Natalia Trujillo
sábado, 24 de diciembre de 2016
EPILOGO
― Guacála ― gimió Cata al ver a sus tíos besándose ―. Es asqueroso. Se pasarán bichos así.
Se dio la vuelta y comenzó a alejarse hacia la mesa de bocadillos. Había visto unos pasteles apetitosos y su mamá estaba platicando con la novia, así que no la vería comer.
Además, odiaba esas mallas blancas y el vestido blanco vaporoso de princesa que llevaba puesto. Era una boda, lo sabía, había visto muchas en la tele con su prima Ale, pero ¿cuál era el punto de ir todos vestidos como de la realeza? Miró a Alejandra y gimió. Su prima venía a su lado, pero parecía vivir en otro mundo. Saltaba y saltaba y sus manos iban de un lado a otro.
― Es tan romántico.
― Lo que digas. Yo tengo hambre.
Llegó a su mesa preciada y alzó las manos, indecisa sobre cual tomaría primero. Al final se decidió por uno que tenía una crema blanca y frutas cortadas. Cata amaba las frutas cortadas. Le dio una mordida al panecillo y miró hacia la pareja que platicaba con sus papás y sus tíos.
― ¿Y ahora qué?
― Hay Cata, pues como todas las películas románticas, vivirán felices por siempre jamás.
― Yo estaba pensando en un bebé como el tío Pedro y la tía Pau.
El tío Patricio y su nueva tía Cris estaba sonriendo y platicando con sus tíos, sus papás y los abuelos. Todos estaban felices porque horas antes la tía Cris le había dado el sí al tío Patricio. Ella ahora lucía un lindo vestido de princesa, blanco y muy largo. Llevarle la cola había sido un gran problema y se había tenido que concentrar en no aplastarlo. Había peleado con Ale por tirar los pétalos de rosas pero según era una tradición que la niña más pequeña llevara la cola de la novia.
Aún tenía dudas y cuando llegara a casa, buscaría más tarde en internet sobre ello, pero mientras tanto, aceptaría la respuesta de su mamá. Los novios se marcharon y la atención de Cata residió en su tía Paula y su tío Pedro.
Adoraba a su tío Pedro, porque no la trataba como a una niñita. Y ahora que estaba casado con la tía Paula era doblemente su tío. Aunque no le gustaba mucho eso de que besara a la tía Pau a cada rato. Y luego los encontraba dándose palmadas… ¡Palmadas en el trasero! Eso no era decente. Cata arrugó la nariz, sintiendo pena por su primo Noah. Tenía sólo un año y era el más pequeño de la familia. Sus padres lo colaron entre ellos dos y comenzaron a darle besos en sus mejillas rechonchas. Cata suspiró. El pobre no sabía lo que le esperaba. Si el tío Pedro y la tía Pau eran tan melosos como sus padres, al pobre Noah le llevaba una vida de sufrimiento. Pero al menos no tendría que llevar esas tontas malla, lo que le recordó…
Se rascó automáticamente la rodilla y la parte trasera. Tenía unas enormes ganas de quitarse la ropa, pero su mamá no le había traído ropa a propósito. Y andar desnuda no era una opción.
Llegaron entonces el abuelo Pascual y la abuela Penelope junto con el señor y la señora Alfonso para tomar a Noah de las manos de sus papás. A pesar de las protestas de la tía Pau, la abuela Penelope ganó y tomó a Noah en sus manos.
Entonces Cata observó al tío Pedro llevar a la tía Pau a la pista, donde estaban su tío Patricio, Pablo y su mamá bailando con la tía Cris, la tía Ale y su papá respectivamente.
Los observó cuidadosamente.
Todos parecían estar en sincronía. Analizarlos era muy interesante y a la vez frustrante. A ella le gustaban los números, amaba los números y poder contar cualquier cosa. Los pasos de un baile, los giros, las notas… pero cuando observaba a sus tíos y sus papás, los números desaparecían. Había algo ahí, algo casi… mágico.
¿La mirada? Sí, quizás era eso. Pero también la forma en la que se movían. Era hipnotizante.
El tío Pedro le susurraba cosas a la tía Pau que le daban risa. A lo mejor era un chiste. El tío Patricio sólo veía el rostro de la tía Cris, quizás estaba advirtiendo que el maquillaje se le estaba corriendo, pero por la forma en la que la miraba aquello parecía no importarle. El tío Pablo le daba giros a la tía Ale, y ella en vez de enojarse, soltaba risas. Y sus papás… advirtió donde tenía parada su mano SU papá y desvió la mirada. Aquello no tenía que verlo.
― Es tan romántico.
