Natalia Trujillo
jueves, 15 de diciembre de 2016
CAPITULO 42
Paula bajó a la sala quince minutos antes de la hora establecida con Pedro. Quería platicar con su padre y si le daba tiempo, comprobar su cuenta de correo. Se le hacía raro que Stefana no le hubiera mandado más correos atentando contra la vida de Elias. Se detuvo frente al espejo del pasillo y sacó de su bolsita negra el labial, para retocarse. Se preguntó de cuando a acá era tan femenina, y soltó una risilla al pensar en las palabras que Elias le diría si la viera.
Lentamente bajó las manos y se quedó pensativa. Elias no le había contestado ninguno de sus correos o llamadas.
Siempre que trataba de contactar con él en el trabajo, le decían que estaba ocupado, y cuando Tamara contestaba en la casa, le decía que no estaba. A Tamara le creía. Ella jamás le mentiría. Pero de sus compañeros de trabajo… no estaba tan segura. Y lo más contradictorio era que se alegraba que no estuviera disponible. No sabía que decirle o como hacerle entender que las cosas habían cambiado, y que a pesar de todo lo que le estaba pasando, no sabía qué hacer. Guardó el labial dentro de su bolso y repasó en su conjunto, un vestido de tirantes delgados de algodón grueso color rojo carmesí que le llegaba justo a la rodilla, sencillo y sin bolsas o algún adorno más que las finas líneas de costura. Encima llevaba un abrigo negro largo, hasta la mitad del muslo, de cinturón grueso y grandes ojales. Llevaba unas zapatillas rojas de tacón pequeño, que daban elegancia e informalidad a su vestimenta. Pedro no le había dicho a donde irían, pero por si las dudas, Paula iría preparada con todo.
― ¿Vas a salir con eso?
Se dio la vuelta al oír la voz de Benja proveniente de su espalda y lo encontró con un emparedado de jamón en una mano y un vaso en la otra.
― ¿Tú que haces aquí?
― Vine a ver que tiene mamá en el refrigerador ― le dio una mordida al sándwich y la miró de arriba abajo ―. En las noticias salió que hoy empezaría la primera nevada.
Paula alzó los hombros y caminó hacia la sala, donde estaba la ventana más cerca y miró hacia el cielo. No se veía ninguna nube ni nada por el estilo.
― Los meteorólogos siempre se equivocan.
Patricio se sentó en el sillón frente al televisor y tomó el mando. La luz blanquecina llenó la estancia y Paula se preguntó dónde estarían sus padres.
― La rubia del canal 4 jamás se equivoca ― defendió Benja.
― Tú lo que le ves a la rubia del 4 es otra cosa.
― ¿Vas a salir con Pedro?
― Así es.
Se sentó en el mueble de dos piezas, al lado de Patricio y observó el programa sin prestarle mucha atención.
― Pensé que saldrías con papá.
― ¿Con papá? ¿Por qué pensarías eso?
La entrada de su madre en la estancia interrumpió la conversación. Penelope ensanchó sus labios y caminó hacia su hija.
― Cariño, te ves hermosa.
― Gracias má.
Se sentó a su lado y le colocó una mano sobre su rodilla.
― ¿A dónde irán?
Paula alzó los hombros. Eso es lo que ella quisiera saber.
― No lo sé. Pedro se negó a decirme. Sólo me dijo que a su restaurante no. No quiere que Jesy me vuelva a secuestrar y llevar a la cocina ―. Le tiró un cojín a Penelope y éste soltó un alarido ―. Y tú, ¿por qué pensaste que saldría con papá?
Benja se limpió las gotas de refresco que cayeron sobre su camisa y miró a su hermana con enfado, pero antes de contestar, lo pensó dos veces. La mirada de su madre, con esa ceja altiva le decía muy bien que midiera sus palabras.
― Por nada.
Paula frunció los labios y no preguntó nada más. En cambio, se puso a charlar con su madre de la cena de Navidad, y de un posible menú. Para Pau siempre resultaba satisfactorio
esos pequeños momentos, sentada, sólo ellas dos, hablando de cosas tan normales como la comida.
Aquellos era los momentos que atesoraba cuando estaba lejos. Oyó la puerta principal abrirse y luego unas pisadas acercarse, hasta que su padre, seguido de Pedro, entraron en la sala.
― Mira a quien me encontré vagando frente a la casa.
Pascual le dio un golpe en el hombro a Pedro y lo dejó que entrase. Paula se levantó y se acomodó el vestido instintivamente. Él llevaba unos vaqueros de mezclilla azul oscuro y una camisa de cuadros roja, que parecía de franela.
Los zapatos eran cafés y sólo llevaba un cinturón grueso del mismo color.
― Estás hermosa ― murmuró, y le dio un beso casto en la mejilla.
Ella sonrió pero lo miró medio enfadada.
― Sí, pero creo que demasiado formal. Me habría ayudado si me hubieras dicho a dónde vamos.
― Así estas bien.
Patricio los miraba con suma atención. Había oído hablar a Pablo y a Paloma sobre esos dos, pero no los había juntos hasta ese día y con otros ojos.
― Guau ― exclamó en voz alta. Al ver que todas las cabezas se giraron hacia él, dio su mejor sonrisa y agregó ―, siempre pensé que tú y Pedro juntos serían la versión inversa de la Bella y la Bestia. Pedro es la bella y tú… ― se encogió de hombros y sonrió ― pero ahora no sé. Tengo mis
dudas de mis ideas previas.
En un dos por tres Pascual estuvo detrás de él y le dio un golpe fuerte en la cabeza, un leve roce maternal que provocó un chillido de dolor en su hijo más pequeño.
