos.


Los adultos empezaron entonces a hablar, de personas y nombres con los que Pau se perdía. ¿En sólo cuatro años la ciudad puede extenderse demasiado? La respuesta era sí.
― Paloma, pásame la ensalada.


Su hermana tomó el tazón lleno de follaje verde y se lo tendió. Cuando Pau estiró el brazo para tomarlo, Paloma se lo quitó.


― Tienes que comer, estás muy flaca.


Pablo y los demás asintieron. Alzando una ceja, miró a su hermana, que tenía las proporciones de una modelo de Victoria’s Secret, y pensó en sacarle la lengua. Al final, suspiró.


― Bueno, quien los entiende, cuando pequeña estaba muy gorda, cuando joven estaba demasiado desarrollada y ahora soy un palillo. Es difícil complacerlos, gente.


Palomale dio el bol y ella lo tomó encantada, sirviéndose una buena porción. Le gustaba la lechuga y lo podía comer con todo, pero parecía que aquel dato había sido borrado de la memoria de sus hermanos. Miró entonces a todos, quienes la observaban estupefactos.


― ¿Qué?


Su madre fue la primera en reaccionar, sonriendo.


― Nada, nada, todo está bien.


Pau tomó un pedazo enorme de bistec y lo tragó, amansándolo en la boca, para que vieran que no era ninguna loca con problemas alimenticios.


― Tienes que compartir la receta. Por lo visto, sigues comiendo como siempre y pareces bajar en vez de subir. Yo quiero perder unos cuantos kilos que tengo de más. Tener bebés no sale gratis ― y para confirmarlo, se dio unas palmadas en la cadera.


― Amén cuñada ― contestó Ale alzando su vaso de refresco. Su cuñada no era una top model, era más bien, del tipo rellenita, con caderas prominentes y una mata de rizos y ondas rubias, ojos de un azul intenso y una sonrisa sincera. 


Si bien no era el tipo de mujer con la que su hermano había acostumbrado a salir durante su época de galán, sin duda, era la que él amaba.


― Tu trasero puede corroborar eso ― contestó Patricio, escondiéndose entre las risas, para después ganarse un buen golpe por parte de Pablo y Guillermo, así como la mirada asesina de su hermana y su cuñada. Su madre, desde el otro lado de la mesa, la miró con inquietud.


― Estas bien cariño, ¿no estás enferma, verdad?


Paula depositó el tenedor en el plato suavemente. Lo que le faltaba. Que creyeran que era anoréxica. Aquél mismo pensamiento la hizo reír, pero ocultó la risa detrás de la servilleta de tela.


Cuando niña había tenido problemas de peso, y hasta hace unos cuantos años, todavía había tenido. Pero las vueltas que daba la vida le había dejado así. Estaba tan asimétrica que el jarrón de flores que había en el centro de la mesa, tenía más curvas que ella.


Sonrió a su madre, tratando de brindarle tranquilidad.


― No mamá, es sólo que por los viajes, tengo que controlar mi presión arterial y mis constantes vitales. Si no, no me permiten subir.


La pequeña Cata, que estaba a su lado, jugueteando con los brócolis de su plato la miró con sus enormes ojos marrones.


― Tía Paupy, ¿nos vas a contar historias? ― preguntó con su voz infantil.


― ¡Sí! ― intervino Alejandra ― ¡A mí me debes la de la sirena!


― ¡A mí la del león! ― gritó Charles con la boca llena y haciendo una imitación del gruñido del animal.


― ¡«Io» «quelo» «escuchal» también! ― gimoteó Ariana levantándose en su asiento.


Todos empezaron a reír estruendosamente al ver el espectáculo de los niños. Pablo obligó a Ariana a sentarse, Ale le dio un breve sermón de modales a Charlie y Paloma calmó a su hiperactiva hija.


Paula se quedó sin palabras al ver que aquellos niños, a pesar de los cuatro años que no la veían, Aun recordaban sus historias. Se sintió conmovida por el gesto y les dio un sí a los pequeños. Todos se encogieron de hombros y algunos incluso se taparon los oídos al oír los gritos de los niños. 


Patricio acarició la cabeza de Alejandra y miró a su hermana mientras tanto.


― Sabes, creo que serán unas navidades que recordaremos por siempre.


― Si, ya lo creo ― coincidió Guillermo.


Todos concordaron.


Penelope tomó un sorbo del exquisito vino que su esposo había sacado de la cava, para festejar la ocasión, el que toda la familia estaba reunida después de varios años. Observó a Paula con atención, preguntándose el porqué de su tan prolongada ausencia.


― Sabes cariño, también Pedro ha regresado de Nueva York.


El vaso que estaba llevando a sus labios, se quedó bailando en el aire, mientras que Paula miraba en silencio a su madre. Después de regresar de sus pensamientos, tomó de la copa y enarcó una ceja.


― ¿Ah sí? ― Su tono de voz dejó ver que le importaba poco, pero por dentro se moría por preguntar.


Ale, limpiándole la boca a Ariana, se unió a la conversación.


― ¿Te acuerdas de su esposa? Se divorciaron al poco tiempo de casados.


Claro que se acordaba pero Patricio le evitó la pena de contestar.


― ¿Aquella rubia con buena delante…? ¡Ahhhhh!


Paloma le miró con cara de pocos amigos, mientras que Patricio se limitaba a sobarse la pantorrilla por debajo de la mesa. Pascual se unió a la plática, agregando desde el cabezal de la mesa.


― El pobre, dejar su carrera cuando estaba en la cima de la fama.


Sabía que su padre, hablaba pero a Paula le costaba seguir la conversación.