Alzó los ojos al cielo. Casi se había olvidado del Ale. Volvió a morder su pastelito, luego le dio dos mordidas más y se lo acabó. Se rascó la mejilla y se batió con crema el lugar, pero ella no se dio cuenta. Muy, pero muy en su interior, le gustaban también las historias de princesas. Y aunque había escenas en las que las princesas eran muy tontas y los príncipes unos ineptos, Cata también opinaba que el final era la mejor parte de cada cuento. Sin embargo, el felices por siempre nunca le había gustado y aquello había sido una larga discusión con su mamá. Porque, ¿cuándo dura por siempre? No. A ella le gustaba algo más real.
― Felices por ahora me agrada más ― murmuró Cata mirando a todas las parejas en la pista.
― ¿Qué? ― preguntó Ale saliendo de su cuento de hadas.
― Nada ― contestó. Se dio la vuelta y tomó dos panecillos ―. Toma. Aprovechemos que nuestras mamás están ocupadas. Cómelo, está delicioso.
CAPITULO 70
― Y con esto… he terminado ― dijo Paula mientras tecleaba orgullosamente el punto final de su artículo sobre técnicas de rastreo planetarios.
Quitándose los lentes, comenzó a darse un suave masaje en los ojos, los cuales estaban cansados por estar tanto tiempo al ordenador. Sonrió con autosatisfacción. No pudo evitarlo.
Acaba de terminar las correcciones hechas por los referees sobre su último artículo de nuevas técnicas de observación de planetas utilizando la nueva herramienta de OSIRIS-GTC. Era el último proyecto que tenía pendiente en Canarias, luego, podría marcharse a Hawai sin preocupaciones, además, tendría una carta de presentación que no pondría en duda sus conocimientos.
Abrió los ojos y miró al techo. La próxima semana estaría rumbo a Hawai para hacer una estancia de un año, para estudiar un poco más del universo, y para cambiar de aires.
La beca había sido inesperada y Paula prácticamente se había olvidado de ella, y fue hasta que recibió el correo que recordó haber metido solicitud para ella. Su casa estaba prácticamente vacía y las cosas importantes que no podría llevarse a Hawai estaban en casa de Elias. Tamara había insistido en que dejara desocupada la casa, pues un año pagando renta en un lugar que ella no viviría, sería algo verdaderamente tonto.
Se mordió la parte interna del labio inferior. Antes de irse a Hawai tenía pensado hacer una parada en otro lado. Y para ello necesitaba hablar con Elias, lo que recordó…
Levantándose de la silla, salió de su oficina. Eran las cuatro de la tarde y el lugar estaba tranquilo. Era sábado y por ése y los próximos dos fines de semana no habría mucho movimiento en el observatorio. Oyó un ruido proveniente del almacén de computadoras y corrió, pero no fue a Elias sino Rav quien encontró tecleando velozmente.
― Rav, ¿no sabes si ya regresó Elias?
― No ― contestó sin apartar la vista de la pantalla.
Caminó hacia el escritorio y se reclinó en el borde, con los brazos y pies cruzados. La computadora de Rev era la única que estaba prendida y le extrañó, pero quizás Stef y los demás había dejado los monitores apagados.
― Sé que se fue con Tamara y Carla de fin de semana ― y eso era una buena noticia porque significaba que Tamara finalmente lo había perdonado por lo sucedido en América ―, pero me extraña que no me hayan hablado para avisarme que había llegado.
Viendo que no lo dejaría en paz, Rav dejó en pausa su batalla de “Lord of War” y se giró hacia su jefa.
― Pau, no se te ha ocurrido que quizás se escaparon en un fogoso fin de semana. ― Acompañó la oración con un repetido levantamiento de cejas, pero lo detuvo cuando Paula lo miró detrás de las gafas, y con una ceja levantada.
― ¿Con Carla?
“Buen punto”, pensó Rav.
― Bueno, quizás no tienen señal.
Paula sacudió la cabeza.
― Tal vez, pero no lo creo. Tamara no soporta estar incomunicada.
Rav alzó las manos al cielo, se giró y se colocó en una mejor posición para regresar al nivel siete de guerra. Tenía unos cuantos malos que matar.
― Bueno, entonces vino E. T. y se los llevó ― dijo, con toda su atención sobre la pantalla.
― Creo que eso último es más creíble.
Colocó ambas manos sobre el borde la mesa y se aferró con fuerza. Tenía un presentimiento.
Algo que no sabía que explicar. Sumida en sus pensamientos, saltó como gato espantado cuando Stefana apareció en la puerta.
Estaba un poco agitada, y su respiración era acelerada.