― Discúlpenlo, creo que se me cayó de la cuna demasiadas veces.
La pareja sonrió e ignoraron el comentario de Benja. Se despidieron de todos y caminaron hacia la puerta de su casa. Paula pudo sentir que ahí pasaba algo. Lo sintió en el aire, y lo confirmó cuando Pedro le dijo:
― Cierra los ojos.
Ella se detuvo a unos pasos de la puerta de su casa.
― ¿En serio?
Pedro se acercó, y a pesar de saber que los padres de Paula, sus casi padres adoptivos estaban mirando desde algún agujero, se inclinó y la besó dulcemente. No podía obtener demasiado de ella. Su sabor era adictivo, como fruta exótica y con un sabor fresco. Tenía un sabor a cerezas impregnados en sus labios y estaba seguro que el carmín mancharía sus labios, pero que rayos, adoraba esa parte.
Cuando se separó unos milímetros ella seguía con los ojos cerrados, así que aprovechó y le susurró:
― Mantelos así.
Abrió la puerta de la casa y la ayudó a salir. A pesar que sabía que Pedro no la dejaría estrellarse contra alguna pared o tropezarse con una piedra, la sensación de oscuridad no le
agradaba a Paula. Fue tanteando el camino paso a paso, hasta que por fin se detuvieron, trece pasos después de la puerta de su casa.
― El carruaje está listo, señorita.
Paula abrió los ojos y se quedó sin palabras. Bueno, no. Más bien, soltó unas cinco para ser más exactos.
― ¡¿Papá te dio a Cadi?! ― Era eso, o preguntar si lo había sacado del garaje sin permiso, tal y como habían tratado de hacer sus hermanos en su adolescencia.
Cadi estaba frente a ella, con la puerta del copiloto abierta.
Esa noche parecía brillar de forma especial y con el capote retirado, se veía Aun más lujoso que otras veces. Tomándola de la mano, Pedro la condujo hacia su lugar.
― Digamos que en cierta forma llevamos una niñera. Estaré tan preocupado por no hacerle un rasguño al auto que no podré pensar con claridad esta noche.
― Papá nunca le ha prestado el auto a Pablo o Patricio― dijo Pau mientras se acomodaba en su asiento y Pedro le cerraba la puerta delicadamente.
― En realidad no lo hizo por mí. Así que, ¿nos vamos?
Su mirada fue hacia su casa. No podía ver a su padre, pero Pau le mandó un abrazo enorme por tan hermoso detalle. Se sentó recta y miró a Pedro.
― Larguémonos de aquí antes de que papá cambie de opinión. O Pascual salte sobre nosotros.
Soltando una carcajada, Pedro rodeó el auto y después de acomodarse, prendió el motor del hermoso bebé, lo hizo ronronear y arrancó hacia el regalo que tenía preparado para Paula.
Durante el trayecto, ninguno dijo nada, sólo disfrutaron de la noche. El aire que los rodeaba era frío, pero no al punto de congelarse, sino que te hacía sentir más vivo que nunca; el negro manto del cielo, cubierto de estrellas brillantes, parecía una alfombra de negro terciopelo llena de diamantes, y la luna menguante, una gran perla en el cielo.
Pedro le tomó de la mano casi al instante de salir de la casa, y no la soltó en todo el trayecto, conduciendo sólo con una mano. Sus dedos trazaban líneas invisibles sobre sus nudillos, trasportando una oleada de calor por todo su cuerpo. Viajaron hacia el norte de la ciudad, rumbo a la Bahía, por las playas, y Paula frunció las cejas.
― ¿Vamos a nuestra playa?
Habían denominado a Baker Beach como su playa, y por el rumbo que Pedro estaba tomando, las probabilidades de dirigirse ahí eran altas. Él, sin embargo, no le contestó al momento y después de un tiempo, sin perder la vista de la carretera, la jaló hacia su cuerpo y le dio un beso fugaz.
― Espera y verás ― susurró antes de soltarla.
Y tuvo que esperar más de lo que le habría gustado.
Después de media hora en el camino, vio sus esperanzas truncadas al ir al lado opuesto de Baker Beach. ¿A dónde rayos se dirigían?
Como si Pedro estuviera leyendo sus pensamientos, le dio un leve apretón en la mano que le obligó a mirarlo.
― Sólo faltan unos minutos más, tranquila.
Ella asintió y observó a Pedro volver la mirada a la carretera.
Su nariz alzada y el mentón fuerte provocaban en ella ganas de mirarlo para siempre, así como ahora. Sus ojos parecían dos bolas de cristal en esa noche, brillando como mercurio líquido cuando las luces de los otros autos los iluminaban.
Su barbilla, observó con detenimiento, era un poco más salida de lo normal, y el hoyuelo situado justo en la mitad de ella, le daba un aire inusual. Desde la primera noche en que
habían hecho el amor, Paula se encontraba observándolo detenidamente, de preferencia cuando él dormía, y se maravillaba de encontrar siempre, algo nuevo, algo que se le había pasado, un pequeño detalle, una nueva marca, un lunar, un sonido. Sintió los dedos de Pedro seguir con su
lento baile sobre su piel, y bajó la mirada hacia su pierna derecha. Debajo de la delgada tela del pantalón, sabía que estaban las cicatrices que Pedro odiaba. Bueno, no era que las odiara como tal.
Él mismo le había explicado que esas líneas le recordaban lo frágil que es la vida y la apreciación de lo que se tiene en ella. Ella lo había recompensado con una lluvia de besos por todo el perfil lleno de estrías blancas.
― Llegamos.
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