― ¿Qué era lo que hacía? ¿Fútbol? — preguntó Paula incorrectamente a propósito. Ella sabía muy bien la respuesta.


― Béisbol ― respondió altamente ofendido el Patricio de la familia y la miró con acritud ―. A veces dudo que tengas los genes de esta familia.


Una media sonrisa se dibujó en los labios de Paula. 


Aquello lo había oído demasiadas veces, que ahora ya no dolía tanto. Pero lo cierto era que siempre se había sentido fuera de lugar en la familia. Compartía tan pocas cosas con ellos que las podían contar con los dedos de una mano. Y
el deporte no era una de ellas. Al menos hasta hacía un par de años, cuando se había convertido en una experta del beisbol, pero sólo de aquel deporte. En cambio todos, y cada uno de los integrantes de los Chaves adoraban y admiraban los deportes, cualquiera de ellos. Las Olimpiadas, campeonatos de soccer, béisbol, NFL, el Super Bowl, todo eso tenían un sentido casi divino en su casa.


Miró a Patricio, encogiéndose los hombros y pidiendo disculpas con ese gesto.


― Bueno, era relacionado con una pelota. Estaba cerca.


Patricio estuvo a punto de contestarle cuando un sexto sentido hizo que desviara la mirada a su madre, quien desde ese ángulo, su hermana no podía ver, y vio la amenaza de pasar hambre si abría la boca una vez más. Así que de mala gana se metió el tenedor en la boca.


Pablo sonrió al ver a su pequeño hermano y miró a Pau.


― Sí, tuvo un accidente hará cosa de dos años y la buena suerte se le acabó. Estuvo viajando pero al cabo de seis meses se aburrió y decidió regresar.


― ¿Y a que se dedica ahora? ― La tensión se reflejaba en la forma tan fuerte con la que tenía aferrada los cubiertos.


― ¿Te acuerdas del bar de viejo Willie? ― intervino Paloma.


Con el ceño fruncido, Pau asintió.


― Claro. ¿El mismo bar al que nunca me dejaron entrar porque decían que no era lugar para una señorita, aunque tú ibas más veces que Pablo? ― oyó las risas apagadas de los niños y de los propios adultos. Para añadir más salsa al asunto, estiró la cabeza y miró hacia su cuñado, sentado
al lado de Paloma. ―. ¡Oh cielos, Guille! ¿Sigues aquí?


― Ja Ja. Está celosa ― girándose hacia su marido, le dio una caricia en la mejilla. ― No le hagas caso, cariño.


― Jamás cariño.


Todos se soltaron a reír, mientras que Paloma acariciaba la mano de su esposo encima de la mesa.


Paloma había sido novia de Pedro durante el instituto y por mucho tiempo, pero sorprendieron a todos al terminar el mismo año de su graduación. En cambio, había conocido a Guille cuando había comprado su primer auto, y el amor los había flechado. No era una beldad, aunque tampoco
ningún monstruo de Lago Ness, pero Pau a veces se preguntaba como una hermosura como su hermana, alta, curvilínea y en forma, de labios anchos, pecho firme, caderas redondas, y miles de características que podían clasificarla como una participante de Miss Universo estaba con Guille, de estatura media, con una tripa prominente, y empezando a quedarse calvo (igual que Pablo).


Aunque a ella le caí bien su cuñado y lo adoraba, del mismo modo que Ale, Aun no lo entendía.


Quedarse con Guillermo mientras que Pedro… era simplemente Pedro. La estrella de futbol americano del
instituto, una de las más grandes figuras del béisbol de las grandes ligas, el mejor amigo de su hermano Pablo, el hijo de los mejores amigos de sus padres, su vecino… y el gran amor de Paula Chaves.


Volvió a la realidad y observó a su hermana y a su cuñado darse un beso en los labios y sintió un retortijón de celos. 


Paloma se volteó para mirarla.


― Pues regresando al bar, Pedro es ahora es dueño de él. Lo ha remodelado y es un restaurante bar.


La risa se le salió antes que pudiera retenerla.


― ¡Pedro Alfonso, dueño de un restaurantillo! Eso sí que lo tengo que ver.


Paula se chupó el pulgar manchado con salsa de tomate.


― Ya lo verás. Por cierto, ha preguntado por ti.


Si aquello era una broma, había sido muy buena. Se acomodó sus lentes, sólo para tener las manos en movimiento.


― ¿Ha preguntado por mí?


Su pequeño hermano ni siquiera la miró, sino que se sirvió más del puré de papas y junto con una buena porción de carne.


― Sip.


― Vaya, sería la primera vez ― susurró más para sí, pero Paloma la oyó.


― Oh vamos, ¿Aun sigues enojada porque nunca te hizo caso cuando chavales?


Paula trató de hacerse la ofendida. Si su hermana supiera...


― Oh vamos Paloma, ya crecí, ¿sabes?


― Sigue enojada ― anunció Paloma a los demás.


Pablo sonrió y asintió.


― Sí.


― ¿Hola? ¡Sigo aquí! ― inquirió Paula, golpeando quedamente la mesa con sus puños.


― Sí, sigue enojada ― coincidió Patricio para meterse un pedazo de carne a la boca.


Paula suspiró. Sus hermanos, a pesar de los años, siempre serían los molestosos que recordaba. Miró a sus padres y sonrió, pero frunció el ceño al ver la mirada de su madre.


― ¿Qué pasa, má?


― Nada cariño, terminemos de comer.


Pero Penelope Chaves pensaba para sus adentros, que esas navidades ocurría de todo.





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