― Stef, ¿estás bien? ― Se levantó y se acercó a ella, colocándole una mano en la espalda. A pesar de estar sacudida
― Sí. Es sólo que… ― alzó la mano y aleteó como si estuviera alejando moscas. Volvió a dar una gran bocanada y un poco más recuperada terminó la frase ―… nada. Vengo por Rav. Quedamos en ir al pueblo por pizzas, ¿te acuerdas Rav?
― ¿Eh? ―Rav la miraba como si tuviera cuernos en la cabeza.
Stef se paró erguida y lo miró con frialdad.
― Te lo dije en la mañana idiota.
― Estoy en medio de mi juego… ― Se calló en cuanto vio que la ceja derecha de Stef comenzaba a elevarse. Stefana no era conocida por ser paciente. Y él no tenía idea de porque rayos se lo quería llevar a comprar pizzas, pero si Stefana decía vamos, él tenía que seguirla o le caería la maldición llamada “furia de Stefana” ―. Por eso digo, que vamos a ir al pueblo por una pizza
Suspirando se levantó de su cómodo asiento y dejó el teclado sobre la mesa, traspasando un beso de su mano a las teclas. ― Suspirando se levantó de su cómodo asiento y dejó el teclado sobre la mesa, traspasando un beso de su mano a las teclas ―. Adiós cariño, no me extrañes.
Paula miró divertida la batalla verbal y sonrió más cuando vio que su amigo arrugaba sus cejas y salió de la habitación.
― ¿De qué quieres la tuya? ― preguntó Stefana.
Entonces Pau reparó en que se dirigía a ella. No quería pizza pero si le apetecía salir a estirar las piernas.
― Espérenme unos minutos y voy con ustedes.
Sus pies ya estaban alienados para ir a su oficina. No había sido una pregunta ni una propuesta, por eso le sorprendió cuando Stefana respondió con un marcado acento europeo:
― No. Tú ya tuviste tus vacaciones freund von mir, y nosotros queremos salir un rato para variar. Además, tú eres la única que queda libre aquí para cuidar el negocio. Así que repito, ¿de qué quieres tu pizza?
Viendo que era una batalla perdida, y recordando como Rav había pasado por lo mismo, suspiró y sonrió a la vez.
― Aguafiestas. Ya saben de qué. Mucho queso y peperoni con mucho pimiento y que ésta vez no se les olvide la salsa.
― Dinero ― exigió Stef estirando la mano hacia el rostro de Pau.
― ¡¿Qué?! Yo pagué la última vez las tres pizzas. Sola. Todos me dijeron que me iban a pasar el dinero después y hasta el día de hoy no he visto ni un penique.
― Es que tú eres demasiado buena. Yo no. ― La mano seguía todavía en el aire, extendida.
Exhalando, Paula agitó su cabeza mientras hurgaba en los bolsos de su vaquero buscando algo de monedas. Sacó un par de billetes y se los depositó a Stefana en la mano.
― Gracias.
― Terrorista. ― Comenzó a caminar hacia su oficina cuando recordó lo que la tenía tan preocupada ―. Oye, ¿sabes algo de Elias y Tamara?
Stef se dio la vuelta y sacudió la cabeza varias veces.
― No. Nada. ― Su voz sonó más aguada lo cual le dio una idea a Pau.
― No sabes mentir. Habla― Se acercó lentamente pero conforme ella daba un paso Stef retrocedía otro, y muy largo.
― No tengo ni idea y me voy porque los demás ya han de estar esperando. Nos vemos.
Quiso salir corriendo detrás de ella, pero Pau pensó que aquello sería muy infantil. Suspiró, caminando de regreso a su oficina, pensando en su futuro.
Llegó a la puerta, pero no entró. Simplemente admiró la pequeña oficina, ahora un poco desierta. Sin Elias y prácticamente sin sus cosas, estaba diferente. En un par de días estaría en una de las islas más importantes del mundo… completamente sola. Exhaló abatida, y fue hacia el cajón superior de su escritorio. Sacó los boletos de avión, y estiró los labios. El primer boleto tenía salida el miércoles, y el segundo tenía fecha marcada dos días después para salir del aeropuerto de San Francisco.
En dos días las cosas podrían cambiar. Si todo salía como esperaba, entonces esperaba no marcharse sola a Hawai.
Sin embargo, si por la fuerza del destino, sucedía todo lo contrario, simplemente podría saludar a su familia y despedirse por un largo tiempo. Jugó con los boletos unos minutos, advirtiendo entonces algo inusual. El lugar estaba demasiado tranquilo. No oía el ruido de los motores trabajando, ni el de los procesadores de las computadoras o la máquina de café. El lugar estaba muy silencioso.
Paula salió su oficina y comenzó a caminar hacia la fuente de poder cuando el lugar se quedó completamente a oscuras. Dentro de la enorme cubierta no se filtraba ningún rayo de sol.
Paula se detuvo sintiendo miedo por primera vez. Aquel lugar es su santuario… hasta ese momento. El silencio provocó escalofríos recorrer por su espalda.
― ¡Chicos, esto no es gracioso! ― gritó Pau, sin preocuparse por las notas de nerviosismo que acompañaban sus palabras ―. ¡Ya basta de bromas! ¡Prendan las luces de inmediato! ― vaciló esperando atenta ―. ¡Prende la luz, ya!
El lugar se iluminó.
Pero no fue la luz blanca cegadora lo que dejó a Pau sin habla. Era la visión del hombre que tenía frente a ella la que la había paralizado por completo.
― Te veo ahí parada y pienso que es un espejismo. Te veo y sólo puedo pensar en lo fuerte que eres. Pensaba que DiMaggio y Ruth eran mis héroes pero los dejas por debajo del listón. No sólo tuviste la fuerza suficiente para salir a delante, sino para brindarle a este tonto una segunda oportunidad que dejó escapar por razones que luego te voy a contar. Te traje esto.
Paula se fijó entonces en su mano, que llevaba aprisionada una libreta. Su libreta. ¿En qué momento había desaparecido? Las había revisado el día anterior y las cinco libretas estaban en su mochila, guardas y listas para viajar.
La única manera en que esa libreta esté en manos de Pedro y de que ella no se hubiese dado cuenta era que alguien la había tomado y había remplazado la libreta por una igual. Y sólo había una persona libre para ese plan.
Volvió la mirada hacía el, recelosa. No podía creer que él estuviera ahí. Recordó entonces los papeles en sus manos y los apretó con fuerza. Se preguntó si Pedro había leído la libreta, pero no podía hablar. Su garganta estaba sellada y sus labios pegados.
― No. No lo leí ― contestó Pedro al ver su expresión. ― No tengo derecho a hacerlo. Pero déjame hablar antes. ― Caminó hacia el escritorio más próximo y dejó el cuaderno sobre la superficie, como si fuera una ofrenda de paz. Regresó a su posición original, luchando contra el deseo interno de tomarla en brazos, pero antes tenía que explicarle muchas cosas ―. Ahora hay dos Pedro en mí. Uno que se esta dando golpes contra la pared, gritándome que me marche, que te deje ser libre, que sigas adelante con tu carrera, con tus proyectos, que se dice que estas mejor sin mí que conmigo. Que te mereces algo mejor que un tipo que no sabe que hacer con su vida, que ni siquiera tiene un oficio seguro. Y luego está éste otro Pedro que se dice a sí mismo, “Tío, no la dejes ir. Si todavía tienes algo de materia gris en la cabeza, ve por ella, tómala y no dejes que se te vaya de las manos.” Es una batalla constante de dos personas viviendo dentro de mí y me estaba volviendo loco.
Paula sentía sus ojos picar y su barbilla temblar. Recordaba, casi en otra vida, como ella le había dicho casi esas mismas palabras a Pedro en la playa. Y recordaba también las palabras de él.
― ¿Y cuál ha ganado? ― preguntó con voz enronquecida, hablando por primera vez.
― No lo sé. Creo que jamás me desharé del primer Pedro y en algún momento me preguntaré si no te estoy arrebatando algo ― quiso dar un paso hacia ella pero se detuvo. Volvió a mirarla y a pesar de la poca luz que alumbraba el lugar Paula podía jurar que los ojos de Pedro brillaban por las lágrimas. Que sus ojos eran espejos de los suyos, luchando por no rendirse al llanto ―. Tengo tanto miedo Pau, de que te vuelva a destrozar el corazón por tercera vez, pero tengo más miedo de pasar la agonía que supone vivir sin ti porque una vez traté de hacerlo y no fue como lo esperaba. No había esa sensación de complemento, ni la necesidad urgente tenerla siempre en mis brazos, ni la loca idea de despertar en medio de la noche y comprobar que estabas ahí, y eras real.
Ella lo entendía perfectamente. Trató de sonreír pero sólo pudo esbozar un gesto pobre y melancólico. Bajó la cabeza para ocultar su felicidad mezclada con tantas emociones y alzó la mano con la llevaba los papeles para limpiarse las lágrimas que caían en silencio. No sólo había perdido el habla sino que su cuerpo se negaba a moverse.
Una mano callosa, un tacto conocido, tomó su barbilla y la alzó para encontrarse con su mirada. Colocó ambas manos a los costados de su rostro y comenzó a limpiarle las lágrimas con los pulgares.
― No me puedo deshacer del primero pero estoy aquí Pau. Estoy aquí ― dijo las últimas palabras en un susurro provocando que el llanto aumentara, lo cual asustó más a Pedro y comenzó a hablar rápidamente ―. Estoy aquí Paula Cleopatra. No te puedo dar las estrellas o la luna, pero te puedo dar lo único que tengo: yo. Mi ser, mi cuerpo, mis manos, todo yo, que vivirá para adorarte por los días que me queden de vida.
Limpiándose la nariz, Paula hizo lo impensable para Pedro.
Comenzó a reír.
― Toma. ― Le extendió los pasajes de abordar mientras se sacudía de la risa. El destino era tan tonto algunas veces ―. Salía para San Francisco pasado mañana. Te iba a hacer entender de una vez y por todas que eras para mí.
Pedro soltó una risilla.
― ¿Quieres que me vaya y te espere hasta pasado mañana?
― No ― Paula se alejó de él y fue por la libreta, regresando a su lado con ella y entendiéndosela a él ―. Quiero que leas esto.
― Pau, no es necesario.
― Hazlo por mí. Sólo la primera página.
Ella le señaló la libreta y él a regañadientes la alzó buscando un mejor ángulo para leer. Aún tenía el sabor amargo de las últimas palabras escritas en el viejo cuaderno. Pero por ella atravesaría carbón ardiendo si se lo pidiera. Reconoció su caligrafía suave y elegante y comenzó a leer en voz baja.
― La vida da muchos giros. Algunos nos sitúan en lugares que esperábamos con ansias y otros, nos ponen ante momentos que jamás habríamos imaginado. Sentada aquí, olvidada en alguna parte del mundo, quiero escribir mi historia… otra vez, porque esta vez, mi historia ha cambiado.
Esta vez, deseo hacerlo correctamente. Sin que la ira, la tristeza y toda aquella oscuridad me abrace. Porque a pesar de no estar a su lado, a pesar de extrañarlo con todo mi ser, estoy bien.
Porque mis sentimientos están claros. Me duele, sí. Pero un sentimiento se eleva por encima de todos los que me rodean, un sentimiento que me hace sentir a flote. El amor. Te amo, Pedro Alfonso.
― Te amo, Pedro Alfonso ― repitió ella, quitándole la libreta y dejándola en algún lado.
No se fijó. Era lo que menos le importaba.
Se acercó a él y tomó su rostro entre sus manos.
― Te amo, Paula.
Pero antes de sellar el trato silencioso con un beso, antes de hacer lo que sus cuerpos clamaban hacer, a Paula le faltaba una última cosa.
― Pedro, en realidad, la proxima semana me voy a…
― Hawai. Lo sé. Creo que necesito hacer la maleta. Bueno, primero necesito comprar una maleta y luego ropa. Y zapatos. Y calzoncillos. Elias no me dio tiempo de nada. Y eso estuvo bien, porque si lo hubiera hecho, si me hubiera dado tiempo para pensar en vez de actuar no sé qué habría hecho. ― sonrió y acarició la barbilla de Pau ―. Tu vida está ahora en Hawai, Pau, y la mía está donde tú estés.
― ¿Pero y el bar? San Francisco…
― Creo que Jesy y Eric serán buenos socios. Además, la gente de allá debe comer y divertirse, ¿no es así?
― ¿Estás dispuesto a dejar todo por mí?
No se dio cuenta de que había estado aguantando la respiración, en la espera de la respuesta de Pedro, hasta que lo oyó decir:
― No, Pau, estoy dispuesto a crear un nuevo mundo por ti.
El beso fue la mejor manera en terminar aquel momento mágico.
Finalmente, las cosas eran del modo en que habían estado predestinadas a ser.
viernes, 23 de diciembre de 2016
CAPITULO 69
― Deberías de ver a un médico ― comentó Eric mientras ayudaba a Pedro a descargar las cajas de verduras de la camioneta y meterlas a la cocina ―. Lo juro Pedro, tienes mal aspecto. Pareces… bueno… ― le pasó la caja de las zanahorias ―… pareces jodido. Además, el golpe que te dio Patricio parece no mejorar.
Pocos eran los que se atrevían a comentar acerca de los moratones que tenía el rostro. Eric era, para su desgracia uno de ellos. Además, entendía a lo que refería su amigo.
No había hecho siquiera el intento de curarse los golpes. No estaba particularmente orgulloso del ellos, pero era una forma de redimirse por lo que sabía, se merecía.
Ya había pasado más de mes de la marcha de Pau. En ese transcurso había bajado un par de kilos, se había dejado crecer la barba y todos los días estaba enojado. Para colmo, su pierna le había comenzado a doler. Los medicamentos no le servían de nada y la única forma de minimizar el dolor físico era recostándose y simplemente recordar los suaves labios de Paula sobre su pierna cicatrizada. Pero si aquello aliviaba el dolor físico, alimentaba el dolor del alma. Era un jodido martirio.
En las mañanas se mantenía ocupado haciendo cualquier cosa, incluso las que no le correspondía (como bajar cajas en la parte trasera de su bar) porque todo aquello evitaba pensar en Paula. Sin embargo, en las templadas noches de San Francisco, lo único que ocupaba su mente era Paula y en los locos deseos de salir corriendo a buscarla.
Pero cada vez que aquellos oscuros pensamientos ocupaban su cabeza, la cordura le llegaba.
Ella hablaba con sus padres al menos cuatro veces por semana, y ellos hablaban con sus vecinos al menos… todos los días. Así, Pedro se había enterado de que Paula acababa de recibir una beca para trabajar en Hawai por un año, que la habían condecorado con una medalla por sus investigaciones en España y que estaba por recibir otra en Francia. Todo eso evitaba que Pedro fuera a las Canarias por ella. La había dejado ir precisamente por eso.
Pero eso no evitaba que estuviera sufriendo.
― Cállate Eric ― alzó una caja y se la tendió a Eric
― Jesy y yo creemos que te lo tienes merecido ― dijo mientras caminaba hacia la pila de cajas y le tendía la caja a uno de los ayudante.
― Gracias… amigos ― susurró con ironía.
― En serio tío, estás loco en dejar ir a una chica como Pau.
Aquella frase ya se la sabía Pedro de memoria. No sólo se la habían dicho todas las personas que lo conocían, sino que él mismo se la repetía cada noche. Era una batalla de conciencias. A veces se sorprendía de poder dormir dos horas seguidas.
― Eric, si sigues con esto, me pondré a rechinar los dientes.
― Sabes que odio que hagas eso ― Pedro arqueó una ceja, luego abrió la boca y cerró ― Por dios, quien puede contigo. No sé como te soportaba Pau. A lo mejor por eso te dejó. Por ser un viejo amargado.
― ¿Algo más, Ophra?
― Sí. Muérdeme.
― No gracias, no eres mi tipo.
La puerta trasera se abrió de golpe y una cabellera rubia resplandeció en la entrada.
― Niños, dejen de pelear ― Jesy se acercó a Eric y le dio un beso, luego se dirigió a su jefe ― Pedro, tienes una visita.
― ¿Son los de la constructora con los planos de ampliación?
― No. Alguien más interesante.
Pedro bajó de la camioneta, se sacudió los vaqueros mientras caminaba hacia la recepción del bar. Se detuvo al ver la cabellera rubia de un hombre demasiado alto, sentado en la barra.
— ¿Qué haces aquí?
Elias sonrió sin muchas ganas. Se dio la vuelta, pero no se levantó. Tampoco se molestó en darle la mano para saludarlo.
— ¿Así es como recibes a las visitas?
― ¿Eres una visita?
Elias suspiró, agachando la cabeza.
— Cometí un error, y es mi deber enmendarlo.
— Si esto tiene que ver con Paula, está bien. Ya pasó. No im…
“No importa, Pedro”. La voz de Paula llegó a los rincones de su mente.
— Déjalo, Elias. Esta hecho.
— No puedo. ― Se rascó la barba naciente, advirtiendo que el tipo estaba un poco demacrado y distaba mucho del hombre que había conocido un mes atrás. Suspiró, pidiendo ayuda divina y rezando estar haciendo lo correcto ―. Digamos que aunque mi conciencia me remuerde, podría vivir con ello. Pero mi mujer no. Lleva semanas sin hablarme. Y lo que es peor, mi hija se ha enterado de esto y se ha unido al bando de su madre.
— ¿Mujer? ¿Hija? ― A Pedro le llevó un par de segundos procesar las últimas frases, entonces, sus ojos se abrieron como dos platos —. ¡¿ESTAS CASADO?!
Dio dos pasos hacia Elias, y aunque Elias no era un cobarde, se levantó del banco y se alejó tres pasos de Pedro, poniendo una mesa circular entre ellos.
— Bueno, casado, oficialmente casado con iglesia, pastel,ramo y esas cosas… no. Pero como si lo estuviera. Tamara y yo llevamos juntos desde hace más de siete años.
Tamara.
Aquel nombre le sonaba demasiado.
¿Por qué rayos Paula no le había dicho que aquella Tamara era la esposa de Elias? Su mente comenzó a recordar a una velocidad vertiginosa todas las menciones de aquel nombre.
—Yo pensé… pensé…
— Sé lo que pensaste — murmuró Elias con la cabeza gacha —. Te deje pensarlo a propósito. Quiero a Paula, pero de un modo distinto. He estado con ella en muchas cosas así como ella conmigo. La última vez que hablamos, bueno… deje que pensaras a propósito que ella y yo… bueno, volveríamos.
— ¡Eres un maldito! — gritó Pedro saltando sobre él y dándole un puñetazo en el mentón que mandó a volar a Elias a una buena distancia —. ¡Estúpido canalla! — gruñó, mirándolo desde arriba, con rencor.
Se oyeron pasos corriendo por el corredor, a través de la cocina, y Eric, Jesy y dos de sus empleados matutinos aparecieron frente a ellos.
— ¡¡Pedro!! ¿Qué rayos…? — Jesy no daba crédito a lo que sus ojos veían. Dio un paso hacia él para detenerlo, pero Pedro alzó el brazo como barrera.
— No se metan.
Eric tomó a su esposa de un brazo y colocó el otro sobre su espalda.
— Vamos cariño, creo que esto lo tienen que solucionar ellos solos. — Sus ojos estaban llenos de empatía masculina, y aquello hizo enojar más a Jesy, que se soltó de su agarre y los miró a todos furiosa.
— ¡Hombres tontos! ¿No saben resolver las cosas como personas normales? ¿Por qué todo tiene que ser a golpes? —Al ver que nadie contestaba Jesy se enojó más y alzó los brazos al cielo —. ¡Los hombres son unos idiotas!
— Honestamente, más les vale que lo que sea por lo que estén peleando, valga la pena, porque gracias a ustedes me acabo de ganar una cita con el sofá. — Y ustedes que miran, a trabajar.
— Me agrada tu amiga. Me recuerda a Tamara— dijo Elias acariciando la barbilla que le dolía como la muerte pero sabía que se lo merecía —. Me dijo lo mismo luego de correrme de nuestra habitación. Siento pena por su esposo.
Pedro le dio la espalda a Elias, apretando los puños y deseando poder golpearlo nuevamente.
— ¿No vas a preguntar por ella?
La ira se esfumó en un segundo.
El semblante de Pedro cambió, y un aura oscura lo cubrió. El sólo pensar en ella hacía que su pecho se contrajera y su corazón comenzara a latir velozmente. Pero no tenía derecho a preguntar.
— Está bien. Lo sé. Su madre le dijo a la mía que estaba a punto de irse a no sé dónde, le que le han dado una beca para una estancia. Ella está… Ella está bien. — A pesar de querer mantenerse imperito, sus sentimientos se delataron en el quiebre de la oración.
Algo de lo que Elias se dio cuenta.
— Corrección. A ella le va bien.
Cansado de la conversación, y sobre todo, del tema, se dio la vuelta para encarar a su verdugo.
— ¿Qué quieres de…?
La oración quedó volando en el aire.
Los ojos de Elias miraban el piso, pero en su rostro había una expresión de inmensa tristeza y algo más. Era como si estuviera a punto de llorar. Pedro no podía creerlo. Aquel enorme hombre….
— Cuando te dije todas esas cosas de Paula, lo hice con el único motivo de alejarte de ella — los ojos de Elias se contrajeron al recordar las palabras dichas —, porque simplemente no me agradabas. Habías dejado a Pau completamente rota, y regresarla a la vida no fue nada fácil.
Ambos hombres bajaron la cabeza, ocultando la misma expresión, pero motivada por distintas razones.
— Lo sé, y quizás no te interesen estas palabras, pero gracias.
Elias sacudió la cabeza.
— No lo agradezca. No lo hice por ti. No te equivoques, aun me sigues sin agradar — aunque tenía el ligero presentimiento de que si en otro momento hubiera conocido al hombre que tenía en frente, habrían sido muy buenos amigos. Joder, él era un amante de los deportes. Pero aun así, no podía borrar lo que le había hecho a Pau tan fácilmente —. Así que cuando ella me dijo que estabas aquí, en California, me comencé a preocupar, pero me dije a mi mismo, ella no puede ser tan tonta como para tropezar dos veces con la misma piedra. Oh iluso de mí. No sólo es tonta, es TONTA con mayúsculas. —Sus labios se curvaron al decir las últimas frases ―. Y luego me manda ese tonto correo a las pocas semanas de haber dejado España diciéndome algo de seguir el corazón y que no nos veríamos en mucho tiempo, me espanté. Porque no quería verla sufrir. Así que vine volando, literalmente. Y entonces te vi en la cena de navidad con ella, y debo admitir que se veían bien juntos — Elias recordó la forma en la que Pau interactuaba con aquel individuo —. Ahora que estoy más tranquilo, recuerdo con exactitud ese día. La forma en la que la miras… es la misma en la que yo miro a Tamara. Pero en ese momento lo único que veía era al culpable de que casi la
perdiera la última vez. Aun así…
Elias caminó hacia la barra. Entonces Pedro reparó en un pequeño cuaderno. Un poco femenino para ser de aquél tipo y comenzó a caminar hacia él. Entonces se produjo una reacción en cadena sobre todo el cuerpo de Pedro. A pesar de la distancia, el inconfundible olor de Paula le llegó a su nariz, hinchándose por absorber más de aquel placentero olor. Tratando de recordar si era tan bueno como recordaba.
— ¿Otro diario? ¿Me estas tomando el pelo, verdad?
Elias se lo tendió con una ligera sonrisa irónica.
— Acaba de terminar la quinta libreta. No creo que se dé cuenta de que le hace falta una. — Además, había tomado precauciones esta vez. Esperó a que Pedro lo tomara en sus manos. Los segundos pasaron y éste no hacía ningún movimiento ―. Este fue el primero, y creo que merece la pena que lo leas, Pedro Alfonso.
Movido por alguna fuerza extraña, el brazo de Pedro se estiró y tomó la libreta. Volvió a mirar a Elias y éste alzó los hombros.
— Te mentí. Hay algo que ella quiere más que a su trabajo. Tú. Por cierto, al final hay un regalo, de parte de mi mujer y mío. Esperamos que te sirva. ― Colocó dos dedos sobre su frente y los agitó a modo de despedida ―. Nos vemos luego.
Pedro no se movió. Observó fugazmente a Elias pasar a su lado, luego escuchó el timbre anunciar su salida y finalmente el golpe de la puerta cerrarse. Pero en ningún momento se movió.
Sólo podía observar la libreta que tenía en sus manos.
Si leía sin permiso aquellas hojas estaría traicionando a Paula… nuevamente. Aunque leer el diario anterior había sido algo necesario en cierto modo, volver a hacerlo estaba fuera de discusión. Lo tomó con una mano y con la otra lo acarició. La portada era dura y fría, sin embargo, para él, era como acariciar un pedazo de ella. Dios, la extrañaba demasiado. Tanto que le dolía el alma. Perdido en sus pensamientos, en su debate emocional, los minutos pasaron sin darse cuenta.
El ruido proveniente del pasillo lo distrajo y se encontró a sus amigos observándolo.
― ¿Se fue ya tu invitado? ― Con una mano en la cadera y su cuerpo ligeramente cargado sobre su lado derecho, los ojos de Jesy brillaban con sarcasmo. Pero él no reaccionó como ella esperaba, haciendo que su expresión cambiase, ahora preocupada ― ¿Pedro?
Eric frunció el ceño y señaló hacia el piso.
― Pedro, parece ser que te cayó algo.
Aquello alertó a Pedro. El “algo” resultó ser un pedazo de papel con colores azules. Se inclinó para recogerlo y sus ojos se abrieron tanto como pudo, víctima de la sorpresa.
― Al parecer alguien quiere hacerte entrar en razón ― murmuró Jesy a su lado. La sonrisa de mujer mala se había esfumado. Estaba la verdadera Jesy, la que se preocupaba por su amigo. Sus ojos sonreían de felicidad. Le quitó la hoja y leyó rápidamente las líneas. Eric estuvo a su lado en dos segundos y ambos sonrieron compartiendo un secreto ―. Y si no me equivoco, apenas tienes tiempo para llegar.
Pedro los miró sin saber que decir. Apenas estaba procesando lo que ese papel significaba. No podía hablar. Y al parecer Jesy y Eric lo entendían.
― Vete. ―Eric le dio unas palmadas en el brazo ―. Nosotros nos haremos cargo de todo aquí, hasta que… ― iba a decir “regreses”. Pedro lo sabía, pero su amigo decidió cambiar la frase por ―… tomes una decisión.
Jesy sonrió y le devolvió el boleto de avión.
― Aprovecha la moto. Está a punto de empezar la hora del tráfico. Si tienes suerte, llegarás. ¿Qué esperas? ¡¡Corre!!
Y Pedro siguió la orden al pie de la letra.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)